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#hoyleemos: “Abierto toda la noche” de David Trueba

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“Pasó un día antes de que recibieran la esperada llamada de Felisín, desde Francia. Nicole y él se habían instalado en casa de los padres de ella, una gente encantadora, había dicho y la madre creyó entender un reproche en las palabras de su hijo. Le notaba la voz triste y apenas charlaron cinco minutos antes de despedirse. Llamaba desde la cabina de un bar y el volumen de la música les dificultaba entenderse. Felisín prometió que no se quedaría mucho allí y que pronto regresaría con su familia, más que nada por sus obligaciones en el trabajo. La madre colgó en cierta medida aliviada tras oír de nuevo la voz lejana de su hijo.

Sin embargo su hijo no se hallaba demasiado lejos. Había buscado refugio en casa de su amigo Alberto Alegre, siempre dispuesto a ofrecer su hospitalidad. Tras pasar la noche en el sofá había terminado por contarle a su amigo toda la verdad. Se sentía humillado y no pensaba confesar ante su familia. No se encontraba con fuerzas para continuar con su trabajo, así que Alegre le escribiría las críticas de cine y las enviaría al periódico en su lugar, evitando que Nicole volviera a ser causa de despido.

Alberto logró convencerle para que llamara a su familia y los tranquilizara. Felisín puso un disco de Charles Trénet para crear un ambiente francés de fondo y se atrevió a mentir a su madre. Tras colgar, deprimido, quitó el disco y lo rompió en dos. Del mismo modo arremetió contra la colección de vinilos que extraía de sus fundas y partía contra su muslo. Su amigo alcanzó a detenerle cuando se precipitaba furioso contra el ordenado estante de bandas sonoras.

El fracaso amoroso en el hombre provoca estados tragicómicos. Quien evita los clásicos remedios -alcohol, drogas, prostitución- se sumerge en un complicado estado depresivo. La gran crisis de la vanidad conduce a un bajón absoluto de defensas y a una irremontable tendencia a la molicie. He visto a hombres pasar semanas sin abandonar de hecho su cama en un intendo de dormir para olvidar. He visto a hombres marcar todos los números femeninos de su agenda de teléfonos buscando ligar para olvidar. He visto a hombres volcarse en la literatura y la redacción de cartas como si escribir ayudara a olvidar. He visto a hombres gritar un nombre de mujer por la ventanilla de un coche a toda velocidad resueltos a vocear para olvidar. Todo ello en una lucha sin cuartel, y perdida de antemano, por evitar la gran derrota de su ego.  Los hombres utilizan a las mujeres para enamorarse de sí mismos por persona interpuesta…”

Abierto toda la noche / David Trueba — Ed. Anagrama
David Trueba en las Bibliotecas UPM
David Trueba en Wikipedia

#hoyleemos: “Saber perder” de David Trueba

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“Días atrás se encerró con Osembe y dos chicas más, una recién llegada de Guatemala con un trasero enorme y unos preciosos ojos tristes y una valenciana, a la que ya conoció el primer día, y que le explicó que era la más antigua del chalet. Se acababa de aumentar los pechos y los exhibía firmes, plásticos, y se derramaba champagne por ellos durante la fiesta que organizaron. Leandro se fijó en el crucifijo de ella, dorado, tan fuera de lugar que resultaba cómico en esa nada solemne ceremonia que se alargó casi tres horas. Desnudo entre aquella carne en plenitud, acariciado por manos distintas, voces susurrantes de tres continentes, sonrisas limpias, se creyó por un instante rey del mundo. Vaciaba su copa sobre la piel de las chicas y luego lamía sus cuerpos. Borracho y algo febril, Leandro salió al frío de la calle, convencido de que la espiral que lo engullía era una reacción contra la vida moderada y formal que había llevado. Esa tarde pagó el exceso con la tarjeta de crédito. Tres días después recibió la llamada de su banco. Una voz femenina de heladora amabilidad le dijo que los fondos habían sido cubiertos por la entidad, aunque superaban su saldo, por lo que era urgente que pasara por la oficina para reponer las cantidades. Era casi la hora de cierre y en voz muy baja. Leandro respondió, mañana mismo, mañana mismo iré.

Leandro aguarda en la fila frente a la caja mientras una anciana trata de poner al día su cartilla, sin apenas vista, con confianza ciega en la amable señorita que le enuncia el saldo. El director de la sucursal toca el hombro de Leandro y le saluda con cordialidad postiza. Lo invita a su despacho y al ofrecerle una silla dirige una señal a otra de las empleadas. Hablan de la Navidad cercana, del clima, de la sierra al parecer ya cubierta de nieve, mientras Leandro piensa que, de ser un animal, el director sería un mosquito, desconfiado y nervioso. Cuando pregunta a Leandro por su mujer, la conversación se torna grave. Mal, la verdad, no sé si sabe que se partió la cadera hace un mes… Vaya por Dios, no sabía nada, ¿cómo se encuentra? Pues bastante floja, dice Leandro, y deja que la pausa se alargue, la recuperación está siendo tan larga y problemática.

Leandro le explica que Aurora tiene que volver a aprender a andar, como si fuera un niño, pero que las fuerzas no le responden. El otro día se empeñó en incorporarse pero fue incapaz. No puede sostenerse.  El médico que la visitó aquella mañana quiso ser tranquilizador. Es un proceso normal, necesita reposo. Pero Aurora se vino abajo, esa misma tarde le susurró a Leandro, sería mejor que me muriera ahora. Leandro la tomó la mano y le acarició la cara. Le habló durante largo rato y eso pareció animarla.

La empleada posa ante los ojos del director un extracto de los últimos movimientos de la cuenta de Leandro. La alarma que se dibuja en los ojos del director es desactivada por Leandro. Mi mujer se está muriendo, mi obligación es gastar hasta la última peseta de mis ahorros en todo aquello que le alargue la vida o que por lo menos la ayude a no sufrir. El director hace notar la salida casi constante de dinero de cajeros automáticos, los cargos excesivos en la tarjeta de crédito. Leandro no dice mucho, tan sólo nombra enfermeras, medicamentos caros, segundas opiniones en clínicas privadas. No dice putas, masajes, baños de espuma, caricias pagadas…”

Saber perder / David Trueba — Ed. Anagrama
Saber perder en las Bibliotecas UPM
David Trueba en Wikipedia

#hoyleemos: “Cuatro amigos” de David Trueba

 

Cuatro amigos, ya más cercanos a los treinta que a los veinte, inician lo que va a ser un caótico viaje de vacaciones. En su mente: fiesta,  cervezas, playa,  y por supuesto chicas… juerga y más juerga. Pero tras las risas con los colegas hay  cuatro vidas cada vez más diferentes, con sus problemas y sus frustraciones. Un divertido libro.

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“Insistí para que nos moviéramos, para que buscáramos otro lugar, para que recuperáramos la esencia de nuestro viaje interplanetario, pero Blas aún no había descartado su triunfo con Anabel: “Esta noche cae.”

El primer síntoma de que aquella noche tampoco iba a ser su gran noche lo sufrió al mirarse en el espejo de los vestuarios y descubrir su cabeza roja como un tomate.

— Me he quemado la calva, tío, me he quemado la calva.

Le acompañé hasta una farmacia donde compramos una crema para aliviarle y la unté con generosisdad sobre su cráneo abrasado. Blas insistía.

— No te das cuenta, Solo. Esto es  el final. El día en que te quemas la calva por primera vez te das cuenta de que tu vida es una mierda, de que  todo está acabado.
— No te lo tomes así.
— No me había pasado nunca. Supongo que esto significa que ya soy calvo. Así, como lo oyes: soy un calvo. Ya está. A tomar por culo. Se acabó mi vida. Soy un calvo, un calvo más. Un viejo. Estoy acabado.

A cuestas con su insolación al mismo tiempo que su desolación, Blas se detuvo a comprar un par de helados. Uno era para mí, pero me lo arrebató después de dar cuenta del suyo en seis mordiscos.

— ¿Sabes cuándo me di yo cuenta de que me había hecho viejo? — le expliqué tratando de animarle–. El otro día. Había unos chavales rompiendo una cabina de teléfonos y en vez de pasar de largo, pensé en el pobre tío al que le iba a tocar repararla, o que podía llegar alguíen y necesitar llamar por una emergencia. ¿Te das cuenta? Me descubrí pensando esa gilipollez. En vez de, yo qué sé, unirme al grupo o sonreír. Pensé que era una hijoputez hacer aquello. ¿Te das cuenta?

— ¿Y por qué pensaste eso? — se sorprendió Blas — ¿Qué nos está pasando?
— A lo mejor es la edad.
— Ni hablar. El otro día leí en el periódico que ahora la adolescencia dura hasta los veintiocho.
— No, Blas — le dije –, la juventud termina el día en que tu jugador de fútbol favorito tiene menos años que tú.
— ¿Eso te parece grave? Vaya gilipollez. Espera a quedarte calvo, ahí te quiero ver.”

Cuatro amigos / David Trueba — Ed. Anagrama
Disponible en la sección No Sólo Técnica. Sig. 82N TRU cua
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