La ruta de don Quijote
Azorín
Alianza bolsillo, 2013
Todo está en profundo reposo. El sol reverbera en las blancas paredes; las puertas están cerradas; las ventanas están cerradas. Pasa de rato en rato, ligero, indolente, un galgo negro, o un galgo gris, o un galgo rojo. Y la llanura, en la lejanía, allá dentro, en la línea remota del horizonte, se confunde imperceptible con la inmensa planicie azul del cielo.
Azorín ( Mónovar 1873 – Madrid 1967 ) fue enviado por el periódico El Imparcial en 1905 a los lugares cervantinos. El director del periódico, Ortega Munilla, el padre de José Ortega y Gasset, le encarga que mande desde La Mancha dieciséis crónicas contando sus impresiones. Esas crónicas forman este libro que salió inmediatamente publicado.
Se trataba de conmemorar con ellas el Centenario de la aparición del Quijote y con esa misma intención apareció el mismo año Vida de Don Quijote y Sancho de Miguel de Unamuno.
El resultado del viaje es curioso porque el libro no es ni una guía para la lectura del Quijote ni ofrece pistas para conocer esos pueblos y lugares manchegos.
Tampoco nos cuenta qué problemas reales tienen sus habitantes a principios del siglo XX, ni sus inclinaciones políticas o necesidades económicas.
Lo que hace Azorín es meternos de golpe en un mundo ensimismado, en unas vidas quietas, en unas islas en ninguna parte que tienen nombres de pueblos reales: Argamasilla de Alba, Campo de Criptana o El Toboso.
El paisaje para Azorín no es una fotografía sino algo interior, un estado de ánimo.
Andrés Amorós.
Todo lo que pinta nos produce sensación de eternidad. Es como si nos metiéramos en un cuadro en el que los lugares son reales y los personajes también pero gana la fantasía, la atmósfera que se inventa el autor.
Azorín mira de un modo distinto al resto de las personas, de los escritores, de los viajeros, de las personas que conocemos, de nosotros mismos antes de leerle. Y mira lo que nadie mira, bellezas poco llamativas. Las piedras del suelo del zaguán o la escoba de una señora que barre un pasillo. Lo que él mira se convierte inmediatamente en importante, en trascendente. Es un escritor que nos enseña a mirar.
Este es un libro muy diferente, claro que todos los libros de Azorín lo son, deja un rastro delicioso y crea en nosotros un vínculo personal e íntimo con el paisaje de La Mancha. Maravilla su prosa tan limpia, tan pecisa, tan pensada y pulida.
Hay en todo momento una palabra, la justa. Esa y no otra.
Azorín.
Mario Vargas Llosa dedicó a Azorín su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua y de esta obra en particucular dejó este párrafo escrito:
La ruta de don Quijote de Azorín es uno de los más hechiceros libros que he leído. Aunque hubiera sido el único que escribió, él sólo bastaría para hacer de Azorín uno de los más elegantes artesanos de nuestra lengua.
Mario Vargas Llosa
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Azorín en las Bibliotecas de la UPM
Azorín en NST