La fundamentación teórica de la evaluación se asienta en las teorías del valor y las teorías de la práctica. Éstas últimas hacen referencia al papel de evaluador, objetivos, métodos y usos de evaluación, la naturaleza de las evidencias… temas que trataremos con extensión en otros artículos. Abordamos aquí las teorías del valor, que estudian la naturaleza del valor y su relación con los hechos.
La cuestión de fondo es que ha habido, y hay hoy en día, ámbitos científicos que desprecian las ciencias sociales al considerar que son cuestión de juicios subjetivos que no llevan a hacer verdadera ciencia. Podríamos considerar que ese hacer ciencia consiste en establecer leyes generales, y en ciencias sociales aunque es más difícil no es imposible establecerlas. No todo ha de ser probado por el método científico: observación sistemática, medición, experimentación, la formulación, análisis y modificación de hipótesis. De hecho sabemos con certeza muchas cosas que no han sido probadas por el método científico, por ejemplo el hecho de que los Andes se han levantado por la subducción de placas oceánicas por debajo de la placa Sudamericana.
El problema es que ese desprecio está contribuyendo a mermar la contribución que las ciencias sociales pueden hacer a la sociedad. Hay oportunidades que aprovechar y problemas importantes que resolver: el hambre, la pobreza, la corrupción, el narcotráfico, la violencia, el desempleo… La cuestión está en que no podemos hablar de estas cuestiones sin entrar a términos evaluativos, esa es la razón por la que la cultura de la evaluación está entrando con tanta fuerza en la actualidad.
La cuestión central de la evaluación no es la emisión de juicios de valor sino los hechos que son juzgados. El problema viene cuando se plantea que no hay una verdad objetiva y la realidad es cuestión de preferencias. La adopción y extensión en el mundo occidental de una doctrina relativista que se resiste a reconocer la existencia de valores objetivos acompañó el nacimiento de las ciencias sociales, que lastran desde entonces las consecuencias de esa adopción. Hoy en día el relativismo está extendido en la forma de pensar de mucha gente y estrecha enormemente las posibilidades de las ciencias sociales. Si no hay conclusiones morales relativas a valores objetivos, no hay conclusiones evaluativas y es difícil establecer legitimidad en la toma de decisiones.
La ética, un sistema de valores, es la fundamentación necesaria del campo profesional de la evaluación. La evaluación es una cuestión de valores. Necesitamos hacer confluir los hechos con valores objetivos para resolver cuestiones reales e importantes, y la tendencia en las últimas décadas ha sido la de separlos en una especie de esquizofrenia colectiva. El relativismo no es la respuesta a los problemas de la sociedad. Es posible que encontremos muchos grises a la hora de establecer los valores, pero ese no es un problema insalvable sino un problema en el que hay que trabajar, pues en muchos casos puede darse una respuesta a la pregunta de cómo deberíamos valorar un hecho concreto. La primera respuesta sería acudir al valor del mercado, pero estamos hablando de encontrar algo más que un valor monetario. El evaluador busca el valor objetivo y verdadero de algo en el contexto de unas necesidades concretas; valores objetivos y contextualizados de lo que estemos evaluando teniendo en cuenta especialmente a la gente que interactúa con nuestro objeto de evaluación.
En este contexto, las teorías del valor estudian la naturaleza y justificación de los valores, cómo y por qué se contruyen los juicios de valor, y describen los valores y la posible supremacía de unos valores sobre otros. En un terreno más práctico, las teorías del valor definen cuatro pasos lógicos (llamada también lógica de evaluación) para la construcción de un juicio (Fournier, 1995; Scriven, 1995):
- El primer paso es definir los criterios sobre los que se ha de centrar la evaluación. Los criterios son propiedades esencialmente relacionadas con el objeto a evaluar y que determinan su bondad, valor e importancia. Se trata de aquellas condiciones que deben cumplir las intervenciones y que por tanto son el objetivo de las actividades de evaluación. El camino para una buena evaluación es el camino de los criterios, no de los indicadores, pues los indicadores son variables empíricas estadísticamente conectadas con los criterios, pero frecuentemente inestables en su validez, y en ocasiones fácilmente manipulables.
- El segundo paso consiste es establecer los estándares, es decir, los niveles de cumplimiento, específicos y medibles, que se exigen sobre un criterio. Este paso es el más difícil y para realizarlo puede acudirse a estándares de comparación (benchmarking) comparando nuestro objeto de evaluación con otro que consideramos adecuado.
- En el tercer paso se mide la actuación en cada uno de los criterios definidos y se compara con sus respectivos estándares. Esto dará idea del grado de cumplimiento alcanzado por la intervención.
- Finalmente se sintetiza la información en un juicio sobre el mérito, valor o importancia de la intervención en relación con los criterios y estándares definidos.
Referencias citadas:
Fournier, D. M. (1995). Establishing evaluative conclusions: A distinction between general and working logic. New Directions for Evaluation, 68, 15-32
Scriven, M. (1995). The logic of evaluation and evaluation practice. New Directions for Evaluation, 68, 49-70