Retahílas, de Carmen Martín Gaite
Edición recomendada, con prólogo de Emma Martinell:
Barcelona: Destino, 2002.
Ya había atardecido completamente. Un resplandor rojizo daba cierto tinte irreal, de cuadro decimonónico, a aquel paraje. En el pilón cuadrado de la fuente, que era sólida, elegante y de proporciones armoniosas, estaban bebiendo unas vacas, mientras la mujer que parecía a su cuidado permanecía al pie con un cántaro de metal sobre la cabeza erguida y quieta. Solamente se oía el hilo del agua cayendo al pilón y un lejano croar de ranas. Blanqueaba la fuente con su respaldo labrado en piedra, ancho y firme, como un dique contra el que vinieran a estrellarse, con los estertores de la tarde, los afanes de seguir andando y de encontrar algo más lejos. Se diría, en efecto, que en aquella pared se remataba cualquier viaje posible; era el límite, el final. (p. 35)
Confieso que Carmen Martín Gaite es mi escritora favorita de la llamada Generación española de 1950. De todas ellas es la que sin duda ofrece un perfil más intelectual y analítico, y a la potencia poética de su escritura la acompaña siempre una especie de gramática parda de la vida individual. No en vano fue, además de autora de ficción, una ensayista de envergadura, dotada de un instinto peculiar para temas solo aparentemente discretos pero cruciales para la comprensión de la sociedad española.
Resulta difícil, entre su vasta obra, recomendar tal o cual libro. Puestos a ello, nos decidimos por la novela Retahílas, que al parecer fue de las preferidas de la autora. No es de extrañar. Puede ser leída como una ceremonia de resiliencia y de traspaso de poderes entre la propia generación de Carmen y la posterior, nacida ya en el período de postguerra. Algunos guiños del relato remiten a temas que le interesaban o le tocaban personalmente, como la vieja cultura galaicoportuguesa del noroeste peninsular o la memoria histórica de los sucesos en torno a la Guerra Civil. Un presente situado en los años 70 del siglo XX se impone sobre las referencias a un pasado familiar determinante pero remoto, y se respira con intensidad el adiós irreversible al mundo tradicional y paleoindustrial, del que alertó Pasolini con tanta clarividencia.
Aunque originalísima, Retahílas no es una obra estanca, y guarda concomitancias con otras de su Generación como Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes, o el ciclo de Región, de Juan Benet. De modo que si os gustaron éstas, seguro que disfrutaréis también con ella. Por no hablar de otros reflejos sugestivos como el lejano de Clarín o el más cercano de Albert Camus. A sus incondicionales Carmiña nunca nos falla. Por tanto, con esta sobrecogedora Retahílas tampoco.
Vivir es disponer de la palabra, recuperarla, cuando se detiene su curso se interrumpe la vida y se instala la muerte; y claro que más de media vida se la pasa uno muerto por volverle la espalda a la palabra, pero por lo menos ya es bastante saberlo, no te creas que es poco. (p. 207)
Obras de Carmen Martín Gaite en: Bibliotecas de la UPM.