Personajes secundarios, Manu Espada
Personajes secundarios
Manu Espada
Palencia: Menoscuarto, 2015
En esta colección de microrrelatos llueve al principio y al final. Y no es casualidad. Imagino al autor sumergiendo las palabras, inundando el tiempo que le ha llevado escribirlas. La lluvia y el viento azotan las primeras páginas, la tormenta se ha desatado por un diagnóstico difícil de capear: Daniel, el hijo de Manu Espada, tal vez no pueda hablar, tiene autismo. El ciclón se lo lleva todo. Ilusión, proyectos, hasta los protagonistas de los cuentos; quedan allí agarrados los personajes secundarios, nada más. Pero la tormenta de las últimas páginas es diferente, trae más que arrebata, se ha calmado el viento.
Meses más tarde de aquella primera hoja dijo “agua”. Se escuchó a sí mismo y le brillaron los ojos. Su primera palabra. Fue emocionante escuchar una palabra. Desde entonces, su vida está estrechamente unida al agua. Le encanta nadar.
Entre uno y otro aguacero lo que vamos a encontrar es el espacio en que los rebeldes secundarios, a la vez que Daniel, libran su batalla por adquirir voz. Del silencio al ruido, y de ahí a las palabras. Dándole estructura, razón de ser al conjunto van los textos que han nacido más directamente como resultado de las experiencias del autor con su hijo (que son los más conmovedores, vaya como ejemplo el precioso “El niño que se comía las palabras“). Y en medio, los otros, los de personajes secundarios propiamente dichos, pero secundarios no sólo como Watson lo es de Holmes, sino en más amplio sentido: son secundarios los protagonistas con respecto a sus autores (como le ocurre a Augusto Pérez en Niebla), los actores de cine mudo con respecto a los de cine sonoro, las ayudantes de los magos, el suicida entendido como dato estadístico… También, como no podía ser de otra manera son las palabras, y la reflexión sobre el lenguaje, las que están en el génesis de un buen puñado de los textos.
Marca de la casa de Manu Espada -además de la riqueza en detalles, la variedad técnica y la significativa carga explosiva de sus piezas mínimas- es su notable interés por la dimensión visual del microrrelato, de modo que pasando páginas uno se tropieza con letras que se evaporan como gotas de lluvia, con frases que han encogido por culpa de una errónea programación de la lavadora, con un texto reversible, y…, en fin, con cantidad de imprevistos que sorprenden al lector al tiempo que le dan una vuelta de tuerca (y de frescura) al género.
Tenemos, en definitiva, un libro muy personal, muy de corazón, en el que Manu Espada ha pasado por el tamiz de la ficción los últimos acontecimientos de su vida. En un ejemplo de lo que él denomina género biofantástico.
¡Qué interesante!