François Jullien nos enseña que la sabiduría china hay que meditarla, saborearla todo el tiempo que sea necesario para impregnarse poco a poco de sus ideas. En este libro el autor nos ayuda a seguir captando matices muy sutiles del pensamiento chino con relación, entre otros muchos aspectos, al “no apego”, la “vía del medio”, el “vacío mental” taoísta o la “enseñanza del silencio”. El hilo común capaz de “enlazar” conceptos aparentemente tan dispares corresponde al título de la obra: “el sabio no tiene ideas”.
Respecto a la noción del “no apego” chino, Jullien lo equipara con la actitud del sabio de no anteponer ni privilegiar ninguna idea en detrimento de otra. La razón está en que aferrarse a una idea significa rechazar el resto, tomar partido en una dirección, y con ello, “condenarse” a un punto de vista en particular, a una postura parcial que no ve más que un aspecto de las cosas y nos aleja del “potencial” y de todos los “posibles” que engloba la Realidad.
Si en Occidente esta visión puede parecer extraña, ya que se da prioridad a la búsqueda de la “verdad”, lo “estable” y lo “inmutable”, en la tradición china este objetivo se considera inútil ya implica aferrarse a un “polo” de la Realidad y, con ello, caer en un dualismo excluyente que olvida que el yin está dentro del yang y que el yin genera al yang y viceversa.
El sabio chino no escoge un lado o el otro porque sabe que ambos polos funcionan juntos y se compensan. El sabio es consciente de que afiliarse a una idea significa anclarse en la noción dual de lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo, y decantarse por una opción que impide ver la coexistencia de los opuestos.
El sabio chino nos dice que el “Tao está en todas partes, tanto en lo que considera uno falso como en lo que considera uno auténtico”. De esta manera el sabio chino carece de posición fija. No antepone nada, para que la Realidad conserve toda su “virtualidad”. No se predispone ni a favor ni en contra, sino que se inclina en función de lo que le exige la situación, porque sabe que lo que puede ser adecuado para una situación puede no serlo para otra.
¿Cómo encaja aquí la “Vía del Medio” del pensamiento chino? Lo primero que nos dice Jullien es que la noción del “medio” en el pensamiento chino no significa adoptar-buscar una posición fija, sino más bien, la capacidad de ubicarse en una posición dinámica capaz de regular el movimiento entre los extremos. Para entender mejor esta idea el autor muestra el ejemplo de un hexagrama del I Ching, el Libro de los Cambios.
Un hexagrama está conformado por seis líneas y por tanto no tiene ninguna que haga de centro. Sin embargo, cada uno de los dos trigramas que componen un hexagrama sí que tienen una línea central. Un hexagrama no tiene así centro y a la vez tiene dos centros.
Jullien explica que el cambio, la transformación que rige el Universo, es la variación o el movimiento que se produce entre los centros del hexagrama, y que la “vía del medio”, es la capacidad de adaptarse a esa alternancia o al movimiento entre un polo y el otro, no en “pararse o fijarse” en un punto medio.
La vía del medio se sitúa, por tanto, en una lógica del “desarrollo” acorde a la noción de que la Realidad es un proceso. Por eso, el sabio asume en su conducta el principio de la transformación perpetua que define la Realidad.
Uniendo la noción del “no apego” y la “vía del centro” se entiende también porqué el sabio chino evita el enfrentamiento, la discusión y la demostración. Para él, cada opinión tiene razón a su manera, tiene razón dependiendo de lo que haya visto desde su perspectiva.
La actitud que prefiere adoptar el sabio es la de la “comprensión”, la “amplitud de miras” y la “toma de distancia”, para poder abarcar los diversos aspectos que engloba la situación. Por eso, en vez de debatir con el “adversario”, para intentar refutar lo que dice, prefiere hacer ver al adversario lo que falta en su postura, mostrar las carencias y mostrar así cómo se desvía.
El siguiente concepto que expone Jullien, para mostrar que posición adoptar el sabio para poder fluir entre los extremos es el “vacío de la mente”. El lugar en el que la intencionalidad permanece libre e indeterminada. Un eje-centro que al estar vacío anula la diferencia y hace que todas las perspectivas se unan.
Sin embargo, Jullien añade que el sabio tampoco se aferra al vacío mental porque implica volver a caer en una posición fija y, con ello, volver a perder la amplitud de la vía y romper con la libertad de espíritu deseada. Pero el sabio tampoco rechaza el vacío mental porque hacerlo es anclarse en otra perspectiva.
La solución está en rechazar el propio rechazar para alcanzar el no-rechazo, para encontrar ese lugar dónde desaparecen el rechazo y el no-rechazo. La mente se vacía para no dejarse ocupar por nada, ni siquiera por el vacío, y se mantiene desocupada, distendida, vacante.
El último aspecto que queremos destacar de esta obra es la “enseñanza del silencio”. En la tradición china se dice que el “sabio no habla”. Pero no habla porque desconfíe de la palabra, sino porque sabe que para explicar la Realidad la palabra sobra. No añade nada, o más bien, “añade donde no hay nada que añadir”.
Confucio lo mostraba aludiendo a como el Cielo sin necesidad de hablar es capaz de hacer que se sucedan las estaciones y, con ello, que se dinamice todo en la naturaleza. Al Cielo no le hace falta el “suplemento” de la explicación o la revelación.
El sabio del mismo modo intenta con su silencio que emane la “e-videncia”. Cuando el sabio se calla no es porque no tenga nada que decir, sino porque no hay nada que decir. El sabio sabe que la Realidad está delante de nosotros todo el tiempo y prefiere incitarnos a que la observemos.
Esta idea se expresa claramente en las artes tradicionales chinas (poesía, pintura, etc.) En ellas no se busca el “discurso” sino la “insinuación”. Ese elemento capaz de transmitir lo que ningún discurso puede decir. El silencio, el vacío en el arte, es lo que ayuda a ver, es lo que “deja pasar” el sabor de la Realidad.
Jullien nos enseña que estas disciplinas son para “saborearlas”, para dejar que su insinuación se extienda discretamente en nosotros como una “mancha de aceite”, y nos transporte hacia facetas más amplias que todavía no han sido concebidas. Se puede afirmar así que China ha buscado una palabra que no habla, que evoca sin significar, que deja ver sin representar.
El sabio y el arte actúan así porque entienden que la comprensión no se puede forzar. Para que una semilla germine hay que proporcionarla calor, humedad y luz. La comprensión se produce igual, indirectamente. Es cuestión de latencia. Es la reflexión es medio que favorece la maduración.
La comprensión tiende a manifestarse sin que sea necesario preocuparse por ella, ni pensar en ellas. Sin tener que poner esfuerzo o atención. Es un fondo siempre dispuesto a emanar como cuando hemos practicado mucho tiempo con un instrumento y “eso” empieza a salir. La sabiduría llega por maduración.
Para el sabio chino este proceso no es algo “místico” o “misterioso”, ni una “iluminación” como hace la religión, es simplemente su forma de mostrar la “evidencia”. “No hay nada más visible que lo oculto” dice Jullien. No se trata de ver más allá, o de ver otra cosa, o de ver de otra manera. Se trata, al contrario, de ver lo que cualquier otro ve, y tal como lo ve, para captar la “evidencia”. El sabio no promociona una “verdad superior”, sino la liberación superior por ausencia de prejuicio.
El no apego, la vía del centro y el vacío mental contribuyen finalmente a que el sabio viva relajado, sereno, despreocupado, sin agitación. No se apega al mundo ni lo abandona, no se adhiere ni renuncia a él. El sabio no carece de verdad, sino de ideas.
About Pedro Jesús Jiménez Martín
Profesor Titular de Universidad. Facultad de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte (INEF). Universidad Politécnica de Madrid. Director del Proyecto de Investigación Cultura Física Oriental.