A la hora de diseñar un taller de evaluación, independientemente del enfoque de evaluación participativa adoptado, hemos de plantearnos las siguientes cuestiones: A quién invitar, buscando siempre la máxima inclusión posible; cómo llevarlo a cabo en cuanto a preguntas a formular y herramientas a utilizar; dónde realizarlo; y cuándo. Es importante no tratar de conseguir demasiada información demasiado rápido, la participación lleva su tiempo, aunque también conviene maximizar tiempos para llegar a plantear todas las preguntas necesarias. Tampoco conviene utilizar demasiadas técnicas participativas en detrimento de los verdaderos objetivos del taller y la evaluación.
Antes de comenzar cualquier actividad en el un taller participativo es importante asegurarse de que el grupo está preparado para esa actividad, de que la actividad fortalecerá las relaciones en el grupo y beneficiará a la evaluación que estamos realizando. Una vez decididas las actividades a realizar es importante establecer unas mínimas normas de funcionamiento. Puenden decirse frases como: “No estamos aquí para estar de acuerdo en todo”; “toda opinión es válida y debemos respetar todas las opiniones”; “no queremos que nadie monopolice la discusión”; “hablar de uno en uno”.
A lo largo del taller es necesario formentar el interés y la comunicación, ser capaz de improvisar cuando se vea necesario, saber escuchar a lo que se dice y no se dice (tono, ambiente, lenguaje corporal…) y ser consciente de los propios prejuicios. El papel del evaluador como facilitador consiste más en formular buenas preguntas que en dar respuestas, preguntas que sean abiertas y puedan provocar desacuerdo. Aunque en este caso es necesario saber manejar los conflictos que puedan generarse, cuidar que la gente más tímida participa y la gente más participativa no acapara el tiempo. En definitiva se trata de generar un ambiente en el que todos participan.