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El sentido del deber

Hace unos días hablaba con un amigo un poco más joven que yo sobre la educación que habíamos recibido de niños. Él me hablaba de una cierta educación “kantiana” en la que se nos daban instrucciones sobre ética y moral con el sólido argumento de que “es tú deber”. A pesar de lo que se pueda criticar este argumento, caló fuertemente en nosotros y muchas de nuestras decisiones en la vida (buenas decisiones) se basaron en que lo considerábamos nuestro deber. Yo le decía que de niño nunca me dijeron “hay que hacerlo por amor a Jesucristo”, a pesar de que mis educadores (padres, parientes y profesores) eran todos creyentes y de que parece un mejor motivo para un cristiano.

Sin embargo, reflexionando un poco más en profundidad sobre estos temas, me he dado cuenta de que el sentido del deber para un cristiano está estrechamente ligado al amor a Jesucristo, aunque no se exprese explícitamente. Cuando hablamos de “deber” nos estamos refiriendo a una cierta “deuda” que tenemos con alguien o algo y que debemos pagar. Los no creyentes pueden pensar en una deuda con la sociedad, o con el planeta, pero un creyente sabe que esa deuda está contraída con Dios, y si es cristiano, con nuestro Salvador, Jesucristo.

Así, los actos bondadosos o los sacrificios que hacemos por los demás o la sociedad responden al agradecimiento que tenemos por el amor que Dios nos ha dado, manifestado en su Hijo Jesucristo. Esta respuesta agradecida necesariamente se hace por amor, no a desgana, no puede ser así con un Dios que se encarna para salvar la distancia infinita con el hombre y que muere en la cruz por amor a los hombres.

De esta forma, cada vez que decimos que hacemos algo por sentido del deber, podemos pensar con verdad que es por amor a Dios Padre, su hijo Jesucristo y al Espíritu de amor, al que debemos todo, nuestra creación y nuestra redención y en respuesta a su infinito amor.

El pecado de David

La historia del rey David está llena de detalles interesantes. Muchos cristianos bien formados la conocen y si se les preguntara por el pecado de David seguramente les vendría inmediatamente a la memoria el suceso por el que ordena a su general Urías ponerse en primera línea de batalla con el pecaminoso objetivo de que alcance la muerte y así poder desposar a su mujer Betsabé, a la que ya había dejado embarazada. Sin embargo el propio David se da cuenta de que no es este su mayor pecado (crimen y adulterio combinados), sino realizar un censo de su nación ¿Realizar un censo? Si, pero no con intereses fiscales como suele ser frecuente, sino para conocer el poderío de su posible ejército, y plantar batalla a los enemigos ¿Es esto un pecado? Para responder, primero hay que recordar otro gran suceso de la vida del rey David, cuando todavía era un muchacho. Se enfrenta al gigante filisteo Goliat con un arma bien simple. ¿Una honda y cinco piedras planas? No, el arma es su plena confianza en Dios. Y con este arma derrota a su enemigo. Así lo seguirá haciendo durante muchos años después. Pero ahora, después de vencer en mil batallas, ha perdido el poderío de ese arma y necesita un censo. Es él quien quiere ganar las batallas.

Dios y la inteligencia artificial

En alguna ocasión he utilizado el ejemplo de los navegadores de los automóviles para explicar cómo Dios dirige nuestra vida hacia el bien sin violentar nuestra libertad individual. Como los navegadores, Él nos indica la ruta más corta y segura, pero nosotros no perdemos la libertad de cambiarla. También como en los navegadores, esos cambios no mejoran nuestra ruta pero frecuentemente estamos tentados de hacerlos, pensando que nosotros conocemos mejor las circunstancias del tráfico. Con lo que podríamos llamar “paciencia” el navegador nos reconduce y nos vuelve a indicar otra ruta que arregle lo que hemos estropeado, y nunca nos reprocha que no le hagamos caso. Así actúa Dios en nosotros, en este caso con verdadera paciencia y con algo más, amor.

Pensando en esto me he dado cuenta de que lo que dirige los navegadores es la inteligencia artificial y no he podido evitar compararla con Dios. ¿En que se puede parecer una creación del hombre con el supremo Creador?. La respuesta es sencilla, si la inteligencia artificial ha sido diseñada correctamente solo busca el bien del hombre, sin posibilidad de otra cosa y sin esperar nada a cambio. En esto se parece a la relación de Dios con nosotros. Como es evidente las diferencias son muchas, pues Dios es una persona (tres personas, en realidad) y la relación con el hombre es personal y mucho más compleja y hermosa, pero no deja de ser curioso este paralelismo.