Esta obra aborda un contenido clave en la cultura china: la importancia del “Centro”. Y para desarrollarlo nos hace reflexionar sobre lo insípido y el sentido del sabor.
Si todos somos capaces de distinguir los diferentes sabores, la insipidez es lo más difícil de apreciar. Prestar atención a lo insípido en vez de a lo sabroso parece ir en contra de la lógica más inmediata. Sin embargo, es lo insípido lo que curiosamente nos ayuda a apreciar lo más sabroso.
En China la insipidez se reconoce como cualidad. La cualidad que ocupa el “centro” entre todos los sabores. El sabor insípido es el valor neutro. El punto de partida de todos los posibles. Lo insípido no está limitado por ningún sabor en particular y, en consecuencia, puede transformarse infinitamente. La insipidez tiene una única característica: resistirse a la caracterización, permanecer discreta y reservada, pasar desapercibida.
Si el sabor es una excitación inmediata y momentánea que se desvanece una vez consumido el alimento, lo insípido es puro potencial. Caer preso de un sabor es caer preso de la limitación porque ese sabor excluye cualquier otro tipo de sabor. Un sabor es algo que está preso y circunscrito a su particularidad. El sabor nos ata, nos esclaviza, nos acapara, nos obnubila.
La insipidez por el contrario consigue que el sentido del gusto permanezca abierto y disponible. La insipidez así nos desata, nos libera de toda intensidad ficticia y poco duradera. Nos libera de los entusiasmos efímeros y acalla todo ese alboroto que nos agota.
“Y es que cuando la consciencia ya no se deja atrapar por la diversidad de los sabores y sabe percibir la indiferenciación esencial que sirve de fondo a todas esas diferencias, el mundo vuelve a hallarse disponible para su iniciativa” (pp 34).
Lo insípido nos recuerda que todo procede de la fase de “indiferenciación” y todo regresa a ella. En la medida en que ningún sabor nos atraiga más que otro, ni esté más privilegiado que otro, mantenemos la balanza “equilibrada” y facilitamos que las cosas fluyan espontáneamente.
Bajo esta reflexión se comprende mejor porqué el sabio chino busca la posición central (zhong), y porqué se da tanto valor en las artes marciales al domino del “centro”. Esta es la única posición que permite reaccionar frente a la totalidad de la situación.
El problema es lo difícil que es captar y mantenerse en el centro porque no destaca. Pasa desapercibido porque no tiene exceso ni defecto. No se inclina más hacia un lado que hacia otro. No presenta ningún signo típico. Es neutro. No ofrece un sabor marcado y así se confunde con la normalidad de las cosas. El centro es a la vez lo más valioso y lo más común. Aquello por lo que todo se realiza pero que nunca se ve. La simplicidad se convierte así en garantía de autenticidad.
Cuando el Sabio ocupa el “centro” se abre a todos los posibles. Cuando el sabio ocupa el “centro” nada en su personalidad se encuentra más predispuesto en un sentido que en otro. El “centro” nos enseña que cualquier virtud a la que nos apeguemos y que privilegiemos, por valiosa que sea, constituye una fijación interior que bloquea la renovación de nuestra personalidad y esteriliza nuestra naturaleza. Gracias a la insipidez el Sabio puede participar de todas las virtudes sin estancarse en ninguna.
About Pedro Jesús Jiménez Martín
Profesor Titular de Universidad. Facultad de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte (INEF). Universidad Politécnica de Madrid. Director del Proyecto de Investigación Cultura Física Oriental.