Louisa May Alcott. Fruitlands. Una experiencia trascendental.

Louisa May Alcott. Fruitlands. Una experiencia trascendental. Editorial Impedimenta, 2019.

Este es un pequeño libro, muy curioso, en el que Louisa May Alcott (sí, la autora de Mujercitas) cuenta su experiencia cuando en 1843 vivió con su familia en la comunidad de Fruitlands, un refugio utópico y trascendentalista en una granja próxima a la ciudad de Harvard, Massachusetts cuando ella contaba con 11 años de edad. Allí planearon vivir con otros “hermanos”, apartados del resto de la sociedad, alimentándose de la tierra y siguiendo los principios de la belleza, la virtud, la justicia y el amor, en su búsqueda de una existencia perfectamente armonizada con su entorno y las demás criaturas de Dios y con unos principios que ahora denominaríamos veganos:

Nos abstendremos de consumir azúcar, melaza, leche, mantequilla, queso o carne, pues no admitiremos nada que haya causado perjuicio o muerte a los hombres o a las bestias.

Con mucho sentido del humor nos cuenta la llegada de su familia al “paraíso”:

Este Edén del futuro consistía, de momento, en una vieja casa de labranza de color roja, un establo desvencijado, muchos acres de pradera y un bosquecillo. Por ahora, diez manzanos antiquísimos constituían la única fuente de “castas vituallas” que el paraje podía proveer. Pese a todo, inspirados por la firme creencia de que pronto emanarían exuberantes huertas de sus íntimas conciencias, estos rubicundos fundadores habían dado en bautizar sus dominios con el nombre de Fruitlands

Muy buenas intenciones pero muy poco sentido pragmático es lo que había en estos venerables hermanos:

La cuadrilla de hermanos empezó usando palas para cavar en el jardín y roturar los labrantíos, pero, al cabo de unos cuantos días, su ardor se vería mermado de forma asombrosa. Las ampollas en las manos y los dolores de espalda les hicieron intuir la pertinencia del uso del ganado, al menos temporalmente.

La hermana Hope (la señora Alcott real) asiste resignada a los desvaríos filosóficos de su marido y demás a sabiendas que, sin duda, ella tendría que hacer la mayoría de las tareas físicas y prácticas de la comunidad que sus hermanos dejaban de hacer, porque, al estar ocupados disertando y definiendo obligaciones de gran envergadura, se olvidaban de despachar las más modestas.

Ante la pregunta de “¿Hay alguna bestia de carga en la casa?” la señora Lamb respondía, con una cara que era un poema, “¡Solamente una mujer!”

La experiencia en Fruitland fue breve, menos de un año, de junio a diciembre de 1843. Les pudo el crudo invierno de Nueva Inglaterra y la absoluta incapacidad de sus ilustres miembros para afrontar las cosas prácticas y triviales de la vida en el campo.

Edición muy cuidada, como todas las de Impedimenta, con interesante introducción de Julia García Felipe y un posfacio de Pilar Ardón.

Louisa May Alcott nació en Germantown, Pensilvania, en 1832. Su padre, Amos Bronson Alcott, pedagogo, escritor y filósofo miembro del movimiento de los trascendentalistas, educó a Louisa May y a sus tres hermanas.  

Debido a la incapacidad del padre para mantener un trabajo fijo la familia Alcott vivió siempre en unas condiciones económicas inestables y de continuas mudanzas. Por ello, Louisa May empezó a trabajar muy joven, ya fuera como maestra, costurera, institutriz, criada o escritora. El verdadero éxito le llegó con la publicación de la novela autobiográfica Mujercitas (1868), una obra que escribió por encargo de su editor y en la que se aprecia uno de los temas más importantes para ella: la educación de las mujeres durante la juventud (muy recomendable la edición íntegra e ilustrada que publicó Lumen en 2014) .

Durante toda su vida, Alcott fue una entregada defensora de los derechos de la mujer, abogando en sus ensayos por el derecho al voto, y también apoyando la causa abolicionista. Pasó sus últimos años de vida en Boston, Massachusetts, donde murió en 1888, días después del fallecimiento de su padre.

Louisa May Alcott en la UPM

Emena, Médico del Congo. Joaquín Sanz Gadea

Emena, Médico del Congo

Joaquín Sanz Gadea

Plaza y Janes

Tenía mucha prisa; me daba la impresión de que jamás en mi vida había sentido esta urgencia. ¿Cómo estarían mis enfermos del “Hospital General”? ¿Qué habría ocurrido con todos mis amigos de Stan, con las monjas españolas que de modo tan abnegado trabajaban con una población atrapada por guerras continuas? ¿Cuántos de mis conocidos habrían sido víctimas inocentes de aquel furor enloquecido, aquella especie de amok bajo el cual el hombre dejaba de ser hombre para convertirse en una fiera salvaje.

El 30 de junio de 1960, después de arduas negociaciones en Bruselas, la antigua colonia belga alcanzó la ansiada independencia. Había nacido la República del Congo. Un nacimiento lleno de lucha, de sufrimiento, de sangre.  Atrás quedaban años de dominio colonial belga y aunque los años habían pasado, el recuerdo de las humillaciones y crueldades sufridas permanecía latente. La riqueza está, sigue ahí, y donde hay riqueza hay codicia. El odio tribal se mantiene. El conflicto estalla irreversiblemente. El horror de Conrad se hace presente

La población tuvo que asistir, como a un espectáculo, a aquellas horribles carnicerías. Prisioneros con los pies o las piernas amputadas a hachazos, cuerpos vivientes sin manos, rostros deformados por las amputaciones, seres mutilados que eran obligados a comerse sus propios órganos sexuales en medio de la feroz algarabía de los simbas drogados…

Y en ese escenario de caos, de lucha, de muerte y supervivencia, Joaquín Sanz Gadea llega para trabajar como médico para la OMS. Su vocación por ayudar al necesitado, dar consuelo, curar al enfermo encuentra en esas tierras el lugar más adecuado para ello.  ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Por qué he venido?, ¿Qué género de vida me espera?, son las preguntas que se hace nuestro protagonista. No es el África que había imaginado cuando era pequeño. Esa tierra no existe. Ahora es una tierra dura, cruel, en la que tiene que luchar contra costumbres atávicas, luchas tribales, intereses de potencias extranjeras. Ante esas dificultades su labor humanitaria solo se puede entender desde una plena vocación de servicio hacia los demás, del máximo esfuerzo por conseguir hacer el bien. Como el de las monjas españolas dominicas que murieron asesinadas en aquellas fechas.

Sanz Gadea es testigo y protagonista de una parte de la historia del Congo, de África. Una tierra dura, cruel pero bella, siempre fascinante, siempre mágica.

Joaquín Sanz Gadea nació en Teruel el 30 de junio de 1930 y murió en Madrid en mayo de este año. Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, fue propuesto para el premio Nobel de la Paz en diversas ocasiones.

Joaquín Sanz Gadea en la Biblioteca UPM

En busca de Arthur Rimbaud (1854-1891)

Publicación recomendada:

Arthur Rimbaud: Obra completa bilingüe (ed. Mauro Armiño). Atalanta, 2016.

Cuánto no se habrá escrito sobre él, el poeta del espanto y la melancolía. Hasta Paul Claudel -arrimando el ascua a su sardina- quiso ver en su obra y vida un anhelo de Absoluto en clave teísta. Sin llegar a esas honduras, buscamos a Arthur Rimbaud en algunas ciudades por las que pasó el poeta maldito. Partimos a la zaga de quien probablemente se buscó a sí mismo, o también -venido de una familia desestructurada- buscó al padre o a una figura paterna. Dinámica huída/retraimiento -¿contradicción solo aparente?- o terruño/exotismo. Ansia de vuelo, de alturas, de océanos, desde entornos sofocantes y épocas turbulentas.

Charleville-Mezières

Hoy situada en la nueva macro-región francesa de Grand-Est. Charleville, burguesa y rural, con resonancias militares y fronterizas, aún no se había fusionado con la vecina Mezières en tiempos de Arthur. Su ciudad natal aparece en poemas juveniles con algún rasgo costumbrista. Hoy día alberga un museo consagrado al escritor, de planteamiento muy original e instalado nada menos que en un antiguo molino fluvial.

Londres

En plena época victoriana, Londres era lo más parecido a una capital del mundo. La ciudad ejercía su atracción sobre muchos transterrados continentales. Como Karl Marx desde hacía ya años, también Arthur se serviría de la entonces Biblioteca del Museo Británico, precedente de la actual Biblioteca Británica.

Ed. Le Livre de Poche. Cubierta con retrato de Arthur Rimbaud por Paul Verlaine.

Bruselas

La Grand-Place y sus aledaños fueron escenarios de sus violentas trifulcas con Paul Verlaine. Ardenés de nacimiento, Bélgica no era extraña para Arthur. El país vivía en plena expansión industrial y colonial, por el momento al margen del conflicto franco-alemán, y su capital se hallaba en proceso de convertirse en una gran metrópolis.

Harar

Ya lejos de la bohemia europea y convertido en comerciante, Arthur se mudó desde Adén a Harar, la ciudad histórica de referencia de la Etiopía musulmana. Vivió allí varios años y sus actividades como traficante tuvieron una ciertra influencia en la política etíope.

Marsella

En plena época imperialista, es el gran puerto francés para Ultramar. Su importancia había crecido a lo largo del siglo XIX con la colonización de Argelia desde 1830 y la apertura del Canal de Suez en 1869. Rimbaud recaló en Marsella a su vuelta de Oriente, ya muy enfermo. Pasó allí sus últimos momentos de vida, deseando regresar a África.

En las tardes azules de verano caminaré por los senderos,

picoteado por los trigos, pisando la hierba menuda,

Soñador, sentiré en mis pies su frescura,

dejaré que el viento bañe mi cabeza desnuda

No hablaré, no pensaré en nada:

pero el amor infinito crecerá en mi alma,

iré lejos, muy lejos, como un nómada

En la Naturaleza, feliz como con una mujer.

(Sensación, 20.04.1870; traducción nuestra)

Arthur Rimbaud en: Biblioteca UPM.

Sobre el espíritu de conquista, Benjamin Constant

Sobre el espíritu de conquista y usurpación

Sobre la libertad en los antiguos y los modernos

Benjamin Constant

Algunos discursos de tiempos remotos, aunque menudos, tiene la capacidad de proyectarnos tanto al pasado como al futuro. En ellos, el pasado es desmenuzado y re-engarzado en un proceso lógico secuencial que nos proyecta al futuro con argumentos curiosamente contemporáneos; en la medida que el razonamiento tiende a la generalidad, el resultado resulta intemporal. Este es el caso de Benjamin Constant cuando alude al Espíritu de conquista, o a la libertad en los antiguos y los modernos. Textos escuetos para un lento y sabroso rumiar estival.carátula del libro

Sobre el espíritu de conquista es un alegato contra el militarismo moderno, que alude soterradamente a la personalidad de Napoleón como máximo exponente. Se intuye el periodo vivido en primera persona por ser contemporáneo (y defensor) de la revolución francesa, atónito espectador del Terror  y del auge del bonapartismo.

“En todas partes, los hombres reunidos en cuerpos del ejército se separan de la nación…La clase desarmada es a sus ojos un vulgo innoble; las leyes, inútiles sutilezas; las formas, insoportables lentitudes… La oposición viene a ser para ellos un desorden; el razonamiento, una rebeldía; los tribunales, consejos de guerra; los acusados, enemigos; los juicios, batallas”

“Cuando un gobierno nos prodiga grandes espectáculos y heroísmo, y creaciones e innumerables destrucciones, estaríamos tentados de responderle: el menor grano de mijo nos vendría mejor.”

retrato de Benjamin ConstantEl discurso sobre la libertad en los antiguos y los modernos, está escrito con vocación oral. Es circular como conviene a la intención de reiterar y afianzar en el oyente la idea fundamental: no es posible aplicar el concepto de libertad antiguo en las nuevas generaciones, sin peligro de caer en los errores del Terror, porque la estructura social ha cambiado. Así en los antiguos la libertad era fundamentalmente el ejercicio político de ciudadanía, mientras que en la era moderna radica en la libertad del individuo.

“Sin la población esclava, veinte mil Atenienses no hubieran podido ir a deliberar todos los días a la plaza pública”… “(mientras) admitían como compatible con esta libertad colectiva la sujeción completa del individuo a la multitud reunida”

“Entre los modernos al contrario, el individuo, independiente en su vida privada, no es soberano más que en apariencia aún en los estados más libres”

“Entre los antiguos una guerra victoriosa aumentaba los esclavos, los tributos y las tierras a la riqueza pública. Entre los modernos, la guerra más afortunada cuesta infaliblemente más que vale”

De ello deviene que la aplicación del concepto antiguo de libertad a la sociedad moderna, en cuanto a la sujeción arbitraria del ciudadano anónimo a la mayoría, implica “hacer al individuo esclavo para que el pueblo sea libre”.

Benjamin Constant nació en Lausana en 1767 (hijo de hugonotes exiliados) y murió en París en 1830, sin tiempo para ver la revolución que se avecinaba y ayudó a gestar. Fue compañero de vida de Madame de Staël entre 1802 y 1806 durante su exilio en Alemania. Su vida no está exenta de contradicciones pero sus escritos bien merecen el disfrute de nuestra atención.

Los textos que se aluden en esta reseña han sido editados por Tecnos. Acantilado ofrece su novela Adolphe (1816), y Periférica Cécile (1851), ambas atormentadas y de carácter autobiográfico.

cita

Benjamin Constant en la Biblioteca UPM

Los sueños de Einstein. Alan Lightman

Cubierta Los sueños de Einstein, Alan LightmanLos sueños de Einstein
Alan Lightman
Barcelona: Libros del Asteroide, 2019
Título original: Einstein´s Dreams (1992)
Traducción: Andrés Barba

¿Quién no ha experimentado alguna vez que el tiempo transcurre más rápido de lo acostumbrado cuando uno lo está pasando bien? O que resulta interminable cuando te aburres o vas al dentista. O que cuarenta años de vida pasaron en un instante. O que un día en especial, unas palabras, una mirada de color verde hace veinte años están más presentes que el momento actual. Cualquiera lo ha sentido. Porque el tiempo, esa dimensión en la que nos va la vida, no es de fiar.

En 1905 Albert Einstein publica sus estudios sobre el tiempo. Gracias a él sabemos que el tiempo no es una dimensión absoluta y, por tanto, no se mide igual en todas las circunstancias ni es el mismo en cada punto del Universo.

Cubierta de Sueños de Einstein, Alan LightmanAlan Lightman, físico y profesor de humanidades en el MIT, imagina en este libro treinta posibilidades acerca de la naturaleza del tiempo que Albert Einstein pudo haber barajado o simplemente soñado los meses previos a la elaboración de su teoría. Son relatos breves, con un espíritu muy similar al de Italo Calvino en sus Ciudades invisibles, en los que, sin salir de la ciudad de Berna, se plantea cómo sería el mundo, cómo se comportaría la gente si el fluir del tiempo tuviera una naturaleza distinta a la que conocemos. Porque seríamos diferentes, tendríamos otras aspiraciones, otorgaríamos un valor nuevo a las cosas que valoramos ahora. Si el tiempo fuera circular y todo se repitiera exactamente una vez y otra hasta el infinito, ¿no sería una pesadilla para los que cometieron, cometen, cometerán siempre el mismo error? Y en un mundo en el que pudiéramos atisbar una imagen del futuro ¿trataríamos de oponernos o dejaríamos de actuar por completo? En un mundo donde el tiempo es local y corre a diferente velocidad en unas y otras ciudades, ¿haríamos turismo o sería una experiencia demasiado perturbadora?

Los sueños de Einstein apareció por primera vez en 1992 y ha recibido excelentes críticas y variados elogios. Contiene humor, melancolía, lirismo, ciencia y buena dosis de ternura por el ser humano; una mota de polvo en medio del Universo a la que no pertenece ni el pasado ni el futuro, y puede que tampoco, o tal vez solo un poco mientras lo pierde, el presente.

Alan P. Lightman en la Biblioteca UPM

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