Mito y realidad de la Escuela de Vallecas, de Raúl Chávarri (con su secuela)
“El acto más enfático y al mismo tiempo más representativo de aquellas etapas lo constituyó la erección de un rudimentario monolito de ladrillos en lo alto de un monte denominado Cerro Artesa, al que los artistas dieron nombre de Cerro Testigo, por entender que desde él iban a ver alborear un mundo nuevo para el arte español y en el que mediante un montón de ladrillos elevado en honor de diversas figuras de la cultura y la pintura dieron en cierto modo acta de fe al nacimiento de este grupo de Vallecas como una actitud de escuela, como un intento colectivo de renovación del arte español o simplemente como un acto individual de afirmación estética. (Chávarri: Mito y realidad…, p. 19)”
Chávarri, Raúl: Mito y realidad de la Escuela de Vallecas. Madrid: Ibérico Europea de Ediciones, 1975.
La Escuela de Vallecas : mito y realidad : una poética de la emoción y lo telúrico. Madrid: Ayuntamiento de Madrid, 2013.
Vallecas -Villa- y su itinerario desde el centro de Madrid -Puente- bien merecen una reseña de NoSóloTécnica, aunque solo sea porque la primera ha sido sede de la Universidad Politécnica de Madrid casi desde sus inicios como institución, allá por los años 70 del siglo pasado.
Para ello recuperamos un librito pionero publicado precisamente en 1975. No es el único texto, pero sí de las poquísimas obras originales que tratan en conjunto sobre esta esquiva Escuela artística vallecana a la que se ha considerado precedente de la más notoria y definida Escuela de Madrid. Uno va atando cabos y comprobando que algunos nombres del actual callejero local cayeron que ni pintados: Palencia, Alberti, Lorca, Miguel Hernández entre otros, anduvieron realmente por estos parajes que entonces eran puro campo castellano, a la zaga de la inspiración de la tierra y del pueblo. Raúl Chávarri se esfuerza por desvelar aquel empeño peripatético desarrollado por Alberto Sánchez y sus compinches a lo largo de la carretera de Valencia desde finales de los años 20. Y nos cuenta también el intento de reactivación del grupo en la inmediata postguerra, con su mezcolanza de misticismo impostado, extrema precariedad material y confusionismo social, rasgos típicos de cierta baja bohemia de la época.
El volumen, pequeño pero esmeradamente editado, incluye no solo valiosas ilustraciones de las obras de los artistas implicados sino también fotografías antiguas de la zona que invitan al trazado de un itinerario de interpretación de estos intrigantes episodios de la historia de las artes plásticas españolas. En 1984 la Comunidad de Madrid ya realizó una exposición con catálogo sobre la Escuela de Vallecas. Pero es en 2013 cuando la fórmula y el título propiamente dicho del libro de Chávarri son reaprovechados en el montaje de una nueva muestra presentada -esta vez por el Ayuntamiento- en el Centro Cultural Lope de Vega. Su libro-catálogo correspondiente añade más material gráfico y una magnífica recopilación de textos de los propios protagonistas de la aventura, inestimable para la comprensión de sus inquietudes estéticas.
Casi cuarenta años antes, Raúl Chávarri había acabado su modesto ensayo con un testimonio propio y directo: la imagen un tanto escurridiza de quien fue hilo conductor entre las distintas fases de la Escuela: Benjamín Palencia. En homenaje a este artista recomiendo la visita del estupendo Museo de Albacete que alberga una sustanciosa donación de obras suyas entre otros muchos tesoros antiguos y modernos.
“Se entabla la conversación y esa misma tarde del otoño de 1939 quedan citados en la Puerta de Atocha y caminan hacia Vallecas. Repitiendo, sin saberlo los jóvenes, y sin que Palencia lo diga, el itinerario que Alberto y Palencia habían recorrido años antes. Una primera sensación de la iglesia vacía de Vallecas, en donde suena el órgano y canta el sacristán, fundamenta la amistad y sedimenta el impulso inicial que aglutina al grupo (Chávarri, págs. 111-112).
En Bibliotecas de la UPM también encontraréis a Raúl Chávarri y podréis saber más sobre Vallecas.
Si nos fijamos un poco, Madrid tiene un montón de cerros (más que las manidas siete colinas de Roma): en Vallecas (Puente), las colinas (artificiales, eso sí) que rodean al Cerro del Tío Pío se han convertido en un tópico (nunca mejor dicho) de los medios de comunicación y del mundillo de la ambientación del audiovisual. El cercano centro cultural municipal se nombró en honor de Alberto Sánchez. Hasta no hace tanto, Madrid ha sido una ciudad de enormes descampados urbanos, en cuyos límites o fronteras se asentaban artistas plásticos y escritores. Los magnates acomodaban a sus queridas allá por los Cuatro Caminos, para que les diera el aire de la sierra, en tanto que muchos artistas y gentes de más dudoso vivir recalaban en colonias de hotelitos, buscando la inspiración del Madrid pueblerino: Iturbe en la Fuente del Berro, colonia del Retiro en el descampado de Pacífico. Un poco más allá, o más abajo, donde paraban arrieros y panaderos, en el Cerro Negro (puerta del Madrid de la simbología masónica), en las márgenes del Abroñigal, los de la Escuela de Vallecas supieron captar con precisión y emoción la aspereza de unas tierras secas, de ese campo pobre que dio a Madrid fama de “poblachón manchego”. Desde luego, Alejandro y equipo de NST, ¡sois la pera! Muchas gracias por esta entrada, por sacar de los estantes el extraordinario estudio de Raúl Chávarri, y por esa perdiz espléndida de Benjamín Palencia. De parte de uno que se ha mudado de las inmediaciones del Cerro del Tío Pío a las del Cerro Negro. Gracias. ¡Ah, se me olvidaba! Todavía los chicos de Secundaria hacen excursiones para ver los restos de casamatas, fortines y trincheras de 1936-39 que quedan en los aledaños de la carretera de Valencia. Arqueología contemporánea.
Paisajes poéticos, paisajes del alma pero ..¡de la nuestra!.
Vanguardia con encinas y perdices, un mundo exquisito y trascendente.
Quiero recordar aquí a otro genio que estuvo próximo a Benjamín Palencia y al resto de la Escuela de Vallecas y que se llamaba Godofredo Ortega Muñoz..
Muchas gracias, Evelio. Como siempre tus elogios no son para tanto. En mi modesta opinión Madrid sigue teniendo a estas alturas un déficit de mercadotecnia. Hace años años y por razones de azar recalé en Argenteuil, el famoso pueblo inspirador de los impresionistas, y me encontré con una realidad actual no menos prosaica en lo urbanístico -en comparación con la leyenda cultural- de la de Vallecas. Que por cierto hoy día es una pareja de distritos de enorme vitalidad, aún con la que está cayendo. Me permito también recordar que la UPM es la única universidad asentada allí. A finales de los 80 aún era posible ver discurrir rebaños de ovejas en torno al Campus Sur. Aunque es verdad que la Escuela plástica de Vallecas trasciende su nombre concreto y se remite a todo un ciclo histórico periurbano donde podríamos incluir muchísimas zonas y episodios: el higienismo carabanchelero, la Prospe, la interminable -en todos los sentidos- Ciudad Lineal, y tantas otras peripecias fascinantes en la falda de la gran ciudad.