El país de los ciegos (H. G. Wells)

Carátula del libro: El país de los ciegos, H.G. WellsEl país de los ciegos
H.G. Wells
Madrid: Nórdica Libros, 2014

Una fábula elocuente; una kakotopía muy al estilo del siglo XIX (véase eutopía o nada); publicada en 1904 en una revista y recopilada con otros relatos en 1911. Un cuento centrado en una población aislada en un lugar evocadoramente andino:

A un misterioso valle aislado del mundo de los hombres… llegaron unas familias de mestizos peruanos que huían de la lujuria y la tiranía de cierto gobernador español. Una extraña enfermedad cayó sobre ellos… los viejos se volvieron medio ciegos y andaban a tientas, los jóvenes veían sólo borrosamente, y sus hijos nunca vieron nada… Los videntes se habían vuelto ciegos tan gradualmente que apenas notaron la pérdida… Se fueron sucediendo las generaciones. Olvidaron muchas cosas; inventaron otras muchas… la pequeña localidad creció en número y conocimiento… Un hombre llegó por azar. Y esta es la historia de ese hombre.

Ilustraciones de Elena Ferrandis

Dice el refrán: In the country of the blind the one-eyed man is the King. ¿Es correcto? ¿Cuál es el poder de la masa en esta situación? Este podría ser el hilo conductor del texto, sugerentemente ilustrado por Elena Ferrandis, editado por Nórdica libros en edición bilingüe. En realidad incluye la versión original como apéndice sin ilustraciones y letra prosaica; un bilingüismo muy a la española, testimonial.

The country of the Blind, es un texto anecdótico en la trayectoria de Herbert George Wells, muy lejos de las archiconocidas máquina del tiempo y la guerra de los mundos. Es un relato de hemeroteca, más que de biblioteca pero mantiene la profundidad en la capacidad de plantear cuestiones que van mucho más allá de lo evidente.

H.G. Wells, historiador, filósofo y sociólogo, reconocido periodista, socialista (de entonces) y profesor (nacido en 1866 y muerto en 1946), acumula sus páginas escritas y publicadas por miles…  for a living.

Wells creía profundamente en el ser humano, y sin embargo al término de su existencia tristemente reconoció la inseguridad inherente al progreso (predijo la bomba atómica en 1914 en el texto the world set free), cayó en una profunda depresión al contemplar los estragos de la segunda guerra mundial, y dedicó sus últimos esfuerzos a la redacción de los derechos del hombre (piedra angular de la declaración homónima de  la ONU).

I am English by origin

but I am an early world man

H.G. Wells en la Biblioteca de la UPM

Einstein: notas autobiográficas

Cubierta de Notas autobiográficas, Albert EinsteinAlbert Einstein
Notas autobiográficas
Alianza Editorial

En nuestro imaginario, un texto autobiográfico incluye casi necesariamente detalles de la vida personal del autor y de su entorno, de sus anhelos y zozobras, de manera no necesariamente lineal, ni completa; algo así como una declaración de principios a título (o no) de confesión íntima. Sobre esta materia, sin embargo, el texto de Einstein es completamente ajeno.

Cabe recordar, para paliar esta ausencia, que Einstein (1879-1955) es un bávaro de familia judía (nació en Ulm), científico iconoclasta, premio Nobel de física, padre de la teoría de la relatividad, pacifista en la primera guerra mundial y defensor del programa atómico americano en la segunda (con notable arrepentimiento de su uso militar); visitó España en 1923 auspiciado por la Junta de Ampliación de Estudios presidida por Santiago Ramón y Cajal, viaje que obtuvo una marcada contestación y repulsa por parte de los sectores conservadores, y un curioso apoyo de los movimientos obreros probablemente como contrapeso.

Sus notas autobiográficas (apenas 90 páginas en formato octavilla) son un testimonio de sus pensamientos: ese curioso proceso recursivo de ensoñación que sólo se vuelve transferible cuando se materializa en conceptos. Einstein dedica parte de su escrito a declarar cuándo comenzó a pensar y la relevancia que eso supuso en su vida: el comienzo de su existencia consciente (pienso luego existo).

Einstein se muestra agradecido al Instituto Politécnico de Zurich (aunque a la postre no le fuera muy bien en él) sobre todo por la libertad de que disponía en el estudio en comparación con los modernos métodos de enseñanza. Según sus propias palabras:

Es casi un milagro que los modernos métodos de enseñanza no hayan estrangulado ya la sagrada curiosidad de la investigación, pues aparte de estímulo esta delicada plantita necesita sobre todo libertad… Pienso que incluso un animal de presa sano perdería la voracidad si, a punta de látigo, se le obliga continuamente a comer cuando no tiene hambre.

Es muy hermoso y elocuente ver como intentaba entender las inconsistencias y paradojas de los conocimientos físicos que se iban acumulando y que en último término dieron al traste con la infalibilidad de la mecánica de Newton.

Basta ya. Newton, perdóname; tu encontraste el único camino que en tu época era todavía posible para un hombre de la máxima capacidad intelectual y de creación… aunque ahora sabemos que hay que sustituirlo por otros más alejados de la experiencia inmediata si aspiramos a una comprensión más profunda de la situación. ¿Pretende ser esto una necrológica? Yo contestaría que en esencia sí.

El análisis de la gravitación a la luz de la moderna teoría de campos (la curvatura del espacio debida a la masa de los objetos), la masa y la energía como caras de una misma moneda, o la interrelación de espacio y tiempo, son aspectos que afloran en el texto de una manera natural, con un lenguaje sencillo y un pensamiento profundo.

La posibilidad de adentrarse en la mente de un pensador como Albert Einstein al módico precio es 8,95 euros es algo que debemos agradecer al editor que instigó su redacción (Dr. Schilpp) y en castellano a la editorial Alianza. Feliz ensoñación.

La imaginación es más importante que el conocimiento, pues el conocimiento es limitado y la imaginación envuelve el mundo.

Albert Einstein

Albert Einstein en la Bblioteca de la UPM

Escuchar a los muertos con los ojos y otros cuentos chinos

Cubierta de Borges oral, Jorge Luis BorgesBorges, Feynman y Jullien entre otros

Esta imagen tan evocadora hay que agradecérsela a Quevedo:

Con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos

(F. Quevedo)

Hay casos en que la voz es especialmente directa, cálida, imperecedera… como en la conferencia escrita o transcrita. Este género se ha popularizado desde hace 100 años gracias a la aparición de los medios de grabación y transcripción.

Una conferencia no es un discurso y tampoco una clase, es un género ambiguo, dirigido a un público amplio, a veces simplemente advenedizo que acude por mor de su cultivo personal y disfrute.

Hay un texto minúsculo, precioso (Borges oral), una esencia destilada del autor, editado por Alianza al módico precio de 6 euros (sólo el necio confunde valor y precio). Las conferencias que recoge versan sobre los más diversos temas: el libro, el tiempo, la novela negra… Borges (ya ciego) recurre a un discurso en espiral, vuelve y se revuelve para acunar al oyente /lector que va interiorizando detalles inesperados; nunca sería igual con un discurso lineal.

“Un verso bueno no permite que se lo lea en voz baja, o en silencio. El verso siempre recuerda que fue un arte oral antes de ser un arte escrito, recuerda que fue un canto”Cubierta de El placer de descubrir, Richard P. Feynman

Parecería que es la conferencia un género exclusivo de las humanidades, consideradas las ciencias en su aspecto más prosaico, pero nada más alejado de la realidad. Los físicos y químicos teóricos son dados a grandes hazañas en este género. Tal es el caso de Richard Feynman de quien podemos encontrar varios textos dedicados a sus conferencias como Siete piezas fáciles y El placer de descubrir. Este último editado por Crítica en la colección Drakontos, contiene una sentida conferencia en la que Feynman hace un homenaje a las personas sencillas (personificadas en su padre) que en un elocuente gesto de inteligencia natural fomentan, desde la más tierna infancia, el sentido crítico de sus hijos. Y es que la ciencia es ante todo la capacidad de sorprenderse.

“Mirando a un pájaro (el padre de Feynman) decía: “¿Sabes qué pájaro es ese? Es un tordo de garganta marrón; pero en portugués es un …, en italiano un …,” decía, “en chino es un …, en japonés es un …”, etc. “Ahora sabes qué nombre tiene ese pájaro en todos los idiomas que quieras”, decía, “pero cuando hayas acabado con eso no sabrás absolutamente nada sobre el pájaro. Sólo sabrás cómo llaman al pájaro los seres humanos en diferentes lugares. Ahora”, concluía, “miremos al pájaro.”

Cubierta de Conferencia sobre la eficacia, François Jullien

El tercer ejemplo de esta reseña, ya no corresponde a un autor enmudecido por el tiempo, sino a un especialista en estudios orientales, un sinólogo. François Jullien ofreció una conferencia titulada: Conferencia sobre la eficacia a un círculo de empresarios tan sólo para cautivarlos con las diferencias en la visión de la estrategia en oriente y occidente. El autor nos enfrenta a todas las ideas preconcebidas que por asumidas resultan silenciadas. Es un texto poético que pone de manifiesto cuánta polinización cruzada es necesaria entre culturas y ámbitos del saber.Nube de palabras

Wu Wei er Wu bu Wei

(no hacer nada, pero que nada deje de hacerse)

Y es que al leer una conferencia uno puede detenerse en el texto en cualquier momento y dejar volar su imaginación, envolverse en un tiempo y un espacio diferentes y viajar sin moverse del sitio.

 I would rather have questions

Jorge Luis Borges en la Biblioteca de la UPM

Richard P. Feynman en la Biblioteca de la UPM

El idioma materno, Fabio Morábito

Cubierta de El idioma materno, Fabio MorábitoEl idioma materno
Fabio Morábito
México: Sexto Piso, 2014

Hay libros tan llenos de encanto, tan bien escritos, tan inteligentes, que resulta inevitable recomendarlos una y otra vez. Este es uno de ellos.

En los ochenta y cuatro textos incluidos en El idioma materno (publicados originalmente en el diario argentino El Clarín) Fabio Morábito reflexiona sobre las experiencias que desde temprana edad han contribuido a convertirle en el escritor que hoy es. Da cuenta en ellos del origen de una vocación.

Fabio Morábito nació en Alejandría, Egipto, en 1955, de padres italianos, desde los tres años vivió en Milán y a los quince se trasladó a México, donde reside hoy en día. Escribe en español. De ahí que una de las más importantes líneas de reflexión que cruzan el libro esté relacionada con el idioma materno y con el oficio de traducir. Además, entre otras muchas cosas, habla de lectores y sus costumbres, de los que subrayan, de los que saben poner las comas, de poesía (“Los poetas no escriben libros”), de literatura desde puntos de vista interesantes (¿por qué Dostoievski nunca escribiría Robinson Crusoe?, ¿es El castillo de Kafka una historia de amor? ¿cómo es posible conocer la obra de Vallejo sin haber leído un solo poema?).

El idioma materno de mi mujer es un idioma que yo no hablo; ella, en cambio, habla mi lengua materna. Nos comunicamos a través de un tercer idioma, que es el idioma del país en que vivimos. El que yo no hable ni entienda la lengua materna de mi mujer, al revés que ella, que habla la mía sin dificultad, me otorga una gran ventaja. Al estar expuesto en mi casa a un idioma extraño, que no entiendo ni quiero entender, la calidad de misterio de mi vida es superior a la suya.

También hay textos que sin dejar de lado por completo estos intereses ni el tono reflexivo, adoptan la forma de cuentos o episodios rescatados del pasado. Breves -ninguna pieza ocupa más de dos carillas-, precisos, con un lenguaje rayano en lo poético y dotados de fino humor. De elegir uno, sería Lluvia nocturna. En él, Fabio cuenta cómo una abuela descubre que a través del telefonillo de casa puede oír el repiqueteo de la lluvia sobre el toldo de la entrada. Ese sonido, más intenso, diferente al de las gotas golpeando las ventanas significa para ella un descubrimiento, el hallazgo de un tesoro. Desde entonces arrima su silla para no perderse detalle, dicta turnos breves para hijos y nietos, no cede la posición. ¿Y por qué lo hará?, el texto no lo revela. Yo digo que porque la abuela, en su cabal sabiduría, es sensible al prodigio de que te cuenten al oído, aun sin palabras.

Un libro para leer y releer, de esos que no se dejan demasiado lejos porque tarde o temprano apetece revisitar. Afortunadamente hay quien hace, escribiendo, lo mismo que la lluvia del cuento.

Aquí un fragmento de “El idioma materno” leído por el propio autor.

La España de Manet. Carlos Melchor

Cubierta de: La España de Manet. Selección de textos y traducción Carlos MelchorLa España de Manet
Selección de textos y traducción Carlos Melchor
Edinexus, 2003

Este libro es una selección de las cartas que sobre España se cruzaron el pintor Édouard Manet (1832-1883) y sus amigos. Los amigos eran entre otros Baudelaire, Zola, Zacharie Astruc, Fantín-Latour y Mallarmé.

Todos eran intelectuales y a todos, constatarlo resulta revelador,  les interesaba saber cómo llegar, dónde dormir, qué ver y cómo sobrevivir en España porque el que no había estado ya en nuestro país se estaba organizando para hacerlo.

En Madrid se alojó en el Gran Hotel de París, en la Puerta del Sol y allí conoció a Théodore Duret, fabricante y vendedor de coñac y futuro mecenas. Fueron juntos a Toledo para ver los cuadros de El Greco, y con él regresó, pocos días después, a FranciaEdouard Manet. Torero saludando..

Manet se muestra en sus cartas fascinado por Velázquez y por las corridas de toros que luego llevaría a muchos de sus lienzos.

Por fin amigo mío he podido admirar los cuadros de Velázquez y le puedo asegurar que es el pintor más grande que jamás haya existido. Sólo por él ya merece la pena sufrir el cansancio y las contrariedades inherentes a un viaje a España.

Carta de Édouard Manet a Charles Baudelaire. 14 de septiembre de 1865.

Vino a España en 1865 a ver pintura española y en particular a Velázquez. Él ya conocía nuestra cultura, en París había importantes obras de los grandes maestros españoles, pero necesitaba ver todos los cuadros. Esa admiración dejó una impronta evidente en su obra, mayor que en la de ningún otro pintor extrajero de su época. En 2004 una importante exposición en el Museo del Prado lo reconocía y recibía a Edouard Manet como a uno de los nuestros. Se titulaba justamente así: Manet en el Prado.

 Edouard Manet.

Permanecí siete días en Madrid, y he tenido tiempo de verlo todo. El Paseo del Prado con sus mantillas me ha gustado mucho, pero como espectáculo único, las corridas de toros.

Édouard Manet a Zacharie Astruc. 17 de septiembre de 1865.

Manet fue el inventor de la pintura moderna, y como nos dice María de los Santos García Felguera en su magnífica introducción a este libro lo hizo con la ayuda de Velázquez.

Édouard Manet en la Biblioteca de la UPM

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