Un duro invierno, de Raymond Queneau
“Lehameau se cebaba con el desprecio y el horror y su alma pataleaba exaltada. Mantenía con delicia su repulsión absoluta y fanática para con la plebe del puerto y de las fábricas, para con la chusma con la gorra puesta, los proletarios verdugos de sus hijos, insolentes con la gente honrada, borrachos, brutales, sediciosos y sucios. Algunos barrios de la ciudad con sus tugurios empavesados con ropa tendida y hormigueantes de críos desharrapados, con sus burdeles y sus cafetines, representaban para él en la tierra la imagen más cercana del infierno, suponiendo que existiese ese lugar. Desarrollaba así en su corazón el odio y el hastío que provocaba en él el espectáculo de esa raza maldita, hez infecta que los desórdenes de la guerra amenazaban con hacer subir a la superficie. (p. 62-63)”
Raymond Queneau:
Un rude hiver. Paris: Gallimard, 1939-.
Un duro invierno. Barcelona: Destino, 1989. (Traducción: Antoni Vicens).
¿Somos en realidad tan diferentes los europeos de nuestros antecesores de hace un siglo? Después de toda una sucesión de hecatombes colectivas, transformaciones tecnológicas y efímeras temporadas de jolgorio y desmelene ¿no seguimos reproduciendo en buena medida las mismas represiones, la misma inquina al diferente, no nos marcan repetidamente el oportunismo y la vana superioridad del acomplejado?
El ingenio y la perspicacia de Raymond Queneau no nos van a proporcionar una respuesta definitiva pero Un duro invierno nos dará algo que pensar al respecto y su lectura nos brindará un auténtico gustazo literario. Su autor es bien conocido por sus Ejercicios de estilo y por Zazie en el Metro, esta última novela llevada al cine con éxito por Louis Malle. Surrealista a su manera, amante de las matemáticas, Queneau fue impulsor del llamado OuLiPo (Ouvroir de Littérature Potentielle) con afiliados tan ilustres como Italo Calvino o Georges Perec.
Un duro invierno es anterior a esas andanzas, apareció nada menos que en 1939. Año más significativo, imposible: la sociedad francesa, profundamente dividida y en buena parte impávida ante la vecina tragedia española, se aproximaba a un nuevo y terrible conflicto bélico acompañado de hundimiento político. En ese contexto la novela se nos antoja un espejo del que rebota el esperpento de un puñado de personajes vulgares de la generación anterior con sus anhelos y miserias, consiguiendo un efecto extraña y sorprendentemente profético. ¿El escenario?: Le Havre, ciudad natal del autor, durante la Gran Guerra de 1914-18. El precioso cuadro de Monet escogido por Destino para la cubierta de su edición española evoca el ambiente húmedo, gris y de trasiego marítimo de este puerto tan vinculado con la otra orilla del Canal de la Mancha. En sus muelles nos toparemos con Bernard Lehameau -¿caricatura de Hamlet?- sumido en su psicodrama invernal, Navidad en familia incluida.
“-Se lo voy a explicar, señor. Mis primos se creen nacidos del muslo de Júpiter. Yo era pobre, señor, cuando era joven. No me avergüenza decirlo. Mi Adolf se ha ganado su dinero con el sudor de su frente. Ellos, mis primos, siempre han vivido holgadamente, lo reconozco, pero creen que eso les da derecho a tratarme como a una donnadie. No se atreven a presentar a mi Adolf porque es extranjero. Se avergüenzan de nosotros. Lo que pasa es que ahora pasa una cosa, que los más ricos somos nosotros. Entonces, además, tienen envida. Les come la envidia. Se mueren de rabia. ¿Qué son en el fondo? Funcionarios. ¿Qué es mi Adolf? Un negociante. Entonces, a fin de cuentas, les hacemos la puñeta, a los funcionarios, ya me entiende. (p. 80-81)”
Obras de Raymond Queneau en: Bibliotecas de la UPM
¡Qué bien, Alejandro, has vuelto a dar en el clavo! Apetece mucho volver a leer este librito de Queneau. Cuando Bernard rechaza la invitación de la prostituta (“Cien pavos, y ni siquiera sabe explicarme por qué”), y evoca a Helena, Helena, Helena, me recuerda esa secuencia de “Cuatro noches de un soñador” (Robert Bresson, 1971), en la que el protagonista pone un magnetófono en el autobús, con su voz grabada repitiendo el nombre de su amada “Marthe, Marthe, Marthe…”
Muy buena recomendación para esta época (invierno, y vísperas de las conmemoraciones de 1914-18).
Muchas gracias. A mi juicio Queneau es un escritor muy creativo y extraordinariamente inteligente, una mente ya hipertextual en un mundo anterior al actual aturdimiento informacional. En cuanto a 2014 y sus conmemoraciones asociadas, yo me conformaría con que sea un año con los menores rayos y truenos posibles: climáticos, bélicos, etc. Por parafrasear a mi querido Haddock. Seguiremos en la brecha, abrazos a NST-adict*s.