Annamalai Suami (1906-1995) nació al sur de la India. En 1928 se convirtió en alumno y asistente personal del famoso maestro indio Ramana Maharshi (1879-1950), ligado ala tradición del Vedanta Advaita.
A mediados de los años 40, Maharshi le aconsejó que renunciara a sus responsabilidades en su ashram para dedicarse en exclusiva a meditar en la soledad de la Comunidad de saddhus llamada Palakottu, en el límite de los terrenos del ashram. Incluso le ordenó que no fuera más a verle dentro del ashram.
Annamalai se instaló en una cabaña y mantuvo contacto con su maestro cuando este le visitaba en su paseo diario. Allí estuvo poniendo en práctica las enseñanzas de su maestro, y después, transmitiendo su sabiduría, hasta su muerte a los 89 años.
Dentro de las enseñanzas de este maestro hay que destacar aquellas en las que aconseja no caer en técnicas “espirituales” que basen sus métodos en el trabajo con el mental. La razón es simple: para él la mente son sombras y, por tanto, querer controlar la mente no es más que caer en la ilusión de “las sombras que persiguen sombras”. Del mismo modo entendía que todas aquellas prácticas que intentan eliminar la mente tampoco tienen sentido porque en el fondo mantienen la creencia de que la mente es algo real.
Bajo esta visión, consideraba
que los pensamientos no deberían robar la atención del practicante. Annamalai
dice que el pensamiento son imágenes sin substancia, imágenes que van y vienen
y cambian constantemente sin más. ¿Para qué controlar el pensamiento si el
pensamiento es vacío? La actitud que propone respecto a la mente es dejarla
estar. La mente siempre está con nosotros porque es parte de nuestro estar en
el mundo.
¿Cuál es entonces su enfoque de
trabajo? Dirigir
la mirada hacia dentro e investigar e instalarse en el lugar en que se origina cada
pensamiento. Ese lugar de “silencio”, de “quietud” que hay en nuestro interior
y que permanece en paz y tranquilidad. Para él, esto es el “Ser”. Algo original
alejado de las sombras del pensamiento.
Cuando uno se instala en el
Silencio, experimenta como la mente es un proceso sin substancia. La mente deja
de existir y lo que queda es la conciencia en ese “silencio” previo a la mente.
Para instalarse en ese silencio
es maestro recomendó la “auto-indagación” sin cesar y el compromiso de
establecerse en el Ser con un esfuerzo firme y determinado. El maestro decía
que llevamos tantas vidas en la ignorancia que las creencias han arraigado y es
necesario hacer un esfuerzo potente para poder liberarte de ella, enfrentándose
una y otra vez a los hábitos y creencias que la sostienen.
Respecto al cuerpo lo consideró
un vehículo que se debe cuidar, pero al que no hay que aferrarse.
Por último, es interesante
destacar las indicaciones que ofreció sobre lo que para él son errores
que se cometen la meditación. Por ejemplo, creer que el trabajo meditativo
consiste en un horario y en sentarse en una postura y cerrar los ojos. Para
este maestro la meditación debe convertirse en un proceso ininterrumpido y
conectar con el Ser al comer, al andar, al hablar. Hay que meditar sin cesar.
Respecto a la postura meditativa también advirtió que si uno permanece mucho tiempo sentado, sin mover el cuerpo, la mente termina embotándose, y así recomendó meditar caminado, e incluso indicó el acierto de algunos practicantes de bailar y cantar.
Profesor Titular de Universidad. Facultad de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte (INEF). Universidad Politécnica de Madrid. Director del Proyecto de Investigación Cultura Física Oriental.
Profesor Titular de Universidad. Facultad de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte (INEF). Universidad Politécnica de Madrid. Director del Proyecto de Investigación Cultura Física Oriental.
“Sentarse en zazen es el único gran asunto. Es
el auténtico sello que es recibido y transmitido de uno en uno”
CARACTERÍSTICAS IDENTIFICATIVAS DE LA ESCUELA SŌTŌ ZEN
Dōgen defendió que su enseñanza era la “auténtica”
y “original” compartida desde su importación de la India a China, y con él, a
Japón. De hecho, defendió que la esencia del zen nada tenía que ver con
el taoísmo, por la simple razón de que esta enseñanza surgió en la
India, no en China, y que allí la enseñanza se consideró desde su inicio
completa. El Zen no necesitaba de otras enseñanzas para alcanzar su
meta.
Bajo esta perspectiva Dōgen criticó a todos aquellos maestros que
afirmaban que las enseñanzas de Lao Zi, Zhuang Zi y Bodhidharma
eran lo mismo o que eran las tres patas de un trípode y, por tanto,
dependientes.
Para él, su época englobaba un periodo de
corrupción de las enseñanzas en el que muchos “supuestos” maestros simplemente
leían y hablaban sin verdadera comprensión y dificultaban la comprensión entre
los correcto y lo incorrecto.
Dōgen también se mostró contrario a todas aquellas
prácticas basadas en la simple lectura de sutras, la adoración de
estatuas, la quema de incienso, realizar postraciones, recitar el nombre de Buda,
etc., típicos en su época. Su razonamiento fue sencillo: ¿Qué tiene que ver
esto con el trabajo que tuvo que hacer Buda para llegar a la comprensión?
Dōgen fue crítico incluso con la noción de la
existencia de una secta Zen. Según lo que le habían transmitido, ningún
maestro del “auténtico” linaje había utilizado ese nombre y tampoco existía un
método “añadido” al transmitido por los budas y patriarcas, un método zen.
Para Dōgen
querer defender el nombre de una escuela respondía simplemente a la rivalidad
entre maestros que no han comprendido.
En este aspecto, Dōgen se consideró a sí mismo como un “elegido”.
De hecho, nombra en su obra como su maestro expulsó a mucha gente de su templo
porque buscaba personas genuinas y cómo él tuvo permiso para entrar a libre
voluntad en el santuario del maestro. Sin embargo, en su obra también afirmó que
la transmisión se realiza entre los elegidos sin que ellos mismos lo sepan.
Según Leighton (2006), el aspecto esencial
que caracterizó y diferenció el método de Dōgen de la escuela Rinzai,
fue su defensa de que el camino para alcanzar la Mente Original no
consistía en recorrer paso a paso diferentes fases o estadios. Para él el zazen
era la propia encarnación de la Conciencia Despierta, la expresión “aquí y
ahora” de estado iluminado, sin necesidad de pasos. Zazen era el
resultado final.
Dōgen
entendía que la iluminación no era algo que sucede en el futuro con la
práctica, algo a buscar. Para él, la Mente Original siempre ha estado
presente dentro de nosotros y era algo a reencontrar.
En este aspecto, el zen de Dōgen presenta
muchas similitudes con el budismo esotérico Tendai y Shingon, en
donde se defendía la posibilidad de convertirse en un Buda en esta vida
y con este cuerpo. De hecho, Dōgen también hablaba de llevar la “Mente
Búdica” a la vida cotidiana.
Por último, añadir que al pregonar que la esencia
de la práctica era “simplemente sentarse”, también se quiso alejar de todo el
trabajo intelectual que engloba la escuela Rinzai a través del koan
y la entrevista con el maestro.
ZAZEN
Como se ha desatacado antes, las enseñanzas
del maestro Dōgen se enfocaron en zazen, sentarse a meditar. La
primacía del trabajo del zazen sobre la comprensión intelectual la
fundamentó en varios razonamientos:
1) Bodhidharma enseñó zazen. Esto
lo demostró con los 9 años de meditación que pasó frente a un muro. Cuando lo
hizo no era porque estuviese aprendiendo meditación, era porque el camino, la
enseñanza, era zazen.
2) Su maestro en China afirmó que nunca había
escuchado que ningún patriarca de los que recibieron la auténtica transmisión
hubieran realizado prácticas adicionales al zazen.
3) La búsqueda de la verdad a través del
mental es insuficiente porque este sólo trabaja con el pensamiento y la
discriminación, y lo que se pretende alcanzar está más lejos del pensamiento y
la discriminación. De hecho, Dōgen declaró que no hay en nosotros una
mente que valga la pena.
El camino para experimentar la “Mente
Original” en Dōgen nace de la corporalidad, de la postura de zazen.
Para él, la postura es la clave que facilita todo el proceso. La postura y nada
más, porque para él la postura y la experiencia no son dos estadios.
Para aprender un auténtico zazen, o cómo
se clarifica la mente y se realiza la “Verdad”, Dōgen aconsejó:
1) Encontrar un
buen “consejero”. Un maestro que tenga la enseñanza genuina, y
no la artificial del ciego que trata de guiar a otro ciego. Dōgen creía
fundamental disponer de la guía de un maestro competente porque consideraba que
aunque los sutras y la “inteligencia innata” podían aportar la semilla
de la “Mente Original”, después es necesario cultivarla, entender sus
implicaciones, e investigar sin excepción la “Verdad”, y aquí, es necesaria la
ayuda de un maestro.
2) Estudiar los
sutras. Algo que consideraba evidente cuando se investiga
cómo en determinadas ocasiones los patriarcas budistas se apoyaron en ellos en
su camino. Además, Dōgen explica que los sutras se utilizaron
como un medio para llevar las enseñanzas a los practicantes más allá del tiempo
y del espacio geográfico que ocupen. (Un buen “consejero” debía ser también una
persona exhaustivamente versadas en los sutras).
MENTE ORIGINAL
¿Qué es la Mente
Original para Dōgen? Un estado introspectivo que asoció al vacío
(ku). Una palabra que alude a un estado de conciencia “desnudo, liso, desprovisto,
tal como es”.
Un estado en el que no hay ni forma, ni
sensación, ni percepción, ni volición, ni conciencia, ni ignorancia ni cese de
la ignorancia, ni vejez ni muerte, ni karma, ni felicidad, ni dolor, ni
sabiduría, ni iluminación, ni dualidad. Un estado más allá del pensamiento, la
voluntad, la conciencia, la atención plena o la reflexión.
Para Dōgen, esta “Mente Original” no
es algo a descubrir. Es algo a “reencontrar” en el interior porque siempre ha
estado ahí. La naturaleza búdica para Dōgen es algo que existe de manera
natural en la persona. Sin embargo, también advirtió que la Mente Original
no debe considerarse una posesión exclusiva del hombre. El estado del Buda
también puede ser compartido con cualquier ser vivo.
En cuanto a la relación de este Vacío Original
con la manifestación, Dōgen asumió una posición dualista. La Mente
Original y el mundo manifestado son diferentes. “Mientas experimentas un
lado estamos ciegos para el otro”. Si estás en el vacío estás en el vacío,
si estás en el mundo todo es real.
Bajo esta visión, sus enseñanzas no se
centraron en el trabajo exclusivo de investigación sobre la Mente Original,
también aportó pautas de conducta éticas para desenvolverse en el mundo de la
manifestación.
Por un lado, Identificó como actitudes
correctas: tener pocos deseos; conformarse con lo que se tiene; disfrutar de la
tranquilidad; apartarse de la vida social; practicar la diligencia; realizar
buenas acciones; no perder la atención plena; practicar zazen
regularmente; practicar la sabiduría; y, no participar en discusiones ociosas;
además de fomentar actitudes desprendidas como la generosidad, la cooperación,
la compasión, el discurso amable, que alejan del ego personal. Dōgen era
partidario de llevar una vida de retiro para “cultivar” y el estado de la “Mente
Original”.
En el lado complementario, también habló de
evitar la ira, la codicia, el deseo, la arrogancia, la ignorancia, la
indolencia, la negligencia, la desconfianza, el desprecio, el descaro, el deseo
de adulación, la hipocresía, la mezquindad, la envidia, la aflicción, la
hostilidad, la picardía, la duplicidad, la somnolencia, el remordimiento, etc. Evitarlos
porque estas actitudes instalan más a la persona en el ego y la alejan de la
actitud de desprendimiento que se necesita para acercarse a la Mente
Original. En esta misma línea, también fue defensor de la disciplina en la
higiene y a limpieza, como metáfora de querer purificarse de la pereza, la
desidia, la no implicación.
CONSEJOS EN LA
PRÁCTICA
1.- Investigar el
estado de la Mente Original. Para Dōgen la práctica no buscaba
simplemente “experimentar” el estado de la Mente Original. Animaba a trabajar
con ella, a investigar sobre las implicaciones de ese “Vacío Original”
como método para afianzar la frecuencia y la comprensión de ese estado
introspectivo.
Investigar lo que suponen las causas de la
ignorancia, la acción, la conciencia, el nombre y la forma, los sentidos, el
sentimiento, el deseo, el apego, la vergüenza, el tiempo, el nacimiento, la
muerte, etc. cuando se observan desde la Mente Original.
2.-No
buscar nada especial en la práctica. Si la Mente Original es vacío (ku),
entonces no corresponde a ningún estado de conciencia especial a alcanzar o a
custodiar. En cuanto uno se adentra en el vacío ya está en la verdad.
De esta manera, recordaba al practicante que
no tiene que esperar ninguna experiencia fuera de las que se tienen normalmente
en la práctica de zazen. La práctica es en sí misma el estado original
directamente accesible a la experiencia.
Bajo esta premisa Dōgen advirtió del
error de apegarse a palabras como “iluminación”, “iniciado”, “estado
búdico”, “devenir”, “no-hacer”, o a la promesa de conseguir poderes
místicos (siddhis).Estas nociones le encantan al ego, pero el
vacío está más allá de conceptos.
Del mismo modo, Dōgen también advirtió
de no apegarse tampoco a sentarse a hacer zazen. Dōgen animaba a investigar
tranquilamente, al sentarse, qué pretende uno al hacer zazen. Para él, aferrarse
a la forma sentada era no haber realizado el principio de sentarse.
Cuando uno se instala en la Mente Original
descubre que todos estos conceptos son ilusiones, que en realidad nunca ha
habido nada como “escuchar enseñanzas” o “practicar zazen”. “Sin
intención, la mente está correcta. Con intención la mente se vuelve
equivocada”.
3.- No trabajar
desde el mental.Dōgen
veía insuficiente el trabajo con la mente ordinaria al considerar que es
imposible pensar sobre el estado del “no-pensar”. Pará él había que cultivar
mejor la paz de la mente, el estado de quietud, el estado tranquilo-tranquilo. “Hay
un estado en que las huellas de la realización se olvidan y se manifiestan las
huellas de la realización olvidada por mucho, mucho tiempo”.
Si la Mente Original es un estado en
el que no hay ni sensación, ni percepción, ni conciencia, ni sabiduría, ni
iluminación, ni dualidad. Un estado más allá del pensamiento, la voluntad, la
conciencia, la atención plena o la reflexión para adentrarse en ella hay que olvidarse
de uno mismo, de nuestro cuerpo y de nuestra mente.
Referencias
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Profesor Titular de Universidad. Facultad de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte (INEF). Universidad Politécnica de Madrid. Director del Proyecto de Investigación Cultura Física Oriental.
Profesor Titular de Universidad. Facultad de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte (INEF). Universidad Politécnica de Madrid. Director del Proyecto de Investigación Cultura Física Oriental.
El periodo Kamakura se podría definir en el contexto religioso como una etapa de transformación, renovación y enriquecimiento de las opciones religiosas de un país que se enfrentaba a una profunda crisis social debido a tres factores clave: 1) la transformación radical de las estructuras de gobierno que se conocían hasta el momento por el ascenso al poder de la clase guerrera; 2) la incertidumbre de creer que se estaba en el periodo final de la enseñanzas budistas; y 3) el miedo provocado por las devastadoras catástrofes naturales que hubo en esta época.
El periodo Kamakura impuso por primera vez en la historia del país que el poder quedase dividido entre la familia imperial y la aristocracia cortesana, instalada en Kyoto desde hacía 400 años, y la casta militar, recién llegada y que prefirió ejercer sus funciones desde la ciudad de Kamakura.
Esta realidad política se polarizó en el ámbito religioso en dos luchas de interés: 1) la familia imperial y la familia Fujiwara preocupadas por mantener el control eclesiástico a través del nombramiento de los monjes que ocupaban los altos cargos, y 2) la clase guerrera interesada en conseguir el respaldo religioso para legitimar su nueva posición de poder.
La polaridad política contribuyó a una relajación de las medidas de control que hubo hasta el momento sobre el clero. Si la familia imperial se había encargado hasta la fecha de controlar el sacerdocio imponiendo códigos oficiales que determinaban las conductas permitidas y prohibidas y exigiendo una ceremonia de ordenación estatal para entrar en la vida monástica, ahora y bajo la protección y el mecenazgo de la clase guerrera, se instauró un modelo monacal de monjes “solitarios” (tonseiso, 遁世僧) y sus seguidores. Monjes que actuaban al margen de las instituciones religiosas de Nara y de Kyoto, y que fundaban sus propias escuelas, elegían a sus discípulos, aceptaban a personas laicas (incluidas mujeres y personas “impuras” como los leprosos), enfocaban su enseñanza espiritual en sus fervientes seguidores (en vez de rezar por el bienestar de la familia imperial y la nación) y organizaban sus propias ceremonias de ordenación.
Por otro lado, y desde principios del periodo Kamakura, empezó a ganar peso entre la comunidad budista la idea de que estaban inmersos en la etapa del declive final de las enseñanzas budistas experimentando una gran incertidumbre sobre su supervivencia futura.
La fuente que contribuyó a fomentar esta inquietud fue la obra La luz del último Dharma (Mappō tomyoki, 末法燈明記) atribuida supuestamente a Saicho (el fundador de la escuela budista esotérica Tendai). Un texto se convirtió en motivo de referencia y discusión para los monjes que lideraron los nuevos movimientos religiosos budistas que caracterizaron a este periodo.
La sensación apocalíptica se vio además reforzada por los múltiples y numerosos desastres naturales que tuvieron lugar en esta época. Existen registros que narran que entre los años 1200-1300 hubo numerosos terremotos en Kamakura, alguno precedido de tsunami, siendo los más devastadores los que ocurrieron en los años 1241, 1257 y 1293 (este último llegó a matar a más de 23.000 personas).
También hay documentos que narran tres devastadoras hambrunas: Yōwa (1180-1182), Kangi (1229-1232) y Shōka (1257-1260), que diezmaron a la población japonesa como consecuencia de olas de frío extremas, tifones y lluvias que arrasaron cosechas y ciudades (parece ser que en este fue especialmente sensible el periodo entre 1225 y 1233), así como epidemias de viruela que afectaron gravemente a la natalidad infantil entre 1224 y 1243 (Farris, 2006).
Tampoco hay que olvidar que, estos años, Japón vio posible la invasión del país por parte de las fuerzas mongolas y que se consideró que fue un viento divino (kamikaze) el que supuestamente salvó a Japón del desastre.
A la hora de profundizar en el estudio de la religión durante el periodo Kamakura debemos superar un primer obstáculo: el eclipse que ejercen las nuevas corrientes budistas que florecieron en esta época sobre el resto de tradiciones religiosas existentes en ese momento en el país.
En muchos textos, este momento histórico aparece descrito exclusivamente en términos del nacimiento y desarrollo de los movimientos religiosos de la Tierra Pura (浄土, Jōdō) liderados por Hōnen (法然, 1133,-1212), Shinran (親鸞, 1173-1263) e Ippen (一遍, 1239-1289), el budismo zen de la tradición Rinzai y Sōtō de Eisai (栄西, 1141-1215)y Dōgen (道元, 1200–1253), y la Escuela del Loto (法華宗) de Nichiren (日蓮, 1222-1282). Sin embargo, lo cierto es que estos movimientos experimentaron en esta época las mismas limitaciones que tuvo que sufrir el budismo esotérico Tendai y Shingon cuando llegaron por primera vez a Japón en el periodo Heian: un protagonismo reducido que tendría que esperar a tiempos posteriores para poder llegar a convertirse en las auténticas escuelas con nombre propio que conocemos.
BUDISMO
Durante el periodo Kamakura el budismo tradicional Nara, Tendai y Shingon siguió manteniendo un gran poder de influencia y una posición central en la vida religiosa del país, además de experimentar un importante proceso de renovación interna mediante las aportaciones de diferentes personajes.
Eichō (1012-1095), Zōshu (1104-1180), Jōkei (1155-1213) y Ryōhen (1194-1252) de la escuela Hossō; Eizon (1201-1290) y Ninshō (1217-1303) de la escuela Ritsu; Myōhen y Chōzen (1217-1297) de la escuela Sanron; o Myōe (1173-1232), Shūshō (1202-1292) y Gyonen (1240-1321) de la escuela Kegon, fueron monjes que instauraron importantes reformas en la formación, prácticas y funciones de las escuelas budistas tradicionales de Nara.
Con ellos, el budismo Nara regresó a los preceptos budistas restableciendo una pureza espiritual que estaba en declive, pero también, se desarrolló todo un movimiento enciclopedista y de estudios históricos de las enseñanzas del budismo en Japón, que contribuyó a la sistematización y ordenación de las diferentes doctrinas budistas, y por primera vez en su historia, a la redacción de las biografías de los monjes más eminentes en el país.
Fue el budismo esotérico Tendai el quedó estancado en la corrupción monástica, el secretismo que imperaba entre las ramas internas de la escuela y la necesidad de mantener el patrimonio y estatus quo adquirido. Crisis que queda patente cuando se observa que los monjes que crearon los nuevos movimientos religiosos de la época empezaron su vida monástica en esta escuela pero pronto la abandonaron desencantados en busca de nuevas ideas.
Los monjes que aportaron nuevos aires a esta escuela fueron Kakuzen y Shocho (1205-82), con su labor enciclopédica de recopilacón de las ceremonias rituales de estas escuelas.
En cuanto al Shugendō (修験道), ligado a las prácticas ascéticas en las montañas, fue en estas fechas cuando consiguió organizarse estructuralmente y logró establecer las dos primeras agrupaciones shugenja llamadas Hōnzan y Tōzan. La primera, en la región de Kumano, estuvo ligada a la tradición esotérica Tendai con el temploShōgoin en Kyoto a la cabeza, y la segunda, en la región de Yoshino a la tradición esotérica Shingon con el templo Daigoji en Kyoto como cabeza.
NUEVAS INTERPRETACIONES BUDISTAS
El periodo Kamakura se define como una etapa de alejamiento por parte de los guerreros y la población de los complejos rituales del budismo esotérico Shingon y Tendai, para acercarse a nuevas interpretaciones religiosas más sencillas, prácticas y cercanas al pueblo.
También se interpreta como un momento en el que asumió el protagonismo la distinción entre dos vías de evolución espiritual: Jiriki o la salvación a través del esfuerzo personal canalizado a través de entrenamientos ascéticos y meditación que caracterizaba al budismo Nara y el budismo esotérico Tendai y Shingon, y Tariki o la salvación a través de la intervención de la gracia divina de un Buda, un Bodhisattva o un Sutra que caracterizó a los nuevos movimientos budistas.
En particular, los nuevos cultos religiosos que adquirieron el interés social en esta época fueron:
– El Budismo Zen. Aunque el zen ya había sido introducido en Japón dentro de la escuela esotérica Tendai en el Periodo Heian, en esta época esta tradición asumió cierto protagonismo gracias a dos monjes: Eisai (1141-1215), representante de una escuela Rinzai que se caracterizaba por el uso del koan (preguntas irracionales en el camino al despertar de la conciencia) y por el desarrollo en sus monasterios de la jardinería, la caligrafía y la pintura zen; y Dogen (1222-1282), representante de la escuela Sōtō que se enfocaba en la práctica del zazen como camino para alcanzar el despertar.
– Los cultos albuda Amida. Algunos monjes de la escuela Tendai, decepcionados por la corrupción, el estancamiento y la complejidad ritual de esta escuela decidieron abandonarla para buscar fórmulas de culto más sencillas y accesibles a toda la población. Figuras como Honen Shōnin (1133-1212) fundador de la escuela budista de la Tierra Pura (Jōdo Shū) cuya técnica de salvación era básicamente la recitación del nombre (nembutsu)y la devoción hacia el buda Amida; Shinran Shōnin (1173-1262), discípulo de Honen y fundador de la escuela budista de la Verdadera Tierra Pura (Shin Jōdo Shū) en la que también se consideraba que la salvación sólo podía darse por la gracia de Amida Buda y no el trabajo personal; o IppenChishin (1239-1289) que creó la escuela budista de la Oportunidad (Ji Shū) en línea con las escuelas anteriores.
– La Escuela del Loto (Hokke Shū) creada por Nichiren (1222-1282) desarrolló un acercamiento político de la religión bajo una visión muy intolerante, militarista y nacionalista que defendía que la única fuente de salvación estaba en el Sutra del Loto.
Este nuevo budismo no fue muy bien aceptado en esta época. En el año 1200 el gobierno Kamakura ordenó la expulsión de los seguidores de Honen; en el año 1204 la escuela Tendai se movilizó para que se aboliesen las enseñanzas de Honen; y en el año 1206, el templo Kōfuku de Nara también persiguió a Honen y sus seguidores con el resultado final de la sentencia a muerte de varios seguidores de este maestro y el exilio de Honen, Shinran y otros seguidores del nembutsu.
El budismo zen también tuvo sus detractores. En particular, hubo un movimiento de la escuela budista esotérica Tendai contra la escuela Daruma por sus ideas de rechazar el resto de prácticas y tradiciones, igual que también se enfrentó sin éxito contra Eisai u obligó a Dogen a establecerse lejos de Kyoto para evitar el enfrentamiento.
Nichiren también padeció el mismo trato debido a su fuerte personalidad y sus críticas al budismo tradicional, el nembutsu, el zen y al propio gobierno. Primero fue expulsado de la provincia de Izu, en la actual prefectura de Shizuoka en 1261, y después en 1271, fue exiliado a la isla de Sado, en la prefectura actual de Niigata.
SHINTŌ
En el periodo Kamakura apareció la primera referencia sobre cómo se pronunciaban los ideogramas que asociamos hoy al shintō. En la obra Konjaku Monogatari fechada en el siglo XII, queda explicito que la pronunciación utilizada en esta época era jindō. La palabra shintō como tal aparecerá más tarde, en el año 1419, cuando el monje Ryōen de la escuela budista Tendai especificó en un escrito que había que leer los ideogramas como shintō y no como jindō.
A nivel institucional, la división de poderes que se creó en este periodo entre la corte imperial y gobierno militar fracturó el sistema de administración centralizado de los santuarios que se había instaurado en el periodo Heian, de modo que el shogunato militar creó su propia red de santuarios alrededor del santuario principal de Tsurugaoka Hachiman (鶴岡八幡宮)
Otro suceso clave que contribuyó a potenciar el culto a los kami y la peregrinación a sus santuarios en el periodo Kamakura fue el intento de invasión del país por parte de las tropas mongolas en 1274 y 1281. Bajo esta amenaza los gobernantes patrocinaron todo tipo de rituales, ceremonias y peregrinaciones para asegurar la victoria de Japón, y tras el hundimiento de la flota mongola por un tifón enviado por los dioses (kamikaze), Japón pasó a considerarse una “tierra protegida por los dioses” (shinkoku).
En la dimensión filosófica, el suceso que marcó la evolución de esta tradición religiosa fue la transformación de la visión negativa que tenía el budismo del jindō como espíritus-deidades (kami) conflictivas que obstaculizaban la expansión del budismo en el país, a la interpretación de los kami como avatares o manifestaciones de las deidades budistas en lo que se conoce como la teoría Honji Suikaku (本地垂跡). La persona que popularizó por primera vez esta idea fue Oe no Masafusa (1041-1111).
En este momento, los kami empezaron a ser venerados como entidades capaces de obrar milagros, otorgar favores mundanos, proteger a las personas virtuosas, e incluso otorgar la salvación del devoto y bajo este referente los kami fueron diferenciados en tres niveles jerárquicos según el tipo de iluminación alcanzado: los kami conscientes de su iluminación original (hongakushin, 本覚神), los kami que estaban en el camino de conectar con su iluminación original (shikakushin, 始覚神) y los kami que eran ignorantes de su iluminación original (fukakushin, 不覚神).
Las tres corrientes principales que estuvieron en el núcleo de todas estas ideas fueron: el Sannō Shintō (山王神道) o Hie Shintō (日吉神道) de la escuela Tendai, el Ryōbu Shintō (両部神道) de la escuela Shingon, y el Ise Shintō (伊勢神道) del linaje Watarai (度会) responsable de cuidar el santuario externo de Ise.
A finales del periodo Kamakura el culto jindō se empoderó y pasó a considerar que los budas representaban una iluminación inferior y los kami una iluminación superior. La razón hay que buscarla en que en estas fechas se empezó a especular sobre los orígenes cosmológicos taoístas de la creación para determinar cuál era el estado primordial o anterior que precedió a la aparición de buda y la creación. Bajo este referente se empezó a defender que los kami eran esa energía primigenia, y que por tanto representaban la esencia original a la que había que regresar.
Referencias Bibliográficas
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Profesor Titular de Universidad. Facultad de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte (INEF). Universidad Politécnica de Madrid. Director del Proyecto de Investigación Cultura Física Oriental.
Las prácticas tradicionales enfocadas al cuidado de la salud y la longevidad (conocidas en China como Yangsheng) fueron identificadas en la tradición japonesa bajo el término de Yōjō desde muy temprano.
En este apartado se hace una descripción resumida sobre la evolución histórica de estas prácticas en Japón hasta el periodo medieval japonés según el trabajo realizado por Drott (2010).
La
primera referencia escrita en la que se hace mención a la llegada de la
medicina continental a Japón aparece en las obras “Crónica de los Asuntos
Antiguos” (Kojiki. 712 d.C.) y “Crónicas de Japón” (Nihon Shoki.
720 d.C.). En ellas se menciona la llegada al país de un médico coreano
procedente del reino de Silla en el año 414 d.C.
Tras
la llegada de aquella persona, Japón pronto acogería a más médicos desde Corea (la
mayoría de los cuales pertenecieron al clero budista) e implantaría una
política de intercambios con China, en los cuales, los monjes budistas
japoneses pronto empezaron a jugar un papel importante en la transmisión de los
conocimientos médicos del continente.
Desde
un punto de vista estrictamente sanitario, se puede afirmar que, desde los
inicios del periodo Heian (794-1185), Japón creó instituciones oficiales
para incorporar el conocimiento médico del continente y apostó por establecer
la medicina china tradicional como el sistema médico oficial de la corte.
En
particular, el sistema legal Ritsuryō prestó especial atención a crear
la Oficina Farmacéutica Externa (Geyaku-ryō o Tono-Kusuri no
Tsukasa) junto a la Oficina Farmacéutica Interna (Naiyaku-shi
o Uchi no Kusuri no Tsukasa) dirigidas al cuidado de la salud imperial,
que después serían suplantadas por el Instituto de Medicina (Ten´yakuryō)
encargado de formar médicos y dar servicios a la capital.
Otra
de las instituciones que también jugó un papel importante en este sentido fue
la Oficina Yin-Yang (On´yōryō) en la que se incorporaban
conocimientos chinos de geomancia, cálculos astronómicos y predicciones.
Desde
el punto de vista la profesión médica, se puede resaltar que a mitad del
periodo Heian, la medicina oficial estuvo controlado por las familias Tanba
y Wake. Dos familias que guardaron celosamente sus conocimientos y que centraron
su atención en la corte imperial y sus aristócratas.
Sin
embargo, la medicina también fue ejercida con un importante papel por los
monjes budistas. Como se ha indicado antes, los monjes budistas habían sido la
primera puerta de entrada del conocimiento continental antes de que surgiese el
sistema médico oficial y siguieron guardando este mismo papel cuando se
clausuraron las misiones diplomáticas con China en el siglo IX.
Se
puede considerar que la asociación del budismo con la salud surgió en Japón desde
el primer momento en que se introdujo esta religión en el país en el año 552
d.C. dentro del periodo Asuka (552-710 d.C.).
Tras
la llegada de la primera estatua de Buda y de los primeros sutras envidados
por el rey de Paekche (Corea) pronto sobrevinieron una serie de
epidemias que se asociaron al maltrato a las imágenes budistas y la destrucción
de un templo de esta religión por parte de los defensores del culto local Shinto,
que veían amenazados sus intereses.
Introducido
el budismo, en el periodo Nara (710-794 d.C.), las diferentes
escuelas budistas pronto empezaron a desarrollar diferentes formulas de oración
(dharani) y encantamientos para ayudar a curar a los enfermos,
especialmente de la clase noble o la familia imperial.
En
la obra Shoku Nihongi se indica la existencia en este periodo de un
total de 126 “maestros meditadores sanadores” (kanbyō zenji) que se
reclutaron, por ejemplo, para devolver la salud al Emperadorretirado
Shomu. De todos ellos, uno de los más famosos por su papel histórico, fue
el monje Dōkyō. Un monje que supo ganarse la atención de la Princesa
Shōtoku con sus habilidades médicas y que llegó a acaparar tal grado de
poder e influencia que el Emperador tuvo que trasladar la capital del país desde
Nara a Heian-kyo (la actual Kyoto) para poder escapar de la
influencia del clero budista sobre la corte.
Con
la implantación del budismo tántrico en el país en el periodo Heian
(794-1185), los monjes de las escuelas Tendai y Shingon empezaron
a desarrollar numerosos rituales esotéricos en los que se utilizaba el sonido
de tambores, el fuego, los mantras y la imaginería para favorecer la curación y
longevidad de sus patrones aristocráticos, además de asegurar la protección del
Estado.
En
estos tiempos, los monjes que ejercían la medicina empezaron a conocerse como
“monjes-doctores” (sōí, isō, ishihōshi) y se caracterizaron por elaborar
conocimientos médicos que unían las fórmulas y teorías médicas del continente con
las ideas extraídas de las escrituras budistas. Monjes que utilizaban tanto las
plantas medicinales, como la moxibustión y la acupuntura, además de conjuros y
mantras.
En
este periodo, las obras médicas más importantes que nos han llegado en donde se
relatan como eran las prácticas de salud y longevidad (yangsheng) en
Japón son: el Ishinpō (984), Ton´ishō (1303), Fukudenhō
(1362-67), Chōseiryōyōhō (1184) o Kissayōjōki (1212).
El
contenido de estas obras no sólo coincide con los temas tratados en el
continente: ejercicio físico, ejercicio respiratorio, dietética, hierbas
medicinales, meditación, visualización, hábitos saludables de vida, también con
la filosofía subyacente que explicaba el proceso de envejecimiento en términos
de un “gasto” gradual del soplo vital o la “disipación” de las fuerzas que
animan el cuerpo, y que aconsejaba armonizar el yin y el yang dentro
del cuerpo; seguir los ciclos cosmológicos, llevar una vida tranquila; ser
moderado en las actividades, en el comer y en el beber, en el sexo; y descansar
con regularidad.
Ishinpō o Prescripciones Médicas Esenciales
Esta
obra, compilada por Tanba no Yasuyori, presta una gran atención a las
prácticas asociadas a la cultura Yōjō (yangsheng en chino) utilizando
varios capítulos para hablar sobre ejercicios de longevidad, consejos para regular
la conducta, o técnicas para preservar la “esencia vital” personal en la alcoba
(incluida la retención del semen).
En
ella se puede rastrear una fuerte influencia de la teoría médica y las
creencias religiosas chinas de la época y así, los órganos internos aparecen
asociados a conceptos taoístas como las almas celestes (hun en chino), las
almas terrestres (po en chino), el espíritu (shen en chino), o la
esencia (jing en chino).
Chōseiryōyōhō
Esta
obra se asocia a Rengi, un personaje cuya identidad todavía es un
misterio, si bien Drott (2010) afirma que pudo ser el nombre budista que adoptó
Tanba no Noritomo, un médico de la corte y hermano menor de Tanba no
Shigemoto, la cabeza del Instituto de Medicina.
La
obra originalmente comprendía 20 fascículos de los cuales actualmente quedan
dos y en los cuáles se habla sobre: técnicas para hacer circular el qi (doin
en japonés), cómo preservar los espíritus del cuerpo recitando sus nombres (shokushin); cómo incrementar
la inteligencia y potenciar los sentidos; métodos para eliminar los tres
agentes que traen la muerte; instrucciones sobre cómo perfumar la ropa y a uno
mismo; y consejos sobre cómo arreglar el hogar.
Este
documento hace referencia a la obra china Yanshou Chishu (Enjusekisho
en japonés) y su filosofía muestra grandes paralelismos con las prácticas
de visualización del movimiento taoísta de la Gran Claridad (Shanqing),
animando a recitar los nombres de los seres espirituales que residen en el
cuerpo a diferentes horas del día (medianoche y entre las 3 y las 5 de la
mañana particularmente) para convocarlos o impedir que abandonen el cuerpo, y
así curarse o evitar la enfermedad.
Kissayōjōki
Esta
obra se atribuye a Myōan Eisai, y en ella, su autor hace una
recopilación de todas las técnicas terapéuticas que recopiló en sus viajes a
China en 1168 y 1187. En ella se desarrollan prácticas de corte exclusivamente budistas
paralelas a las fórmulas clásicas de la medicina tradicional china.
Prácticas
supuestamente en línea con los textos esotéricos traducidos por Subhākārasimha
(Zenmui japonés) en los que se utilizan mantras y oraciones (dharani)
para purificar el karma y obtener poderes (siddhis en sánscrito, shijji
en japonés) que ayudaban supuestamente a evitar las calamidades, la enfermedad
y prolongar la vida.
Aunque
Eisai es conocido por introducir en el país las escuela Rinzai del
budismo Zen, su asociación con el budismo esotérico parte de que este
había sido primero ordenado monje Tendai y por tanto, había recibido
numerosas iniciaciones esotéricas, llegando incluso a crear su propio linaje
que llamó Yōjō Ryū.
El
trabajo contiene dos secciones. En ellas se ensalzan los poderes terapéuticos
del té y su supuesta capacidad para potenciar la longevidad (al nutrir al
corazón, el órgano más importante y hogar del espíritu); la eficacia de los
preparados con plantas medicinales, con especial mención al jengibre y la morera;
y se indican las correspondencias entre las cinco vísceras internas y elementos
de la cosmología budista esotérica como los cinco budas de la sabiduría, los bodhisattvas,
sus mudras y sus mantras semilla.
Es
interesante observar cómo:
Víscera
Dirección
Buda
Bodhisattva
Kongokai
Mudra
Mantra
Hígado
Este
Ashuku (Aksobhya)
Yakushi
Diamante
dōko
A
Corazón
Sur
Hōshō (Ratnasambhava)
Kyokūzō
Joya
hōgyō
Trāh
Pulmón
Oeste
Muryōju (Amida)
Kannon
Loto
hachiyō
Hrih
Riñón
Norte
Shakamuni
Miroku
Karma
katsuma
Ah
Bazo
Centro
Dainichi Nyorai
Hannaya
Buda
goko
Vam
Eisai
diferencia entre la técnica kaji, como un método esotérico de trabajo
interno para curar, en la que se utiliza cuerpo, mente y palabra para experimentar
la resonancia personal no dual de los órganos con las deidades del Mandala;
y el uso de los sabores de los alimentos (dulce, ácido, picante, salado) para
reestablecer el equilibrio en los órganos como una forma externa e inferior de
terapia.
Es
interesante anotar que con la técnica del Kaji ya no se busca convocar a
los budas o invitarles a continuar residiendo dentro del cuerpo, sino que
servía para revelar al practicante la unión entre el cuerpo y los budas y
permitir al practicante sentir la resonancia que existen entre ellos.
Gorinkuji Myō Himitsu Shaku
Aunque
el “Comentario Esotérico sobre la Sabiduría de los Sonidos de los Cinco
Mandalas y las Nueve Sílabas”, elaborado por Kakuban en el año 1142 dentro
de la tradición del budismo esotérico Shingon, no tiene carácter médico,
se debe hacer mención de él porque representa un texto clave en la descripción
del cuerpo “interno” de la época en dónde se explica cómo trabajaban los monjes
en sus prácticas.
En
la obra se pueden establecer coincidencias con las ideas de Eisai, en
cuanto a que se trabaja a nivel “interno” con la correlación entre las cinco
vísceras, los cinco budas, los cinco sentidos, colores, direcciones,
estaciones, elementos, etc., (si bien, con una ordenación diferente a la que
estable Eisai en algunos casos), si bien con un objetivo diferente al
terapéutico: “convertirse en un buda en esta vida y con este cuerpo”, según
las enseñanzas esotéricas del monje Amoghavajra (Fukūkongō en
japonés) y el fundador del budismo Shingon, Kukai.
Aquí
el cuerpo se convertía en un Mandala, en un microcosmos que resuena con
la sabiduría iluminadora de Dainichi Nyorai, sobre el que se trabajaba a
través de mantras y visualizaciones para alcanzar la iluminación en esta vida.
Referencias Bibliográficas
Drott
E.R. (2010). Gods, Buddhas, and Organs. Buddhist Physician and Therories of
Longevity in Early Medieval Japan, Japanese Journal of Religious Studies,
37/2. 247-273.
Profesor Titular de Universidad. Facultad de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte (INEF). Universidad Politécnica de Madrid. Director del Proyecto de Investigación Cultura Física Oriental.
Según el maestro Kakuan Shien (1100-1200) de la Escuela Rinzai, la práctica del Zen pasa por 10 etapas.
1.- La Búsqueda. La persona llega al dojo con su mentalidad cotidiana (la mente dual, la mente del deseo, la mente “presa” de malos hábitos) a iniciarse en la meditación. Se ha maravillado con las “promesas” de la meditación (la paz, la armonía, la belleza), pero el objetivo parece muy lejano. La naturaleza de “Buda” siempre ha estado en su interior, pero se ha perdido alejándose de su naturaleza original. Su mente sigue con el hábito de querer “aferrar” y el miedo a “soltar”, con la distinción de “bueno” y “malo”.
2.- El Presentimiento. En el dojo, con la práctica y la guía del maestro, la persona empieza a tener las primeras experiencias de la mente original. Se empieza a acercar a la “puerta” que le adentrará en un nuevo estado mental. Aquí, la persona empieza a pensar en querer alcanzar la iluminación en vez de darse cuenta de que el trabajo parte de transformar su mente.
3.- El Descubrimiento. La persona ya “reconoce” perfectamente cuál es el estado de la “Mente Original” sin bien todavía no entiende todo lo que engloba esa Realidad. Escuchando los consejos de la vía ha llegado a “comprender”, ahora le falta poder morar en este estado.
4.- La Captura. Mantener este
estado en la vida cotidiana no es nada sencillo. El problema es el lugar desde
el que quiere trabajar con esta Mente Original, hasta que esto no se resuelva
no se podrá avanzar.
5.- La Doma. Hay que cambiar la actitud en la práctica. En vez de querer poner más esfuerzo, de luchar para instalarse en la Mente Original hay que relajarse. El camino está en no forzar nada, en seguir una práctica cada vez más relajada y desapegada. La intención es suficiente (coger al buey por la nariz), un punto mínimo del buey capaz de controlarlo.
6.- El Camino del Gran Retorno. Con la práctica y esa nueva actitud, todo se vuelve tranquilo y sencillo por dentro, estas alegre por dentro, te sientes con la pureza del niño. La vía se irá instalando progresivamente. Ya no eres presa del deseo, de la dualidad
7.- Sólo y sin Memoria. Poco a poco te olvidas incluso de tu nuevo estado mental y de tu práctica. El mundo deja de ser una realidad. Estás sólo y sereno en el aquí y ahora.
8.- Nada. Finalmente te instalas en la Vacuidad, todo desaparece como un espejismo. Pero justamente aquí está el peligro, en apegarse a la “vacuidad”.
9.- Algo más que Nada. Los fenómenos no
son diferentes de la vacuidad y la vacuidad no es diferente de los fenómenos
dice el Sutra Hannya Haramita Shingyo. Te olvidas de que el “Ser” ha
creado este mundo. La naturaleza sigue su curso aún siendo vacuidad.
10.- El Retorno a la Plaza del Mercado. Con el trabajo alcanzado finalmente vuelves al mundo “Real” a compartir tu práctica. Aunque te podrías fundir en el Origen, tu encarnación tiene un destino.
Referencias Bibliográficas
Villalva, D (Trad.) (2011). La Doma del Buey. Las diez etapas del despertar según el maestro zen Kakuan Shien, Madrid: Miraguano.
Profesor Titular de Universidad. Facultad de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte (INEF). Universidad Politécnica de Madrid. Director del Proyecto de Investigación Cultura Física Oriental.
“En la mente del principiante hay muchas posibilidades, pero en la mente del experto hay pocas” (Suzuki Shunryu)
Dentro de la línea Sōtō del budismo Zen, se considera que una correcta postura de meditación (zazen) es más que suficiente para alcanzar el estado mental “iluminado”. No hay que olvidar que en esta tradición mente y cuerpo son uno (y dos a la vez).
Como la postura es lo importante, a nivel mental sólo hay que concentrarse en la postura, no en la meta. Bajo esta perspectiva, el maestro zen Suzuki Shunryu indica una serie de errores a evitar:
– Estar obsesionado con la idea de la iluminación o con alcanzar algún estado de conciencia “especial”. En la meditación Zen se recomienda “matar” la idea de la “iluminación”, el deseo de “convertirse en Buda” si eso hace que el practicante “esté” en otra parte. Para esta escuela la meditación debe realizarse sin expectativas, sin ideas previas o preconcebidas. Practicar sin el deseo de obtener beneficio.
Es normal que la persona cuando se introduce en el Zen
se vuelva “idealista” y que se fije una meta en la práctica que se esfuerza por
alcanzar o completar. Que en su mente se establezca la idea de conseguir o
ganar algo.
Pero esta escuela recuerda que se puede escuchar la palabra “iluminación”, pero no hay que dejarse atrapar por ella. Cuando se practica zazen simplemente se hace zazen. Si viene la iluminación, simplemente viene. No te apegas al logro. La verdadera cualidad del zazen siempre está ahí, aunque uno no sea consciente de ella, de modo que hay que olvidar lo que uno piense que ha conseguido con ella. Simplemente hay que sentarse, la cualidad del zazen florecerá por sí misma. “El camino es más importante que la meta”.
– Estar obsesionado por la voluntad de practicar en cuanto a que se convierta en un esfuerzo o querer imponer algo. Simplemente hay que adoptar la postura correcta. El camino a seguir tiene que ser natural. Cualquier esfuerzo que se haga es malo para nuestra práctica.
En la práctica
hay que hacer el esfuerzo justo. El esfuerzo adecuado dirigido a la dirección
correcta. El esfuerzo hacia el logro del no-logro. Si crees que conseguirás
algo la práctica no es pura.
Suzuki Shunryu decía: El camino de practicar sin ninguna meta es limitar tu actividad al aquí-ahora. No hay budeidad más allá de la mente ordinaria. La gran mente es algo que se expresa, es algo que se tiene, no algo que se descifra. Cuando más se comprenda esta forma de practicar más difícil resultará hablar de ello.
– Estar obsesionado con querer adoptar una actitud de dar espacio y fluidez mental. Aquí recomienda trabajar desde el estado de “duerme vela” en el que luego no recuerdas lo que has estado pensado.
– Adoptar un estado de concentración “fuerte” o “serio”. Lo mejor es poner una atención suave y relajada simplemente.
– Obsesionarse por intentar detener los pensamientos. En el Zen se acepta que la mente es como un río que fluye por sí solo, por eso no hay que tratar de detenerlo. Simplemente hay que relajarse (centrarse en que la postura, el mental, la atención, la intención se relajen) y los pensamientos se irán por sí mismos.
Cuando la práctica se hace sin esfuerzo la mente se para. Cuando se habla de “parar” la mente no hay que entenderlo como parar las actividades de la mente. La actitud debe ser simplemente seguir practicando “Lo más importante es expresar tu verdadera naturaleza de la manera más simple y adecuada”.
Pero aunque cualquier esfuerzo que se haga es malo para la práctica, es imposible alcanzar la calma mental absoluta sin esfuerzo. La actitud correcta es que hay que realizar cierto esfuerzo, tener una intención como motor, pero a la vez, olvidarse de uno mismo en el esfuerzo que se realice.
En la mente original no hay subjetividad ni objetividad. La mente simplemente está en calma, en silencio, sin conciencia alguna. En esta “inconsciencia” desaparece todo esfuerzo, todas idea o pensamiento. Luego hay que animarse a realizar un esfuerzo hasta el último momento, en el que todo esfuerzo desaparece.
Por último, también hay que destacar la importancia que concede Suzuki Shunryu a que la práctica meditativa hay que llevarla a la vida cotidiana: “Llamamos zazen a la vida cotidiana y a la vida cotidiana le llamamos zazen”. Para este maestro es un error pensar que has terminado zazen y después sigues con la vida cotidiana. En la actividad debería haber calma, en la calma debería haber actividad.
Referencias Bibliográficas
Suzuki, S. (2014). Mente Zen, Mente de Principiante. Charlas informales sobre meditación y la práctica Zen. Madrid: Gaia.
Profesor Titular de Universidad. Facultad de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte (INEF). Universidad Politécnica de Madrid. Director del Proyecto de Investigación Cultura Física Oriental.
Foto del Autor: Sello Pasupati. Museo Nacional de Nueva Delhi
El yoga es un término genérico que alude a las disciplinas o técnicas ascéticas o de meditación que tienen como objetivo la experiencia espiritual, la vivencia de estados superiores de conciencia y la comprensión o intuición de la naturaleza de la existencia.
Según
Gavin Flood (2008) es una tradición cuyos orígenes se enmarcan dentro de las
comunidades de renunciantes en su búsqueda de la liberación, si bien después
sus prácticas se han introducido en la sociedad en general.
Para algunos
eruditos las raíces del yoga se pueden rastrear en los vestigios arqueológicos
encontrados en el valle del Indo(Mojenho-Daro y Harappa),
que datan del 2.500 a.C. En particular, aluden a una piedra tallada que se
identifica como el “Sello de Pasupati”, en el que se muestra a una
figura en la postura clásica de meditación sentado y con cuernos en la cabeza,
rodeada de animales. Sin embargo, la controversia está servida y no hay acuerdo
sobre esta hipótesis.
Las
primeras referencias textuales en las que se hace mención a la existencia de
ascetas que debían de realizar este tipo de prácticas está en los Vedas.
En particular, esta realidad se cita en el Brāhmana Veda, si bien, el
término Yoga, aparece por primera vez en la Katha Upanisad (siglo III a.C.),
donde es definido como una técnica de control continuado sobre los
sentidos y de cesación de la actividad mental para llegar al Estado Supremo.
Pero los
textos que más hablan del yoga son el Maitrāyanīya o Maitrī Upanisad. En él
aparece una clasificación de las prácticas asociadas al yoga que incluye la
respiración (prānāyāma), el desapego de los sentidos (prātyāhāra),
la meditación (dhyāna), la concentración (dhāranā), la
argumentación (tarka) y la absorción (samādhī), que después
coincidirá con la clasificación que también propone Patañjali.
En el Mahābhārata
también se alude a tres caminos del yoga (Karma, Bhakti y JñānaYoga) dentro del Bhagavad Gitā, pero será luego, en las Yoga
Upanisads (100-300 d.C), donde se desarrollarán contenidos con relación a
las posturas meditativas, el control de la respiración, la visualización, el
uso de sonidos e incluso de fisiología alquímica.
Dentro de
estos textos, el Yogatattva, es el primero en diferenciar cuatro tipos
de yogas: el Mantra-Yoga, centrado en el uso de los mantras
o sonidos sagrados, el Laya-Yoga, enfocado al Kundalinī o el
despertar de la energía interna; el Hatha-Yoga, dirigido al trabajo con
las posturas de meditación, la respiración, la visualización y el sonido
interior; y el Rāja-Yoga, que correspondería al clásico definido por Patañjali.
Pero sin
duda, el texto más significativo que se ha ligado a la tradición del yoga
es el Yoga Sūtra de Patañjali elaborado en algún momento
entre el año 100 y el 500 d.C.
Los Saiva
Tantras y otros Agama también contienen instrucciones detalladas de
la práctica yóguica. Por ejemplo, el Vijñānabhaivara (siglo VIII d.C.),
una colección de los Saivāgama describe 112 tipos de yoga para unirse a
Shiva, y el Mālinivijayottara Tantra de la Escuela Trika del Saivismo
Cachemir, intenta integrar todos los sistemas de yoga.
En cuanto
al Hatha Yoga se puede afirmar que sus bases se encuentran descritas en
los Saiva Tantras que florecieron en el siglo XIII d.C., y se asocia en
particular, a las figuras de Goraksanāth y su profesor Matsyendranāth, fundadores
de la Escuela Nāth o Kānphata (oreja perforada) (siglos IX y XIII
d.C.)
Los textos
principales dentro del Hatha-yoga son el Goraksa Sataka atribuido
a Goraksansātha; el Hathayogapradīpikā de Svātmarāma
(siglo XV-XVI d.C.); los Shiva Samhitā (siglo XV); el hathayogapradipikā
(siglo XVI); el Hatharatnāvali (siglo XVII); el Gheranda Samhitā (siglos
XVII-XVIII); o el Jogapradipakā (siglo XVIII).
Referencias
Bibliográficas
Flood,
G. (2008). El Hinduismo. 1ª Edición 1996. Madrid:
Akal.
Singleton, M. (2018). El
Cuerpo del Yoga. Los orígenes de la práctica postural moderna, (1ª Edición
2010), Barcelona: Kairos.
Profesor Titular de Universidad. Facultad de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte (INEF). Universidad Politécnica de Madrid. Director del Proyecto de Investigación Cultura Física Oriental.
El Sāktismo o culto a la “Diosa”, es un culto de raíces prehistóricas en la India que se expresó a través de la devoción hacia innumerables divinidades femeninas locales, cada una de las cuales eran consideradas como una manifestación o un aspecto de Mahā Devī.
Este culto
mostró dos tendencias: la adoración hacia la dimensión amorosa, maternal y
protectora de la diosa, y la adoración hacia su dimensión feroz y sangrienta.
La primera es la diosa consorte de Brahmā, Shiva, Visnu, Krishna y Rāma que aparece respectivamente como Sarasvatī, Pārvatī, Laksmī, Rādhā y Sītā con un carácter maternal y conyugal. La segunda, es la diosa guerrera Durgā, que se representa con diez brazos portando armas, Ambikā, montada sobre un león; Kālī, la colera que surge de la frente de Durgā o la terrible Cāmundā, que en su aspecto feroz muestra un aspecto esquelético, bebe sangre y realiza actos violentos visitando los campos de cremación.
En la tradición védica, la diosa aparece bajo la forma de Prthivī (la Madre Tierra), Aditi (la diosa que aporta seguridad, riqueza y que alimenta a la humanidad), Usas (la aurora que otorga prosperidad y larga vida), Nirrti (la diosa de la destrucción) y Vāc (la diosa del habla, de la verdad y del poder creativo). También se nombra a Sarasvatī (la diosa de la inspiración, la música, la poesía y el estudio).
Pero la tradición védica concederá un puesto secundario a la diosa. El saktismo como tal, no quedará formalmente constituido hasta la aparición de los Purānas. En ellos, el texto más antiguo que glorifica a la diosa es el Devīmāhātmya (La Gloria de la Diosa) donde se identifica a la Diosa con la Realidad Última, y a la vez, como Mahāmāyā, la gran ilusión.
Dentro de
la corriente heterodoxa tántrica el culto a la diosa detentó una
posición central, desarrollando dos líneas de culto:
– La tradición Srīkula Tantra, que adoraba la dimensión positiva y benévola de la diosa. La hermosa Lalitā Tripuransundarī que no es otra que la diosa Laksmī, pero venerada bajo la forma de un yantra de nueve triángulos entrelazados.
– La
tradición Kālīkula Tantra, que adoraba la dimensión feroz y colérica de
la diosa con el fin de adquirir poderes (siddhis) a través de prácticas “impuras”
como el sexo, el consumo de carne y alcohol, etc. A esta misma tradición
pertenece el culto a Kubjikā, la diosa encorvada venerada en Cachemira
y Nepal.
Ambas tradiciones desarrollaron toda una línea esotérica con relación al Kundalinī o el despertar de la energía interna primordial.
Referencias
Bibliográficas
Flood,
G. (2008). El Hinduismo. 1ª Edición 1996. Madrid:
Akal.
Profesor Titular de Universidad. Facultad de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte (INEF). Universidad Politécnica de Madrid. Director del Proyecto de Investigación Cultura Física Oriental.
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