Peter Pan. J. M. Barrie

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Peter Pan en la Biblioteca UPM

J. M. Barrie en la Biblioteca UPM

Se levantó de un salto.

-Por mil diablos tuertos, que me quemo.

Examinaron la seta, que era de un tamaño y una solidez desconocidos en el mundo real; intentaron arrancarla y se quedaron con ella en las manos al instante, pues no tenía raíces. Y lo que es más raro, al momento comenzó a salir humo. Los piratas se miraron el uno al otro.

-¡Una chimenea! –exclamaron los dos.

Efectivamente, habían descubierto la chimenea de la casa subterránea. Los chicos tenían por costumbre taparla con una seta cuando había enemigos en las cercanías.

No sólo salía humo por ella. También se oían voces de niños, pues tan seguros se sentían los chicos en su escondrijo que estaban charlando alegremente. Los piratas escucharon ceñudos y luego volvieron a colocar la seta. Miraron a su alrededor y vieron los agujeros de los siete árboles.

-¿Ha oído que decían que Peter Pan no está en casa? –susurró Smee, jugueteando con Johnny Sacacorchos.

Garfio asintió. Se quedó largo rato ensimismado y por fin una sonrisa helada le iluminó la cara morena. Smee la había estado esperando.

-Desembuche su plan, capitán –exclamó ansioso.

-Regresar al barco –repitió Garfio despacio y entre dientes-, y hacer un opíparo pastelón bien espeso con azúcar verde por encima…

Campus Sur lee: Todas las almas, Javier Marías

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Todas las almas en la Biblioteca UPM

Javier Marías en la Biblioteca UPM

Como he dicho, mis obligaciones en la ciudad de Oxford eran mínimas, lo cual me hacía sentirme a menudo como un personaje decorativo. Al ser consciente, sin embargo, de que mi sola presencia difícilmente podía decorar nada, tenía a bien ponerme de vez en cuando la negra toga (perceptiva ya sólo en muy contadas ocasiones) con el objetivo principal de contentar a los numerosos turistas con que solía cruzarme en el trayecto desde mi casa piramidal hasta la Tayloriana y el secundario de sentirme disfrazado y algo más justificado en mi calidad de adorno. Así, disfrazado, llegaba por tanto a veces al aula en la que daba mis escasas clases o conferencias a diversos grupos de estudiantes, todos ellos de una respetuosidad excesiva y aún mayor indiferencia. Por edad yo estaba más cerca de ellos que de la mayoría de los miembros de la congregación (como se llama al conjunto de los dons o profesores de la universidad, siguiendo la fuerte tradición clerical del lugar), pero bastaba que yo estuviera nerviosamente encaramado a una tarima durante las pocas horas en que establecía contacto visual con ellos para que el distanciamiento entre los alumnos y yo fuera casi monárquico.

Historia del poder en Europa: pueblos, mercados y estados. Wim Blockmans

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Historia del poder en Europa: pueblos, mercados, estados en la Biblioteca UPM

La ciudad como caldo de cultivo

El desarrollo de las ciudades, que comenzó en Italia durante el siglo X y se propagó a toda Europa con grandes variaciones de ritmo e intensidad, fue en su origen un fenómeno total mente extraño al mundo feudal. Que los señoríos produjeran mayores rendimientos y acabaran por estar superpoblados, como consecuencia de los avances de la paz y de una explotación intensiva, no fue nunca un objetivo deliberado de la clase militar. Más aún, hasta cierto punto iba en contra de sus intereses, porque ponía en peligro todo el sistema mayoritariamente autárquico de los señoríos. Con la mejora de las condiciones de vida sobrevivían más personas que en los siglos anteriores, de suerte que no todas podían permanecer atadas a la tierra, y hubo que conceder cierta libertad de movimiento a la mano de obra superflua. Del reconocimiento de ese derecho brotaron diferencias apreciables de estatuto entre el campesinado de las tierras recién puestas en cultivo y el de los siervos de los antiguos señoríos, lo que aceleró aún más la movilidad. Desde entonces no sólo la mano de obra sino también la producción se orientó hacia el mercado incipiente, y el sector agrario empezó a mercantilizarse. Todo ello aconteció sin la colaboración consciente de militares y clérigos, que en su condición de grandes terratenientes eran, sin embargo, los grupos rectores de la sociedad. Fue le fruto inesperado del fin de las invasiones, del aumento de la seguridad y de la buena gestión de los señoríos.

Amberes: Fonds Mercator Paribas, 1997

Campus Sur lee: Mujeres, manzanas y matemáticas. Entretejidas – Xaro Nomdedeu Moreno

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Mujeres, manzanas y matemáticas. Entretejidas en la Biblioteca UPM

Xaro Nomdedeu Moreno en la Biblioteca UPM

En aquellos tiempos, como en todos los tiempos, había mujeres extraordinariamente hábiles, inteligentes y hermosas; también las había sumisas, hacendosas y fieles. Había una vez una mujer, llamada Lilit, inteligente, hermosa y hábil, que había nacido del barro, como su compañero. Éste deseaba una compañera sumisa, hacendosa y obediente, pero Lilit no estaba dispuesta a someterse. De modo que Lilit partió a recorrer el mundo y el hombre se quedó aburrido hasta que encontró la compañera que deseaba. Nació de su costilla y fue  madre de todos sus hijos (esta leyenda hace referencia a los dos relatos del génesis sobre la creación de la mujer, el primero habla de una mujer creada del barro al igual que Adán e igual que él a imagen y semejanza del creador: Lilit; el segundo, en la que la mujer nace de la costilla de Adán, se refiere a Eva).

En su deambular por el mundo, Lilit apoyó a las mujeres tejedoras, a las alfareras, a las agricultoras, a las curanderas, a las estrategas, a las escribas, a las sacerdotisas y a las astrólogas. Les enseñó a saborear la vida, a ser amorosas, a cuidar de sus cuerpos para mantenerlos sanos y bellos. Muchas mujeres siguieron a Lilit. Algunas fueron divinizadas, para ejemplo de las mortales criaturas. Atenea y Afrodita, se repartieron las virtudes de Lilit. La diosa Hera reunió todas las virtudes y los defectos de las esposas del mundo.

Campus Sur lee: El infinito en un junco, Irene Vallejo

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El infinito en un junco en la Biblioteca UPM
Irene Vallejo en la Biblioteca UPM

Desde los primeros siglos de la escritura hasta la Edad Media, la norma era leer en voz alta, para uno mismo o para otros, y los escritores pronunciaban las frases a medida que las escribían escuchando así su musicalidad. Los libros no eran una canción que se cantaba con la mente, como ahora, sino una melodía que saltaba a los labios y sonaba en voz alta. El lector se convertía en el intérprete que les prestaba sus cuerdas vocales. Un texto escrito se entendía como una partitura muy básica y por eso aparecían las palabras una detrás de otra en una cadena continua sin separaciones ni signos de puntuación —había que pronunciarlas para entenderlas—. Solía haber testigos cuando se leía un libro. Eran frecuentes las lecturas en público, y los relatos que gustaban iban de boca en boca. No hay que imaginar los pórticos de las bibliotecas antiguas en silencio, sino invadidos por las voces y los ecos de las páginas. Salvo excepciones, los lectores antiguos no tenían la libertad de la que tú disfrutas para leer a tu gusto las ideas o las fantasías escritas en los textos, para pararte a pensar o a soñar despierto cuando quieras, para elegir y ocultar lo que eliges, para interrumpir o abandonar, para crear tus propios universos. Esta libertad individual, la tuya, es una conquista del pensamiento independiente frente al pensamiento tutelado, y se ha logrado paso a paso a lo largo del tiempo.

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