Campus Sur lee: Lo que los Reyes traían de Emilia Pardo Bazán

Lo que los Reyes traían en la  Biblioteca UPM

Emilia Pardo Bazán en la Biblioteca UPM

El gran establecimiento de juguetería ostentaba por muestra una placa donde de noche, en caracteres luminosos, leíase: “Los Reyes Magos”.

Desde que se acercaba la Navidad, los niños que transitaban por la populosa calle siempre querían detenerse ante el escaparate de Los Reyes Magos. En tal época lo presidían los propios Reyes, campeando en el sitio más visible y arrancando al público, y no sólo al infantil, exclamaciones de admiración. No era para menos.

Bien modeladas las caras y cabezas, tenían esa expresión de realidad que hace a los muñecos parecer personas. Sus cabelleras y sus barbas eran de pelo natural; sus ojos de vidrio, en lo cual seguían una vieja tradición de la vieja imaginería española. Y tan acabadamente estaban hechos esos ojos, que se notaban el brillo húmedo y la mirada fascinadora de las pupilas humanas. Positivamente, los Reyes miraban a los niños pegados al escaparate, y, al juego de las luces eléctricas, hasta diríase que les sonreían.

Estaban los Reyes fastuosa y orientalmente vestidos, con brocados de oro y plata, bordados de imitación de perlas y piedras preciosas, y detrás de los tres figurones, tres dromedarios erguían sus jorobas, sostén de una canasta llena de juguetes llamativos: arlequines, mamarrachillos guiñolescos, pierrots pálidos, muñecas pelirrubias, bebés llorantes y con su biberón al lado, perrillos cuyas lanas eran auténticas, y enfermeritas con sus tocas donde sangraba la roja cruz.

Para completar la lista de anacronismos, también asomaban por los bordes de la canasta las gomas de un automóvil y las aletas de un aeroplano.

Lo que los Reyes traían / Emilia Pardo Bazán
en Cuentos de Navidad / selección y prólogo de Marta Rivera de la Cruz. Madrid: Espasa-Calpe, 2003
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MARIANA ENRÍQUEZ, O EL TERROR DE LO COTIDIANO

Mariana Enríquez en la Biblioteca UPM

La prosa de Mariana Enríquez se está ganando un puesto de honor entre los seguidores del género de terror y más allá. Comenzó a los 19 años redactando su primer trabajo, un entretenimiento, bajo el título Bajar es lo peor, considerado hoy en día una obra de culto.

Su colección de relatos Las cosas que perdimos en el fuego (2016) también fue recibida con entusiasmo y promocionada profusamente por sus lectores. A través de estas doce narraciones, la bonaerense nos enfrenta a nuestros miedos más esenciales, el mismo miedo que puede sobrecogernos cuando abrimos un periódico por su sección de sucesos. De hecho, este suele ser su punto de partida, y lo exprime hasta lograr sorprendernos, a veces por su dimensión fantástica, y casi siempre por su vertiente aterradora. En este libro encontramos historias tan espeluznantes como la de Pablito clavó un clavito –en la que un guía rememora para los turistas los crímenes más atroces que se han cometido en la ciudad de Buenos Aires-, El patio del vecino –en el que una joven, que había ejercido de asistente social, intenta salvar a una criatura que vive en la casa colindante-, y Las cosas que perdimos en el fuego, que da nombre al conjunto –en el que unas mujeres deciden autolesionarse como acción de protesta contra la ola de agresiones que estaban padeciendo por parte de sus parejas-.

Aunque traspasen los límites de los géneros literarios, las fantasías góticas de Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973-), enraizadas en la realidad más cotidiana, se inscriben en la denominada nueva narrativa argentina. Además de haber firmado cuatro novelas, dos colecciones de cuentos y varios ensayos, Enríquez ejerce como periodista y docente. En nuestro país, ha sido galardonada, entre otros, con los premios Herralde (2019) al mejor libro del año, el Ciutat de Barcelona (2018) y el Celsius (2019). Asimismo, fue finalista del Premio Booker Internacional en 2021.

TELA DE ARAÑA

Es más difícil respirar en el norte húmedo, ahí tan cerca de Brasil y Paraguay, con el río feroz custodiado por mosquitos y el cielo que pasa en minutos de celeste límpido a negro tormenta. La dificultad se empieza a sentir enseguida, ni bien se llega, como si un abrazo brutal encorsetara las costillas. Y todo es más lento: las bicicletas pasan muy de vez en cuando por la calle vacía a la hora de la siesta, las heladerías parecen abandonadas a pesar de los ventiladores de techo que giran para nadie, las chicharras gritan histéricas en sus escondites. Nunca vi una chicharra. Mi tía dice que son unos bichos horribles, unas moscas espectaculares de alas verdes que vibran y te miran con sus ojos lisos y negros. No me gusta el nombre chicharra: ojalá mantuvieran siempre el nombre cícadas, que se usa sólo cuando están en etapa ninfal. Si se llamaran cícadas, su ruido de verano me recordaría las flores violetas de los jacarandás en la costanera del Paraná o las mansiones de piedra blanca con sus escalinatas y sus sauces. Pero así, como chicharras, me recuerdan el calor, la carne podrida, los cortes de electricidad, a los borrachos que miran con ojos ensangrentados desde los bancos de la plaza.

I Certamen de Relato Corto de la UPM

I Certamen de Relato Corto UPM

Madrid UPM Press

Relato corto en la Biblioteca Universitaria UPM

Una vez entregados los premios del I Certamen de Relato Corto de la UPM, ponemos a vuestra disposición el libro con los relatos ganadores y finalistas. Quince historias en las que podréis encontrar soldados de otra época, intrigantes vecinos, futuros posibles, historias de amor, reyes remotos, nostalgias del ayer y mucho más. Esperamos que os guste.

Con cuidado, a una señal, la mujer abrió la puerta ocultándose tras ella mientras su marido, Joaquín, apuntaba con la escopeta.

—¡Válgame el cielo! Antonia, rápido, ayúdame.

Joaquín dejó el arma apoyada en la pared y se apresuró a recoger al hombre joven que yacía en el suelo y meterlo dentro de casa. Vestía ropa militar de gala, pero muy andrajosa y liviana para ser noviembre, y cubría su cuerpo con una manta raída. El pelo oscuro, largo y sucio, tapaba parte de su rostro, en el que faltaba el ojo izquierdo y parte del lóbulo de la oreja derecha.

—¿Está muerto?

—No, está muy frío, pero le late el corazón.

(Fragmento del 1º premio: Déjame que te cuente este cuento con final feliz, de Pilar del Pozo)

Empezaron a aparecer los primeros vecinos saliendo del portal con sus caras ensimismadas y bordes como siempre. Yo, sentado en la garita, los observaba mientras buscaba o esperaba a la única persona que me había dedicado una sonrisa en todo el tiempo que estuve trabajando ahí. Pendiente de ver a la mujer, a la vez que mi mano daba golpecitos sobre el cuaderno de tapas negras envejecido por el uso, de pronto me acordé que aún no había leído el recado que el portero me dejo el día anterior. Así que abrí el cuaderno.

(Fragmento del 2º premio: La portería, Enrique Blom Saura)

LOS CUENTOS DE CORTÁZAR, REALMENTE FANTÁSTICOS

Julio Cortázar en la Biblioteca UPM

Aportar algo sobre Julio Cortázar parece una misión casi imposible, sobre todo si nos dirigimos a un público educado bajo los parámetros del BUP. En aquella época nos hablaban básicamente de Rayuela, su archiconocida e innovadora novela publicada en 1963, siendo considerado por ella uno de los representantes más sobresalientes del Boom latinoamericano junto a García Márquez y Vargas Llosa. Pero tuve la suerte de contar con un profesor de literatura –de cuyo nombre no logro acordarme- que nos leyó en clase dos relatos cortos magistrales: El rastro de tu sangre sobre la nieve, de García Márquez –un cuento romántico que arrebata el corazón- y Todos los fuegos el fuego, de Julio Cortázar. Ese primer contacto despertó mi interés por su obra, y la lectura de otros cuentos me dejó sensaciones tan extraordinarias que aún las recuerdo hoy día.

Algunos años han transcurrido desde entonces. Pero cuando me he visto de nuevo frente a sus cuentos me he vuelto a sentir cautivada por sus notas complejas -aún modernas-, cautivada por una literatura así de enriquecedora, en la que a veces tienes que releer las frases, como ocurre en Todos los fuegos el fuego (1966), que entremezcla dos historias paralelas separadas por siglos de distancia. En Casa Tomada (1946), sin echar mano de artificios, solo necesita tres páginas para contarnos como unos ruidos trastocan la vida de los inquilinos de la casa. En Bestiario (1947), una muchacha de la ciudad es invitada a pasar el verano en una casa señorial -en la que campa un tigre en libertad- para apagar el aburrimiento del hijo del propietario. Circe (1948) relata el dulce noviazgo de una mente algo perversa. En Queremos tanto a Glenda (1980) se da noticia de la fanática admiración que los groupies sienten por la actriz. Y en las Babas del Diablo (1959), relato que inspiró la película Blow UP de Antonioni, un fotógrafo singular capta y narra un asesinato…

Las historias, influenciadas como toda su obra por Jorge Luis Borges y Edgar Allan Poe, entre otros, son conmovedoras, pero es la creación de nuevos términos, la innovación literaria que prima en cada línea lo que consigue que sus relatos sean exquisitos para el paladar más exigente.

Nacido en Bélgica, Julio Cortázar (1914-1984) fue un escritor precoz y un lector empedernido, que también ejerció como traductor para la Unesco y para varias editoriales. De la Argentina, donde cursó sus estudios de Filosofía y traducción, salió en 1951, estableciendo su residencia en Francia, lugar en el que reposan sus restos mortales.

Casa Tomada (1946)

Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.

Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos al mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegábamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde.

El porqué de las cosas. Quim Monzó

Barcelona : Anagrama, 1997
Fecha de publicación original: 1993
El porqué de las cosas disponible en la Biblioteca UPM

Quim Monzó en la Biblioteca UPM

Imaginación, sentido del humor, extrañeza, sarcasmo, absurdo, reescritura de cuentos de hadas y, sobre todo, dinámicas de pareja que nunca son como deben ser ni como uno se espera. Escritos con la máxima depuración estilística, cumplen con la importante labor de descolocar al lector. Implacables y precisos, hoy os recomendamos los cuentos de Quim Monzó en El porqué de las cosas.

     El gato persigue al ratón por toda la casa y cae, una tras otra, en las trampas que él mismo le pone al roedor. Cae dentro del bote de brea, resbala en la piel de plátano y va a parar a la picadora de carne, que lo hace trizas. Cuando todavía no se ha recuperado, toca el pomo de la puerta sin saber que el ratón lo ha conectado a la corriente eléctrica: se le erizan todos los pelos, pasa del negro al blanco, al amarillo, al violeta, los ojos se le salen de las órbitas y dan dieciocho vueltas, la lengua se le dobla y desdobla en zigzag, se desploma chamuscado y se convierte en un montón de polvo negro humeante. Hasta que llega la señora con una escoba y una pala, lo recoge y lo echa al cubo de la basura.
     Pero enseguida vuelve a estar al acecho. ¡Ah! Qué no daría por desembarazarse de ese ratón miserable que no debería despertar la simpatía de nadie. ¿Por qué nunca gana él? ¿Por qué quién se salva es siempre el animalejo pequeño?

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