Archivo por meses: octubre 2010

#hoyleemos: “Lituma en los Andes” de Mario Vargas Llosa

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“Cuando vio aparecer a la india en la puerta de la choza, Lituma adivinó lo que la mujer iba a decir. Y ella lo dijo, pero en quechua, mascullando y soltando un hilito de saliva por las comisuras de su boca sin dientes.

— ¿Qué dice, Tomasito?
— No le entendí bien, mi cabo.

El guardia se dirigió a la recién llegada, en quechua también, indicándole con las manos que hablara despacio. La india repitió esos sonidos indiferenciables que a Lituma le hacían el efecto de una música bárbara. Se sintió, de pronto, muy nervioso.

— ¿Qué anda diciendo?
— Se le ha perdido el marido –murmuró su adjunto–. Hace cuatro días, parece.
— Y ya van tres –balbuceó Lituma, sintiendo que la cara se le llenaba de sudor–. Puta madre.
— Qué vamos a hacer, pues, mi cabo.
— Tómale la declaración. — Un escalofrío subió y bajó por la espina dorsal de Lituma–. Que te cuente lo que sepa.
— Pero qué está pasando aquí –exclamó el guardia civil–. Primero el mudito, después el albino. Ahora uno de los capataces de la carretera. No puede ser, pues, mi cabo.

No podía, pero pasaba, y por tercera vez. Lituma imaginó las caras inexpresivas, los ojitos glaciales con que lo observaría la gente de Naccos, los peones del campamento, los indios comuneros, cuando fuera a preguntarles si sabían el paradero del marido de esta mujer y sintió el desconsuelo y la impotencia de las veces que intentó interrogarlos sobre los otros desaparecidos: cabezas negando, monosílabos, miradas huidizas, bocas y ceños fruncidos, presentimiento de amenzazas. Sería lo mismo esta vez.

Tomás había comenzado a interrogar a la mujer; iba tomando notas en una libreta, con un lápiz mal tajado que, de tanto en tanto, se mojaba en la lengua. “Ya los tenemos encima a los terrucos”, pensó Lituma. “Cualquier noche vendrán.” Era también una mujer la que había denunciado la desaparición del albino: madre o esposa, nunca lo supieron. El hombre había salido a trabajar, o de trabajar, y no había llegado a su destino. Pedrito bajó al pueblo a comprar una botella de cerveza para los guardias y nunca regresó. Nadie los había visto, nadie había notado en ellos miedo, aprensión, enferemedas, antes de que se esfumaran. ¿Se los habían tragado los cerros, entonces? Después de tres semanas, el cabo Lituma y el guardia Tomás Carreño seguían tan en la luna como el  primer día. Y, ahora, un tercero. La gran puta. Lituma se limpió las manos en el pantalón…”

Lituma en los Andes / Mario Vargas LLosa – Ed. Austral
Lituma en los Andes en Wikipedia
Disponible en la sección NO Sólo Técnica. Sig. 82N VAR lit 

#hoyleemos: “Lo mejor que le puede pasar a un cruasán” de Pablo Tusset

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“Una vez en las galerías, me metí en la primera butic que encontré con aspecto de tener ropa informal para un tipo de treinta y muchos, con mujer y dos hijos, ático de 150 metros cuadrados en lo alto de la calle Numancia y Bestia Negra en el garaje. La única dependienta que estaba libre me vio entrar como el torero al que le sueltan un Miura de seiscientos kilos: el chicle que estaba mascando se le quedó inmovilizado entre las mandíbulas. Impávido, comprobé con toda la discreción que pude que no se me hubiera bajado la bragueta y me fui hacia ella sin importarme que puerilmente tratara de simular que no me había visto poniéndose a buscar algo bajo el mostrador.

— Hola. Necesito camisas, pantalones y zapatos.
— ¿Camisas, pantalones…?
— Y zapatos.

En cuanto comprendió que ya nada la libraría de mí dejó de jugar al escondite.

— ¿Cómo quería las camisas?
— Grandes.
— Grandes… ¿Ve alguna que le guste?

Me señalaba una pared, recorrida en toda su longitud por estantes llenos de camisas. Vi un grupito de ellas de colores lisos, bastante llamativos, rojo, esmeralda, violeta, también gris y negro… Me gustaron. Eran del tipo que uno esperaba que llevaran los gánsters de “Guys and Dolls”.

— Me gustan ésta. ¿Son grandes?
— Eh…, hay tallas grandes, sí. ¿De qué color?
— Ponme una de cada.

Se quedó parada un momento a medio camino de los estantes, pero no se atrevió a llevarme la contraria y se limitó a escoger una de cada e ir amontonándolas sobre su mano derecha.

— Hay nueve diferentes…
— Muy bien: pues nueve. ¿Seguro que son grandes?
— XXL: es lo más grande que nos llega…
— Bueno; ahora necesito dos pares de pantalones.
— Dos pares… Si quiere miar los que tenemos…

Me señaló la pared contraria, donde alternaban los jeans de colores apilados sobre estanterías con cortes más serios que se exponían colgados en perchas. No soporto los jeans, no encuentra uno hueco para meter dentro la barriga. Además tiendo a los accesos de priapismo, y si no llevas el pijo perfectamente colocado las reccciones resultan  muy molestas, con los vaqueros. Así que me fui hacia las perchas y me entretuve en los modelos que parecían más holgados, de algodón y algo acrílico. Señalé unos gris marengo y otros gris perla que combinaban bien con cualquiera de las camisas.

— Como éstos pero de mi talla, por favor.
— Qué talla tiene…
Ni flauers…”

 

Lo mejor que le puede pasar a un cruasán / Pablo Tusset — Ed. Booket
Lo mejor que le puede pasar… en Wikipedia
Disponible en la sección No Sólo Técnica. Sig. 82N TUS mej