Mis Memorias de Miguel Mihura

Miguel Mihura. Mis Memorias

Madrid: Temas de Hoy, 1998

“¡Pobre Valcárcel! El recuerdo de nuestra primera entrevista fluye a mi memoria.

-Señor Valcárcel, yo quiero trabajar en su periódico.

Le dije un día, entrando en su despacho y besándole los pies y las manos, según era costumbre en aquellos tiempos.

-¿Sabe usted escribir? – me pregunto gravemente, poniendo los pies y las manos encima de un estante para que no se los besase más.

-Sí, señor;  sé escribir -dije con desparpajo.

-¿El qué?

-Sé escribir “caballo”.

-¿En singular o en plural?

-De las dos maneras.  -replique con osadía, ya que solo sabía escribirlo en plural o sea poniéndole una “ese”  al final del caballo.”

El humor como arma contra las miserias de la sociedad, contra la falta de escrúpulos, contra el desencanto y el pesimismo de una sociedad llena de convencionalismos. Como señalaba Wenceslao Fernández Flórez, “el humor se coge del brazo de la Vida, con una sonrisa un poco melancólica quizá porque no confía mucho en convencerla.” Y que mejor representante que Miguel Mihura y sus memorias. ¿Ficticias?, si, ¿reales?, también.

Laura Montálvez, la tiple cómica, me preguntaba si la palabra “cáspita” que debía decir al final de primer cuadro, la tenía que pronunciar con acento cómico, con acento dramático o con acento escéptico.

-Con los tres acentos, y uno más encima de  la “a”.

Le explicaba yo, para que dijese ¡cáspita! en vez de “caspita”.”

Miguel Mihura nace en Madrid que “no estaba inventado todavía, y hubo que inventarlo precipitadamente para que naciese yo y para que naciese otro señor bajito, cuyo nombre no recuerdo en este momento y que también quería ser madrileño” en 1905. Hijo de un empresario teatral, vivió inmerso de pequeño en el ambiente de la farandula del que conocería todos sus entresijos, sus alegrías y sus miserias.

Empezó a escribir muy pronto en revistas como Buen Humor y Gutiérrez,  donde coincidiría con Neville, Jardiel, Tono, López Rubio y otros que constituyeron lo que se llamó “La Otra Generación del 27.

Y por encima de todos ellos, su maestro, su inspirador,  Ramón Gómez de la Serna, que les llevó a hacer una nueva forma de humor   distinto al que se había hecho hasta ahora, cercano al surrealismo y siempre inteligente.

“Leocadia quería dejar un  niño recién nacido en un portal, con un letrero en el pecho que dijese: “Por amor de Dios, no le abandonéis. Y si le abandonáis, devolved el casco a Fuencarral, 14””

En 1932 escribió su primera obra teatral, “Tres sombreros de copa” ,que no pudo estrenar hasta 20 años más tarde cuando Gustavo Pérez Puig la llevó al escenario del teatro Español el 24 de noviembre de 1952 con Juanjo Menéndez, Agustín González o Fernando Guillén entre otros.

Durante la Guerra Civil crea en San Sebastián La Ametralladora y en 1941  La Codorniz con Álvaro de Laiglesia.

Algunas de sus obras;

¡Viva lo imposible! (1939), Ni pobre ni rico, sino todo lo contrario (1943), El caso de la mujer asesinadita (1946), Sublime decisión (1955), Mi adorado Juan (1956), Melocotón en almíbar (1958), Maribel y la extraña familia (1959), Ninette y un señor de Murcia (1964),  Sólo el amor y la luna traen fortuna (1968)…

El humor es un capricho, un lujo, una pluma de perdiz que se pone uno en el sombrero; un modelo de pasar el tiempo. El humor verdadero no se propone enseñar o corregir, porque no es esta su misión. Lo único que pretende el humor es que, por un instante, nos salgamos de nosotros mismos, no marchemos de puntillas a unos veinte metros y demos una vuelta a nuestro alrededor contemplándonos por un lado y por otro, por detrás y por delante, como ante los tres espejos de una sastrería  y descubramos nuevos rasgos y perfiles que no nos conocíamos.

El humor es verle la trampa a todo, darse cuenta de por dónde cojean las cosas; comprender que todo tiene un revés, que todas las cosas pueden ser de otra manera, sin querer por ello que deje de ser tal como son, porque eso es pecado y pedantería, El humorismo es lo más limpio de intenciones, el juego más inofensivo, lo mejor para pasar las tardes. Es como un sueño inverosímil  que al final se ve realizado.

Miguel Mihura en la Biblioteca Universitaria.

Carta a mi madre, de Georges Simenon

Carta a mi madre. Georges Simenon

Barcelona: Tusquets Editores, 1993

Miramos la ilustración de la cubierta y qué es lo que vemos…una madre y su hijo. Son Georges Simenon y su madre Henriette. Es una foto de alrededor de 1908. Nuestro protagonista tiene cinco años, es el comienzo de la historia.

“Hoy hace tres años y medio, aproximadamente, que moriste, a la edad de noventa y un años, y tal vez hasta ahora no haya empezado yo a conocerte. Viví mi infancia y mi adolescencia en la misma casa que tú, contigo, y, cuando me separe de ti para trasladarme a París a la edad de diecinueve años, seguías siendo una extraña para mí.”

Esto escribía Simenon a su madre más de sesenta años después de la instantánea. Hace tres años que su madre ha muerto y el escritor está lleno de preguntas que necesitan respuesta. Por qué ese océano de indiferencia, de distancia, de desamor  se creó entre ambos.

“Mientras viviste nunca nos quisimos, bien lo sabes. Los dos fingimos.”

Durante una semana, Simenon asistió a la agonía de  su madre. De repente, en la soledad del hospital, madre e hijo, frente a frente. ¿Son los mismos de la foto? si, claro, pero los acontecimientos, en estos años, los han cambiado hasta hacerlos casi desconocidos e indiferentes. Simenon  mira a su madre y los recuerdos, los rencores,  sentimientos llenos de contradicción aparecen, busca respuestas.

“Pero lo que yo buscaba en tus ojos y en tu sereno rostro no era la idea que tenías de mí. Era la idea verdadera de ti que yo empezaba a percibir.”

Carta a mi madre es una búsqueda en si mismo, en sus recuerdos, en su pasado, preparándose quizá para lo que vendrá, para él también.

Georges Simenon nació en Lieja en 1903 y murió en la ciudad de Laussana en 1989.

Simenon en la Biblioteca UPM

“Todas estas imágenes me asaltan, madre, mientras intento comprenderte antes de que te vayas definitivamente. Dentro de uno o dos días, dentro de tres días, habrás dejado de existir. La gente, inmóvil en su silla, en tu cuartito, ya no se ocupará sino de sus asuntos. Yo mismo volveré a mi casa con mis propios hijos.

¿Se harán preguntas algún día sobre mí, como yo me las hago sobre ti? Lo dudo. Y, de todos modos, no me enteraré.”

Bad Lands de Oakley Hall

Bad Lands. Oakley Hall

Galaxia Gutemberg: Barcelona, 2010

“Erguido sobre la pequeña yegua, Andrew veía cómo se iba dilatando el sol, hundiéndose tras un grupo de cerros de redondeadas cimas que irradiaban una blanca incandescencia por el fulgor a su espalda. Nubes de vientre dorado se desplegaban por el horizonte como el esplendor de la gloria en un cuadro del Renacimiento. Una fina columna de humo se elevaba en el bruñido espacio: la hoguera de otra partida de caza en las Bad Lands, o una veta de lignito, encendida por el rayo, que ardía bajo tierra.”

Nuestro protagonista, Andrew Livingston, deja la ciudad de Nueva York y viaja hasta el territorio de Dakota, a las Bad Lands. Atrás queda una vida acomodada como banquero y político.

En la famosa canción de Stan Jones, The Searchers, se preguntaban:

What makes a man to roam?

What makes a man leave bed and board?

And turn his back on home?

Ride away…ride away…ride away…”

Olvidar una tragedia familiar, olvidar su pasado más reciente, eso es lo que hace moverse a Andrew.

Se convierte en uno de tantos que marcha hacía el lejano oeste.

“-Si cualquiera que al pasar por aquí os viera colgar a un tipo y no pensara que es asunto suyo, yo diría que la raza humana se ha echado a perder – sentenció el recién llegado.”

Allí encontrará un territorio salvaje, grandioso, eterno. La majestuosidad de sus paisajes, esa forma de vida tan distinta de los cowboys a la que conocía en Nueva York le  irá atrapándolo poco a poco.  Decide establecerse como ganadero.  Se desata el conflicto. Uno más  que quiere aprovechar las riquezas de esa tierra. Las Bad Lands son un territorio hostil codiciado por muchos donde la ley la impone el revólver. Es la única ley. La ley de los hombres que marcharon en busca de su destino a unas tierras desconocidas y donde dejarán su sudor y su sangre, lo mejor y lo peor de cada uno.

Al norte de su rancho, un escoces excéntrico, Machray, que quiere quedarse con todo y que trae consigo el símbolo más odiado de los que consideran el territorio como  libre, el alambre de espino. Al sur el mayor adalid de ese odio, Hardy. En el centro, nuestro protagonista que se verá envuelto en este fuego cruzado de odios e intereses. Siempre caminando en el medio de la balanza, porque, en realidad quién tiene razón.  Todas son validas.

Vine aquí desde Inglaterra a temprana edad porque consideraba que la vida que llevaba allí no se diferenciaba mucho de la esclavitud, y conseguí la ciudadanía de este país combatiendo con la Unión en contra de la esclavitud. ¡La libertad me ha obsesionado, señor Livingston! Y el territorio más libre de este país, que es donde más libertad hay en el mundo, se encuentra aquí, en las Bad Lands. Y Lord Machray pretende convertirlo en su feudo personal. ¡Eso va contra todo lo que esta nación se rebeló hace cien años! –alzo el dedeo índice y prosiguió-. Lo considero mi enemigo. Porque es enemigo de la especial libertad de las Bad Lands. De los pasto libres, de la libre colaboración, de las instituciones libres.”

Es una tierra dura, donde los actos no tienen vuelta atrás porque no pueden tenerla, son irreversibles, no hay margen a la duda. Tu vida depende de ello.

Oakley Hall (San Diego, 1920 -) considerado como uno de los mejores narradores americanos del siglo XX, inició su vida literaria con Murder City a la que siguió la grandiosa Warlock y otras tantas novelas ambientadas en el Oeste Americano. Dedicado a la docencia en sus últimos años, murió en Nevada en 2008.

Seguía la canción de Stan Jones:

“A man will search his heart and soul

Go searchin’ way out there

His peace of mind he knows he’ll find

But where, oh Lord, Lord where?

Ride away, ride away, ride away”

En realidad, eso es  las Bad Lands.

Oakley Hall en la Biblioteca Universitaria.

!Pues vaya! de P.G. Wodehouse

!Pues vaya!. Lo mejor de Wodehouse. P.G. Wodehouse

Barcelona. Anagrama, 2004

“-¡Pues vaya!- dije.

-¡Pues vaya! ¡Pues vaya!

-¡Pues vaya! -¡Pues vaya! -¡Pues vaya!

Después de lo cual pareció bastante difícil proseguir la conversación.”

Primer ingrediente; inteligencia, dícese de la capacidad de entender o comprender, habilidad, destreza y experiencia.

Segundo ingrediente; humorismo, modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad, resaltando el lado cómico, risueño oridículo de las cosas.

Tercer ingrediente, creatividad, dícese de la facultad de crear, capacidad de creación.

Tres ingredientes principales que volcamos en la coctelera en cantidades ingentes. Lo aderezamos con un dominio del idioma deslumbrante, fina ironia y un toque de autentico “sportman” y el resultado de todo ello es ¡Pues vaya!

“Alf Todd – siguió Ukridge, abandonándose a un torrente de imágenes- tiene tantas posibilidades de ganarle como la que tendría un hombre ciego y manco en una habitación a oscuras de meterle dentro de la oreja izquierda a un gato salvaje medio kilo de mantequilla fundida, ayudándose de una aguja al rojo vivo.”

¡Pues vaya! es una antología de los mejores relatos de Wodehouse, publicado con motivo del vigésimo quinto aniversario de su fallecimiento. En ellos nos encontramos con toda la pléyade de personajes que han hecho sus relatos tan famosos, Bertie Wooster con su inseparable y admirable Jeeves, Lord Emswoorth en su castillo de Blandings, Psmith, Ukridge, Bingo Little y otros miembros impresentables del Club de los Zánganos.

“En cierta ocasión me comprometí con su hija Honoria, una espantosa exhibición de dinamismo, que leía a Nietzsche y tenía una risa como de olas rompientes contra una agreste rocosa.”

¡Pues vaya! incluye también una serie de relatos cortos, ensayos, correspondencia, sobre distintos temas como su encuentro con el grandísimo W.C. Fields, realizados a lo largo de su dilatada y prolífica trayectoria creativa.

P.G. Wodehouse nacido en Guildford, Inglaterra en 1881 y fallecido en Southampton, Nueva York en 1975 “after a good morning’s work on his latest novel, inicio su carrera como escritor publicando en periódicos y semanarios compaginándolo con su trabajo en un banco. En 1902 publicó su primera novela, renunciando a su trabajo en el banco y dedicándose desde ese momento a escribir.

Emigró a Estados Unidos de donde se haría con posteridad ciudadano americano, colaborando en el cine y con grandes artistas como Cole Porter, Irving Berlin, etc en comedias musicales.

Entre sus obras, Amor entre pollos (1906), El inimitable Jeeves (1923), Jim de Piccadilly (1928), y la serie que se inicia con El castillo de Blandings (1935) etc.

“Conste que era una chica condenadamente bonita, inteligente y atractiva, pero tenía muchos ideales y cosas por el estilo. Puede que sea injusto con ella, pero me parece que es el tipo de chica que quiere que un hombre se labre su carrera o algo semejante. La he oído hablar favorablemente de Napoleón.”

Wodehouse en la Biblioteca UPM

A sangre fría, de Truman Capote

Barcelona: Anagrama, 2010

“Pero después, la gente del pueblo, hasta entonces suficientemente confiada como para no echar la llave por la noche, descubrió que su imaginación los recreaba una y otra vez…, esas sombrías  explosiones que encendieron hogueras de desconfianza, a cuyo resplandor muchos viejos vecinos se miraron extrañamente, como si no se conocieran.”

El día de Acción de Gracias de 1959 nunca se celebró en casa de los Clutter en Holcomb, Kansas. Entre las once de la noche del día 14 de noviembre y las dos de la madrugada del día 15, Herbert William Clutter, su mujer Bonnie y sus hijos Nancy y Kenyon fueron asesinados…a sangre fría.

Richard E. Hickock y Perry E. Smith se conocieron en la penitenciaría del estado de Kansas donde ambos cumplían condena. Condujeron ese 14 de noviembre, su viejo Chevrolet  desde Olahe también en Kansas hasta Holcomb.  Un recorrido de seiscientos kilómetros, tenían entre manos un golpe garantizado”.

“Cuando me volví a casa, a mitad de camino, encontré el viejo collie de Kenyon y el animal estaba todavía asustado. Se quedó allí quieto con el rabo entre las piernas, sin ladrar ni moverse. Y ver al perro, fue algo que me hizo sentir otra vez. Estaba demasiado aturdido, demasiado atontado para sentir toda la ruindad del suceso. El sufrimiento. El horror. Estaban muertos. Una familia entera. Buenas personas, gente amable, gente que yo conocía…, asesinados. Había que creerlo porque era rigurosamente cierto.”

Cuando la noticia de los hechos acontecidos en un remoto pueblo de Medio Oeste llegaron a las páginas del New York Times, Truman Capote percibió una oportunidad de narrar, contar lo allí ocurrido. Para ello propuso  a The New Yorker desplazarse el  mismo a Holcomb para desde el mismo lugar de los hechos, hacer una crónica del sangriento suceso.

A sangre fría es esa crónica. Es la plasmación magistral en unas cuartillas de unos sucesos que hicieron que Holcomb dejase de ser un pueblo anónimo de la América profunda a convertirse en  punto de mira de toda una nación.

Qué llevo a dos pequeños delincuentes a asesinar a una familia de prósperos granjeros, personas  sencillas y buenas, respetadas en su comunidad, queridas por todos. Que mecanismo activó el impulso de matar… a sangre fría. Quizás el dinero, el simple dinero.

A sangre fría fué llevada al cine en 1967 por Richard Brooks.

Truman Capote nació en New Orleans en 1924. Periodista y escritor, está considerado uno de los  iconos de la narrativa norteamericana. Otras obras de Capote, Desayuno en Tiffany’s, Los perros ladran, Crucero de verano, etc…

Truman Capote en la Biblioteca Universitaria de la UPM.

“Richard Eugene Hickock y Perry Edward Smith, socios en el crimen, murieron en la horca de la prisión del estado, por uno de los más sangrientos asesinatos con que cuentan los anales criminales de Kansas. Hickock, de 33 años,  murió a las 12.41. Smith, de 36, murió a la 1.19.”

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