Jim Botón y Lucas el maquinista, Michael Ende

Cubierta de Jim Botón y Lucas el maquinista, Michael Ende

Jim Botón y Lucas el maquinista
Michael Ende
Barcelona: Noguer, 2009
Traductora: Adriana Matons
Ilustraciones: J.F. Tripp

Jim Knopf und Lukas der Lokomotivführer (1960)

Es un truco que muchos no saben: si se saca toda el agua de la caldera, si se vacía el ténder y se calafatean las puertas, las locomotoras pueden cruzar el mar sin hundirse.

Puede alguien opinar lo contrario. Es normal, uno crece. Pero si hay quien piensa que estas cosas son posibles, entonces podemos ponernos en marcha.

Jim Botón y Lucas el maquinista emprenden un viaje que se convierte en una gran aventura llena de retos. Se proponen descubrir cuál es el verdadero origen de Jim, un niño negro que ha llegado en el interior de un paquete postal a la pequeñísima isla de Lummerland. Allí conoce a Lucas, a la señora Quée, al señor Manga y al rey Alfonso Doce-menos-cuarto. Cuando Jim empieza a crecer y es ya casi un medio súbdito, los dos amigos descubren que deben abandonar la isla por motivos de espacio: se enfrentarán entonces a numerosas aventuras; intentarán salvar a la princesa Li Si; conocerán tierras y seres de lo más variopinto: diminutos chinos, un gigante aparente, un desierto lleno de espejismos rarísimos, un eco que crece y crece y solo se borra cuando llueve, una tierra de volcanes, mediodragones, una ciudad de auténticos y malvados dragones…

Existen cosas tan sorprendentes y maravillosas en este libro, que una persona mayor difícilmente podría comprenderlas si un niño no se las explicara. Imaginad, por ejemplo, que lee la historia de esa locomotora llamada Emma que puede navegar igual que un barco, o que descubre el misterio del gigante aparente que vive en un desierto llamado “El fin del mundo” y que sólo parece grande si se contempla desde lejos; o que conoce al semidragón Nepomuk que carece de modales en la mesa, pero que tuvo, en cambio, a un hipopótamo por madre; o que se entera de las cosas tan divertidas que le ocurren a los chinos con sus hijos y los hijos de sus hijos que se van reduciendo de tamaño hasta que el último no abulta más que un guisante. De ciertas cosas, los niños saben mucho más que las personas mayores.

Cubierta de Jim Boton y los trece salvajes_Michael EndeLa historia de Jim Botón y Lucas el maquinista, publicada en 1960 e ilustrada por J. F. Tripp, está repleta de imaginación y fantasía. No podía tratarse de otra forma viniendo del autor de La historia interminable y Momo. Con este libro, Michael Ende obtuvo el Premio Nacional de Literatura Alemana como mejor libro alemán del año para público infantil y le valió una gran popularidad. La historia cuenta con una segunda parte publicada dos años más tarde, que tiene por título Jim Botón y los trece salvajes. Para Michael Ende formaba parte de la misma novela, pero se publicó separadamente porque al editor le pareció demasiado largo para tratarse de un libro infantil. Está recomendada para niños y niños grandes, tiene muchísimos detalles que harán las delicias de quienes gusten de la fantasía más desbordante: de entre todos ellos yo me quedo con la descripción, un tanto surrealista, de Ping, la capital de China:

En Ping había una enorme cantidad de personas y todas ellas eran chinas. Jim, que no había visto nunca a tanta gente de una vez, sintió una inquietud misteriosa. Todos eran de ojos rasgados, tenían trenza y llevaban grandes sombreros redondos.

Cada chino llevaba a otro chino más pequeño de la mano. Éste llevaba de la mano a otro más pequeño aún, y así sucesivamente hasta el más pequeño de todos que tenía el tamaño de un guisante. Si este último hubiese llevado a otro chino más pequeño, Jim no lo hubiera podido ver y hubiera necesitado una lupa.

Michael Ende en la Biblioteca de la UPM

2 comentarios

  • Hola.

    Mi hijo se acaba de leer la “Historia interminable” y le ha encantado. No conocía estos dos títulos y me parecen dos sugerencias muy buenas para seguir con M. Ende.

    Saludos.
    María.

  • Pilar Alvarez del Valle

    Momo, un libro que habla de los ladrones de tiempo, y de cómo rescatarlo y regalárnoslo. Cuando lo leí (a principios de los 80, aunque se publicó en 1973) me pareció un poco exagerado, hoy en cambio se me antoja plénamente vigente; los niños han perdido el derecho a aburrirse, y se olvida que éste es un motor de potencia desconocida. Los mayores hace tiempo estamos echados a perder ¿o no?

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