La belleza en las obras públicas es un tema muy extenso, incluso con licitaciones filosóficas, y que realmente no ha sido abordado nunca con la formalidad suficiente que le convierta en motivo de preocupación para los ingenieros. Sería el objetivo de este blog, despertar en quien lo hubiera menester, algo de lo que, se podría llamar “inquietud artística del ingeniero”.
Hay que asumir que a los Ingenieros de Caminos no favorece mucho la fama en lo que a este terreno respecta, sobre todo en los ambientes donde el sentido artístico, más o menos cultivado, tiene garantía oficial. Y reconozcamos también que el fundamento que tal fama puede tener no proviene de otro hecho que el común de anteponer al factor estético y bello todos los que, con su ineludible importancia, intervienen en la concepción o ejecución de una obra todo ello conducido, de una manera indudable, por nuestra formación esencialmente científica y nuestro comportamiento ulterior eminentemente técnico y utilitario.
En primer lugar resultaría conveniente reexaminar la definición oficial de “obras públicas” y darle el alcance que hoy tiene para lanzarse a hablar de su belleza en términos generales con completa libertad.
Definimos las obras públicas como aquellas “de general uso y aprovechamiento que disfrutan de general y público desconocimiento”. Difícil es, en general, opinar sobre la belleza de aquello que no se ve, y fácil es, por el contrario, olvidarse de ella al que lo hace pensando que nadie lo ha de ver.
Uno sencillo ejemplo que se nos vienen a la cabeza, es el siguiente: ¿Quién se preocupa normalmente de si el agua que bebe procede de embalses donde pueden contemplarse paisajes embellecidos por importantes obras?
Foto 1. Embalse de El Atazar.
Aunque oculta; desconocida u olvidada y en algún caso imprevista, es una verdad cierta la belleza y la estética de las obras públicas, prescindiendo en esta afirmación de las sutilezas a que da lugar la consideración objetiva o subjetiva de la belleza.
Se puede explicar la evolución histórica del Arte como un proceso de diferenciación, un paso de lo homogéneo a lo heterogéneo, de lo simple a lo complejo. De modo que realizar arquitectura e ingeniería bella, será el arte para obtener, junto al “arte de proyectar y construir edificios”, “el arte de proyectar y construir obras públicas”. Estos cauces de evolución son labrados en el terreno artístico por el caudal impetuoso de las propias obras.
Inclinados del lado de la realidad y objetividad de la belleza, queremos expresar algunas opiniones propias sobre los factores estéticos y bellos que, a nuestro entender, pueden integrar la belleza de una obra pública.
“Es bella toda obra cuya contemplación produce agrado o admiración”. Y agrada o se admira todo lo que es capaz de producir emoción en un profano o inspiración en un artista. Debiendo, implícitamente, reunir en esta expresión definidora dos factores estéticos esencialmente distintos: Uno intrínseco, y otro extrínseco: La vida estética propia y la vida estética de relación. El problema de “encajar” una obra en el paisaje es cuestión de la justificada razón.
Creemos sinceramente en los valores permanentes de la estética en cualquiera de sus manifestaciones, pues reconozcamos todos que el arte ha producido muchas obras a través de la historia, que ningún espíritu equilibrado y sereno, a lo largo de muchas generaciones, les ha discutido el calificativo de bellas.
Foto 2: Puente Romano de Córdoba.
Desde 1931, el puente romano de Córdoba, conjuntamente con la puerta del puente y la torre de la Calahorra está declarado Bien de interés cultural en la categoría de monumento. Forma parte del centro histórico de Córdoba que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1994.
Tras las sucesivas divagaciones, llegamos a la conclusión de que corresponde participar a las obras públicas en una parte, al menos, de esa “belleza potencial” de que goza cualquier manifestación artística.
El saber apreciar la belleza de un paisaje no requiere ningún título especial y que simplemente con no perseguir siempre las soluciones más económicas puede lograrse con las obras públicas, no solo el mantenimiento de tal belleza donde exista, sino su creación en muchos lugares carentes de ella.
Para finalizar, diremos que la relación de unas obras con otras, que anteriormente hemos señalado como factor estético importante, es la única causa de que una obra pública pueda ser conocida y, por lo tanto, juzgada por los usuarios. Es preciso entonces no olvidarse de cuidar su belleza.
¡Inquietud por crear bellas obras públicas! ¡Inquietud por darlas a conocer! Deberían ser nuestros lemas actuales.
Juan R. Ibáñez y Carlos Manrique
Alumnos E.T.S.I. Caminos. U.P.M.