Penélope y las doce criadas. Memorias póstumas de una paciente tejedora. Margaret Atwood
Barcelona: Salamandra, 2005
Título original: The Penelopiad (2005)
“¡Ah, feliz hijo de Laertes, Odiseo, pródigo en ardides. En efecto, conseguiste una esposa de enorme virtud. ¡Qué nobles pensamientos tenía la irreprochable Penélope, la hija de Icario, cuando tan bien guardó el recuerdo de Odiseo, su legítimo esposo! Por eso jamás se extinguirá la fama de su excelencia. Los inmortales propondrán a los humanos un canto seductor en honor de la sensata Penélope!”.
Homero, Odisea, canto XXIV
Dicen que para saber la verdad de un hecho hay que oír todas las versiones del mismo. Bueno, pues ésto es algo que la canadiense Margaret Atwood tuvo muy presente cuando se lanzó a escribir Penélope y las doce criadas (2005). Una irónica y desmitificadora novela corta cuyo título original (The Penelopiad) es mucho más explícito que el castellano.
Penélope y las doce criadas comienza de una manera realmente curiosa. Con la sufrida y frustrada esposa de Odiseo contándonos su vida, obra y milagros ¡en pleno s. XXI y desde el mismísimo Reino de los Muertos! Así, nos enteramos por su propia boca de ciertas cosas que Homero no mencionó cuando cantó las glorias del varón de multiforme ingenio. Por ejemplo, del origen semidivino de la señora del caudillo aqueo. Y es que, resulta que la hija del monarca espartano Icario tuvo por madre ni más ni menos que a una náyade. La cual, dicho sea de paso, no destacaba precisamente por sus instintos maternales pues, en lugar de cuidar de su prole:
“Se escabullía e iba a bañarse en la fuente del palacio, o desaparecía y pasaba varios días contando chistes con los delfines y haciéndoles bromas a las almejas”.
Una vez cogida confianza, Penélope (o mejor dicho, su sombra) no tiene ningún problema en confesarle al lector las poco románticas razones que determinaron que con tan sólo 15 años fuera entregada en matrimonio a Odiseo, rey de un islote poblado de cabras con modales de ricacho de pueblo. Un caradura sin escrúpulos que, pese a no llamar la atención por la hermosura de su porte varonil, resulta ser un seductor nato, un golfo encantador que termina conquistándola.
Dispuesta a ajustar cuentas con aquella que, en sus propias palabras, le destrozó la vida, nuestra heroína no se inhibe a la hora de poner verde a la bellísima Helena, su prima. Una frívola con ínfulas de femme fatale que literalmente armó la de Troya y que, al fin y al cabo, fue la culpable de que Odiseo abandonara a su familia para combatir en una guerra que poco tenía que ver con él.
Por supuesto, la reina de Ítaca no se olvida de contar cómo fue su vida durante los 20 largos años en los que, debido a la ausencia de su marido, le tocó educar ella solita al ingrato de Telémaco y ejercer, además, de ama, administradora y gobernante. Será entonces cuando descubramos que la fiel y discreta Penélope fue una mujer práctica y tan astuta como Odiseo pues, de ser necesario, no dudaba en recurrir al engaño. Y aquí me estoy acordando (¡cómo no!) del famoso subterfugio del sudario tejido por el día y destejido por la noche para dar largas a los pretendientes que la acosaban y que, como todos sabemos, tan mal acabaron.
Además de en la Odisea, Penélope y las doce criadas se basa, principalmente, en Los mitos griegos. Obra de Robert Graves que inspiró a Atwood la teoría (cuestionable, aunque muy sugestiva) con la que intenta explicar los verdaderos motivos del ahorcamiento de las sirvientas a las que alude el título de su libro. Esclavas fieles injustamente vilipendiadas, según confiesa su señora, que a lo largo de la narración actuarán a la manera de los coros que caracterizaban al antiguo teatro griego. De ahí que no sea de extrañar que esta novela haya sido representada en varias ocasiones.
Margaret Atwood en la Biblioteca UPM
Penelopiad es la contraposición a la Odisea (El cuento de Ulises, Odiseo). El punto de vista íntimo y personal de Penélope. A mí me fascinó su lengua suelta y certera, sin miramientos. Margaret Atwood es increíble, recuerdo cómo narró en otro texto suyo su visión de la rebelión en la granja de Orwell a los 9 años (libro que cogió creyéndolo referido a una fábula de animales). Creo que le encaja bien el epiteto de statewoman. En la web se encuentran fácilmente entrevistas singulares. Gracias Beatriz por traerlo a la palestra. Imagina otros muchos cuentos que podrían contar nuestras madres que vivieron tiempos interesantes.
Q sentido tiene la palabra supongamos