Viajes con Heródoto, de Ryszard Kapuściński

Podróże z Herodotem

Kraków: Znak, 2004.

Viajes con Heródoto

Barcelona: Anagrama, 2006-2008.

Cada vez que contempla uno ciudades, templos, palacios ya muertos, se pregunta por la suerte  que corrieron sus constructores. Por su dolor, sus columnas vertebrales rotas, por los ojos que saltaron de sus cuencas al recibir el impacto de una esquirla, por su reumatismo. Por su vida desgraciada. Y entonces surge la siguiente pregunta: ¿podrían existir tamañas maravillas sin ese sufrimiento? ¿Sin el látigo del vigilante? ¿Sin ese miedo que anida en el esclavo? ¿Sin esa soberbia que anida en el soberano? (p. 173-174)

Ryszard Kapuściński es conocido sobre todo por sus varios libros sobre África . En cambio, en esta ocasión el autor, aunque relata experiencias vividas en diversos continentes, enfoca la obra principalmente hacia Asia. Por un lado, el libro es mucho más intimista y personal que otros suyos: habla bastante de sí mismo y de sus precarios inicios como reportero internacional en los años 50, cuando se estrenó con sendas estancias nada menos que en India y en China. Y por otra parte, también al hilo de la vertiente propiamente autobiográfica, Kapuściński nos relata la devoción laica que durante años profesó por Heródoto de Halicarnaso, el precursor de la ciencia histórica en la Antigüedad clásica. Nuestro contemporáneo viajero, cuya formación académica en Historia había estado probablemente lastrada por los condicionamientos económicos y culturales de la Polonia de la segunda postguerra mundial, un buen día tuvo la suerte de recibir un regalo precioso: una traducción al polaco de las Historias del antiguo autor griego. Como a su vez el tema principal de estas Historias son las Guerras Médicas que enfrentaron a las ciudades griegas con el Imperio persa Aqueménida -Asia/Oriente-, esta superpotencia se retoma en Viajes con Heródoto como el prototipo de la alteridad –el Otro por antonomasia- frente a Europa/Occidente, a su vez retro-representados por la Grecia clásica.

Aunque muy famoso y devenido autor de culto,  Kapuściński sigue siendo un personaje polémico a día de hoy. No me veo capacitado para juzgar desde un punto de vista profesional sus trabajos de periodista o “reportero”, denominación de sabor artesanal que a él le gustaba utilizar. Algunas nociones históricas vertidas por él no me parecen del todo acertadas. Pero como lector ingenuo, creo que en sus obras se aprende mucho sobre el mundo y sobre la condición humana, y también que él mismo como personaje resulta un gran seductor. En Viajes con Heródoto su escritura alcanza momentos emocionantes de gran intensidad y lirismo, como en el capítulo titulado “El tiempo desaparece”. No os deberíais perder este libro. No esperéis más para descubrir el papel estelar de una liebre lejana, como la retratada por Durero y que adorna la cubierta de la edición española.

 

Al europeo que por primera vez tenía contacto con la gran diversidad de pueblos y culturas que veía en Dar es Salaam le chocaba no sólo el hecho de que fuera de Europa existían otros mundos –esto, al menos teóricamente, lo sabía desde hacía un tiempo-, sino sobre todo que esos mundos se encontraban, se comunicaban, se mezclaban y convivían sin mediación y aun, en  cierto modo, sin conocimiento y sin el visto bueno de Europa. A lo largo de muchos siglos había sido ésta centro del mundo en un sentido tan literal y obvio que ahora el europeo a duras penas concebía que sin él y más allá de él muchos pueblos y civilizaciones llevasen una vida propia, tuviesen sus propias tradiciones y sus propios problemas. Y que más bien fuera él el huésped, el extraño, y su mundo, una realidad remota y abstracta. (p. 242)

Obras de Ryszard Kapuściński en Bibliotecas UPM

Gustavo A. Bécquer. Desde mi celda

Portada libro Desde mi celda

Gustavo Adolfo Bécquer. Desde mi celda.

“viento que gime a lo largo de las desiertas ruinas y el agua que lame los altos muros del monasterio o corre subterránea atravesando sus claustros sombríos y medrosos”

Por tierras aragonesas y al pie del Moncayo se encuentra el monasterio de Veruela. Una joya del cisterciense que inspiró el libro que ahora reseñamos, Desde mi celda de Gustavo A. Bécquer. Una vez más, arte y literatura van de la mano.

El poeta estaba familiarizado con la zona desde mucho antes (su esposa Casta era de Torrubia, actualmente Torrubia de Soria*) y el paisaje del Moncayo le inspiró algunas de sus leyendas más famosas como El monte de las ánimas (1861), El gnomo (1863) y La corza blanca (1863). Gustavo A. y su hermano, el pintor Valeriano, disfrutaron junto a sus familias de una larga estancia verolense entre diciembre de 1863 y julio de 1864. Hay que explicar que este monasterio, fundado en 1145, tuvo una larga y fructuosa vida hasta que en 1835, con la Desamortización de Mendizábal, quedó abandonado. Hacia 1846 se abrió en él una hospedería y se alquilaban celdas. El singular conjunto adquirió cierta fama y fue muy visitado por los viajeros romáticos.

De sus vivencias por estas tierras nacieron las nueve cartas que ahora nos ocupan, enviadas al periódico El Contemporáneo, para el que trabajaba Gustavo A. Bécquer entre el 3 de mayo y el 6 de octubre de 1864, sin firma. Como el propio Bécquer nos cuenta en una de ellas, tenía miedo de que a los lectores les interesara poco sus vivencias en un lugar tan retirado y ajeno al bullicio madrileño.  Sin embargo se sabe que se siguieron con gran atención y tuvieron una excelente acogida.

El monasterio de Veruela al pie del Moncayo

El monasterio de Veruela al pie del Moncayo

Una oportunidad para conocer al Bécquer periodista, más desconocido que el Bécquer poeta. Las cartas tienen una prosa fluida y muy buenas descripciones de paisajes y personas. Autor con sentido del humor como se ve en la primera carta donde cuenta el viaje desde Madrid a Tudela y el paseo en diligencia de allí a Tarazona. Muy ameno de leer, Bécquer narra sus vivencias por estas tierras, la tranquilidad de la vida campesina, su atracción por el pasado y su necesidad de revivirlo. Por supuesto también hay hueco para las leyendas sobre brujería (el caso de la tía Casta y las brujas que habitan en el castillo de Trasmoz y la increíble historia de cómo se construyó este castillo en una noche). Bécqer nos las relata desde la incredulidad pero reconociendo cierta inquietud.

Las brujas, con grande asombro suyo y de sus feligreses, tornaron a aposentarse en el castillo; sobre los ganados cayeron plagas sin cuento; las jóvenes del lugar se veían atacadas de enfermedades incomprensibles: los niños eran azotados por las noches en sus cunas, y los sábados, después que la campana de la iglesia dejaba oír el toque de ánimas, unas sonando panderos, otras añafiles o castañuelas, y todas a caballo sobre sus escobas, los habitantes de Trasmoz veían pasar…

Fructífera fue la estancia de los dos hermanos en Veruela ya que Valeriano pintó acuarelas y dibujos recogidos en el álbum Expedición a Veruela (conservados en la Avery Architectural Lybrary de la Universidad de Columbia, New York). Ambos hermanos murieron jóvenes y con tan sólo tres meses de diferencia. Valeriano en septiembre de 1870 a los 37 años y Gustavo en diciembre de este mismo año, a los 34 años.

Placa conmemorativa Becquer en Veruela

Placa conmemorativa colocada a la entrada del monasterio

*Agradezco  a José Gil la corrección que nos ha hecho llegar acerca del lugar de nacimiento de Casta, la esposa de Bécquer, ya que aparecía erronéamente que era natural de Noviercas, otro pueblo de Soria (del que sí que era natural la madre de Casta).

Otros lugares para visitar si se está por la zona son las localidades de TarazonaTrasmoz y Borja.

Libros de Gustavo A. Bécquer en las bibliotecas de la UPM.

La mujer del cartógrafo, de Robert Whitaker

La mujer del cartógrafo
Robert Whitaker
Barcelona, Océano, 2004

En la Biblioteca Campus Sur tuvo lugar entre los meses de noviembre-diciembre de 2012 la exposición titulada “Europa en mapas”. Con este motivo se seleccionaron una serie de obras relacionadas con el mundo de la cartografía, tanto técnicas como literarias. Entre estas últimas se incluyó ”La mujer del cartógrafo”, una obra literaria que además tiene un buen nivel científico.

 

 

Whitaker nos sitúa a principios del siglo XVIII en una Europa inmersa en el espíritu de la Ilustración donde se “discutía” sobre la forma de la Tierra; podemos decir que era el tema de actualidad entre los científicos, enfrentando a newtonianos y cartesianos. Ya se sabía que la Tierra era un elipsoide pero todavía no estaba claro si estaba achatada en los polos (postura inglesa defendida por Newton) o en el ecuador (postura francesa defendida por Cassini). En este ambiente la Academia de Ciencias de París decidió enviar dos expediciones para que llevasen a cabo la medición de un arco de meridiano. Una iría al Círculo Polar y otra, dirigida por Charles-Marie de la Condomine, Pierre Bourguer y Louis Goudin y en la que participan los españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa, al ecuador (cerca de Quito). Estamos en el año 1735.

“La mujer del cartógrafo” nos introduce en este ambiente científico y nos lleva también de expedición a América como un miembro más. Entre los expedicionarios se encuentra Jean Godin quien casará con Isabel Gramesón y es ella la que protagonizará la hazaña de atravesar el alto Amazonas, partiendo de Perú, al encuentro de su marido que se encontraba en la Guayana francesa. Isabel comienza su viaje en el año 1769 y no se reencontrará con su marido hasta el año siguiente tras incontables penalidades y muerte de sus acompañantes. Jean Godin e Isabel Gramesón llegaron a Francia en 1773.

El libro no es solo el relato de este viaje y de la relación entre Isabel y Jean sino también el relato del trabajo científico y las penurias que pasaron los componentes de la expedición para lograr el objetivo marcado.

 

Robert Whitaker en la Biblioteca UPM

 

Pilar Díaz Asensio

 

Descripción del Egipto otomano. Pablo Martín Asuero.

Cubierta de Descripción del Egipto otomano según las crónicas de viajeros españoles, hispanoamericanos y otros textos (1806-1924). Pablo Martín AsueroDescripción del Egipto otomano según las crónicas de viajeros españoles, hispanoamericanos y otros textos (1806-1924)

Pablo Martín Asuero

Miraguano

2006

El primer contacto visual directo de mi vida con el arte egipcio fue en el Museo del Louvre, no lo puedo olvidar. Allí un verano pretérito me topé, por sorpresa, con una esfinge de granito rosa en una salita privada y semioscura. La impresión fue tan tremenda que no pude evitar dar un grito. Aquella cosa irradiaba una fuerza, una solemnidad  y una Esfinge de granito de Tanis (Museo del Louvre)emoción imponentes que no tenia nada de lo que había visto hasta entonces.

Esa fascinación  y mucha más  sorpresa la sintieron sin duda   los viajeros españoles que descubrieron Egipto en el siglo XIX y principios del XX.

Hay que tener en cuenta, para entender muchos de los comentarios que recoge este libro, que ellos no llevaban información previa sobre lo que les esperaba en Egipto, eran los inicios de la fotografía.

  Bienvenidos sean estos testimonios curiosos de viajes, no de extrajeros por España -la perspectiva más común- sino lo contrario, de españoles e hispanoamericanos por Egipto, un mundo entonces muy lejano y que fue el gran destino de moda.

La apertura del Canal de Suez -en la suntuosa ceremonia de innauguración estuvo Eugenia de Montijo- puso de actualidad Egipto. Este acontecimiento unido a los descubrimientos arqueológicos, las exposiciones de piezas encontradas y El industrial catalán Antoni Amatller y su hija.las múltiples publicaciones sobre el país que se editaron entonces animaron a muchos europeos a visitar la tierra de los faraones.

Los españoles que cuentan sus impresiones en este libro son cónsules, embajadores, espias, burgueses con dinero, escritores como Blasco Ibañez y diversos profesionales que visitaron la zona por motivos de trabajo.

Van dos pinceladas de las muchas que ofrece este libro de viajes diferente y lleno de interés.

Sobre las sorprendentes vestimentas:

Cuando van por la calle visten un manto negro, a la manera de fantasma, que les cubre la cabeza y les llega hasta los piés: debajo del manto  llevan una toca semejante a la que llevan las monjas.

Tampoco faltan los consejos prácticos sobre los trayectos cortos.  Este sobre las travesias por el Nilo :

En cada vapor hay un saloncito angosto para las señoras y otro para los hombres con sofás corridos. Cada uno duerme en el asiento que le toca, si no se descuida en ocuparlo y tomar posesión de él cuando llega al vapor.

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