Historias de cronopios y de famas, Julio Cortázar
Historias de cronopios y de famas
Julio Cortázar
Primera edición en 1962
Para luchar contra el pragmatismo y la horrible tendencia a la consecución de fines útiles, mi primo el mayor propugna el procedimiento de sacarse un buen pelo de la cabeza, hacerle un nudo en el medio y dejarlo caer suavemente por el agujero del lavabo. Si este pelo se engancha en la rejilla que suele cundir en dichos agujeros, bastará abrir un poco la canilla para que se pierda de vista.
Sin malgastar un instante, hay que iniciar la tarea de recuperación del pelo…
El texto anterior es sólo el comienzo de uno de los variados ejercicios que Julio Cortázar propone en sus Historias de cronopios y de famas como escudo contra la solemnidad y la rutina que muchas veces, cuando no estamos mirando, se instalan en el itinerario de nuestras vidas. Instrucciones para llorar correctamente; para subir una escalera; para observar el aplastamiento de las gotas de agua; para cantar; para asistir a los velorios… todo un manual de “simulacros que no sirven para nada” cargado de humor, irónico y tierno, de surrealismo, de imaginación, de juegos jugados por seres difíciles de catalogar que no se conforman con que el reloj de la pared sea nada más que un instrumento para medir el tiempo, ni que la manija de la puerta apenas abra o cierre el paso al salón, ni que los sillones tan sólo sirvan para echar un sueñecito mientras los culebrones se alargan impunemente tras la sobremesa. Este libro es un antídoto para uso y disfrute de esos “seres verdes y húmedos”, un poco cronopios, que se estrellan sin rendirse en el muro invisible de las poses cotidianas, de la realidad vulgar y corriente del día a día.
Julio Cortázar en la Biblioteca de la UPM





En estos días en que la vida artificial nos envuelve y asfixia, algunos libros ejercen de bálsamo para las almas exhaustas y nos permite recordar la generosidad de la naturaleza, y la indolencia con que la despreciamos. He aquí el sentido homenaje de 
pesan. Tal vez por eso el sentido que encierra cada una de las piezas se clava muy hondo y duelen o indignan o hacen volar. Están ilustrados, además, con pequeñas imágenes muy sugerentes del propio autor.
Hans Christian Andersen solía decir: los cuentos sirven para que se duerman los niños, y se despierten los mayores.
Este año, centenario de la muerte de Tolstoi, se ha estrenado una emotiva película: La última estación (The last station). A pesar del tiempo transcurrido algunos de los interrogantes de sus cuentos populares siguen teniendo la misma vigencia.
Un ensayo que hace referencia entre otras cosas al particular espíritu de este autor: El erizo y el zorro (