Tesoros para el buen observador
Existe un lugar al sureste de Madrid donde el tiempo ha quedado congelado. A los pocos minutos caminando entre los arenales que dejó el entonces gran río Manzanares, y que contienen restos de algún dinosaurio aún por salir a la luz, podemos sentir que estamos en febrero de 1937. No hay más que fijarse con algo de detalle en el suelo que pisamos y comenzamos a ver vainas republicanas, puntas de bala, fragmentos de obuses, restos de metralla, tapas de cajas de munición soviética… que nos meten de lleno en el combate.
A continuación subimos un pequeño cerro y ya sintiendo que estamos a las órdenes del general Lister cruzamos su interior a través de los túneles de escapatoria procedentes de las trincheras que controlan la importante posición. En él encontramos vidrios que una vez sirvieron para contener el vino que ayudaba a pasar las horas sin pensar en la muerte que les acechaba, encontramos pequeños frascos enterrados como perfumes para mantener la dignidad o tinteros de la época que parece que hablan por sí mismos.
Esta zona tienes la sensación que no ha sido pisada por ser humano en 70 años y que los restos están en la misma posición en que un día cayeron, aunque no sea del todo cierto. Por sorpresa aparece un pico cavador de trincheras y vivacs, como todo lo demás, castigado por la humedad del suelo. Y si uno se fija más a fondo, descubre que las esquirlas de cerámica que parecían vulgares, en realidad te pueden llevar siglos atrás y pertenecer a antiguos asentamientos árabes, romanos, o incluso carpetanos.
Después de vivir la historia en tus propias carnes, poder tocarla y disfrutarla en un sitio tan especial vas descubriendo que seguramente todo quede bajo metros cúbicos de hormigón próximamente y tú no podrás hacer nada. En fin, é un mondo difficile…
Este vídeo, realizado por mí, ilustra un poco el texto