El impostor y la impostura, los abusos de la memoria

Cubierta de El impostor, Javier CercasEl impostor, Javier Cercas

Ed. Random House

2014

Javier Cercas nos ofrece un texto que transita entre la biografía (de Enric Marco), el ensayo (que plantea el conflicto entre la identidad, la memoria y la historia), y el making of (reportaje tipo así se hizo).

Cercas se debate entre la atracción y la repulsión hacia un personaje que contraviene nuestros preceptos morales primordiales al hacerse pasar por víctima, pero no una víctima cualquiera sino aquella que refleja uno de los crímenes más impactantes del siglo XX, el Holocausto.

En realidad Enric Marco, el impostor, nacido en 1921 y ejemplo de vitalidad (aún vive), no sólo ha inventado su vida una vez, sino que ha seguido un curioso proceso iterativo en el que ha ido modificando y puliendo paulatinamente  sus detalles vitales, con tres golpes de mano que han coincidido con tres reinicios familiares, al mejor estilo ave fénix.

Curiosamente en esos tres reinicios ha vivido fases de éxito rotundo y auténtica euforia mediática: en la primera iteración como dirigente sindicalista de la CNT, en la segunda liderando los movimientos de las asociaciones de padres de alumnos en Cataluña, y finalmente como presidente de la Asociación Amical de Mauthausen, puesto que ocupaba en el momento que saltó el escándalo.

Mantener una ficción identitaria de la magnitud que nos ocupa sólo se puede entender cuando se comprueba que está tejida de una infinidad de medias verdades: estuvo en la guerra como republicano (sí, pero no participó en la invasión de las islas BalearEnric Marco, superviviente de Flossenburges de la mano de las milicias catalanas, ni fue herido en el frente del Segre); fue sindicalista (sí, pero no participó en la Unión de Juventudes Antifascistas aunque anduvo cerca); huyó de la postguerra (sí, pero como emigrante especializado del régimen franquista); estuvo en las cárceles alemanas (pero no por haber conspirado contra el III Reich); estuvo en el campo de concentración de Flossenbürg (pero sólo de visita) y así sucesivamente. Dicho de este modo resulta fácil, pero escarbar en la memoria de Enric Marco a la vez con su ayuda y contra su resistencia resulta un interesante ejercicio de espeleología e introspección; Cercas llega a verse a sí mismo como un impostor en su ejercicio literario tratando de lidiar con este personaje a caballo entre Don Quijote y Emma Bovary.

En este proceso de devaneo que se prolonga a lo largo de mucho meses, aparece en varias ocasiones la figura del historiador que desenmascaró a nuestro personaje, Benito Bermejo. Alguien podría imaginar que éste adquiriría el status de héroe, pero nada más lejos de la realidad. Cuando se dispone de una figura como Enric Marco, capaz de emocionaLos abusos de la memoria, Tzvetan Todorovr hasta las lágrimas tanto a alumnos de secundaria como a congresistas y senadores, no es fácil perdonar al aguafiestas. Y es que Enric Marco eclipsaba al resto de deportados y prisioneros de los campos: su discurso (tan bien hilado), su apología de la resistencia heroica (tan distante de visiones del tipo Si esto es un hombre -Primo Levi- o La escritura o la vida -Jorge Semprún-), y su expresividad que no es propia de alguien que intenta superar un trauma vital.

En este sentido, el texto nos remite a las reflexiones de Todorov en Los abusos de la memoria. Y es que la memoria no se opone al olvido sino que es forzosamente una selección; no hay que confundir recuperación y utilización de la memoria, pues incluso se debe reconocer el derecho al olvido, y es importante desligarse de la conmemoración obsesiva del pasado. Es curioso comprobar que aunque nadie quiere ser una víctima, muchos desean haberlo sido.

¿Merece la pena leer el libro después de esta extensa reseña? Pienso que sí, pues el diablo está en los detalles de esta impostura y nadie es ajeno al impacto de revisar su propio relato vital.

Primo Levi

Javier Cercas en la Biblioteca UPM

Tzvetan Todorov en la Biblioteca UPM

La casa de mi padre, Jaime Izquierdo Vallina

Cubierta de La casa de mi padre, Jaime Izquierdo VallinaLa casa de mi padre

Jaime Izquierdo Vallina

Editorial KRK

Con el alma defenderé la casa de mi padre con este verso de Gabriel Aresti comienza el libro, de 2012, a caballo entre la novela (ligera), el ensayo (meditado), y las notas auto-biográficas (sentidas). Algunas veces el peso de nuestros pensamientos requieren el bálsamo de esta mixtura para poder ser transmitidos, y éste es el efecto conseguido.

El argumento podría quizás resumirse así: un joven ingeniero de sistemas francés se encuentra ante la tesitura de abandonar o recuperar sus raíces de hijo de inmigrante. No es una casualidad la selección de esta formación, pues es la filosofía que subyace en el texto, que los entornos rurales son sistemas complejos donde la interacción de los elementos supera en relevancia a los elementos en sí: el todo es más que la suma de las parte.

Paisaje agreste asturiano

Un eje fundamental del ensayo es la estructuración del conocimiento en tres ámbitos: el científico, el tecnológico y el local; éste último ignorado sistemáticamente durante la revolución industrial. El texto es una reivindicación del conocimiento campesino por su carácter complejo (y empírico), sistémico (y sistemático) e integral (e integrador). El autor, Jaime Izquierdo Vallina, es un especialista en medio rural, interesado en comprender y superar los contextos industriales que han favorecido el abandono y la despoblación de la Asturias más agreste (entendido como una crisis multi-orgánica). Escribe el texto para hacerlo atractivo a ámbitos diversos: sociólogos, antropólogos, ingenieros, biólogos, y por supuesto, para los habitantes de este mundo en general:

“ la cuestión crucial es entender ¿por qué si las comunidades campesinas han sabido superar las crisis y adaptarse a los cambios desde el neolítico, han sucumbido a la industrialización?”

Otra cuestión interesante es el análisis de por qué los campesinos que partieron como emigrantes tuvieron en muchos casos un éxito relativamente superior al de aquellos que partían de un ámbito urbano. La respuesta que ofrece Jaime Izquierdo, es que los campesinos eran educados para la polivalencia (multitud de tareas diversas), para la empleabilidad (capacidad que permite variar de ocupación) más que para el empleo (especialización), y para enfrentarse a cualquier contingencia (debido a  la elevada incertidumbre de la naturaleza); se educaba para excelencia (pues sin prestigio el caserío perdía crédito); apreciados como mano de obra sufrida y sacrificada.

Una cuestión que surge de forma natural es: ¿Quién es más inculto: el campesino (poco conocedor del ámbito científico-tecnológico) o la cultura académica oficial (que infravalora el conocimiento local)?  “¿Por qué ponerle ahora eco delante a lo que nosotros (los campesinos) sencillamente llamábamos lógico?

Coloquio, un entorno favorable al autor

Curiosamente en el libro se hace referencia a Lewis Mumford (véase reseña: Eutopía o nada) en su texto Técnica y Civilización, y al interés de aplicar sus puntos de vista al mundo campesino.

Si alguien tiene la oportunidad de escuchar a Jaime Izquierdo, no se arrepentirá. Es una persona cercana polifacética y tranquila que favorece la interacción y la conversación.

“Volver a los orígenes no es retroceder”

Jaime Izquierdo Vallina en la Biblioteca UPM

La marcha al pueblo en las letras españolas, 1917-1936 / Víctor Fuentes

2ª edición, con prólogo de Manuel Tuñón de Lara.

Madrid : Ediciones de la Torre, 2006.

Machado, que tajantemente afirma que “en España lo mejor es el pueblo”, quiso dar a éste, haciéndose eco de “su ansia de cultura”, un saber de primera calidad, manteniendo la raíz de su folclore, entendiéndolo como saber y como cultura popular, viva y creadora. Esta Escuela se alza sobre dos principios básicos de su pensamiento, profundamente democrático: el resumido en el adagio “nadie es más que nadie” y el que ve en la difusión de la cultura el enriquecimiento de ésta, basándose en dos paradojas éticas, “sólo se pierde lo que se guarda, sólo se gana lo que se da”, como él mismo nos dice. Este proyecto educativo, la más contundente respuesta a la teoría orteguiana de las élites y las minorías selectas, llega hasta hoy como un legado: en el campo de la enseñanza, el establecimiento de una verdadera democracia en España –como en tantos otros países del globo- pasa por su realización. (p. 232)

 

Víctor Fuentes es uno más de los muchos y apreciables profesores de cultura española que -exilio mediante- han enriquecido los claustros de universidades extranjeras, en este caso la de California. Es miembro numerario de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. Este libro suyo que ahora reseñamos es de expresión vehemente y explícito de ideología, aunque no más que muchos otros que pretenden carecer de ella. Resultado de materiales de investigación y docencia reelaborados a lo largo de muchos años, el conjunto acaba componiendo un ensayo “de tesis” sobre el proceso de construcción de una nueva literatura nacional-popular española durante el período de Entreguerras. Una parte sustancial de la pujante industria editorial y de los escritores de la Edad de Plata habrían respondido así –de manera más o menos consciente y simultánea con la formulación teórica de Gramsci sobre el particular-, a los desafíos de hegemonía cultural en el nuevo mundo surgido de la segunda revolución industrial. Por orden cronológico, la Primera Guerra Mundial, La Revolución rusa, la Guerra de Marruecos y la Crisis de 1929 actuarían como detonantes principales del proceso, con el trasfondo local de la agonizante monarquía de la Restauración, desbordada por una sociedad en rápida transformación.

En consecuencia una impresionante armada de creadores, partiendo desde posiciones que van de la exigencia democrática hasta la revolución social, se habría adelantado a las conveniencias partidistas de los políticos en la construcción de un frente popular virtual para fecundar, potenciar y transformar de manera irreversible la sustancia de la cultura española. Sus objetivos: la recuperación y regeneración de la cultura popular, la incorporación de los procedimientos más modernos de acción literaria y escénica, y la puesta en evidencia de una candente temática social (de clase, género, etc.). Tal vez los descubrimientos más jugosos de este libro sean los referentes a la narrativa, incluida su vertiente documental. Aunque tampoco se desatienden la poesía y el teatro, en los que brillan nombres tan conocidos como Lorca, Antonio Machado, y Valle-Inclán. En fin, se trata de un ensayo cuya lectura marida muy bien con la de otros autores que tratan del mundo editorial y la producción literaria de aquella época como José Carlos Mainer, Gonzalo Santonja o Andrés Trapiello. Aunque el formato del volumen es cómodo y la tipografía muy agradable, la obra merecía un cuidado más esmerado en la impresión final y el haber referenciado con precisión sus magníficas ilustraciones.

Obras de Víctor Fuentes en Bibliotecas UPM

Recuperar la ociosidad, In praise of Idleness

Cabe preguntarse qué es lo que en nuestro imaginario colectivo representa la ociosidad. Probablemente la imagen de una persona relajada e Robert Louis Stevenson, 1885indolentemente reflexiva en un entorno estival se ajuste bastante a ello. Sin embargo, no es lo mismo el ocio que el tiempo libre. De hecho cuando realizamos una búsqueda encontramos recurrentemente el término Actividades de Ocio y Tiempo Libre, conjunción copulativa que ratifica la diferencia.

El ocio refiere al conjunto de tareas que realizamos sin ánimo de lucro. En época de los patricios romanos, la vida se centraba en tono al ocio de una manera tan manifiesta que el negocio, se definía como antónimo de ocio: Negocio es la negación del ocio. Todo aquello que no se lleva a cabo sin ánimo de lucro, se realiza con él.

En nuestra época en cambio todo gravita entorno al trabajo remunerado, hasta tal punto que la ética del trabajo nos deja poco margen y peor reputación cuando intentamos recuperar el debate. Sin embargo, la dicotomía es falsa y el enfrentamiento innecesario.

Cubierta de En defensa de los Ociosos, Robert Louis StevensonEn esta reseña recuperamos dos pequeños ensayos: En defensa de los Ociosos de Robert Louis Stevenson (1850-1894), y Elogio de la Ociosidad de Bertrand Rusell (1872-1970), ambos escritos en épocas en que el ocio era reconocido como la madre de todos los vicios.

Nuestros autores no pueden ser más diversos. El primero: escocés murió tempranamente de tuberculosis en Samoa, no sin haber viajado y escrito extensamente; ha sido inmortalizado como el autor de la Isla del Tesoro. El segundo: matemático, profesor universitario en Cambridge y Premio Nobel de Literatura.

El texto de Stevenson, editado por Gadir, es un alegato apasionado en favor de aquellas personas capaces de disfrutar de un ocio activo, e incluso de aquellas que permanecen completamente ociosas. Una apología del ocio para la juventud como medio de experimentar la vida en su plenitud. Todo ello hay que entenderlo en un contexto Dickensiano en que la ausencia de un estado del bienestar hacía de esta alternativa, una opción arriesgada: “la indiferencia de Diógenes ha tocado en su punto débil a Alejandro”.

Robert Louis StevensonEn palabras de Stevenson: “Estar extremadamente ocupado, ya sea en la escuela o en la universidad, ya en la iglesia o el mercado, es un síntoma de deficiencia de vitalidad; una facilidad para mantenerse ocioso implica un variado apetito, y un fuerte sentido de la identidad personal”.

El mismo Stevenson admite la parcialidad del texto, de la misma manera que: “exponer un argumento no implica necesariamente estar sordo a todos los demás, del mismo modo que un hombre que haya escrito un libro de viajes en Montenegro no significa que nunca haya podido estar en Richmond”. De manera que habiendo disparado a su propia línea de flotación, no ha de haber cuidado con mayor fuego cruzado.

Cubierta de In Praise of Idleness, Bertrand RusellEl texto de Rusell, editado por Edhasa en la colección libros de Sísifo, es más pausado, más argumentativo, más académico pero no extenso (32 páginas). Es curioso que a pesar del poco margen de tiempo entre ambos autores, y pese al título: Elogio de la Ociosidad, el centro de gravedad del texto ya se ha desplazado del ocio hacia el tiempo libre (aquél no ocupado por un trabajo remunerado). En él, Rusell hace referencia a las consecuencias de mantener nuestra ética preindustrial, la moral de la esclavitud, en una era moderna: “el tiempo libre es esencial para la civilización, y, en épocas pasadas, sólo el trabajo de los más hacía posible el tiempo libre de los menos. Pero el trabajo era valioso, no porque el trabajo en sí fuera bueno, sino porque el ocio es bueno. El sabio empleo del tiempo libre, debemos admitirlo, es un producto de la civilización y de la educación”.

El ensayo plantea la necesidad de que la educación despierte aficiones que capaciten al hombre para usar con inteligencia su tiempo libre: “hasta aquí, hemos sido tan activos como lo éramos antes de que hubiese máquinas; en esto hemos sido unos necios, pero no hay razón para seguir siendo necios para siempre”. Hay que plantearse cómo encaja esto en una sociedad de hiper-consumo.

The time you enjoy wasting, is not wasted time

Este pequeño escrito de Rusell está recogido en un volumen homónimo, junto a otros 14 ensayos muy interesantes, entre los que destacan algunos dedicados al desarrollo del fascismo, visto desde el primer plano de la historia, no en vano fue publicado en 1935.

Quizás en una sociedad dominada por la amenaza del paro, pueda parecer frívolo recuperar estos textos. Sinceramente no lo concibo así. La memoria de lo que somos es importante para definir o al menos perfilar lo que deseamos ser.

Robert Louis Stevenson en la Biblioteca UPM

Bertrand Russell en la Biblioteca UPM

Conversaciones en Giverny con Claude Monet

Cubierta de Conversaciones en Giverny con Claude MonetConversaciones en Giverny con Claude Monet
Confluencias Editorial
2014

Claude Monet (1840-1926) fue, como todo el mundo sabe, uno  de los creadores del impresionismo y dedicó su inteligencia y su energía a captar la luz y el color de la naturaleza.

El maestro saca su reloj:

– Las diez y media- y añade-,vayamos a verlos: ya se han abierto.

Descendemos por una gran alameda bajo los abetos cargados de sombra. A derecha e izquierda los lirios se extienden en grandes capas por el espacio, formando una especie de bruma lila bajo la luz del sol.

Entrevista a Monet en Giverny. Marc Elder (1922)

Lirios en el jardín (1900)

En Giverny (Normandía) a las orillas del Sena, siempre el agua, siempre el Sena, se compró Monet una casa donde vivió y pintó los últimos años de su vida. El jardín de la casa lo convirtió en campo de experimentación para poder pintar las especies de flores que más le gustaban, las plantas que mejor juego le daban al cambiar de estación; colocaba los setos buscando sombras, elegía cada año los tonos de los tulipanes y con su jardinero organizaba un concierto de flores milimétricamente orquestado para que se sucedieran, sin vacíos, las peonías, los lirios, los rododendros o las caléndulas. De este modo no necesitaba salir de su jardín para pintar. Y sobre todo aseguraba que podía capturar cada cambio de luz sobre el paisaje.

El barco estudio (1876)Con la escuela impresionista los temas de la pintura se volvieron amables. La gente podía reconocerse en las escenas de bailes populares, de paseos por el campo o de escenarios de villas y huertos. Escenas cotidianas y alegres sí, pero detrás de tanta aparente dulzura se escondía un esfuerzo terrible para el pintor, un trabajo lleno de sacrificios  y duros horarios siempre al aire libre.

La novedad consistía en que la emoción del cuadro residía en la luz. La luz, el cambio de luz convertía un río en otro, pero también una catedral en otra (como demostró el propio Monet pintando 31 veces la Catedral de Rouen), y tu propio jardín se volvía un jardín diferente.

Capturar todas las luces se convierte en una obsesión, en un reto, en una dificultad que rige la vida de Monet. Levantarse de  noche, buscar el sitio exacto donde dejaste ayer de pintar, comprobar que ninguna rama caída ha modificado el encuadre, un pitillo tras otro esperando que amanezca en el barco estudio en medio del río y, si hay suerte, continuar los reflejos iniciados el día anterior… para interrumpirlo todo poco después, cuando cambie la luz. Todo este ritmo tan sorprendente nos lo descubre este libro que marca un antes y un después a la hora de ponerse  ante un cuadro impresionista.

Monet estuvo en Madrid el año 1900. Vino para conocer el Museo del Prado y nos dejó este párrafo que forma parte de las entrevistas recogidas en este libro y que no tienen desperdicio.

Madrid, El Prado, ¡qué museo! El más bello de todos los que conozco. Cuando me he encontrado en aquellas salas, en medio de tizianos, rubens, velázquez, tintorettos, se diría que fueron pintados ayer, rebosando como están de fuerza, de luz y de color.

Claude Monet

Cubirta de La luz y Monet en Giverny, Eva FigesAcaba de aparecer otro libro interesante sobre Monet. Eva Figes (Berlín 1932 – Londres 2012) describe en esta novela, La luz y Monet en Giverny,   un día en la vida del pintor. El ambiente de la casa de Giverny, diez hijos entre los suyos y los de su mujer, los criados, los marchantes, los horarios de trabajo de Monet, su proceso creativo… No es que explique los cuadros ni los describa, es que los pinta con palabras. Es asombroso y mágico sentirte de pronto y por sorpresa dentro de las obras creadas en Giverny.

Claude Monet en la Biblioteca UPM

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