‘El tío Tungsteno. Recuerdos de un químico precoz’, por Oliver Sacks

Oliver Sacks nos obsequió con algunos libros donde transmitía muchos aspectos de su dilatada experiencia como neurólogo. Sin embargo, en este caso, hace un elogio a la ciencia básica, y especialmente la química, desde los recuerdos de su infancia. Aunque los químicos de habla hispana preferimos la traducción de wolframio frente a la de tungsteno, no podemos dejar de rendir nuestra admiración por un libro donde se evoca cómo la química resultó ser una fuente de inspiración y amor por la vida en una personalidad como Sacks.

A lo largo del libro nos recrea su infancia, ciertamente peculiar. Nacido en Londres, en 1933, en el seno de una familia judía, sus padres eran médicos y le enviaron, junto con uno de sus hermanos, a un internado para que permanecieran alejados de los bombardeos. Allí sufrieron muchas penalidades pero al retornar a su casa, con diez años de edad, descubre un mundo de armonía a través de la ciencia. Su tía Len le introduce en las matemáticas hablándole de la serie de Fibonacci, de las relaciones entre los números y la naturaleza y de otras cuestiones. Su tío Dave, cuya referencia da nombre al libro, le inculca el amor por la química en general y los metales en particular. Poseía una fábrica de bombillas, cuyos filamentos se producían con wolframio (el ya citado “tungsteno”). El sonido de este metal al golpearlo, su brillo, su tacto… todo evoca en el joven Oliver una profunda admiración.

Al recrear las explicaciones de su tío, es especialmente grato para un profesor de química español que cita a los hermanos Elhúyar como descubridores del metal, así como su referencia al descubrimiento de otro metal, el platino (cuyo nombre procede del español “plata pequeña”).

Entre lecturas científicas, visitas a museos de minerales, y la creación de un laboratorio en su propia casa, pasa una infancia envuelta en un sentimiento de profunda admiración hacia la química y sus personajes emblemáticos (Boyle, Lavoisier, Priestley, Scheele, Davy, Marie Curie…). Nos revela cómo tiempo antes, en la época victoriana, muchas casas de gente acomodada tenían laboratorios en su propia casa. Entre los experimentos que le entusiasmaron nos evoca un “volcán” hecho con dicromato amónico y la vistosa reacción de ácido sulfúrico con azúcar.

Entre los temas que más admiraba, destaca uno práctico, lo relacionado con el proceso fotográfico, y otro teórico, el “orden periódico de los elementos” que anunció Mendeléiev.

A los catorce años asume que estudiará medicina como buena parte de su familia y, de golpe, deja de apasionarle la química. De hecho, cuando tiene que estudiarla en la escuela “por obligación” señala que: “lo que había sido divertido, una delicia, cuando lo había hecho a mi manera se convertía en aborrecible, un suplicio, al hacerlo por obligación”.
Casi medio siglo después, el sonido de una barrita de wolframio al caer al suelo le hace rememorar toda su infancia y descubre que, en realidad, nunca dejó de fascinarle la química.

No he desvelado un argumento;  lo interesante es leer despacio este texto de 350 páginas, donde Oliver Sacks nos hace apasionante el desarrollo de la química y sus aplicaciones, lo que tiene especial interés para los alumnos de la UPM y, en general, para toda persona con inquietudes intelectuales. Y todo ello rodeado de las brumas de la infancia, esa época tan determinante en nuestras vidas.

Comentario realizado por: Gabriel Pinto Cañón.

 

Oliver Sacks en la Biblioteca UPM

 

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