Archivo por días: 15 septiembre, 2009

#hoyleemos: “Saber perder” de David Trueba

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“Días atrás se encerró con Osembe y dos chicas más, una recién llegada de Guatemala con un trasero enorme y unos preciosos ojos tristes y una valenciana, a la que ya conoció el primer día, y que le explicó que era la más antigua del chalet. Se acababa de aumentar los pechos y los exhibía firmes, plásticos, y se derramaba champagne por ellos durante la fiesta que organizaron. Leandro se fijó en el crucifijo de ella, dorado, tan fuera de lugar que resultaba cómico en esa nada solemne ceremonia que se alargó casi tres horas. Desnudo entre aquella carne en plenitud, acariciado por manos distintas, voces susurrantes de tres continentes, sonrisas limpias, se creyó por un instante rey del mundo. Vaciaba su copa sobre la piel de las chicas y luego lamía sus cuerpos. Borracho y algo febril, Leandro salió al frío de la calle, convencido de que la espiral que lo engullía era una reacción contra la vida moderada y formal que había llevado. Esa tarde pagó el exceso con la tarjeta de crédito. Tres días después recibió la llamada de su banco. Una voz femenina de heladora amabilidad le dijo que los fondos habían sido cubiertos por la entidad, aunque superaban su saldo, por lo que era urgente que pasara por la oficina para reponer las cantidades. Era casi la hora de cierre y en voz muy baja. Leandro respondió, mañana mismo, mañana mismo iré.

Leandro aguarda en la fila frente a la caja mientras una anciana trata de poner al día su cartilla, sin apenas vista, con confianza ciega en la amable señorita que le enuncia el saldo. El director de la sucursal toca el hombro de Leandro y le saluda con cordialidad postiza. Lo invita a su despacho y al ofrecerle una silla dirige una señal a otra de las empleadas. Hablan de la Navidad cercana, del clima, de la sierra al parecer ya cubierta de nieve, mientras Leandro piensa que, de ser un animal, el director sería un mosquito, desconfiado y nervioso. Cuando pregunta a Leandro por su mujer, la conversación se torna grave. Mal, la verdad, no sé si sabe que se partió la cadera hace un mes… Vaya por Dios, no sabía nada, ¿cómo se encuentra? Pues bastante floja, dice Leandro, y deja que la pausa se alargue, la recuperación está siendo tan larga y problemática.

Leandro le explica que Aurora tiene que volver a aprender a andar, como si fuera un niño, pero que las fuerzas no le responden. El otro día se empeñó en incorporarse pero fue incapaz. No puede sostenerse.  El médico que la visitó aquella mañana quiso ser tranquilizador. Es un proceso normal, necesita reposo. Pero Aurora se vino abajo, esa misma tarde le susurró a Leandro, sería mejor que me muriera ahora. Leandro la tomó la mano y le acarició la cara. Le habló durante largo rato y eso pareció animarla.

La empleada posa ante los ojos del director un extracto de los últimos movimientos de la cuenta de Leandro. La alarma que se dibuja en los ojos del director es desactivada por Leandro. Mi mujer se está muriendo, mi obligación es gastar hasta la última peseta de mis ahorros en todo aquello que le alargue la vida o que por lo menos la ayude a no sufrir. El director hace notar la salida casi constante de dinero de cajeros automáticos, los cargos excesivos en la tarjeta de crédito. Leandro no dice mucho, tan sólo nombra enfermeras, medicamentos caros, segundas opiniones en clínicas privadas. No dice putas, masajes, baños de espuma, caricias pagadas…”

Saber perder / David Trueba — Ed. Anagrama
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