Orbital. Samantha Harvey
Desde Lecturas para compartir, en su cuenta de Tiktok @biblioetsidiupm, la biblioteca ETSIDI UPM recomienda la lectura de Orbital, de Samantha Harvey.
En esta obra, Samantha Harvey -filósofa y profesora en la Universidad de Bath Spa- se mete en la piel de seis investigadores de la Estación Espacial Internacional. Este grupo de astronautas, compuesto por dos mujeres y cuatro hombres de diferentes nacionalidades, convive de forma rutinaria en un espacio reducido, claustrofóbico, pero desde el que se contempla el extraordinario planeta tierra. Durante nueve meses pasaran el tiempo desarrollando sus proyectos de investigación: monitorizar los microbios presentes en la nave, cultivar cristales de proteínas, observar qué les ocurre a las raíces de las plantas ante la falta de luz y gravedad, recoger datos sobre el desgaste muscular en el espacio… Y todos los tripulantes, a su vez, son objeto de estudio para determinar el impacto de la microgravedad en el funcionamiento neuronal de los humanos.
Pero Orbital va más allá del día a día interplanetario, ya que plantea cuestiones de naturaleza filosófica e íntima: ¿la realidad, cuando alcanzamos nuestros sueños, se asemeja a las expectativas creadas?
Finalmente podemos destacar que la escritora británica (Kent, 1975-) nos propone una novela singular, trufada de instantes en los que se inhala un placer inmenso derivado de las descripciones excelsas de la Tierra. Magistral la selección de esas imágenes y de las palabras.
Orbital ha cosechado éxitos como el premio Booker 2024, así como nominaciones al Premio Orwell de Ficción Política y al Ursula K. Le Guin de Ficción.
¿Os gustaría dar dieciséis vueltas al día alrededor del Planeta Tierra?
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ÓRBITA MENOS 1
Girando en torno a la Tierra en su nave espacial se sienten tan unidos, y tan solos, que incluso sus pensamientos, sus mitologías íntimas, confluyen a veces. Tienen de vez en cuando los mismos sueños. Sueñan con fractales y esferas azules, y con rostros conocidos abismados en la oscuridad, y con el negro brillante y energético del espacio que azota sus sentidos. El espacio en crudo es una pantera, indómita y primaria; en sus sueños se les aparece merodeando por sus aposentos.
Están suspendidos en sus sacos de dormir. A un palmo de distancia, al otro lado de la piel de metal, se extiende el universo en sencillas eternidades. Su sueño comienza a diluirse y alborea una luz matinal lejana y terrestre, y sus portátiles se encienden con los primeros mensajes silenciosos del día; la estación, siempre alerta, siempre en vela, vibra con el ronroneo de ventiladores y filtros. En la cocina quedan los restos de la cena de la noche anterior: tenedores sucios sujetos con imanes a la mesa y palillos chinos metidos en una funda que hay en la pared. Cuatro globos azules se mecen en la corriente de aire, una guirnalda de papel de plata dice «Cumpleaños feliz», nadie cumplía años, pero estaban de celebración y no tenían otra cosa. Hay restos de chocolate en unas tijeras y una pequeña luna de fieltro sujeta a una cuerda, atada a las asas de la mesa plegable.
Fuera, la Tierra rueda en un compacto resplandor lunar mientras navegan con rumbo cierto hacia su filo infinito. Los penachos de nubes sobre el Pacífico proyectan un resplandor cobalto sobre el océano nocturno. Ahora divisan Santiago, arrimada al perfil de la costa sudamericana, bajo un fulgor de oro empañado por las nubes. Invisibles tras los postigos cerrados, los vientos alisios que soplan sobre las aguas cálidas del Pacífico occidental han fraguado una tormenta, una bomba de calor. Los vientos absorben el calor del océano, formando nubes que se espesan y cuajan, y empiezan a rotar en columnas verticales hasta formar un tifón. Mientras el tifón se desplaza hacia el oeste, en dirección al sur de Asia, su nave viaja hacia el este, siempre rumbo al este, descendiendo hacia la Patagonia, donde el temblor de una aurora distante forma una cúpula fluorescente sobre el horizonte. La Vía Láctea es un reguero humeante de pólvora esparcido sobre un cielo de raso.
A bordo de la nave, es una mañana de martes, las cuatro y cuarto, principios de octubre. Fuera, están Argentina, el Atlántico Sur, Ciudad del Cabo, Zimbabue. Sobre la amura derecha, el planeta susurra el amanecer, una tenue fisura de luz fundida. Se deslizan por los husos horarios en silencio.