Autobiografía, Charles Darwin
Autobiografía
Charles Darwin
Darwin figura en la red como uno de los diez científicos más famosos de todos los tiempos. Su sombra supera a su persona y la oculta. La autobiografía de Darwin, está escrita cuando Darwin ya se encuentra en su ancianidad, a instancias de un editor alemán. Acepta con el convencimiento de que su descendencia y amigos disfrutarán del proceso que supuso la forja de su carácter y convicciones. Es una narración que te acaricia y envuelve en un ambiente nítidamente victoriano.
Charles Darwin , huérfano de madre desde muy joven, no despuntaba ni de lejos en los estudios, no le gustaban las clases, apreciaba más la lectura individual de las fuentes, sin atenerse a normas externas. Su padre lo envió a distintas universidades para que se labrara un porvenir económico dado que no disponía de rentas. Lo intentó en la medicina (sin éxito) y en teología (que terminó y nunca ejerció); él mismo se imaginaba como un sportman. Por casualidad, se ve ante la posibilidad de viajar sin salario en una expedición científica en el Beagle (tuvo que convencer a su padre del valor de una dedicación no financiada). El relato podemos encontrarlo en castellano preciosamente editado.
En el Beagle comparte camarote con un muy estricto y exigente capitán con el que a pesar de sus excentricidades congenia. Lo más llamativo es la meticulosidad con la que recogió muestras y clasificó especímenes, de manera que esos cinco años son la piedra angular de una reflexión y teorización que se avanza a lo largo de toda su vida, y culmina con “el origen de las especies”.
Darwin, que ya había publicado muchos resultados parciales (llevaba una contabilidad exhaustiva de los libros que editaba y sus ejemplares), se resiste a la obra completa pues le encamina a considerar a Dios como una hipótesis no necesaria, y esto es absolutamente contrario en un inicio a sí mismo y a su formación, y sobre todo a su queridísima esposa Emma que incluso le insta a destruir la obra para no perderle por toda la eternidad. Darwin sufre y lo refleja en sus textos.
Vive una vida familiar intensa y retirada del bullicio de la ciudad (gracias a las rentas de su esposa y prima Emma), es una existencia prolija en hijos y afectos hacia ellos y su esposa, y narra con una enorme sensibilidad la enfermedad y muerte de una de sus hijas de 9 años de edad. Él mismo sufre sistemáticos ataques de fiebres crónicas.
Es visitado con asiduidad por hombres de ciencia y amigos que le instan a asumir la publicación global de su obra: El origen de las especies (se agotó el mismo día de su publicación), y se niega, según cuentan las crónicas, a recibir a Carl Marx, tal fue la repercusión de sus ideas.
Su forma de escribir es dulce y afectuosa y contrasta con la imagen que tenemos de un Darwin anciano serio y ausente. En la edición en castellano, la autobiografía incluye un texto de su hijo en el que explica algunos detalles de su vida familiar tremendamente sistemática pero lejos del tedio.
Darwin pone a prueba sus teorías criando palomas, perros y orquídeas, y debate de manera epistolar con múltiples amigos. Su interacción familiar está pautada por muchas actividades conjuntas como la lectura en común de novelas en las horas de ocio, o el disfrute del piano que su mujer Emma ofrecía en las horas vespertinas.
Durante mucho tiempo se ha silenciado esta tensión ciencia-religión de Darwin, pero en 2009 encontramos una delicada película (pincha aquí) que detalla la controversia y sufrimiento que supone asumir los resultados científicos incluso contra las creencias más íntimas de uno mismo.
Darwin muere en 1882 abrazado por su esposa Emma aterrada ante la idea de perderlo por toda la eternidad.
Charles Darwin en la Biblioteca UPM
El cliché de pareja formada por mujer religiosa tradicionalista y varón laico y cientifista es muy común en la sociedad occidental del XIX. En España tenemos “La familia de León Roch”, novela de Galdós que ejemplifica este conflicto. Es un terreno interesante de análisis sociohistórico en el que confluyen los factores clase, género e ideología.
Curiosamente Emma, esposa de Charles Darwin, viene a coincidir -en contrario- con Bertrand Russell a quien repugnaba asumir una creencia que plantea una posible salvación individual, independiente de la de la persona amada.
Contemporáneo, algo anterior, a Darwin fue el geólogo y gran naturalista español Casiano de Prado (1797-1866).
Este texto suyo sobre la naturaleza del hombre me parece fundamental.
“Por la excepcional conformación de su cuerpo lleva siempre la cabeza erguida, mirando soberanamente al cielo. Más allá de las estrellas, que contempla absorto, comprende que hay otras estrellas y otros cielos sin fin; y tal vez se apena de ver reducido su dominio a la tierra, que viene ya estrecha para sustentarle y sustentar ese otro mundo de inventos, de transformaciones y especulaciones, que con su actividad siempre creciente va labrando. En la esfera de la inteligencia, solo la idea del infinito no cabe en su espíritu toda entera, como cabe en el espíritu de Dios. Y para decirlo todo, cree instintivamente que a una parte de su ser, después de la muerte, le está reservada una existencia perdurable. “¿Este instinto sublime (preguntaré con un eminente naturalista) pudiera engañarle? Pero, ¿qué instinto ha engañado nunca a ningún animal? Y ese poder del instinto siempre cierto en los demás animales, ¿cómo concebir fuese engañoso solo respecto del Hombre?”.
Buenas tardes Mª José (“et al.”),
Confieso que desconocía este texto, así que te agradezco tu aportación al debate. Me ha gustado saber que alguien como Casiano de Prado pensaba lo mismo que pienso yo (y que seguiré pensando aunque me llamen involucionista intelectual). Es decir: que nuestra creencia en lo trascendente base en algo que va más allá de lo meramente neuronal.
Un cordial saludo.
Buenos días,
En cuestión de trascendencia echo mano de “El hombre unidimensional”, una de las obras fundamentales de Herbert Marcuse. Y de ahí campo adelante. Evidentemente es un libro muy siglo XX, de cuando ha llovido ya mucho después de Darwin, Prado, Galdós, incluso Russell… En cualquier caso lo recomiendo encarecidamente. Volviendo a Darwin propiamente dicho, su estela es alargadísima y alcanza a muchos que no serían explícitamente conscientes de ello. En este sentido puede ser comparado con Rousseau, a quien denostaron muchos de sus propios “nietos” históricos. Saludos.
Muy bien la cita de Casiano de Prado. Recordemos su descripción del río Jarama, con la que abría el gran Rafael Sánchez Ferlosio su celebrada novela.
Alejandro:
¿Te parece que “El hombre unidimensional” es un libro “muy siglo XX”? ¿Tú crees? A mí me parece que los de la Escuela de Frankfurt, Adorno, y, sobre todo, Marcuse, más hegelianos no podían ser. Acuérdate de “Razón y Revolución: Hegel y el surgimiento de la teoría social”, de Marcuse, que publicó Alianza en el Libro de Bolsillo. Ten en cuenta que Marcuse publicó “El hombre…” en 1957, o por ahí, y pasó como un tocho académico de filósofo alemán emigrado a los Estados Unidos, hasta que se publicó en francés, un poco antes de mayo de 1968, y entonces sí que se lió la marimorena. Míralo, y verás, que Antonio Elorza incluyó el prólogo de Marcuse a la edición francesa, en su traducción para Seix Barral de 1970 (que sigue reeditando Ariel, con un curioso prefacio de Antonio, en el que recuerda los reparos de Fraga Iribarne para dejar pasar esa edición). ¿Inmanencia? ¿Trascendencia? “El espacio: la última frontera…” Saludos vulcanianos.
Si si, abría con ella pero hasta la sexta edición de El Jarama no confesó que aquel párrafo inicial hablando de las pizarras silurianas no era suyo.
Y lo tuvo que hacer a la fuerza porque todo el mundo le decía que era lo mejor de “su” novela.
Aprovecho Evelio para invitarte a la exposición sobre Casiano de Prado que estamos cerrando estos días para el mes de noviembre próximo y que será difundida en nosolotecnica.
Curiosamente se habla en ella de este asunto de Ferlosio y su utilización del famoso párrafo de Prado.
En la sexta edición de “El Jarama”, en efecto, cuando ya llevaba nueve años a merced de los lectores (fue premio Nadal 1955), según señala el propio Rafael.
Y, puesto que públicamente he sido invitado a la [¡interesantísima!] exposición sobre Casiano de Prado, y muy honrado por ello, en público la acepto. No faltaré
¿Estais en lo dicho?
Sí.
Pues va la vida.
Va.
Respondiendo a Evelio y en calidad de aficionado. Todo es cuestión de perspectiva, pero desde un punto de vista -insisto- aficionado, y en comparación con las figuras anteriores a las que yo aludía, “El hombre unidimensional” sí me parece un producto XX, independientemente de su filiación próxima o remota. ¿1957? ¿No es esa época una bisagra descomunal?: Guerra Fría, desestalinización, carrera espacial, rock’n’roll, Hungría, descolonización, apocalipsis nuclear, indicios de bancarrota del desarrollismo ilimitado, etc. etc. etc. Si algo me quedó de ese libro fue la noción del poder liberador de la imaginación humana y de la responsabilidad en la acción, cercenadas en la unidimensionalidad pero que efectivamente se pondrían de relieve en los 60. ¿Hegelianismo? Lógico, en la época que tal vez lo llevó al límite, a un callejón sin salida. ¿Tocho? Sí, pero fuera de los tochos están la calle y el paisaje que los rodea, cuya luz acaricia sus cubiertas. ¿A vueltas con Hegel y Darwin? Seguid la pista en otro hombre: “El hombre rebelde”, de Albert Camus. Y gracias por toda la info adicional, conste.
Alejandro: estamos totalmente de acuerdo, no tan aficionado tú, muy repipi este servidor. Da gusto comunicarse en este blog. Yo preguntaba lo del siglo porque, al cabo, siguen sin quedarme claros los asuntos de periodización, y porque tengo el prejuicio de que los filósofos alemanes (incluyo a Habermas y, si me apuran mucho, a Sloterdijk) me parecen casi todos o kantianos, o hegelianos. Rectifico la fecha de publicación del “Hombre…”: 1954, y nada menos que en Boston. ¿Bisagra? ¡Totalmente! ¡Hasta a este servidor lo nacieron en esa bisagra! Y con “L’homme revolté”no puedo estar más de acuerdo, Alejandro, absolutamente. Y, volviendo a Mr Darwin: ¿quereis un librito estupendo y superferolítico de Darwin? ¡El de los gusanos que editó -pri.mo-ro-sa-men-te KRK de Oviedo, hace muy poco Una obrita extraordinaria, de verdad.! Y perdonad que no dé más datos, pero escribo esto un poco en precario, con la memoria en cortocircuito, y con un poco de prisa. Otro día os doy el enlace. Y muchas gracias por dejarme entrar en este blog: es muy guay, y me siento siempre muy bien acogido (¡y tolerado, que ya es mucho!). Que paseis todos muy bien estod días de Santos y Difuntos. Mirad algo del Tenorio, que es una tradición muy maja. Ci vediamo subito!
Charles Darwin. La formación del manto vegetal por la acción de las lombrices. Oviedo: KRK, 2010. 384 p. Introducción de Evaristo Álvarez Muñoz. Traducción de Jesús Coll Mármol. ISBN 978-84-8367-243-3. [The formation of the vegetal mould through the action of worms, with observations on their habits. London: John Murray, 1881].
No es una atobiogrfía, es una biografía
Estimada Camila, El libro que se cita en esta reseña sí es la autobiografía de Charles Darwin, tal y como lo indica el título, aunque al hilo del libro se menciona la película que efectivamente no es autobiográfica