– ¿Qué? -le dije-. Saca la boca de ahí. No te entiendo.
– Que a ti nunca te gusta nada.
Aquello me deprimió aún más.
– Hay cosas que me gustan. Claro que sí. No digas eso. ¿Por qué lo dices?
– Porque es verdad. No te gusta ningún colegio, no te gusta nada de nada. Nada.
– ¿Cómo que no? Ahí es donde te equivocas. Ahí es precisamente donde te equivocas. ¿Por qué tienes que decir eso?-le dije. ¡Jo! ¡Cómo me estaba deprimiendo!
– Porque es la verdad. Di una sola cosa que te guste.
-¿Una sola cosa? Bueno.
Lo que me pasaba es que no podía concentrarme. A veces cuesta muchísimo trabajo.
– ¿Una cosa que me guste mucho? -le pregunté.
No me contestó. Estaba hecha un ovillo al otro lado de la cama, como a mil millas de distancia.
– Vamos, contéstame -le dije-. ¿Tiene que ser una cosa que guste mucho, o basta con algo que me guste un poco?
– Una cosa que te guste mucho.
– Bien -le dije. Pero no podía concentrarme. Lo único que se me ocurría eran aquellas dos monjas que iban por ahí pidiendo con sus cestas. Sobre todo la de las gafas de montura de metal. Y un chico que había conocido en Elkton Hills. Se llamaba James Castle y se negó a retirar lo que había dicho de un tío insoportable, un tal Phil Stabile. Un día había comentado con otros chicos que era un creído, y uno de los amigos de Stabile le fue corriendo con el cuento. Phil Stabile se presentó con otros seis hijoputas en su cuarto, cerraron la puerta con llave y trataron de obligarle a que retirarra lo dicho, pero Castle se negó. Le dieron una paliza tremenda. No les diré lo que le hicieron porque es demasiado repugnante, pero el caso es que Castle siguió sin retractarse. Era un tío delgadísimo y muy débil, con unas muñecas que parecían lápices. Al final, antes de desdecirse, prefirió tirarse por la ventana…
Pues no se me ocurría nada más.”
El guardián entre el centeno / J.D. Salinder – Alianza Editorial
El guardián entre el centeno en Wikipedia
Disponible en la sección NO Sólo Técnica. Sig. 82N SAL gua