Archivo de la etiqueta: Mario Vargas Llosa

#hoyleemos: “La fiesta del chivo” de Mario Vargas Llosa

 

“Le bastó entrar al despacho, chocar los tacos y anunciarse con la voz más marcial que pudo sacar de su garganta — “¡Teniente segundo García Guerrero, a la orden, Excelencia!”– para sentirse electrizado. “Pase”, dijo la aguda voz del hombre que, sentado en el otro extremo de la habitación, ante un escritorio forrado de cuero rojo, escribía sin alzar la cabeza. El joven dio unos pasos y permaneció firme, sin mover un músculo ni pensar, viendo los cabellos grises alisados con esmero y el impecable atuento –chaqueta y chaleco azul, camisa blanca de inmaculado cuello y puños almidonados, corbata plateada sujeta con una perla– y sus manos, sujetando una hoja de papel que la otra cubría con trazos rápidos, de tinta azul. En la izquierda, alcanzó a ver el anillo con la piedra preciosa tornasolada que, según los supersticiosos, era un amuleto que, de joven, cuando, como miembro de la Guardia Constabularia, perseguía a los “gavilleros” sublevados contra el ocupante militar norteamericano, le dio un brujo haitiano, asegurándole que mientras no se la quitara sería invulnerable al enemigo.

— Una buena hoja de servicios, teniente –lo oyó decir.
— Muchas gracias, Excelencia.

La cabeza plateada se movió y aquellos ojos grandes, fijos, sin brillo y sin humor, buscaron los suyos. “Yo nunca he tenido miedo en la vida”, confesó después el muchacho a Salvador. “Hasta que me cayó encima esa mirada, Turco” Es verdad. Como si me escarbara la conciencia.” Hubo un largo silencio, mientras aquellos ojos examinaban su uniforme, su correaje, sus botones, su corbata, su quepis. Amadito comenzó a sudar. Sabía que el menor descuido indumentario provocaba al Jefe un disguto tal que podía irrumpir en violentas recriminaciones.

— Esa hoja de servicios tan buena no puede mancharla casándose con la hermana de un comunista. En mi gobierno no se juntan amigos y enemigos.
Hablaba con suavidad, sin quitarle de encima la mirada taladrante. Pensó que en cualquier momento la chillona vocecita soltaría un gallo.
— El hermano de Luisa Gil es uno de esos subversivos del 14 de Junio. ¿Lo sabía?
— No, Excelencia.
— Ahora lo sabe –se aclaró la garganta, y, sin cambiar de tono, añadió–: Hay muchas mujeres en este país. Búsquese otra.
— Sí, Excelencia.
Lo vio hacer un signo de asentimiento, dando por terminada la entrevista.
— Permiso para retirarme, Excelencia.

Hizo sonar los tacos y saludó. Salió con paso marcial, disimulando la zozobra que lo embargaba…

La fiesta del chivo / Mario Vargas Llosa — Ed. Alfaguara
La fiesta del chivo en las Bibliotecas UPM
La fiesta del chivo en Wikipedia 

#hoyleemos: “Lituma en los Andes” de Mario Vargas Llosa

.
“Cuando vio aparecer a la india en la puerta de la choza, Lituma adivinó lo que la mujer iba a decir. Y ella lo dijo, pero en quechua, mascullando y soltando un hilito de saliva por las comisuras de su boca sin dientes.

— ¿Qué dice, Tomasito?
— No le entendí bien, mi cabo.

El guardia se dirigió a la recién llegada, en quechua también, indicándole con las manos que hablara despacio. La india repitió esos sonidos indiferenciables que a Lituma le hacían el efecto de una música bárbara. Se sintió, de pronto, muy nervioso.

— ¿Qué anda diciendo?
— Se le ha perdido el marido –murmuró su adjunto–. Hace cuatro días, parece.
— Y ya van tres –balbuceó Lituma, sintiendo que la cara se le llenaba de sudor–. Puta madre.
— Qué vamos a hacer, pues, mi cabo.
— Tómale la declaración. — Un escalofrío subió y bajó por la espina dorsal de Lituma–. Que te cuente lo que sepa.
— Pero qué está pasando aquí –exclamó el guardia civil–. Primero el mudito, después el albino. Ahora uno de los capataces de la carretera. No puede ser, pues, mi cabo.

No podía, pero pasaba, y por tercera vez. Lituma imaginó las caras inexpresivas, los ojitos glaciales con que lo observaría la gente de Naccos, los peones del campamento, los indios comuneros, cuando fuera a preguntarles si sabían el paradero del marido de esta mujer y sintió el desconsuelo y la impotencia de las veces que intentó interrogarlos sobre los otros desaparecidos: cabezas negando, monosílabos, miradas huidizas, bocas y ceños fruncidos, presentimiento de amenzazas. Sería lo mismo esta vez.

Tomás había comenzado a interrogar a la mujer; iba tomando notas en una libreta, con un lápiz mal tajado que, de tanto en tanto, se mojaba en la lengua. “Ya los tenemos encima a los terrucos”, pensó Lituma. “Cualquier noche vendrán.” Era también una mujer la que había denunciado la desaparición del albino: madre o esposa, nunca lo supieron. El hombre había salido a trabajar, o de trabajar, y no había llegado a su destino. Pedrito bajó al pueblo a comprar una botella de cerveza para los guardias y nunca regresó. Nadie los había visto, nadie había notado en ellos miedo, aprensión, enferemedas, antes de que se esfumaran. ¿Se los habían tragado los cerros, entonces? Después de tres semanas, el cabo Lituma y el guardia Tomás Carreño seguían tan en la luna como el  primer día. Y, ahora, un tercero. La gran puta. Lituma se limpió las manos en el pantalón…”

Lituma en los Andes / Mario Vargas LLosa – Ed. Austral
Lituma en los Andes en Wikipedia
Disponible en la sección NO Sólo Técnica. Sig. 82N VAR lit