Helena o el mar del verano, Julián Ayesta

Barcelona : Acantilado, 2000
Publicado por primera vez en 1952

Disponible en Biblioteca UPM
Julián Ayesta en Biblioteca UPM

El sol resplandeciente de verano, un chispazo en el corazón, el fin de la infancia. Después el invierno, con sus sombras, el frío y todas las dudas. Y por fin de nuevo la luz, el mar, la fiesta de un cuerpo. La vida otra vez que se abre paso. Y el primer amor. Uno de esos libros que no te cansas de releer en cualquier época del año. Hoy os recomendamos la inolvidable Helena o el mar del verano, de Julián Ayesta.

Había empezado a traducir a Virgilio aquel invierno, y gracias a la ineptitud del profesor y a mi falta de voluntad no había conseguido casi nada. Sin embargo, reconocía que era un buen poeta. Por eso el bosque me lo recordaba.

Fortunate senex! Hic inter flumina nota
Et fontes sacros frigus captabis opacum

¿Qué quería decir? Cualquiera lo sabe, pero fuese lo que fuese era encantador. En la clase somnolienta de las tres de la tarde había gustado aquellas fontes sacros, y sobre todo aquel frigus tan insólito y delicioso en aquel bochorno de voces y moscas. Yo no sabía lo que era frigus, pero aun sin saberlo me refrescaba… ¡Frigus! No era ni “frescura” ni “fresco” ni “frío” ni nada de lo que el diccionario traía: era “frigus”. Frigus, i más u, ese salto refrescante i-u, sin ninguna sílaba más, completamente solo en medio de los pupitres recalentados y los moscones zumbando en los cristales. Y luego esa s final como una fuente al borde del hielo, como ese ruido que hacemos ante los helados para prepararnos a su degustación. El bosque, evidentemente, estaba frigus. “Frescura” era muy largo, “fresco” poco expresivo. Estaría fresco más tarde, pero ahora todavía no. Aún quedaba rocío en los helechos y en las barrancadas orientadas al norte. Las hojas secas aún sonaban a escarcha. Sí, frigus era la palabra ideal.

Julián Ayesta Prendes. Gijón (Asturias), 14-09-1919 – 16-06-1996. Diplomático y escritor. Escribió relatos intimistas, exaltadores de la belleza del mundo, optimistas, llenos de humor delicado, —“neorrenacentistas”, diría muchos años después su autor—, que aparecieron en las revistas literarias Juventud, Garcilaso, Alférez, Haz, El Español, Cisneros, Correo Literario y Acanto, entre otras. Escribió también breves obras de teatro y tradujo la obra de Ignazio Silone Un puñado de moras (1955). Hizo crítica de cine, y luego de teatro, en la revista Ateneo (1954).

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