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¿Qué hay de raro en esta ciudad?

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Jose Manuel Alonso de Caso

Hace relativamente poco tiempo tuve la oportunidad de visitar la isla de La Española, más concretamente la parte de la República Dominicana, donde inevitablemente aterricé en la capital, Santo Domingo. No tardé mucho en aprovechar el rato que pasaría en la ciudad para explorarla, pero en cuanto empecé a andar por las calles me invadió una sensación muy extraña que no supe clasificar. Andaba yo por allí procurando las actividades del turista promedio, cuando empecé a darme cuenta de pequeños detalles, que poco a poco iría hilando unos con otros hasta conformar la imagen de la ciudad que hoy hace que pueda poner nombre a la sensación que sentí: desorden.

 

Reparé en lo estrechas que eran las aceras, lo factible que era aun así pasear, reparé también en la cantidad de comercios de cadenas de comida rápida, el altísimo pero ordenado volumen de vehículos, la falta de continuidad en la forma de los bloques de edificios… Y es que, finalmente caí en la cuenta de cuál era el problema: mi sedentaria vida en una ciudad europea no me había preparado para la forma de vida que permea a las ciudades del continente americano.

 

Prácticamente todas las calles eran infinitamente largas, había grandes líneas de cableado recorriendo los postes de las calles, y quizás lo que más me desconcertaba de todo aquello que las manzanas eran todas cuadriláteras pero de parcelas aisladas, donde cada una de ellas era una sorpresa; la convivencia era asombrosa entre edificios de oficinas de más de 20 plantas, comercios de dos alturas, párkings, y edificios residenciales totalmente variopintos vallados por setos, sin vallar, con aparcamientos en la acera, etc, vamos, un guirigay.

 

Evidentemente no pretendo decir que Santo Domingo sea la ciudad ejemplar del modelo de ciudad americano, mucho menos norteamericano, pero sí evidencia la influencia de la cultura sajona de los Estados Unidos, y el liberalismo y laxitud en la regulación (sobre todo en materia urbanística en este caso) frente al modelo de urbanización tradicional en Europa, compacto y regulado.

 

Pasando al País de la Libertad (y de la Comida Rápida) y dejando ya atrás mi visita a Dominicana, me gustaría aportar unas ilustraciones de la mano del artista http://www.itchyfeetcomic.com , en las que representa los estereotipos de las ciudades americanas y europeas. Uno de los aspectos más importantes del choque de culturas en el desarrollo humano urbano es la ocupación del territorio y la explotación de sus recursos.

 

 

En América, dicen, todo es más grande, y esto se puede corroborar en la manera que la dispersión de la ciudad ha consumido extensas áreas de terreno en los alrededores del downtown principal al que envuelven. La principal causa de este suceso es evidentemente la antigüedad (o falta de ella) en las ciudades, que si bien se fundaron muchas de ellas en las primeras épocas de la expansión europea, los grandes desarrollos del núcleo de población surgieron como consecuencia de la aparición de la clase media trabajadora a lo largo de los 50, con la familia nuclear, el automóvil y la casa en los suburbios para poder hacer barbacoas todos los fines de semana.

Por otra parte está Europa, donde siempre ha sido imperativa la aglutinación de la ciudad en torno a su casco histórico (siempre con densidades más altas que en las ciudades americanas) y especialmente también en materia de homogeneidad arquitectónica con respecto a unas normas urbanísticas mucho más restrictivas, y donde por regla general, la percepción de las calles es mucho más laberíntica e irregular, vestigio de un crecimiento natural de la urbe. En general en Europa la tendencia ha sido siempre la de valorar la proximidad al centro y a la actividad. Durante muchos siglos ha sido necesario vivir a distancia de a pie del lugar de trabajo, lo cual restringía mucho la capacidad de crecimiento de la ciudad (lo que por otra parte las convertía también en verdaderas cloacas).

 

Una de las grandes consecuencias, o quizás motivaciones, no está claro del todo cuál mueve a la otra, es que la zona centro de las ciudades europeas acumula un mayor valor del suelo, del precio de la vivienda, y de las actividades propias de la vida en ciudad como la entendemos aquí, con una consecuente caída en este valor según nos alejamos del centro. Lo contrario es lo característico en las ciudades americanas, el downtown se restringe a las actividades laborales, al gran núcleo de actividades empresariales y a los edificios de la administración y gobierno, mientras que el ocio y las actividades residenciales se trasladan a los suburbios y los centros comerciales.

 

Hoy en día no se puede afirmar tajantemente que un modelo de ciudad sea mejor que el otro. Existen argumentos a favor de la compacidad, pero también los existen a favor de la dispersión. Sin embargo, y a modo de conclusión he de dar mi visión personal sobre este tema. La época del expansionismo voraz americano, impulsado por el fin de la Segunda Guerra Mundial, y su conversión en la primera potencia mundial en rivalidad con la URSS, propició muy claramente una necesidad de demostrar lo esplendoroso de sus ciudades, su modo de vida, y su capitalismo salvaje como culmen de la civilización, y es muy probable, (y la opinión de un servidor) que la ciudad americana y el consumo desmesurado de territorio y de los recursos naturales no sean más que una muestra más del músculo del imperialismo americano.

 

Hace relativamente poco el presidente Donald Trump expresaba su descontento de cara a los compromisos de la cumbre de París para el medio ambiente y el desarrollo sostenible, buscando sacar al país del acuerdo. Quizás no sea absurdo plantear un modelo de ciudad más razonable y dejar de lado la icónica dependencia del coche en los USA, en favor de modelos de transporte urbanos más sostenibles, y quizás una buena forma de tomar ideas sea dirigir la mirada hacia el modelo de ciudad europea.

 

 

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