Shintō en el Japón Nara

Para entender mejor la evolución del culto a los kami en el periodo Nara(奈良, 710-794) es importante ubicar estas creencias religiosas dentro de los retos que tuvo que afrontar la casa imperial para poder ejercer su gobierno, y en particular, en la necesidad de articular un conjunto de estrategias que le permitiese controlar clanes y provincias.

Tras un periodo de reinos, a grandes rasgos “independientes”, en este momento histórico se aglutinó el suficiente poder como para necesitar un sistema administrativo y legal que permitiese empezar a crear un modelo de Estado. La solución que se adoptó fue copiar el modelo gubernamental y administrativo chino bajo el nombre de Ritsuryō (律令).

Dentro de esta política estratégica, uno de los ámbitos que hubo que liderar fue el control y la organización del culto religioso. La casa imperial era consciente de los beneficios que aportaba el budismo como religión no violenta, organizada y afianzada en su país de referencia: China, si bien, también sabía que era una religión extranjera.

Por otro lado, también conocía la superstición y la ingobernabilidad que acompañaba a los kami (神) y su capacidad para poder amenazar sus intereses mediante plagas, enfermedades e infortunios, pero también, que representaba el culto que justificaba su linaje y su posición en el poder.

La solución que finalmente se adoptó fue: 1) otorgar un papel de liderazgo al budismo, algo que potenció una importante corriente de pensamiento sobre cómo asimilar los kami al panteón budista; e 2) intentar establecer una red de santuarios centralizada que abarcase los cultos a los kami principales del país poniendo a la cabeza a la Oficina de Asuntos de los Kami (Jingikan, 神祇館). Una política que, como se puede suponer, llevó a importantes conflictos puntuales entre monjes y sacerdotes a la hora de ver quién controlaba a quien.

LIDERAZGO DEL BUDISMO SOBRE EL CULTO A LOS KAMI

La afinidad de los emperadores hacia el budismo se mostró claramente durante la regencia del emperador Shōmu (聖武天皇r. 724-749) en su proyecto de construcción del gran templo Tōdai (東大寺) en la capital y el modelado de una estatua de bronce del buda Dainichi (大日如来, vairocana) de 15 m de altura, que llegó a vaciar las arcas del país.

Lo importante de este proyecto es que también iba acompañado de un plan estratégico que buscó expandir el budismo mediante la creación de una red de templos (paralela a la de los santuarios) en las diferentes provincias del país, liderada desde el Todaiji.

Prueba de ello es el edicto que proclamó este emperador en el año 740, que ordenó la construcción de templos budistas (para monjes (kokubunji, 国分寺) y monjas (kokubunniji, 国分尼寺) en todas las provincias del país, y que dio lugar a la fundación de al menos 136 templos budistas.

En ellos, no sólo se debía rezar por el bienestar del emperador y del país, también se debían efectuar rituales para atraer la lluvia, evitar desastres naturales, pedir por una buena cosecha y mitigar los maleficios de los eclipses. Funciones en clara competencia con las tradiciones del culto a los kami y con los rituales que se lideraba la Oficina del Yin y el Yang (Onmyōryō, 陰陽令).

Como este proyecto implicaba en cierto modo una “invasión” por parte de un nuevo credo religioso, el gobierno buscó establecer algún tipo de acercamiento con los responsables de los rituales nativos, además de diplomacia para evitar el enfado de los clanes de la corte afines al culto a los kami.

Una de las cartas que supo jugar muy bien el emperador Shōmu fue el apoyo que recibió la construcción del Todaiji y su estatua por parte del santuario Usa Hachiman (宇佐八幡宮) de la isla de Kyūshū.

No hay registros previos a esta época que nos informen sobre la historia de este santuario para poder entender cómo se estableció su apertura al budismo o sus conexiones con el emperador, lo único que se sabe es que la deidad adorada en este santuario era de origen continental y que, en los primeros escritos encontrados, sus sacerdotes siempre se mostraban partidarios del budismo.

El apoyo de un santuario sintoísta al budismo desde una lejana provincia de la capital era tan beneficioso para las políticas de Shōmu que este no dudo en agradecérselo ampliamente elevando el rango del santuario, construyendo un templo budista dentro de su recinto para albergar al buda Miroku (弥勒菩薩, Maitreya), ordenando la lectura de sutras budistas en ese templo y erigiendo una pagoda de tres pisos.

Del otro lado, el propio santuario también se vio muy beneficiado en sus intereses particulares. Tras la fundación del Todaiji, la sacerdotisa-monja (negi-ni, 禰宜尼) Ōga no Morime (大神杜女), proclamó en el año 749 un oráculo en el que confirmaba que la deidad Hachiman (八幡) quería convertirse en protector del Todaiji.

Al año siguiente, el emperador Shōmu decidió elevar a este kami al rango “alto nivel” (ippin, 一品), convertirlo en protector oficial del Todaiji, y ordenar la fundación del santuario Tamukeyama Hachiman (手向山八幡宮) para venerarle, junto a la puerta principal de este templo.

Además, poco tiempo después se fundaron nuevos santuarios para Hachiman en los templos Daian (大安寺), Tō (東寺) y Yakushi (薬師寺), y finalmente, en el año 781, la corte otorgó el título de “gran bosatsu” (bodhisattva) a este kami.

Lo importante fue que, fruto de esta interacción, se expandió la idea de que las deidades budistas, como dioses extranjeros, necesitaban a los kami como protectores. Algo que facilitó un acercamiento natural entre ambas creencias religiosas y la apertura de los responsables del sintoísmo a colaborar con el budismo.

Esto potenció también que se empezasen a construir por todo el país todo tipo de combinaciones institucionales entre templos y santuarios. Los santuarios permitieron la construcción de templos budistas en sus recintos y los templos empezaron a incorporar a los kami en sus altares.

Sin embargo, la filosofía cambió en el año 794. En estas fechas los representantes del budismo, aprovechando el favor del Estado, empezaron a reflexionar sobre cómo podían asimilar los kami al panteón de deidades budistas, y de una manera indirecta, “posicionarse por encima” de estas creencias religiosas.

La solución inicial que se encontró fue introducir a los kami dentro de la teoría del proceso de evolución espiritual que marca la ley del karma, y transformarlos en deidades protectoras-benéficas cumpliendo con el ideal budista de no infligir daño a ningún ser humano.

Un ejemplo que puede orientarnos sobre cómo se fue imponiendo la primera fórmula puede estudiarse en el santuario de Tado (多度神社). En el año 763, el monje Mangan Zenji (満願禅師) afirmó haber recibido un oráculo del kami de este santuario mientras hacía sus prácticas ascéticas, en el que este le revelaba que había recibido su forma de kami debido a su karma anterior y que además quería escapar de este estado acogiéndose al budismo.

En respuesta a este oráculo, se sabe que Mangan construyó un jingūji (神宮寺), es decir, un templo-santuario que con el tiempo evolucionó a un complejo de templos con 70 construcciones y 300 monjes, donde el lado budista controlaba el culto del santuario.

Pero lo importante de esta historia es la idea que subyace en ella: los kami ocupaban una posición inferior respecto a los budas ya que estos últimos eran seres que habían trascendido el karma y los primeros no.

Atendiendo a la jerarquía espiritual que establecían la teoría de la reencarnación y la ley del karma budistas, en las que los budas ocupaban la cima, seguidos de los bodhisattvas, los dioses y los humanos, los kami fueron identificados en el rango de dioses.

Además, aprovechando esta perspectiva, pronto se generó la idea de que los kami necesitaban instrucción budista para poder elevarse, y se adoptó la iniciativa de ordenar específicamente a monjes para instruir a los kami en las enseñanzas budistas con este fin.

Respecto a la transformación-domesticación de los kami en seres protectores, el budismo lo tuvo fácil porque había muchos antecedentes de esta estrategia en el budismo indio. Por ejemplo, en Japón se sabía que la diosa india Hariti (jap. Kishimojin, 鬼子母神), un ogro que comía niños, fue reconvertida en el budismo en su protectora y los japoneses la veneraban para asegurar la protección en el parto.

Sin embargo, este proceso de asimilación también encontró sus detractores en comunidades organizadas de sacerdotes. Por ejemplo, cuando se quiso construir un jingūji en el año 772 en el Gran Santuario de Ise (伊勢神宮), se aprovechó una fuerte tormenta que se produjo para denunciar que había sido originada por el enfado de la diosa del sol Amateratsu (天照大御神) por la intromisión del budismo en su morada, y con ello, trasladar la construcción a otro espacio geográfico. Algo que volvió a ocurrir igual en el año 780.

Pero la desconfianza entre los seguidores del culto a los kami y el budismo se elevó a un máximo con la figura del monje Dōkyō (道鏡, 700-782). Este monje había conseguido el favor de la emperatriz Shōtoku (称徳天皇) tras haber contribuido a su sanación a través de sus poderes mágicos.

Durante la regencia de esta emperatriz, fue ascendido al título de “Rey del Dharma” (hōō, 法王), y este, aprovechando su posición y queriendo mostrar el nuevo poder del budismo sobre el culto imperial, no sólo ordenó la construcción de un jingūji en Ise, también proclamó que el kami del santuario Usa Hachiman había predicho que él sería el próximo emperador.

La oposición más importante que se encontró este monje por parte de los representantes del culto a los kami vino directamente del Jingikan. Este participó en que apareciese un nuevo oráculo de Hachiman en el que se proclamaba que lo que había dicho Dōkyō no era así y que sólo un descendiente del linaje de Amaterasu podría ser el siguiente emperador.

Tras la muerte de la emperatriz, Dōkyō no sólo fue penalizado con el exilio, también se empezó a expandir en algunos círculos la idea de que las deidades budistas eran algo extranjero que amenazaba tanto a los kami nativos como a la justificación de la posición de poder de los clanes en la corte.

CONTROL DEL CULTO A LOS KAMI

En el periodo Nara, el entorno de la familia imperial estuvo muy condicionado por la superstición. La razón fue que, desde hacía ya unos cuantos siglos, se consideraba que los kami podían entrar en conflicto con los intereses de la casa imperial cuando se rompían tabúes, se hacían mal los rituales o simplemente no se trataba a los kami con el debido respeto, y que estos podían generar enfermedades, epidemias, desastres naturales e incendios, que afectasen al emperador, al palacio imperial o a todo el país (tatari, 祟り).

De hecho, y para evitar esto, se creó el Jingikan (e incluso la Oficina del Yin-Yang) desde el cual se celebraban rituales de adivinación para revelar qué kami había sido ofendido, para que, una vez revelado el origen del problema, se actuase en consecuencia para calmarlo.

Bajo esta superstición se explica, por ejemplo, cómo los tres tesoros imperiales (joya, espejo y espada) fueron sacados del palacio imperial para pasar a ser adorados correctamente en los santuarios.

Sin embargo, lo más importante a destacar de esto, es que, aprovechando esta capacidad de sugestión, el clan Nakatomi (中臣) supo ganar posiciones de relevancia en el Jingikan y la corte, para encaminarse hacia el poder.

Como este clan era el encargado de determinar qué kami estaba produciendo el infortunio, la enfermedad o el desastre al emperador, y este también era el que daba las soluciones de actuación, el emperador y la corte empezaron a “depender” de sus servicios si querían no ser dañados por la ira de los kami.

Pero si por algo destacó el periodo Nara respecto al culto a los kami, fue por la iniciativa que adoptó la familia imperial para controlar estas creencias religiosas a través de la creación de una red centraliza de santuarios liderada por el Jingikan.

Una red jerarquizada en la que se diferenciaba entre santuarios imperiales (kanpeisha, 官幣社) y santuarios nacionales (kokuheisha, 国幣社), y estos a su vez, entre santuarios mayores o menores, y de la que se llevaba un registro (jinmyōchō, 神名帳) que incluía infraestructuras, linajes y sacerdotes.

La estrategia también incluyó la jerarquización de los kami, de modo que el emperador otorgó rangos y títulos a los mismo ubicando en la posición más elevada (myojin, 明神) a aquellas deidades que habían contribuido a sus victorias militares.

Con este movimiento de ajedrez, el emperador logró ubicarse en la cima de la pirámide de los kami, y dejar claro que el poder final de culto sobre estos residía finalmente en su figura.

El problema llegó en el año 798, cuando ante las dificultades de gestionar la red de santuarios, el Jingikan optó por delegar parte de sus funciones en los gobernantes provinciales, de modo que el Jingikan quedó al cargo del culto a 737 kami y los gobernantes provinciales de 2.395.

Con estas medidas, el emperador no sólo consiguió subordinar directamente a los clanes (propietarios de estos santuarios) a su poder, también implantó las semillas de la rivalidad entre ellos en la lucha por afianzar-alcanzar una posición de influencia en la corte.

Si antes cada clan guardaba una identidad propia en la veneración privada a sus deidades ancestrales, al admitir la creación de estos rangos oficiales para sus santuarios y deidades, y consentir la obligación de rendir culto a los kami de la familia imperial, aceptaron la sumisión a la autoridad imperial y la fijación de una posición jerarquizada entre ellos.

La competencia entre clanes se enfocó en justificar la importancia de los orígenes de su linaje y su vinculación con la familia imperial para subir en la pirámide y la selección de santuarios para venerar a los ujigami (氏神) o ancestros del clan.

Hay que recordar que en el periodo Nara se terminaron de compilar dos importantes documentos del culto sintoísta: La Crónica de los asuntos antiguos (Kojiki, 古事記, 712) y las Crónicas de Japón (Nihon shoki, 日本書紀, 720). Dos obras que eclipsaron el pasado de muchos clanes para ensalzar los orígenes mitológicos del emperador y sus clanes aliados.

El primero en tomar la iniciativa fue el clan Fujiwara (藤原) (el clan Nakatomi adoptó este nuevo nombre tras la muerte de Kamatari, 614–669). Este estableció su ujigami en el santuario de Kasuga (春日大社), en la capital de Nara, en el año 768, para venerar a los kami de los relámpagos Takemikazuchi (武甕槌), de las espadas Futsunushi (経津), a Ame no koyane (天児屋命) y a su esposa Himegami (姫神). Finalmente, Ame no koyane se convirtió en la deidad principal del santuario.

A principios del siguiente periodo Heian otros clanes también adoptaron esta iniciativa y comenzaron a construir sus ujigami, introduciendo esta vez, un nuevo elemento, el culto tanto a la deidad principal como a su complementaria en género, por lo que se empezó a venerar familias de kami.

Referencias Bibliográficas

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Teeuwen, M. (2007). Comparative perspectives on the emergence of jindō and Shintō, Bulletin of the School of Oriental and African Studies, 70(2), 373-402.

About Pedro Jesús Jiménez Martín

Profesor Titular de Universidad. Facultad de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte (INEF). Universidad Politécnica de Madrid. Director del Proyecto de Investigación Cultura Física Oriental.

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