La historia del sintoísmo en el periodo Meiji se ha identificado en la literatura como una etapa de “sintoísmo estatal” o de “gestión estatal” y de un “sintoísmo inventado” que fraguó las bases ideológicas del culto imperial-nacionalista que arrastró al desastre al país en 1945. Un sintoísmo que fomentó el adoctrinamiento de la población en una fórmula sin precedentes dentro de las tradiciones religiosas japonesas.
Las semillas que condujeron a esta situación hay que buscarlas en tres aspectos fundamentales: la reentrada del cristianismo en Japón; el poder de influencia que ejercieron en el gobierno las ideas “nativistas” de los seguidores de la escuela de los Estudios Nacionales (kokugaku), y como no, la necesidad de encontrar una fórmula que ayudase a justificar y cimentar la estabilidad de un nuevo gobierno y la figura del emperador sobre los señores feudales.
La apertura obligada de Japón a las potencias extranjeras implicó a nivel religioso algo tan importante como que el cristianismo, prohibido y perseguido en Japón, pudiese volver a entrar en el país. El cristianismo había sido vetado porque se había “identificado” con una quinta columna que utilizaban los países extranjeros para ganar la confianza del pueblo y después conquistar el país, pero también, como una religión muy inteligente capaz de convertir rápidamente a muchos de los grandes señores (daimyo).
La desconfianza hacia el cristianismo se potenció aún más cuando con el regreso de los misioneros a Japón se desveló la existencia de al menos 3000 cristianos japoneses que habían permanecido “ocultos” en la región de Urakami. Gracias a la presión de Francia se logró evitar la tragedia y sus cabecillas sólo fueron arrestados y sus seguidores exiliados. Sin embargo, este hecho puso en evidencia: 1) la debilidad del gobierno ante las potencias extranjeras en su capacidad de control sobre el cristianismo; y 2) la necesidad de potenciar un culto “nativo-nacional” y una estrategia de persuasión que pudiese hacer frente a esta amenaza y que fuese capaz de crear fuertes raíces de pertenencia nacionales.
La solución antes estos dilema se decantó inicialmente en el sintoísmo, una religión que: 1) había ganado fuerza en esta época gracias a que los intelectuales de la escuela de los Estudios Nacionales (kokugaku) habían conseguido identificarlo como la tradición religiosa “nativa” y genuinamente japonesa, 2) ofrecía las bases para justificar la restauración de la figura del emperador en el poder; y 3) era más fácilmente “moldeable” dado que tenía menos poder acumulado que el clero budista.
La escuela de los Estudios Nacionales surgió a finales del periodo Edo de la mano de figuras como Kamo no Mabuchi (1697–1769), Motoori Norinaga (1730–1801) y Hirata Atsutane (1776-1843), como una fórmula para reivindicar la existencia y el regreso a un estilo de vida puramente japonés más allá de todas las influencias extranjeras recibidas por el país a lo largo de su historia.
Para estos intelectuales el contacto con otras culturas había supuesto una pérdida de la pureza y la vitalidad de las auténticas raíces del pueblo japonés, y con un sentimiento de orgullo hacia los elementos “nativos” de la cultura japonesa, rechazaban claramente al budismo y al confucionismo como creencias importadas del continente.
Pronto se solapó este pensamiento con el sintoísmo y muchos sacerdotes de este culto se hicieron sus fervientes seguidores, si bien es verdad que esta escuela también realizó estudios sobre otros aspectos de la cultura japonesa (como la literatura o la poesía) que iban más allá del sintoísmo.
El problema de elegir al sintoísmo como el culto nacional estaba en que era una entidad sin fuerza ni unidad bajo el yugo del budismo, y por tanto, no sólo era necesario reforzarlo sino también reconstruirlo bajo los intereses del gobierno en lo que sería un nuevo sintoísmo estatal.
La implantación simbólica del gobierno dentro de la tradición sintoísta empezó con el traslado de la residencia del emperador a Tokio y la construcción en el nuevo palacio imperial de tres importantes recintos rituales: Kashikodokoro, Kōreiden y Shinden, y también, con la visita del emperador a la gruta del mítico emperador Jinmu y la confección de todo un calendario ritual (agrícola, astronómico, de culto a los ancestros, etc.) que debía oficiar.
Durante el periodo comprendido entre 1868 y 1872 el gobierno trató de potenciar el sintoísmo como religión del Estado (shinto kokkyoka seisaku): 1) promulgando la unidad entre Estado y Ritual (saisei itchi); 2) emitiendo un edicto que obligaba a separar claramente budismo y sintoísmo (shinbutsu-bunri); 3) creando la Oficina de los Ritos (Jingikan); 4) fundando la Oficina Misionera (Senkyoshi) para divulgar los ideales de unidad del Estado; 5) otorgando el poder a los santuarios para oficiar funerales (shinsō); y 6) asumiendo el propio Estado el oficio de los ritos funerales con relación a los emperadores que habían estado bajo el control de las escuelas budistas esotéricas Tendai y Shingon.
La necesidad de separar budismo y sintoísmo quedó clara durante el primer año de la restauración Meiji cuando el emperador, al oficiar los ritos imperiales, encontró que estos estaban impregnados de numerosos elementos budistas y consideró que estos elementos manchaban la pureza del ritual hacia los kami. La familia imperial debía ser la primera en volver a las raíces puras del rito y así prohibió que los miembros de la familia imperial se hiciesen monjes y ordenó a los que ya lo eran que volviesen a la vida laica.
La separación entre budismo y sintoísmo además de conflictos (la persecución y destrucción de numerosos templos y reliquias budistas, la expulsión de muchos monjes de sus oficios, etc.) conllevó al final un auge ficticio del sintoísmo ya que en verdad lo único que hizo fue obligar a que muchos monjes que actuaban en santuarios y muchos cultos que se ofrecían a las deidades de las montañas tuvieran que cambiar simplemente su credo al sintoísmo.
Respecto a la fundación de la Oficina de los Ritos (Jingikan) en 1868 (después renombrada como Ministerio de las Divinidades (Jingishō) (1871), Ministerio de la Doctrina (Kyōbushō) (1872), Oficina de los Asuntos Sintoístas (1875) y Oficina de Templos y Santuarios (Shaijikyoku) (1877) señalar que esta nació con el objetivo de gestionar centralizada y administrativamente el “nuevo” sintoísmo ideológico estatal hasta que el emperador pudiese liderar personalmente el culto nacional.
Como los seguidores de los Estudios Nacionales habían reclamado desde finales del periodo Edo la creación de esta institución, muchos de ellos se introdujeron en sus órganos ejecutivos marcando estrechamente su filosofía: defender la superioridad del sintoísmo, eliminar el patrocinio gubernamental al budismo y quitar el poder del clero budista sobre los santuarios. Las personas que lideraron el Jingikan y formularon su contenido ideológico fueron Kamei Koromei (1824-1885), Fukuba Bisei (1831-1907) y Ōkuni Takamasa (1792-1871).
El problema inicial que tuvo que resolver esta oficina fue cómo relegar a un segundo plano a los linajes sintoístas Yoshida y Shirakawa que tenían la máxima autoridad legal sobre los sacerdotes y santuarios sintoístas del país.
El camino fue relativamente sencillo porque en verdad: 1) en estos tiempos ambos linajes apenas ejercían influencia sobre la conciencia religiosa de la sociedad provincial; 2) no existía una organización formal entre los santuarios sintoístas para realizar una acción conjunta a la contra; y 3) no se compartía ni una liturgia, ni un canon ni un ritual estandarizado (a nivel local cada santuario cuidaba de sus ritos y deidades particulares). Además, y como se ha indicado antes, en este periodo muchos sacerdotes fueron fervientes seguidores de las ideas de los Estudios Nacionales (kokugaku) y estos promulgaban también una teología diferente a la de los linajes Yoshida y Shirakawa.
La estrategia que empleó finalmente el gobierno implicó básicamente: 1) asumir el propio Estado la elaboración del calendario anual de ritos nacionales y de conmemoración a los antepasados que tradicionalmente habían liderado ambos linajes; y 2) ordenar que todos los sacerdotes y santuarios tuviesen que renovar las licencias concedidas por las escuelas Yoshida y Shirakawa con un examen nacional que si no se aprobaba les obligaba a volver a la vida laica.
El gobierno no eliminó a ambos linajes (e incluso mantuvo sus rangos en la corte) debido a la ignorancia que padecían los responsables gubernamentales sobre cómo poner en práctica los rituales de culto imperial a sus deidades tutelares.
La creación de la Oficina Misionera (Senkyoshi) surgió con el objetivo de formar instructores e institutos de enseñanza en las prefecturas (Chūkyōin) para expandir una campaña de concienciación sobre toda la población respecto a los ideales de unidad del Estado y la figura del emperador.
Antes de hablar de esta campaña es interesante apuntar que a su cabeza estuvo Ono Nobuzane (1823-1910), una figura que jugó un papel muy activo en la reconversión de los cristianos de Urakami exiliados.
Ono Nobuzane elaboró una doctrina para hacer frente al cristianismo en dónde la noción de una divinidad única y omnipotente y del paraíso se ponían en las figuras del emperador y la diosa del sol Amateratsu. Esta visión pronto fue criticada por los seguidores de la escuela Hirata, una escuela enfocada en reflexionar sobre el “mundo oculto”, el destino del alma humana y la jerarquía de las deidades sintoístas, y que consideraba que por encima de Amateratsu había tres deidades más importantes. Este conflicto mostró la falta de unidad que había dentro del sintoísmo y la situación finalmente se armonizó acusando a la escuela Hirata de inmiscuirse en la vida y las decisiones del Jingikan y el Senkyoshi.
La campaña de concienciación conocida como la “Gran enseñanza” (Taikyō senpu undo) nació con un edicto del emperador en 1870. La campaña supuso un hito importante en este periodo porque mostraba el giro del gobierno para dar más importancia a la doctrina, a la enseñanza que al ritual. Su filosofía de base predicaba: respeto a los dioses y amor por el país, hacer claros los principios del Cielo y el camino del hombre y reverencia al emperador y obediencia a la voluntad de la corte. Según Maxey (2014) esta era una estrategia que buscaba potenciar la fidelidad del pueblo al emperador y la capacidad de resistencia a la fuerza que pudiese adoptar el cristianismo.
Aunque esta campaña tuvo sus coletazos hasta el año 1884, no dio todos los frutos esperados porque finalmente: el mensaje no fue muy claro; había muchos conflictos internos; fracasó la reconversión de los cristianos de Urakami; y se instauró un mensaje de que el mal trato al budismo podría crear más conversiones al cristianismo.
El plan de apoyo del gobierno al sintoísmo fue ambicioso e incluyó: 1) La obligación de que el censo de la población fuese registrado desde los santuarios (ujiko shirabe) suplantando en esta función a los templos. Toda persona nacida era inscrita a un santuario del que recibía un talismán que la familia debía devolver el día de su fallecimiento o en caso de cambio de residencia; y 2) la fundación de nuevos modelos de santuarios con fines ideológicos enfocados a rendir culto a los antiguos emperadores, a personajes leales a la restauración, a líderes militares que apoyaron históricamente al linaje imperial e incluso a los soldados caídos en guerra gestionados por personas de la nobleza o afines a los Estudios Nacionales.
En el año 1871 bajo: 1) la decepción de los resultados de la campaña de concienciación; 2) la necesidad de separar el culto imperial de los conflictos de interés de las sectas sintoístas; 3) las movilizaciones realizadas por las sectas budistas (especialmente la secta Jodo Shin); y 4) el debate establecido sobre si el sintoísmo era o no una religión, el gobierno decidió alejarse de este y cambió de rumbo para empezar a dar protagonismo al budismo y al confucionismo en su estrategia contra al cristianismo.
Esto supuso para el sintoísmo: 1) La expropiación de las tierras de los santuarios y la imposición de una jerarquía de funcionariado para el sacerdocio que les hizo dependientes de los fondos públicos (con el tiempo y ante la falta de medios, finalmente se impuso un sistema mixto de ayudas entre el Estado y los feligreses); y 2) la creación de una red jerarquizada entre los santuarios (con el de Ise a la cabeza) que los ponía bajo la autoridad del Estado y los clasificaba como a) santuarios oficiales (kansha), divididos en santuarios imperiales (kanpeisha) y santuarios nacionales (kokuheisha) y santuarios especiales (bekkakusha), subdivididos todos a su vez en santuarios de rango mayor, medio o menor, gestionados a nivel central; b) santuarios no oficiales (minsha) gestionados a nivel local y regional; y c) santuarios sin rango (mukakusha).
El nombramiento de los santuarios como instituciones del Estado obligó: 1) a abolir el sistema hereditario que había en ellos (norma que no se materializó en los grandes santuarios nacionales e imperiales) para poner en su dirección a “funcionarios” del Estado; 2) a que todos los santuarios tuviesen que oficiar los ritos estatales; y 3) un proceso de normalización como la imposición de reglas arquitectónicas (todos los santuarios debían copiar el modelo de los templos de Ise (shinmeizukuri), la presencia de espejos como objeto principal de veneración ritual o el uso de madera de ciprés sin pintar.
El santuario que sufrió las mayores transformaciones fue el de Ise al ser el elegido como el “escaparate” de la ideología imperialista. En verdad, este santuario no estaba muy conectado con la institución imperial (la familia imperial no había vuelto a visitar el santuario desde el siglo VII), ni poseía una unidad de credo al estar gestionado de forma paralela el santuario interno y externo por las familias Watarai y Arakika.
Con las nuevas medidas adoptadas por el gobierno el cambio fue radical: se expulsó a las familias Watari y Arakita para establecer una nueva oficina administrativa única (Jingishicho) que controlaba toda la gestión del santuario; se expropiaron todas sus tierras; se transformó su tradición ritual rescatando ritos ancestrales que habían caído en desuso, eliminando aquellos que no tenían raíces antiguas y creando ritos nuevos; se eliminaron todas las infraestructuras de apoyo a los peregrinos que visitaban el santuario; y se rescató la figura del emisario imperial que debía presidir las ceremonias cuando no podía asistir directamente el emperador.
En 1872 también se desmanteló el Jingikan y el Senkyoshi para crear el Ministerio de la Doctrina (Kyobusho) y la Oficina de los Ritos (Shikiburyo). El primero, con una labor administrativa y supervisado por el Consejo de Estado, asumió bajo su jurisdicción a monjes y sacerdotes, santuarios y templos y su misión fue la de establecer rangos, otorgar licencias, publicar textos doctrinales, resolver disputas doctrinales y coordinar la campaña de la gran enseñanza y la formación de instructores enrolando ahora a monjes y personajes relevantes sociales. El segundo se centró en la celebración de los ritos del Estado bajo el auspicio de la familia imperial. Doctrina y ritual habían sido separados.
Si el budismo parecía haber cobrado fuerza no fue así. Como las personas que lideraron el nuevo Ministerio de la Doctrina, Kuroda Kiyotsuna (1830- 1917) y Shishido Tamaki (1829-1901), eran afines al sintoísmo permitieron que este siguiese ejerciendo un gran poder de influencia. Por ejemplo, cuando se creó la Academia de la Gran Enseñanza (Daikyōin), ubicada en el templo Zōjōji de Tokio, para seguir formando los instructores encargados de divulgar la ideología de Estado está fue rápidamente controlada por personas afines al sintoísmo. Además, en 1872 se emitió un edicto que permitía a los monjes comer carne, casarse, llevar el pelo largo o la ropa civil cuando no ejercían en los templos, principios contrarios a las reglas monásticas.
A partir de esta fecha y bajo la influencia del estudio de las religiones que llegaba de Occidente, empezó a ganar fuerza el discurso de hasta qué punto el sintoísmo era una religión o no y el rechazo de todos los elementos supersticiosos y mágicos que se ligaban al mismo. Como consecuencia de ello, poco a poco se fue fraguando el convencimiento de la necesidad de separar la figura imperial del sintoísmo y así, en 1877 se cerraría el Ministerio de la Doctrina y la campaña de la gran enseñanza para crear la Oficina de Santuarios y Templos (Shajikyoku).
La pérdida de apoyo al sintoísmo desencadenó una etapa de conflictos internos para definir quién tenía la posición de liderazgo.
En 1875 se creó la Oficina de los Asuntos Sintoístas (Shinto jimukyoku) con el santuario de Ise a la cabeza. Ese mismo año, se expresó la tensión interna que existía dentro de sintoísmo cuando los seguidores de la tradición sintoísta de Izumo quisieron introducir a su deidad Okuninushi-no-kami en el panteón principal nacional bajo la excusa de que si bien la diosa Amateratsu gobernaba sobre el mundo visible, su deidad gobernaba el mundo oculto y la vida después de la muerte. La negativa a aceptar esta propuesta reveló los conflictos ocultos que existían entre las diferentes tradiciones sintoístas por estar obligados a seguir la jerarquía de deidades y la cosmología oficial establecida por el gobierno y consiguió dividir el mundo sintoísta en dos mitades.
La situación se complicó aún más cuando ante la falta de fondos económicos se reconocieron oficialmente las nuevas sectas sintoístas que habían surgido aprovechando la inercia del apoyo del gobierno al sintoísmo. Esta decisión, que obligó a establecer la diferencia entre sintoísmo sectario (kyoha shinto) y el sintoísmo de santuarios (jinja shinto), propició una mayor desorientación a la hora de definir qué era el sintoísmo.
Estas sectas nuevas sintoístas canalizaron y dieron forma a la fe popular sobre las deidades (kami) y crearon nuevos credos orientados a aliviar la pobreza, curar la enfermedad y dotar de recursos a la persona para superar la infelicidad de las relaciones humanas. Las que ganaron mayor número de seguidores fueron:
Kurozumikyō, fundada por Kurozumi Munetada (1780–1850) en 1814; Misogikyō fundada por Inoue Masakane (1790–1849) entre 1830-1844; Tenrikyō fundada por Nakayama Miki (1798–1887) en 1838; Konkōkyō fundada por Kawate Bunjirō (1814–1883) en 1858 y Shinrikyō fundada por Sano Tsunehiko (1834–1906) entre 1875–1876, cuyo común denominador es que se fundaron en base a revelaciones sagradas; Fusōkyō fundada Shishino Nakaba (1844–1884) en 1873; Jikkōkyō fundada por Shibata Hanamori (1809–1890) en 1878; o Shinto Taiseikyō fundada por Hirayama Seisai (1815-1896) en 1882 cuyo común denominador era dar estructura a seguidores que realizaba cultos en las montañas; Shintō Shūsei-ha fundada por Nitta Kuniteru (1829–1902) en 1876; Shinshūkyō fundada por Yoshimura Masamichi (1839–1915) en 1883; Shintō Honkyoku o Taikyō fundada por Inaba Masakuni (1834-1898) en 1885, surgidas para divulgar la Gran Enseñanza; o Taishakyō fundada por Senge Takatomi (1845-1918) entre 1878-1882 o Jingūkyō fundada por Tanaka Yoritsune (1836–1897) en 1882 que ayudaron a reorganizar las asociaciones de peregrinos a los santuarios sagrados.
En una última fase, en 1882 se decidió separar a los monjes sintoístas de los instructores de la doctrina y en 1889 se estableció finalmente la separación del Estado de la religión constitucionalmente y se adoptó en el país la libertad de credo en su artículo 28.
Esta separación no significó que el Estado se alejase del sintoísmo sino más bien al contrario. Con la libertad de credo, si el sintoísmo era una religión, el gobierno no podía obligar al pueblo a seguir el ritual y la ideología que se transmitía a través del mismo. Lo mejor era no considerar que fuese una religión para poder seguir apoyando el sintoísmo y sus santuarios como un culto público ligado a las funciones rituales del Estado. Un año después, en 1900 se separó la Oficina de la Religión de la Oficina del Sintoísmo bajo esta nueva visión política.
Cómo último punto añadir que el nuevo sintoísmo Meiji aunque parece que potenció a esta creencia también la impactó negativamente ya que implicó la expulsión de las mujeres (mikko) que habían trabajado en los santuarios como médiums o intérpretes de danzas sagradas; la pérdida del culto a las deidades locales que no estaban conectadas con la jerarquía de deidades oficial expresada en el Kojiki y en el Nihonshiki; las dificultades para conseguir ingresos en los santuarios locales-provinciales; e incluso la destrucción de santuarios que no pudieron conseguir un sacerdote para mantener vivas sus tradiciones.
Referencias Bibliográficas
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Martí, B. (1998). Budismo, religión y filosofía durante el periodo Meiji. Un estudio de la filosofía de la religión de Kiyozawa Manshi, Tesis Doctoral, Universidad de Valencia.
Maxey, T.E. (2014). The ”Greatest Problem” Religion and State Formation in Meiji Japan. Cambridge (Massachusetts) and London: Harvard University.
Profesor Titular de Universidad. Facultad de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte (INEF). Universidad Politécnica de Madrid. Director del Proyecto de Investigación Cultura Física Oriental.