MARIANA ENRÍQUEZ, O EL TERROR DE LO COTIDIANO

Mariana Enríquez en la Biblioteca UPM

La prosa de Mariana Enríquez se está ganando un puesto de honor entre los seguidores del género de terror y más allá. Comenzó a los 19 años redactando su primer trabajo, un entretenimiento, bajo el título Bajar es lo peor, considerado hoy en día una obra de culto.

Su colección de relatos Las cosas que perdimos en el fuego (2016) también fue recibida con entusiasmo y promocionada profusamente por sus lectores. A través de estas doce narraciones, la bonaerense nos enfrenta a nuestros miedos más esenciales, el mismo miedo que puede sobrecogernos cuando abrimos un periódico por su sección de sucesos. De hecho, este suele ser su punto de partida, y lo exprime hasta lograr sorprendernos, a veces por su dimensión fantástica, y casi siempre por su vertiente aterradora. En este libro encontramos historias tan espeluznantes como la de Pablito clavó un clavito –en la que un guía rememora para los turistas los crímenes más atroces que se han cometido en la ciudad de Buenos Aires-, El patio del vecino –en el que una joven, que había ejercido de asistente social, intenta salvar a una criatura que vive en la casa colindante-, y Las cosas que perdimos en el fuego, que da nombre al conjunto –en el que unas mujeres deciden autolesionarse como acción de protesta contra la ola de agresiones que estaban padeciendo por parte de sus parejas-.

Aunque traspasen los límites de los géneros literarios, las fantasías góticas de Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973-), enraizadas en la realidad más cotidiana, se inscriben en la denominada nueva narrativa argentina. Además de haber firmado cuatro novelas, dos colecciones de cuentos y varios ensayos, Enríquez ejerce como periodista y docente. En nuestro país, ha sido galardonada, entre otros, con los premios Herralde (2019) al mejor libro del año, el Ciutat de Barcelona (2018) y el Celsius (2019). Asimismo, fue finalista del Premio Booker Internacional en 2021.

TELA DE ARAÑA

Es más difícil respirar en el norte húmedo, ahí tan cerca de Brasil y Paraguay, con el río feroz custodiado por mosquitos y el cielo que pasa en minutos de celeste límpido a negro tormenta. La dificultad se empieza a sentir enseguida, ni bien se llega, como si un abrazo brutal encorsetara las costillas. Y todo es más lento: las bicicletas pasan muy de vez en cuando por la calle vacía a la hora de la siesta, las heladerías parecen abandonadas a pesar de los ventiladores de techo que giran para nadie, las chicharras gritan histéricas en sus escondites. Nunca vi una chicharra. Mi tía dice que son unos bichos horribles, unas moscas espectaculares de alas verdes que vibran y te miran con sus ojos lisos y negros. No me gusta el nombre chicharra: ojalá mantuvieran siempre el nombre cícadas, que se usa sólo cuando están en etapa ninfal. Si se llamaran cícadas, su ruido de verano me recordaría las flores violetas de los jacarandás en la costanera del Paraná o las mansiones de piedra blanca con sus escalinatas y sus sauces. Pero así, como chicharras, me recuerdan el calor, la carne podrida, los cortes de electricidad, a los borrachos que miran con ojos ensangrentados desde los bancos de la plaza.

LOS CUENTOS DE CORTÁZAR, REALMENTE FANTÁSTICOS

Julio Cortázar en la Biblioteca UPM

Aportar algo sobre Julio Cortázar parece una misión casi imposible, sobre todo si nos dirigimos a un público educado bajo los parámetros del BUP. En aquella época nos hablaban básicamente de Rayuela, su archiconocida e innovadora novela publicada en 1963, siendo considerado por ella uno de los representantes más sobresalientes del Boom latinoamericano junto a García Márquez y Vargas Llosa. Pero tuve la suerte de contar con un profesor de literatura –de cuyo nombre no logro acordarme- que nos leyó en clase dos relatos cortos magistrales: El rastro de tu sangre sobre la nieve, de García Márquez –un cuento romántico que arrebata el corazón- y Todos los fuegos el fuego, de Julio Cortázar. Ese primer contacto despertó mi interés por su obra, y la lectura de otros cuentos me dejó sensaciones tan extraordinarias que aún las recuerdo hoy día.

Algunos años han transcurrido desde entonces. Pero cuando me he visto de nuevo frente a sus cuentos me he vuelto a sentir cautivada por sus notas complejas -aún modernas-, cautivada por una literatura así de enriquecedora, en la que a veces tienes que releer las frases, como ocurre en Todos los fuegos el fuego (1966), que entremezcla dos historias paralelas separadas por siglos de distancia. En Casa Tomada (1946), sin echar mano de artificios, solo necesita tres páginas para contarnos como unos ruidos trastocan la vida de los inquilinos de la casa. En Bestiario (1947), una muchacha de la ciudad es invitada a pasar el verano en una casa señorial -en la que campa un tigre en libertad- para apagar el aburrimiento del hijo del propietario. Circe (1948) relata el dulce noviazgo de una mente algo perversa. En Queremos tanto a Glenda (1980) se da noticia de la fanática admiración que los groupies sienten por la actriz. Y en las Babas del Diablo (1959), relato que inspiró la película Blow UP de Antonioni, un fotógrafo singular capta y narra un asesinato…

Las historias, influenciadas como toda su obra por Jorge Luis Borges y Edgar Allan Poe, entre otros, son conmovedoras, pero es la creación de nuevos términos, la innovación literaria que prima en cada línea lo que consigue que sus relatos sean exquisitos para el paladar más exigente.

Nacido en Bélgica, Julio Cortázar (1914-1984) fue un escritor precoz y un lector empedernido, que también ejerció como traductor para la Unesco y para varias editoriales. De la Argentina, donde cursó sus estudios de Filosofía y traducción, salió en 1951, estableciendo su residencia en Francia, lugar en el que reposan sus restos mortales.

Casa Tomada (1946)

Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.

Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos al mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegábamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde.

Pilar Pedraza, la “dama del gótico español”

Pilar Pedraza en la Biblioteca UPM

¿Alguna vez os habéis imaginado a Cupido jugueteando con su arco y, en un despiste, lanzar un dardo de plomo a vuestro mejor amigo y otro de oro directo a vuestro corazón?, o ¿tal vez a Cupido uniendo su vida a una persona normal y mortalmente corriente tras lanzar una flecha de amor accidental? Pues así de traviesos ve Pilar Pedraza a Eros y a Antero, Ganímedes, y Psique, los niños del Olimpo, quienes protagonizan los relatos contenidos en su obra “Eros ha muerto” (2019). El hilo conductor es Julia, una profesora de Historia del Arte que narra la pervivencia de esos dioses, y los enredos que ocasionan, desde los tiempos antiguos hasta nuestros días.

Pilar Pedraza (Toledo, 1951-) ha compaginado durante largos años su labor docente e investigadora en la Universidad de Valencia con la creación literaria. En 1984 publicó su primera novela, Las joyas de la serpiente, con la que obtuvo el Premio Ciudad de Valencia y el Premio de la Crítica. Además de cultivar el ensayo, su literatura se ha querido encasillar en los géneros de terror, en la fantasía, en el gótico (asignación con la que no parece estar muy de acuerdo), incluso se ha mencionado en algún momento la novela de corte histórico, pero Pilar Pedraza siempre ha ido un paso más allá, desbordando los límites y consiguiendo ser una autora de culto.

Sobre su producción literaria, otras voces han apuntado: “Autora de una notable producción narrativa que destaca por la originalidad de sus planteamientos temáticos y por su exquisito rigor formal, está considerada como una de las voces más destacadas de la literatura española de finales del siglo XX escrita por mujeres”. (Fuente: Texto extraído de www.mcnbiografías.com )

Como traductora, y también artífice del aparato crítico, vertió al castellano una de los títulos más enigmáticos y complejos que se han escrito: El sueño de Polífilo (Hypnerotomachia Poliphili), atribuido a Francesco Colonna, y publicado en las insignes prensas venecianas de Aldo Manucio en 1499. La complejidad de esta obra estriba en que está escrita en un lenguaje culto inventado que entremezcla el latín, el italiano, el griego y caracteres jeroglíficos; y en que, asimismo, la historia de amor de Polífilo y Polia se desenvuelve en una amalgama de conocimientos arqueológicos, epigráficos, arquitectónicos, litúrgicos, gemológicos y hasta culinarios.

 

(…) En esta ocasión hubo suerte. Fueron a parar a mis manos varios tomos de diferente pelaje sobre el físico Erófilo de Antioquía, muerto en el año 200 d.C, que me vinieron como anillo al dedo. En la sala de lectura reservada a los investigadores, y vigilada por un guardia de seguridad para que estos no dañaran los libros ni arrancaran los preciosos grabados, como ya han hecho muchos desaprensivos en la biblioteca de mi universidad y en el Archivo del Reino. Averigüé un montón de cosas sobre Erófilo, y me resultó tan interesante que en varios días no pude deshacerme de su figura sapientísima, ni sobre todo de los avatares de su vida como estudioso del cuerpo y del alma, valiéndose de cadáveres de soldados, gladiadores, prostitutas y, sobre todo, de cerdos, que se parecen a nosotros incluso más que los simios (…)

– Un Eros egipcio- pensé sugestionada por el tono del librito que contenía tan bella historia. Pero no era Eros. Bajo el grabado del niño con la oca ponía en latín, clarísimamente: “Harprocrates. Silentivm”. ¿Lograría Erófilo hacerse con el dios del silencio, que odiaba a los animales ruidosos como los patos y los gárrulos ánsares, es decir, a los charlatanes de cualquier clase o especie?

Eros ha muerto. Autopsia

Alicia y la lógica de las matemáticas

Lewis Carroll en la Biblioteca UPM

Fue una tarde de julio, durante un paseo en barco por el río Támesis, cuando Lewis Carroll ideó este relato –que experimentaría después varias modificaciones- para entretener a las jovencitas hermanas Liddell, que habían insistido bostezando de aburrimiento en que les contara un cuento. Así nació Alicia en el País de las Maravillas (1865) y, posteriormente, A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (1871).

A las Alicias no puede aplicárseles el conocido refrán la “curiosidad mató al gato”, porque si hay algo que distingue a estas obras del matemático Lewis Carroll es precisamente la importancia que se le concede a la curiosidad como método básico de aprendizaje. Y la base de ésta se encuentra no sólo en hacerse preguntas, sino en plantearse las cuestiones más idóneas –incluso de índole absurdo- para extraer nuevo conocimiento.

Alicia siempre ha estado asociada a la infancia -¡es un delicioso cuento para niños, cargado de imaginación!-, pero a la vez es una obra perfecta para adultos, ya que admite diferentes niveles de lectura. Desde el punto de vista de la Psicología, algunas teorías han señalado que Alicia expone los problemas que todas las personas encontramos en el camino hacia la edad adulta al intentar asimilar una realidad que nos cuesta entender. Otras opiniones del ámbito de la Sociología postulan que el libro se mofa de los convencionalismos de la época –por algo se inscribe en el género literario denominado sinsentido-.

Por otro lado, nos encontramos al reverendo Charles Lutwidge Dodgson (1832-1898) –nombre real de L. Carroll- como eminente profesor y teórico matemático, quien –según otros estudios- arremetía en ambas obras contra las nuevas investigaciones que intentaban probar hipótesis muy alejadas de su mentalidad euclidiana. Es tal la carga Lógica de las Alicias que algunas universidades incluyen y comentan sus planteamientos matemáticos como contenido curricular.

Pero cuando el conejo se sacó un reloj de bolsillo del chaleco, lo miró y echó a correr, Alicia se levantó de un salto, porque comprendió de golpe que ella nunca había visto un conejo con chaleco, ni con reloj que sacarse de él, y, ardiendo de curiosidad, se puso a correr tras el conejo por la pradera, y llegó justo a tiempo para ver cómo se precipitaba en una madriguera que se abría al pie del seto.

Un momento más tarde, Alicia se metía también en la madriguera, sin pararse a considerar cómo se las arreglaría después para salir

Entonces, continuó la Liebre, debieras decir lo que piensas.

– Pero ¡si es lo que estoy haciendo!, se apresuró a decir Alicia. Al menos…, al menos pienso lo que digo…, que después de todo viene a ser la misma cosa, ¿no?

– ¿La misma cosa? ¡De ninguna manera!, negó enfáticamente el Sombrerero. ¡Hala! Si fuera así, entonces también daría igual decir: “Veo cuanto como” que “como cuanto veo”.

– ¡Qué barbaridad!, coreó la Liebre de Marzo. Sería como decir que da lo mismo afirmar “me gusta cuanto tengo”, que “tengo cuanto me gusta”.

– Valdría tanto como querer afirmar, añadió el Lirón, que parecía hablar en sueños, que da igual decir “respiro cuando duermo” que “duermo cuando respiro”.

– Eso sí que te da igual a ti, exclamó el Sombrerero. Y con esto cesó la conversación.


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