Jonathan Strange y el señor Norrell. Susanna Clarke

Susanna Clarke en la Biblioteca UPM

Se podría decir que Jonathan Strange y el señor Norrell es una obra clásica de corte decimonónico, puesto que sigue sus cánones: nos recuerda el estilo narrativo de Jane Austen y de Charles Dickens, incluso hace uso de términos de aquella época hoy en desuso. Los acontecimientos se desarrollan también en el siglo XIX, de forma que todos sus elementos se acomodan a la perfección.

Pero en su primera novela la escritora británica Susanna Clarke (1959-) se aleja de las vicisitudes cotidianas de la existencia para crear una fantasía en la que la magia, que había perdido su esplendor a lo largo de los siglos, vuelve a recuperar un papel esencial en la Inglaterra de 1806 gracias al talento del señor Norrell. Este mago excepcional acoge como discípulo al atractivo Jonathan Strange. Ambos protagonistas se postulan para dar apoyo al Duque de Wellington en la contienda que está librando contra Napoleón. El texto, para apuntalar aún más la veracidad y la credibilidad de la historia, aparece refrendado por múltiples referencias bibliográficas ficticias. De esta forma, entremezclando hechos y personajes reales con los poderes mágicos de Jonathan Strange y del señor Norrell, Sussana Clarke crea una obra única que podríamos calificar como maravillosa (perdonad la cursilería).

Después de diez años de arduo trabajo, se editó en 2004 en un volumen de 795-813 páginas (según la edición), e inmediatamente consiguió un éxito arrollador: la revista Time la nombró mejor novela de ficción y se coronó con los Premios Hugo, el World Fantasy y el Mythopoeic a la mejor novela fantástica. Como colofón a esta cosecha de éxitos, hace unos años (2015) la BBC realizó una brillante adaptación en formato miniserie de Jonathan Strange y el señor Norrell.

Jonathan Strange y el señor Norrell

Hace años, había en la ciudad de York una sociedad de magos. Los socios se reunían el tercer miércoles del mes y se leían unos a otros largos y aburridos trabajos sobre la historia de la magia en Inglaterra.

Eran caballeros magos, lo que significa que a nadie habían causado mal con la magia, como tampoco bien. A decir verdad, ninguno de ellos había obrado hechizo alguno, hecho temblar una hoja de un árbol, inducido a una mota de polvo a modificar su trayectoria ni movido un cabello de la cabeza de alguien. Pero, con esta pequeña reserva, tenían fama de ser los hombres más sabios y los caballeros más mágicos de Yorkshire.

Un mago eminente dijo de su profesión que sus practicantes “… han de estrujarse el cerebro para adquirir hasta el conocimiento más insignificantes, y muestran siempre una natural inclinación a la polémica, [1] y hacía años que los magos de York habían demostrado la exactitud del aserto.

En el otoño de 1806, se unió a ellos un caballero llamado John Segundus. En la primera reunión de la sociedad a la que asistía, el Señor Segundus se levantó para hacer uso de la palabra. Empezó su discurso felicitando a los reunidos por su relevante historial y enumeró los muchos y prestigiosos magos e historiadores que, en uno u otro momento, habían pertenecido a la Sociedad de York.   Insinuó que el conocimiento de la existencia de tal sociedad había influido no poco en su decisión de ir a York. Recordó a su auditorio que los magos del norte siempre habían sido más respetados que los del sur. Dijo también que había estudiado magia durante muchos años y conocía la historia de todos los grandes hechiceros de épocas pretéritas. Él leía las nuevas publicaciones sobre el tema e incluso había colaborado, modestamente, en algunas de ellas, pero había empezado a preguntarse por qué los grandes prodigios de la magia cuyos relatos leía, sólo existían en las páginas de los libros y ya no se los veía en la calle ni aparecían en los periódicos. Deseaba saber por qué los magos modernos no eran capaces de practicar la magia que describían. Ansiaba saber, en suma, por qué ya no se ‘hacía’ magia en Inglaterra.

Hedor de ángel. Carmen Sancho Guinda en la Feria del Libro de Madrid

Carmen Sancho Guinda es profesora titular del Departamento de Lingüística Aplicada a la Ciencia y la Tecnología de la Universidad Politécnica de Madrid, donde enseña inglés para la comunicación académica y profesional. Aunque lleva más de treinta años escribiendo poesía y en su época de estudiante en los Estados Unidos tuvo como profesor al gran poeta norteamericano Conrad Hilberry, no cuenta con una biografía literaria, sino académica: todas sus publicaciones hasta ahora se han centrado en la lingüística y en la docencia y el aprendizaje de lenguas para fines específicos. Este es su primer poemario publicado.

*

Tu soledad es pasto de derrota,
quizás ya lo sabías.
Las almas que persigues son fangales,
nauseabundas charcas hondas y estancadas
nutridas de su cieno
que amurallan sus contornos derruidos
blindándose al amor,
a tu relato hambriento de clemencia,
con un agua tan podrida que carcome.
¿En qué regazo posarás la espiga,
el cordero inocente, los racimos?
¿Adónde encaminar tu mutilado vuelo,
si solamente lodo se vislumbra?

CAMPUS SUR LEE: Alan Turing, Nieves Concostrina

Alan Turing en la  Biblioteca UPM

Nieves Concostrina en la Biblioteca UPM

En 2023 se cumplieron diez años desde que la reina de Inglaterra, esa mujer de estricta moral victoriana que yace en su tumba con sombrerito y bolso a juego, indultara, perdonara a Alan Turing, aquel hombre de cerebro prodigioso, padre de la informática, precursor de la inteligencia artificial, el que rompió los códigos nazis, el que descifró las máquinas que utilizaban los alemanes para enviar órdenes codificadas a sus submarinos que operaban en el Atlántico·· ·Y a este hombre tan genial, que recibió la Orden del Imperio Británico en 1945 tras finalizar la Segunda Guerra Mundial … ¿por qué tuvo que perdonarle una señora que no alcanzaría ni en diez vidas que viviera la mitad de dignidad y sabiduría que atesoró Turing?.

Porque fue homosexual.

Por ser gay fue juzgado, condenado, encarcelado, castrado químicamente y tratado con hormonas para «curarle» la homosexualidad; le jodieron la salud, quedó impotente, cayó en depresión, Y un día de 1954 mordió una manzana con cianuro y se largó.

Acontece que no es poco. Nieves Concostrina.

Cuentos Escogidos. Shirley Jackson

Shirley Jackson (1916-1965) saltó a la fama con un relato breve llamado La Lotería. A lo largo de sus trece páginas, de una manera aséptica, describe un sorteo que poco a poco va generando en el lector bastante inquietud, al mismo tiempo que lo van experimentando los habitantes del pequeño pueblo. Y esto lo consigue sin adornos y sin dar explicaciones, sólo haciendo una eficaz distribución de las pistas y llegando a un desenlace estremecedor. Sólo con “esto” consiguió desatar una oleada de críticas asombrosas e interpelaciones a nivel mundial. Las cartas, en las que le preguntaban, por ejemplo, en qué pueblo de EEUU sucedían estos hechos, inundaron la redacción de The New Yorker, revista en la que se publicó el cuento en 1948.

A pesar de que una parte sustancial de su obra ha sido llevada al cine y al teatro, su nombre ha permanecido en la sombra muchos años, quizá por los géneros que cultivó: el misterio y el terror, además de la poesía, el cuento infantil y el artículo periodístico. Han sido otros autores de renombre como Stephen King, Richard Matheson, Jonathan Lethem o Donna Tartt quienes la han catapultado al olimpo de las musas literarias al reconocerla como una de las autoras que más les ha influido.

Si hay algo que podemos destacar de esta escritora es su habilidad para trasformar un hecho cotidiano en algo excepcional, diferente. En el libro “Cuentos escogidos” podemos leer un relato en el que una noche de gripe familiar se convierte en un auténtico sketch, que termina convirtiéndose en una adivinanza. Este volumen incluye también una conferencia, en la que Shirley Jackson nos da las pautas para escribir una buena historia.

Jackson se había licenciado en periodismo en la Universidad de Siracusa pero, tras su matrimonio con el profesor universitario Stanley Edgar Hyman, se dedicó, por imposición familiar, a cuidar de la casa y de los niños. No obstante, y pese a su muerte prematura, la autora estadounidense nos dejó cientos de relatos cortos, como The possibility of evil», con el que obtuvo el Premio Edgar Allan Poe en 1966, y novelas como La maldición de Hill House (1959) o Siempre hemos vivido en el castillo (1962), escogida por la revista Time como uno de los 10 mejores libros de ese año.

La Lotería

La mañana del 27 de junio amaneció clara y soleada con el calor lozano de un día de pleno estío; las plantas mostraban profusión de flores y la hierba tenía un verdor intenso. La gente del pueblo empezó a congregarse en la plaza, entre la oficina de correos y el banco, alrededor de las diez; en algunos pueblos había tanta gente que la lotería duraba dos días y tenía que iniciarse el día 26, pero en aquel pueblecito, donde apenas había trescientas personas, todo el asunto ocupaba apenas un par de horas, de modo que podía iniciarse a las diez de la mañana y dar tiempo todavía a que los vecinos volvieran a sus casas a comer.

Los niños fueron los primeros en acercarse, por supuesto. La escuela acababa de cerrar para las vacaciones de verano y la sensación de libertad producía inquietud en la mayoría de los pequeños; tendían a formar grupos pacíficos durante un rato antes de romper a jugar con su habitual bullicio, y sus conversaciones seguían girando en torno a la clase y los profesores, los libros y las reprimendas. Bobby Martin ya se había llenado los bolsillos de piedras y los demás chicos no tardaron en seguir su ejemplo, seleccionando las piedras más lisas y redondeadas…

Campus Sur lee: Lo que los Reyes traían de Emilia Pardo Bazán

Lo que los Reyes traían en la  Biblioteca UPM

Emilia Pardo Bazán en la Biblioteca UPM

El gran establecimiento de juguetería ostentaba por muestra una placa donde de noche, en caracteres luminosos, leíase: “Los Reyes Magos”.

Desde que se acercaba la Navidad, los niños que transitaban por la populosa calle siempre querían detenerse ante el escaparate de Los Reyes Magos. En tal época lo presidían los propios Reyes, campeando en el sitio más visible y arrancando al público, y no sólo al infantil, exclamaciones de admiración. No era para menos.

Bien modeladas las caras y cabezas, tenían esa expresión de realidad que hace a los muñecos parecer personas. Sus cabelleras y sus barbas eran de pelo natural; sus ojos de vidrio, en lo cual seguían una vieja tradición de la vieja imaginería española. Y tan acabadamente estaban hechos esos ojos, que se notaban el brillo húmedo y la mirada fascinadora de las pupilas humanas. Positivamente, los Reyes miraban a los niños pegados al escaparate, y, al juego de las luces eléctricas, hasta diríase que les sonreían.

Estaban los Reyes fastuosa y orientalmente vestidos, con brocados de oro y plata, bordados de imitación de perlas y piedras preciosas, y detrás de los tres figurones, tres dromedarios erguían sus jorobas, sostén de una canasta llena de juguetes llamativos: arlequines, mamarrachillos guiñolescos, pierrots pálidos, muñecas pelirrubias, bebés llorantes y con su biberón al lado, perrillos cuyas lanas eran auténticas, y enfermeritas con sus tocas donde sangraba la roja cruz.

Para completar la lista de anacronismos, también asomaban por los bordes de la canasta las gomas de un automóvil y las aletas de un aeroplano.

Lo que los Reyes traían / Emilia Pardo Bazán
en Cuentos de Navidad / selección y prólogo de Marta Rivera de la Cruz. Madrid: Espasa-Calpe, 2003
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