Campus Sur lee: Lo que los Reyes traían de Emilia Pardo Bazán

Lo que los Reyes traían en la  Biblioteca UPM

Emilia Pardo Bazán en la Biblioteca UPM

El gran establecimiento de juguetería ostentaba por muestra una placa donde de noche, en caracteres luminosos, leíase: “Los Reyes Magos”.

Desde que se acercaba la Navidad, los niños que transitaban por la populosa calle siempre querían detenerse ante el escaparate de Los Reyes Magos. En tal época lo presidían los propios Reyes, campeando en el sitio más visible y arrancando al público, y no sólo al infantil, exclamaciones de admiración. No era para menos.

Bien modeladas las caras y cabezas, tenían esa expresión de realidad que hace a los muñecos parecer personas. Sus cabelleras y sus barbas eran de pelo natural; sus ojos de vidrio, en lo cual seguían una vieja tradición de la vieja imaginería española. Y tan acabadamente estaban hechos esos ojos, que se notaban el brillo húmedo y la mirada fascinadora de las pupilas humanas. Positivamente, los Reyes miraban a los niños pegados al escaparate, y, al juego de las luces eléctricas, hasta diríase que les sonreían.

Estaban los Reyes fastuosa y orientalmente vestidos, con brocados de oro y plata, bordados de imitación de perlas y piedras preciosas, y detrás de los tres figurones, tres dromedarios erguían sus jorobas, sostén de una canasta llena de juguetes llamativos: arlequines, mamarrachillos guiñolescos, pierrots pálidos, muñecas pelirrubias, bebés llorantes y con su biberón al lado, perrillos cuyas lanas eran auténticas, y enfermeritas con sus tocas donde sangraba la roja cruz.

Para completar la lista de anacronismos, también asomaban por los bordes de la canasta las gomas de un automóvil y las aletas de un aeroplano.

Lo que los Reyes traían / Emilia Pardo Bazán
en Cuentos de Navidad / selección y prólogo de Marta Rivera de la Cruz. Madrid: Espasa-Calpe, 2003
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Prefiero que me trates de tú, Daniel Azcona

Prefiero que me trates de tú, Daniel Azcona

Editorial Los Aciertos & Pepitas, El Kilómetro 9

Este es un libro de relatos (6) escritos en un lenguaje que probablemente captura en imágenes una evocadora época de infancias para los que nacimos a mediados de la década de los sesenta del siglo pasado, antes de que el ser humano llegara a la luna.

acto de presentación del libro
carátula del libro

Del autor, Daniel Azcona, podríamos decir que es hijo de Rafael Azcona aunque no sería justo; en mi descargo diré que el primer relato lo alude desde un cálido episodio cotidiano que curiosamente transcurre en Madrid (concretamente en la Casa de Campo) a temperaturas cerca del límite de congelación .

Hay veces que una lee un libro y duda si habrá sido esquiva y minuciosamente espiada (a una razonable distancia de seguridad), tal es la camaleónica semejanza de las experiencias vitales entre coetáneos en una cultura compartida.

En este libro: Prefiero que me Trates de Tú, abandono mi nostalgia con un delicioso sabor de boca. La editorial Los Aciertos & Pepitas es una diáfana evolución de una de mis más celebradas editoriales independientes.

No me apetece spoilear los relatos que ya de por sí son un virtuosismo de concisión; el disfrute en ocasiones como esta exige descubrimiento y algunas dosis de genuina sorpresa.

LORD BYRON, EL BARDO MALDITO

Lord Byron según grabado de Henry Meyer (1816);
NPG D1158. © National Portrait Gallery, London.

Figura clave del romanticismo británico, el celebérrimo George Gordon Byron (Londres, 1788-Missolonghi, 1824), más conocido como Lord Byron, fue un hombre de gran atractivo físico y una personalidad tan magnética como contradictoria. Prueba de ello es que su sadismo y amoralidad no fueron óbice para que sintiera una especial inclinación por los oprimidos. Ni tampoco, y esto es lo que nos interesa aquí, para que escribiera poemas tan melancólicos y bellos como La partida:

¡Todo acabó!. La vela temblorosa
se despliega a la brisa del mar,
y yo dejo esta playa cariñosa
en donde queda la mujer hermosa,
¡ay!, la sola mujer que puedo amar.
Si pudiera ser hoy lo que antes era,
y mi frente abatida reclinar
en ese seno que por mi latiera,
quizá no abandonara esta ribera
y a la sola mujer que puedo amar.

Yo no he visto hace tiempo aquellos ojos
que fueron mi contento y mi pesar;
la amo, a pesar de sus enojos,
pero abandono Albión, tierra de abrojos,
y a la sola mujer que puedo amar.
Y rompiendo las olas de los mares,
a tierra extraña, patria iré a buscar;
mas no hallaré consuelo a mis pesares,
y pensaré desde extranjeros lares
en la sola mujer que puedo amar.

Como una viuda tórtola doliente
mi corazón abandonado está,
porque en medio de la turba indiferente
jamás encuentro la mirada ardiente
de la sola mujer que puedo amar.
Jamás el infeliz halla consuelo
ausente del amor y la amistad,
y yo, proscrito en extranjero suelo,
remedio no hallaré para mi duelo
lejos de la mujer que puedo amar.

Mujeres más hermosas he encontrado,
mas no han hecho mi seno palpitar,
que el corazón ya estaba consagrado
a la fe de otro objeto idolatrado,
a la sola mujer que puedo amar.
Adiós, en fin. Oculto en mi retiro,
en el ausente nadie ha de pensar;
ni un solo recuerdo, ni un suspiro
me dará la mujer por quien deliro,
¡ay!, la sola mujer que puedo amar.

Comparando el pasado y el presente,
el corazón se rompe de pesar,
pero yo sufro con serena frente
y mi pecho palpita eternamente
por la sola mujer que puedo amar.
Su nombre es un secreto de mi vida
que el mundo para siempre ignorará,
y la causa fatal de mi partida
la sabrá solo la mujer querida,
¡ay!, la sola mujer que puedo amar.

¡Adiós! ... Quisiera verla ... mas me acuerdo
que todo para siempre va a acabar;
la patria y el amor, todo lo pierdo ...
pero llevo el dulcísimo recuerdo
de la sola mujer que puedo amar.
¡Todo acabó!. La vela temblorosa
se despliega a la brisa del mar,
y yo dejo esta playa cariñosa
en donde queda la mujer hermosa,
¡ay!, la sola mujer que puedo amar.
El recibimiento a Lord Byron en Missolonghi (Theodoros Vryzakis, 1861). El paradójico idealismo del poeta, que cuando quería podía ser muy cruel, le llevó a luchar por la independencia de Grecia. Allí hallaría la muerte con tan solo treinta y seis años. Fuente: National Gallery-Alexandros Soutsos Museum.

La traducción de La partida citada en este texto ha sido tomada de:

Arciniegas, I.E. (2024). Textos claves. Lord Byron. ‘La partida’. Altazor, revista electrónica de literatura, época 1, año 4.

LA HOGUERA DE LAS VANIDADES. TOM WOLFE

Desde Lecturas para compartir, en su cuenta de TikTok @biblioetsidiupm, la biblioteca ETSIDI UPM recomienda la lectura de “La hoguera de las vanidades”, la inolvidable obra de Tom Wolfe.

Nos cuenta la historia de Sherman McCoy, un corredor de bolsa que se considera “el amo del universo”. Por accidente, él y su amante, una joven casada con un acaudalado hombre de negocios, atropellan a Henry Lamb en el Bronx.

Este hecho se complica aún más al entrar en juego los intereses de otros actores: un periodista sin escrúpulos que ve en el caso una oportunidad de resucitar su carrera, un fiscal que se presenta a la reelección, un reverendo que necesita notoriedad, … y todo ello con la discriminación racial de trasfondo. Se hila así una compleja trama que se desenvuelve tanto en el mundo de las altas finanzas, los restaurantes de moda y las exclusivas parties de Park Avenue como en el submundo de la policía y los tribunales del Bronx.

La hoguera de las vanidades es un mosaico lúcido y mordaz de la sociedad neoyorquina, que nace de la magistral pluma del creador del Nuevo Periodismo.

La obra, elegida como el mejor libro del año (1987) por la New York Times Book Review, fue muy bien acogida por los lectores y por la crítica que, entre otras muchas opiniones, apuntaron que:

«Wolfe odia a conciencia, ironiza de maravilla y es incapaz de escribir mal una sola frase. Compradlo.» (Nicholas Frases, Time Out)

La hoguera de las vanidades

Precisamente en este momento, en uno de esos elegantes pisos de propiedad situados en Park Avenue y que tanto obsesionaban al alcalde … techos de cuatro metros … dos alas, una para los protestantes-anglosajones-blancos y otra para el servicio … Sherman McCoy estaba en cuclillas, en mitad del gran vestíbulo, tratando de ponerle la correa a un dachshund. El piso de mármol verde oscuro se extendía interminablemente a su alrededor. Por un lado conducía a una escalera de nogal que descendía en una suntuosa curva desde el piso superior. Era esa clase de piso cuya sola idea basta para encender hogueras de envidia y codicia a la gente de todo Nueva York o, si vamos a eso, de todo el mundo. Pero Sherman sólo ardía en deseos de salir de este fabuloso pisazo durante al menos treinta minutos.
De modo que ahí estaba, en cuclillas, peleando con un perro. El dachshund era, a su modo de ver, su visado de salida.
Viendo a Sherman McCoy así agachado, y vestido con camisa a cuadros, pantalones caqui y mocasines de yate, nadie podría adivinar el impresionante aspecto que suele tener. Joven aún … treinta y ocho años … alto … casi metro ochenta y cinco … tremendamente apuesto … tremendo hasta lo imperioso … tan imperioso como su papá, el León de Dunning Sponget… una espesa melena rubio rojizo … nariz larga … mentón prominente … Estaba orgulloso de su mentón. El mentón McCoy; como el del León. Un mentón viril, un mentón grande y redondeado como el que tenían antaño los hombres de Yale retratados por Gibson y Leyendecker, un mentón aristocrático, pensaba Sherman. Que también era ex alumno de Yale, un hombre de Yale.
Pero en este momento todo su aspecto tenía que decir: «Solamente voy a pasear al perro.»
El dachshund parecía saber lo que le aguardaba. Se escabullía una y otra vez. Las torcidas patas del animal eran engañosas. En cuanto uno trataba de agarrarle, el bicho se convertía en un musculoso tubo montado sobre dos piernas fortísimas. Intentando atraparle Sherman se lanzó hacia él. Pero se dio con una rótula en el piso de mármol. El dolor le enfureció. -iVenga, Marshall! -murmuraba entre dientes-. Quédate quieto, maldita sea.
@biblioetsidiupm

La hoguera de las vanidades, de T. Wolfe, narra en tono de sátira la caída y desventura de S McCoy, el amo del universo. música: Lou Reed. #lecturasparacompartir #BookTok #recomendacionesdelibros #novela

♬ Walk On the Wild Side – Lou Reed

Tempestades de acero, Ernest Jünger

Tusquets Editores

Traducción: Andrés Sánchez Pascual

Ernst Jünger en la Biblioteca Universitaria

Cuando este año se van a cumplir 110 años del comienzo de la I Guerra Mundial traemos a Nosolotecnica una obra imprescindible sobre aquella época, “Tempestades de acero”.

Al igual que otros muchos jóvenes que habían “abandonado las aulas de las universidades, los pupitres de las escuelas, los tableros de los talleres…”, Ernst Jünger se alista voluntario nada más iniciarse la contienda.

Para ellos la guerra solo es una aventura, “un lance viril”, una experiencia en el que poner a prueba la hombría. Una oportunidad de sentir “cosas insolitas de peligro grande”

Pero rápidamente se dan cuenta aquellos alegres muchachos a lo que se enfrentan:

Con una sensación peculiarmente opresiva de estar viendo algo irreal se quedaron fijos mis ojos en una figura humana cubierta de sangre, de cuyo cuerpo pendía suelta una pierna doblada de un modo extraño, y que no cesaba de lanzar alaridos de ¡socorro!, cual si la muerte súbita continuara apretándole la garganta.

Y así día tras día, Jünger va recogiendo en su diario sus experiencias en el frente o en la retaguardia. Desde los primeros momentos como soldado novel hasta el final de la guerra convertido ya en un oficial condecorado.

Anotaciones sobre la vida en el frente, con descripciones exhaustivas de los combates, de las trincheras pobladas de ratas, los miedos previos a la lucha, el terror a los gases, el frio, la humedad, el hambre, los momentos de alegría con los camaradas, de sus experiencias con los habitantes de los pueblos que ocupaban. Pero también de reflexión ante la muerte siempre presta, sobre esa vida que en cualquier momento puedes perder:

Por fin me había atrapado una bala. A la vez que percibía el balazo sentí que aquel proyectil me sajaba la vida…, había notado ya la mano de Muerte-esta vez me aferraba más nítidamente. Mientras caía pesadamente sobre el piso de la trinchera había alcanzado el convencimiento de que aquella vez todo había acabado, acabado de manera irrevocable. Y, sin embargo, aunque parezca extraño, fue aquél uno de los poquísimos instantes de los que puedo decir que han sido felices de verdad. En él capte la estructura interna de la vida, como si un relámpago la iluminase. Notaba un asombro incrédulo, el asombro de que precisamente allí fuera a acabar mi vida; pero era un asombro lleno de alegría…Allí no había ya ni guerra ni enemistad.

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