Día de silencio en Tánger, de Tahar Ben Jelloun
“Ha cogido el autobús de Casablanca. Son cacharros viejos en que la gente se amontona, van rodando de cualquier modo y se paran con frecuencia para recoger viajeros. Por lo general a los turistas les gusta mucho viajar así. Dicen que es pintoresco y que les permite conocer mejor el país. Aguantan sin chistar el polvo, el humo de los cigarrillos, la falta de higiene, el ruido y los lamentos de los mendigos que se suben en las paradas. No es un viaje sino una pesadilla. Él lo sabe perfectamente y lo aguanta. El hecho de poder emprender semejante desplazamiento le tranquiliza.” (p. 44)
Jour de silence à Tanger. Paris : Éd. du Seuil, 1990.
Día de silencio en Tánger. Barcelona : Península, 1990.
Incluso en un espacio en principio tan juvenil como la Universidad también hay mucha gente mayor. Y en cualquier caso todos queremos llegar a contarla, a contar algo… Por eso os animo a leer un buen libro sobre la vejez, la historia de un personaje cuyos rasgos tal vez puedan parecer muy ajenos pero que terminará resultando plenamente cercano al lector en su básica humanidad.
Tahar Ben Jelloun empezó a escribir ya desde mucho antes. Sin embargo Día de silencio en Tánger fue uno de los títulos que entre finales de los años 80 y comienzos de los 90 del pasado siglo le otorgaron una celebridad definitiva en Francia, España y otros países. Desde entonces es un referente ineludible de la literatura marroquí en lengua francesa, o más exactamente: de la literatura francesa hecha por magrebíes. En otro orden de cosas fue señalado por asociaciones y movimientos bibliotecarios como uno de los firmantes contra el préstamo gratuito; pero no somos vengativos y reconocemos con mucho agrado la calidad de su arte que tanto nos complace tener entre nuestros fondos.
Este Día de silencio pertenece al género del récit: el relato corto pero bien condensado que tantos buenos frutos ha dado a la lengua francesa. No vamos a encontrar en él el Tánger mítico de intelectuales y vividores europeos y americanos que allí se instalaron, sino una visión desde la ciudad interior, desde la perspectiva de la pequeña burguesía urbana del norte de Marruecos cuyos ambientes el autor conoce como la palma de su mano. Ahí damos con el retrato cabal de un hombre mediterráneo anciano de finales del siglo XX cristiano, que echa la vista atrás y hace balance, con sus achaques y manías, su peculiar sentido de la rectitud y la honradez, y los condicionamientos sociales y de carácter que han marcado sus relaciones con los demás. Una buena oportunidad para reflexionar sobre la propia vida y posiblemente un buen pasaporte para penetrar en el alma autóctona de una ciudad-encrucijada de destinos.
Antes de morir mi padre nos hizo prometer que no nos dispersaríamos y, sobre todo, que mantendríamos vivos los lazos familiares. Yo he seguido su voluntad. Creo que he sido el único. A menudo tengo la impresión de pasar el tiempo juntando las piezas de un puzzle imposible hasta que un día descubrí que me había enquivocado de piezas y de puzzle. Podía habernos incitado a hacer grandes viajes o a emprender estudios excepcionales. Y sin embargo nos dejó en la mediocridad del comercio al por menor, sin grandes ambiciones y con el deber de unirnos. ” (págs. 85-86)