ODS: ¿compromiso o simple apariencia?

En los artículos Ciencia Explicada incluimos resúmenes de los artículos científicos publicados por los miembros del Grupo de Innovación Educativa Economía para Ingenieros /oikonomos/. En este artículo se resumen las contribuciones del artículo:

Costa, R., Tiburzi, L., Morales‐Alonso, G., Calabrese, A., & Rosati, F. (2025). SDG walking or washing? A cross‐sectoral analysis of business contribution to the SDGs. Business Strategy and the Environment, 34(3), 3561–3576.

Este trabajo nace de una colaboración académica entre la Universidad Politécnica de Madrid y la Universidad Tor Vergata de Roma.

Empresas y Objetivos de Desarrollo Sostenible: entre el compromiso real y la apariencia

En los últimos años, la sostenibilidad ha pasado de ser un asunto marginal a ocupar un lugar central en el discurso empresarial. Las empresas hablan cada vez más de impacto social, medioambiental y de su contribución a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Informes, memorias y documentos corporativos están repletos de referencias a estos objetivos, presentados como una hoja de ruta global hacia un desarrollo más equilibrado y responsable.

Sin embargo, una pregunta clave subyace a este fenómeno: ¿hasta qué punto estas declaraciones reflejan un compromiso real y profundo con la sostenibilidad, y hasta qué punto responden a una estrategia más superficial orientada a mejorar la imagen corporativa? El artículo que aquí se resume aborda precisamente esta cuestión, proponiendo una forma novedosa de distinguir entre ambas situaciones.

El auge del reporting en sostenibilidad

La presión política, social y regulatoria sobre las empresas para que informen de su impacto no financiero ha aumentado de manera notable. Las organizaciones ya no solo rinden cuentas de sus resultados económicos, sino también de cómo afectan al entorno natural, a las comunidades y a la sociedad en su conjunto. Este proceso ha dado lugar a distintas formas de reporting: informes de sostenibilidad, memorias de responsabilidad social, informes integrados o declaraciones no financieras.

Con la adopción de la Agenda 2030, muchas empresas comenzaron a alinear su comunicación con los ODS, señalando explícitamente cómo sus actividades contribuyen a cada uno de ellos. En principio, este movimiento tiene un enorme potencial: el sector privado desempeña un papel crucial en la innovación, la inversión y la transformación productiva necesarias para avanzar hacia un desarrollo sostenible.

El problema surge cuando esta comunicación se convierte en un fin en sí mismo y no en el reflejo de cambios reales en la forma de operar de la empresa.

Sostenibilidad simbólica frente a sostenibilidad sustantiva

El artículo parte de una distinción fundamental entre dos enfoques de la sostenibilidad empresarial. Por un lado, el enfoque sustantivo, en el que la sostenibilidad se integra en el núcleo del modelo de negocio, influyendo en la estrategia, en los procesos productivos y en la toma de decisiones a largo plazo. Por otro, el enfoque simbólico, en el que la sostenibilidad se utiliza principalmente como un recurso comunicativo para reforzar la legitimidad de la empresa ante sus grupos de interés.

En este segundo caso, las acciones reportadas pueden estar desconectadas del negocio principal, ser marginales o carecer de impacto real. El riesgo es evidente: se genera una apariencia de compromiso que no se corresponde con la realidad, dando lugar a prácticas conocidas como SDG washing, una variante del más conocido greenwashing.

Detectar estas prácticas no es sencillo, ya que las empresas pueden presentar informes extensos y visualmente sofisticados sin aportar información relevante o verificable sobre sus actuaciones.

Los índices para mirar más allá del discurso

La principal contribución del artículo es la propuesta de un método que permite identificar enfoques simbólicos en el reporting de los ODS mediante la comparación de dos dimensiones complementarias.

La primera es el índice de cobertura de los ODS, que mide hasta qué punto una empresa menciona y cubre un amplio abanico de indicadores relacionados con los ODS en sus informes. En términos simples, evalúa la amplitud del discurso: cuántos objetivos, metas e indicadores aparecen reflejados.

La segunda es el índice de compromiso con los ODS, que analiza el nivel de detalle, precisión y profundidad de la información proporcionada. Aquí no se trata de cuántas cosas se mencionan, sino de cómo se explican: si se describen acciones concretas, resultados, impactos y mecanismos de seguimiento, o si se recurre a formulaciones vagas y genéricas.

La comparación entre ambos índices resulta especialmente reveladora. Una alta cobertura acompañada de un bajo compromiso sugiere la existencia de un enfoque simbólico: se habla mucho, pero se dice poco.

Un análisis amplio y transversal

Para aplicar este método, los autores realizan un análisis detallado de los informes de sostenibilidad de 376 empresas, abarcando distintos países, sectores y tamaños empresariales. Este enfoque transversal permite superar algunas limitaciones habituales de estudios anteriores, que se centraban en un solo país, un sector concreto o exclusivamente en grandes multinacionales.

El análisis es manual y detallado, lo que permite evaluar no solo la presencia de determinados términos o referencias, sino la calidad real de la información divulgada. El objetivo no es cuantificar con exactitud el grado de sostenibilidad de cada empresa, sino identificar patrones que revelen comportamientos simbólicos.

Mucha cobertura, poco compromiso

Los resultados del estudio son claros y, en cierto modo, inquietantes. Una amplia mayoría de las empresas analizadas declara informar sobre su contribución a los ODS. Además, estas empresas suelen cubrir un número elevado de indicadores relacionados con dichos objetivos.

Sin embargo, esta amplitud no se traduce necesariamente en un mayor compromiso. En muchos casos, el nivel de detalle y precisión de la información es bajo, lo que sugiere que la atención se centra en “marcar casillas” más que en rendir cuentas de actuaciones concretas y resultados medibles.

Este desajuste entre cobertura y compromiso pone de manifiesto la existencia de enfoques simbólicos en el reporting de los ODS y confirma que el riesgo de SDG washing es real y significativo.

Cuatro perfiles de empresas frente a los ODS

A partir de la combinación de ambos índices, el artículo identifica cuatro grandes perfiles de comportamiento empresarial.

En primer lugar, las empresas simbólicas, que presentan una alta cobertura de indicadores pero un bajo nivel de compromiso. Estas organizaciones son las más sospechosas de utilizar el reporting como una herramienta de legitimación sin un respaldo sólido en la práctica.

En segundo lugar, las empresas plenamente comprometidas, que combinan una amplia cobertura con un alto nivel de detalle y precisión en la información. Son las que integran de forma más coherente los ODS en su estrategia.

En tercer lugar, las empresas mínimamente comprometidas, con baja cobertura y bajo compromiso, que parecen rezagadas en materia de sostenibilidad.

Por último, las empresas focalizadas, que informan con gran detalle sobre un número limitado de ODS, generalmente aquellos más relacionados con su actividad principal. Este enfoque puede reflejar una estrategia sensata, aunque también entraña el riesgo de seleccionar únicamente los aspectos más favorables.

Factores que influyen en el reporting

El estudio analiza también qué factores están asociados a una mayor cobertura y a un mayor compromiso. Entre ellos se encuentran el tamaño de la empresa, la experiencia previa en reporting de sostenibilidad, la utilización de verificación externa y la adopción de certificaciones ambientales.

Los resultados muestran que muchos de estos factores están claramente relacionados con una mayor cobertura, pero no necesariamente con un mayor compromiso. Es decir, contribuyen a que las empresas informen más, pero no mejor. Esto refuerza la idea de que buena parte del esfuerzo responde a la presión de los grupos de interés y a la necesidad de mostrar conformidad con las expectativas sociales, más que a una transformación profunda.

También se observan diferencias relevantes entre sectores, especialmente en aquellos con mayor impacto ambiental, donde la presión social es más intensa y el incentivo para recurrir a enfoques simbólicos puede ser mayor.

Figura. Representación conceptual de los enfoques empresariales hacia la información sobre los ODS en función de dos dimensiones implícitas: la amplitud de la información divulgada y el grado de compromiso reflejado en el detalle y coherencia de dicha información. La figura distingue cuatro patrones: (i) enfoque simbólico, caracterizado por una amplia cobertura de ODS con bajo nivel de compromiso; (ii) enfoque plenamente comprometido, con alta cobertura y alto compromiso; (iii) enfoque mínimamente comprometido, con baja cobertura y bajo compromiso; y (iv) enfoque focalizado, donde una cobertura limitada se acompaña de un mayor grado de profundidad y coherencia en la información divulgada.

Implicaciones para empresas y sociedad

Las conclusiones del artículo tienen importantes implicaciones prácticas. Para inversores, reguladores y otros grupos de interés, confiar únicamente en la extensión o apariencia de los informes de sostenibilidad puede resultar engañoso. Es imprescindible analizar no solo qué se reporta, sino cómo se reporta.

Para las propias empresas, el mensaje es igualmente claro: la sostenibilidad no puede limitarse a un ejercicio de comunicación. Si no se traduce en cambios reales en la gestión y en el modelo de negocio, el riesgo reputacional y la pérdida de credibilidad son elevados.

Conclusión

Este trabajo aporta una herramienta útil para desenmascarar enfoques simbólicos en el reporting de los ODS y para avanzar hacia una evaluación más rigurosa del papel real de las empresas en el desarrollo sostenible. Al distinguir entre cobertura y compromiso, invita a ir más allá del discurso y a centrarse en la sustancia.

En un contexto en el que la sostenibilidad se ha convertido en un elemento central del relato empresarial, este tipo de análisis resulta esencial para evitar que los ODS se vacíen de contenido y se conviertan en meros eslóganes. La credibilidad del proyecto de desarrollo sostenible depende, en gran medida, de que las palabras vayan acompañadas de hechos.

¿Estado emprendedor o función empresarial?

En los artículos Ciencia Explicada incluimos resúmenes de los artículos científicos publicados por los miembros del Grupo de Innovación Educativa Economía para Ingenieros /oikonomos/. En este artículo se resumen las contribuciones del artículo:

Morales Alonso, G. & Gallego Morales, D. J. (2025). ¿Estado emprendedor o función empresarial? Religión, estatismo/liberalismo, valores humanos y emprendimiento. Journal of the Sociology and Theory of Religion, 17(1), 15–39.

Acción humana, función empresarial y desarrollo económico

El punto de partida del trabajo es una idea sencilla pero de gran alcance: el desarrollo económico no surge de planes abstractos ni de diseños centralizados, sino de la acción humana concreta. Son los individuos, con sus decisiones cotidianas, quienes ponen en marcha los procesos de coordinación social que permiten que una sociedad prospere. Esta acción humana se canaliza, en el ámbito económico, a través de la función empresarial: la capacidad de detectar oportunidades, asumir riesgos y coordinar recursos escasos con el objetivo de crear valor.

Figura 1. El camino complejo.

Desde esta perspectiva, el emprendedor no es únicamente quien funda una empresa, sino todo aquel que actúa de manera creativa para mejorar su situación y la de su entorno. El emprendimiento aparece así como un fenómeno profundamente humano, ligado a la voluntad de prosperar, al deseo de mejorar y a la capacidad de imaginar futuros alternativos. Cuando estas decisiones individuales se coordinan de manera voluntaria en el mercado, el resultado agregado es el crecimiento económico, el aumento de la productividad y una mayor prosperidad social.

Más allá de los factores materiales

Buena parte de la literatura sobre emprendimiento se ha centrado tradicionalmente en factores materiales o institucionales: acceso a financiación, regulación e instituciones, estrategias de innovación, educación formal o rasgos cognitivos, por citar algunos. Todos ellos son importantes, pero el presente artículo sostiene que no son suficientes para comprender por qué unas personas deciden emprender y otras no, incluso en contextos similares.

El énfasis del trabajo se desplaza hacia los rasgos cognitivos y de valores culturales que anteceden a la acción emprendedora. Emprender es, ante todo, una decisión volitiva. Implica evaluar riesgos, soportar incertidumbre y renunciar a seguridades presentes a cambio de beneficios futuros inciertos. En ese proceso de decisión intervienen creencias, valores, actitudes y marcos mentales que no pueden reducirse a incentivos puramente económicos.

Religiosidad y sentido de la acción

Uno de los elementos que el artículo pone sobre la mesa es la religiosidad, entendida tanto como sentimiento como práctica. Lejos de tratarla como un residuo del pasado o como una variable irrelevante, se plantea que la religiosidad puede influir de manera significativa en la predisposición a emprender.

La razón es doble. Por un lado, muchas tradiciones religiosas enfatizan valores como la responsabilidad individual, el esfuerzo, la perseverancia y la orientación al largo plazo. Estos rasgos encajan bien con las exigencias del emprendimiento, donde los resultados rara vez son inmediatos y los fracasos forman parte del proceso. Por otro lado, la religiosidad puede ofrecer un marco de sentido que ayuda a gestionar la incertidumbre y el riesgo inherentes a la acción empresarial.

Desde esta óptica, la religión no actúa necesariamente como un freno a la innovación, sino que puede convertirse en un soporte psicológico y moral para quienes deciden asumir los costes del emprendimiento en entornos complejos y cambiantes.

Valores humanos y espíritu emprendedor

Junto a la religiosidad, el artículo destaca la importancia de los valores humanos. No todos los sistemas de valores son igualmente compatibles con la función empresarial. Valores como la autonomía, la responsabilidad personal, la tolerancia al riesgo, la creatividad o la orientación al logro tienden a favorecer la intención emprendedora. Por el contrario, sistemas de valores muy dependientes de la seguridad, la estabilidad garantizada o la delegación sistemática de responsabilidades en terceros pueden desincentivar la iniciativa individual.

El trabajo sugiere que estos valores no surgen de la nada, sino que se forman a lo largo del tiempo mediante procesos educativos, familiares, culturales y sociales. Por ello, comprender los valores dominantes en una sociedad es clave para entender sus niveles de emprendimiento y, en última instancia, su capacidad de adaptación a contextos económicos adversos.

Libre mercado frente a estatismo

Un tercer eje central del artículo es el posicionamiento ideológico frente al libre mercado y la intervención del Estado. El texto contrapone dos visiones: la del llamado “Estado emprendedor”, que atribuye al sector público un papel protagonista en la innovación y el desarrollo económico, y la visión que sitúa la función empresarial en el centro del proceso económico.

Sin negar la existencia del sector público, el artículo defiende que una actitud favorable al libre mercado tiende a estar asociada a una mayor intención emprendedora. La razón es que el emprendimiento requiere espacios de libertad donde la experimentación, el error y la competencia sean posibles. Cuando el entorno institucional penaliza sistemáticamente la iniciativa privada, eleva artificialmente los costes del fracaso o promete seguridad a cambio de dependencia, la función empresarial se ve erosionada.

Desde este punto de vista, el debate no es únicamente económico, sino profundamente cultural y moral. Se trata de decidir hasta qué punto una sociedad confía en la capacidad de sus individuos para tomar decisiones responsables sobre su propio futuro.

Tiempos convulsos y decisiones individuales

El artículo sitúa estas reflexiones en el contexto de los tiempos convulsos que caracterizan al inicio del siglo XXI. Crisis financieras, pandemias, inflación, endeudamiento público y cambios tecnológicos acelerados han configurado un entorno volátil, incierto, complejo y ambiguo. En este escenario, muchas personas han comenzado a cuestionar los modelos tradicionales de empleo y carrera profesional.

Fenómenos como la renuncia voluntaria masiva al trabajo por cuenta ajena, la búsqueda de mayor flexibilidad o la proliferación de trayectorias profesionales no lineales reflejan un cambio profundo en las preferencias y expectativas de los trabajadores. El emprendimiento, el trabajo autónomo o las carreras profesionales diversificadas aparecen como alternativas viables, aunque no exentas de riesgos.

El artículo sostiene que, ante estos shocks externos, los rasgos cognitivos cobran aún más importancia. En contextos estables, las diferencias individuales pueden pasar desapercibidas. En contextos de crisis, en cambio, se vuelven decisivas para explicar quién se adapta, quién emprende y quién queda atrapado en estructuras que ya no funcionan.

Emprender como respuesta, no como receta mágica

Un aspecto relevante del trabajo es que evita presentar el emprendimiento como una solución universal o una receta mágica. Emprender puede ofrecer respuestas a muchas de las inquietudes actuales (autonomía, flexibilidad, sentido del trabajo), pero también genera nuevas fuentes de incertidumbre y presión. No todos los individuos están igualmente preparados para asumirlas, ni todas las sociedades facilitan este tipo de decisiones.

Precisamente por ello, los autores insisten en la necesidad de comprender mejor los factores subyacentes que aumentan la probabilidad de éxito individual en trayectorias emprendedoras. Religiosidad, valores humanos y orientación hacia el libre mercado no garantizan el éxito, pero pueden actuar como amortiguadores frente a la incertidumbre y como catalizadores de la acción.

Implicaciones para el debate público

Aunque el artículo tiene un marcado carácter conceptual, sus implicaciones prácticas son claras. Si el emprendimiento es clave para el desarrollo económico, y si este depende en gran medida de factores cognitivos y culturales, entonces las políticas públicas y los discursos dominantes no pueden limitarse a ajustes técnicos.

Es necesario abrir un debate más amplio sobre qué tipo de valores se promueven, qué visión del individuo se transmite y hasta qué punto se fomenta la responsabilidad personal frente a la dependencia. Ignorar estas dimensiones equivale a tratar los síntomas sin atender a las causas profundas.

Conclusión

El trabajo resumido en este artículo propone una mirada integradora sobre el emprendimiento, entendiéndolo como una manifestación de la acción humana situada en un contexto cultural, moral e institucional concreto. Frente a visiones que atribuyen el desarrollo económico a grandes diseños estatales, se reivindica la centralidad del individuo, de sus creencias, valores y decisiones.

En un mundo marcado por la incertidumbre y el cambio permanente, comprender los fundamentos humanos del emprendimiento no es un ejercicio académico estéril, sino una condición necesaria para pensar el futuro económico de nuestras sociedades. El futuro, en este sentido, no está dado: se construye a través de millones de decisiones individuales que, coordinadas libremente, pueden abrir nuevas sendas de prosperidad.

La marea está cambiando: el capítulo 10 de Libertad de elegir

Tal fecha como hoy, 16 de noviembre, pero de 2006 fallecía el Premio Nobel de Economía Milton Friedman. Con motivo de esta fecha, retomamos su obra más conocida, Libertad de Elegir, que hemos ido desmenuzando en este blog en los últimos años. En ella, el capítulo 10 titulado “The Tide Is Turning” (La marea está cambiando) cierra la obra con una nota de esperanza y advertencia. Friedman y su esposa Rose sostienen que después de décadas de políticas de expansión estatal y planificación, estaba emergiendo una reacción intelectual y política hacia la libertad económica. No se trata de un triunfo total, sino de una posibilidad: una fiebre de insatisfacción con el “gran gobierno” que podría abrir espacio para reformas de mercado.

Las ideas centrales del capítulo

  1. La reacción contra la expansión estatal

Friedman observa que cuando los gobiernos no logran los resultados prometidos —cuando los controles no alivian los problemas, los programas sociales no funcionan eficientemente, la burocracia crece— el descontento público crece. Esa reacción puede traducirse electoralmente.

  1. Los intereses concentrados versus los difusos

Uno de los temas recurrentes es que los beneficiarios de programas estatales son grupos organizados (intereses concentrados) que presionan por mantener el statu quo, mientras que los perjudicados están dispersos y no actúan colectivamente. Esto hace que muchas políticas intervencionistas persistan más allá de su utilidad económica.

  1. No basta con crítica, hacen falta institucionales reformas

Friedman no sólo insta a cambiar opiniones, sino a proponer reformas concretas: limitar el poder del Estado mediante constituciones, redefinir derechos económicos, desmantelar controles de precios y salarios, liberar mercados básicos.

  1. Advertencia: no es automático ni irreversible

La “marea” puede revertirse. Las fuerzas del estatismo pueden recuperarse si los ciudadanos no consolidan las reformas. Lo que cambia lentamente puede revertirse rápidamente.


Friedman y su momento histórico: Reagan, Thatcher y más allá

Cuando Friedman escribió Free to Choose en 1980, ya estaba sintiendo ese cambio en el aire. En Estados Unidos, la crisis de los años setenta —alta inflación, estancamiento, intervencionismo creciente— había ido socavando la confianza en el Estado como solución. En Gran Bretaña, el Partido Laborista había estado en el poder con políticas intervencionistas durante décadas; Margaret Thatcher emergió (1979) con un programa de liberalización que resonaba con muchas de las ideas de Friedman.

La influencia de Friedman en esas políticas es reconocida: sus ideas fortalecieron la corriente monetarista que sostenía que el control del dinero era esencial, y su crítica al exceso del Estado acompañó la ola ideológica que Thatcher y Reagan utilizaron para justificar recortes, privatizaciones y liberalizaciones.

No obstante, esas reformas no fueron puras traducciones de Friedman: tuvieron matices políticos y pragmáticos. Por ejemplo, en Estados Unidos, Reagan no eliminó totalmente programas sociales, sino que buscó ajustar y contener. En el Reino Unido, Thatcher enfrentó resistencia de sindicatos fuertes y tuvo que jugar políticamente con concesiones parciales. Pero esas políticas sí marcaron un viraje claro: ya no era políticamente imposible proponer reformas de mercado como tema legítimo.


Estonia, Mart Laar y el experimento liberal post-soviético

Una de las historias más inspiradoras de “marea liberal” está en Europa del Este, y especialmente en Estonia bajo Mart Laar. Laar, primer ministro estonio en los años noventa justo tras la independencia de la URSS, comentó que el único libro de economía que había leído fue Free to Choose de Friedman.

Durante su primer gobierno (1992-94), Laar impulsó reformas radicales: privatización rápida, liberalización comercial, eliminación de subsidios, establecimiento de un impuesto plano, estabilización monetaria, eliminación de controles de precios.

Los resultados fueron notables: alta inflación inicial, sí, pero seguida de crecimiento sostenido, atracción de inversión extranjera, transformación tecnológica y gradual convergencia con Occidente. Estonia pasó de ser parte del bloque soviético a uno de los países más dinámicos de Europa.

Este caso ilustra algo que Friedman plantea: el cambio liberal no tiene que esperar a condiciones ideales, sino que puede iniciarse incluso en contextos adversos si hay voluntad política y respaldo intelectual.


Schwarzenegger, Friedman y la práctica política liberal

Arnold Schwarzenegger, en su autobiografía Total Recall, relata que admiraba a Milton Friedman y su visión de la libertad.

El gobernadorSchwarzenegger recibiendo a Milton Friedman.

Como gobernador de California (2003–2011), Schwarzenegger impulsó recortes administrativos, cierta liberalización regulatoria estatal, y buscó proyectar una imagen de “gobierno eficiente”. Aunque el contexto estatal en EE. UU. limita lo que un gobernador puede hacer frente al gobierno federal y al presupuesto, su interés por soluciones de mercado y su referencia a Friedman sirvieron como símbolo de que un político puede llevar ideas liberales al terreno práctico con visibilidad mediática.

Esta combinación de celebridad, visibilidad política y discurso liberal refuerza la potencia simbólica del liberalismo: si alguien que viene del cine puede invocar a Friedman como referente, eso derriba el estigma de que liberalismo es solo para académicos.


Friedman y Milei: herencia intelectual y política

Finalmente, al proyectar el pensamiento de Friedman hacia figuras como Javier Milei, encontramos un puente interesante entre las décadas de Friedman y las realidades latinoamericanas contemporáneas.

Milei cita frecuentemente la frase de Friedman:

“La inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario”

Pero añade con su matiz fiscal: responsabiliza directamente al gasto estatal descontrolado. Esa síntesis no es idéntica a Friedman (quien era más prudente al apuntar reformas graduales), pero sí es un reconocimiento público del núcleo monetarista y liberal clásico.

Más aún: Milei encarna ese tipo de “vanguardia política” que Friedman aspiraba en The Tide Is Turning. Friedman pensaba que un cambio de opinión pública podía permitir que políticos audaces sostuvieran reformas liberales. Milei representa ese tipo audaz en un país con inflación crónica, deudas persistentes y Estado grande. Si logra consolidar sus reformas sin revertirlas, habrá hecho realidad la “marea liberal” que Friedman vislumbraba.

Sin embargo, debe evitar la trampa que Friedman advertía: que la marea liberal se revierta si no se construyen instituciones sólidas y límites constitucionales al Estado. Milei —y cualquier reformador liberal— necesita no solo ideas y entusiasmo, sino también esta arquitectura institucional para hacer que la marea que hoy sube no retroceda mañana.

Ciencia Explicada: Winter is coming II – El espejismo del Estado emprendedor: cómo la intervención política erosiona nuestra libertad

En los artículos Ciencia Explicada incluimos resúmenes de los artículos científicos publicados por los miembros del Grupo de Innovación Educativa Economía para Ingenieros /oikonomos/. En este artículo se resumen las contribuciones del artículo:

Morales-Alonso, G. (2024). Winter is Coming: A Tale of Two Futures – Entrepreneurial State
or Creative Destruction? Innovation Economics Frontiers, 27(2), 86-97.
doi.org/10.36923/ief.v2712.256

Este es el segundo apartado de la serie, el primero se ha publicado aquí.

Desde el shock de Nixon en 1971, cuando se abandonó la convertibilidad del dólar en oro, el mundo ha entrado en una era de inflación constante y creciente intervencionismo estatal. Tras analizar en la primera parte de este ensayo las causas monetarias de la crisis que se avecina, en esta segunda entrega exploramos las consecuencias de un Estado que ha asumido un protagonismo económico desmedido, debilitando la responsabilidad fiscal y socavando las libertades individuales.

La irresponsabilidad fiscal: una tragedia de los comunes

El endeudamiento público ha alcanzado niveles históricos. En 2007, la deuda del gobierno federal de Estados Unidos representaba el 62,2% del PIB. En 2024, esta cifra ha ascendido al 122,3%. Este aumento se vio amortiguado por un largo periodo de tipos de interés muy bajos, que llegó a su fin en 2022 con la subida de los tipos por parte de la Reserva Federal, marcando un punto de inflexión tras la crisis financiera de 2008 y la pandemia de COVID-19.

En este contexto de dinero barato, endeudarse no solo era posible, sino prácticamente inevitable. Incluso grandes corporaciones como Coca-Cola o PepsiCo multiplicaron su deuda por más de siete entre 2005 y 2020, ante la presión de competir en un mercado impulsado por el crédito fácil. Este comportamiento, generalizado y racional desde el punto de vista individual, se convierte en una tragedia colectiva. Así como en la “tragedia de los comunes” descrita por Garrett Hardin, cada actor busca su beneficio inmediato sobreexplotando un recurso compartido (en este caso, la capacidad de endeudamiento), hasta agotar su sostenibilidad.

El caso del euro, analizado por Philipp Bagus en La tragedia del euro, muestra cómo esta lógica también opera a nivel supranacional. Los países que comparten moneda tienen incentivos a gastar más y endeudarse, confiando en que otros pagarán la cuenta. Pero esta fuga hacia adelante también tiene límites: los rescates, la pérdida de confianza en la moneda y la aparición de tensiones sociales y políticas son algunas de sus consecuencias.

Durante la pandemia, algunos defendieron incluso la cancelación de la deuda emitida por los bancos centrales para afrontar la crisis sanitaria. Aunque el BCE rechazó esta posibilidad, el solo hecho de que se propusiera revela hasta qué punto se ha normalizado la idea de que el endeudamiento público no tiene consecuencias reales. El resultado ha sido un sistema en el que los ciudadanos disfrutan de niveles de vida financiados con deuda futura, es decir, con los impuestos de sus hijos y nietos.

El Estado salvador: entre la eficiencia burocrática y la servidumbre

El discurso dominante en muchas universidades, organismos internacionales y medios de comunicación sostiene que el Estado debe intervenir para corregir los fallos del mercado, reducir las desigualdades y planificar el futuro. Esta narrativa se ha visto reforzada por obras como El Estado emprendedor de Mariana Mazzucato o El capital en el siglo XXI de Thomas Piketty. Ambos autores promueven una visión del Estado como actor indispensable para impulsar la innovación y garantizar la justicia social. Frente a ellos, Daniel Lacalle ha acuñado la idea de El Estado depredador.

Sin embargo, esta fe en la intervención estatal ignora una verdad fundamental: el conocimiento está disperso y ningún actor central puede conocer todas las circunstancias de tiempo y lugar necesarias para coordinar la economía de forma eficiente. Como advirtió Friedrich Hayek, confiar en que un grupo de burócratas, por bien intencionados que sean, pueda sustituir al mercado es caer en la “fatal arrogancia“. El Estado, como monopolista coercitivo en la legislación, la justicia o la emisión de dinero, tiende a generar ineficiencias, rigideces y pérdida de libertad.

La pandemia puso a prueba los límites de esta concepción. Las restricciones de derechos, el control centralizado de la información y las decisiones unilaterales de figuras como Anthony Fauci en EE. UU. demostraron que, bajo la excusa de la emergencia, es fácil caer en el pánico colectivo y justificar recortes de libertades fundamentales. Como han advertido autores como Bagus, Delanty o Koehler, este tipo de estatismo anti-libertad socava la base de una sociedad abierta.

Innovación, destrucción creativa y acción humana: el verdadero motor del progreso

Frente al espejismo del Estado emprendedor, la verdadera salida a la crisis reside en los individuos: los emprendedores que, con información contextual y capital propio, detectan oportunidades, innovan y generan empleo. La función empresarial descrita por Mises y desarrollada por autores como Kirzner y Schumpeter, es el motor de la destrucción creativa: un proceso por el cual lo viejo y obsoleto es reemplazado por lo nuevo y más eficiente.

Para que este proceso ocurra, es imprescindible eliminar las trabas que lo frenan. Eso implica liberalizar los mercados laborales, reducir la carga fiscal sobre el capital, y simplificar la regulación que asfixia la actividad económica. Cuando se permite a los emprendedores actuar libremente, se impulsa el crecimiento, la creación de empleo y la adaptación constante a las necesidades cambiantes de los consumidores.

La evidencia empírica respalda esta visión. Estudios como los de Aghion et al. (2013) muestran que la apertura comercial y la libertad económica se asocian con mayor crecimiento, especialmente en países pequeños. Asimismo, investigaciones recientes (Morales-Alonso et al. 2024) han vinculado la libertad económica con una mayor inclinación emprendedora.

Ahora bien, ¿qué relación existe entre desigualdad e innovación? Algunos, como Aghion, ven en la innovación una fuente de desigualdad. Pero esto confunde causa y efecto. Lo que genera desigualdad no es la innovación en sí, sino el sistema de patentes que otorga monopolios temporales, es decir, la intervención estatal. Además, la verdadera brecha entre ricos y pobres no está tanto en los ingresos salariales como en la capacidad de ahorrar, invertir y generar rentas del capital (Schäfer, 1999).

Por tanto, la solución no pasa por limitar el emprendimiento, sino por fomentar una economía donde el acceso al capital no esté condicionado por los privilegios estatales. El individuo libre, no el planificador central, es el protagonista del desarrollo.

Epílogo: volver a los fundamentos

En conclusión, el verdadero peligro no radica en la inestabilidad del mercado, sino en la arrogancia de creer que el Estado puede sustituirlo. La libertad económica, el respeto a la acción humana y la promoción de la destrucción creativa son los pilares de una sociedad próspera. Cederlos en nombre de la seguridad o la equidad no solo empobrece a las futuras generaciones, sino que amenaza las bases mismas de la civilización occidental.

La alternativa al desastre no es más regulación, sino más libertad. Frente al invierno que se avecina, necesitamos una primavera de responsabilidad individual, libertad emprendedora y disciplina fiscal. El reloj corre. Y la historia nos está observando. No es debido a la mala suerte que cada vez vivas peor, sino debido a las malas políticas.

Encontramos muchas de estas ideas en este vídeo de DAX sobre la increíble canción de Oliver Anthony:

Nobel Economía 2025 – Mokyr, Aghion y Howitt

La cultura del crecimiento y los dilemas del progreso

El Nobel de Economía 2025 ha reconocido a Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt por sus contribuciones al entendimiento de cómo la innovación impulsa el crecimiento económico. Con este galardón, el Comité ha querido premiar una visión amplia y humanista del progreso: la que combina historia económica, teoría formal y reflexión sobre las condiciones culturales que hacen posible el avance.

Representación IA de los tres ganadores del Premio Nobel de Economía 2025, sentados con las obras de Joseph A. Schumpeter.

Tras el reconocimiento del año 2024 a Acemoglu y Robinson por su trabajo sobre las instituciones inclusivas, este nuevo Nobel parece continuar esa línea, pero desplazando el foco: de las estructuras políticas que favorecen el desarrollo a la energía creativa que las sociedades libres son capaces de liberar cuando el conocimiento circula y la experimentación no se castiga.

Joel Mokyr y la cultura del crecimiento

El historiador económico Joel Mokyr ha dedicado su obra a responder una pregunta fundamental: ¿por qué Europa experimentó la Revolución Industrial antes que otras civilizaciones igualmente avanzadas? Su respuesta no se basa en la acumulación de capital o en las instituciones políticas, sino en algo más sutil: una “cultura del crecimiento”.

Según Mokyr, el progreso moderno surgió cuando las sociedades europeas desarrollaron un entorno intelectual donde la razón, la curiosidad y la discusión crítica reemplazaron al dogma. Distingue entre dos tipos de conocimiento: el proposicional, propio de la ciencia —saber por qué las cosas funcionan—, y el prescriptivo, propio de la técnica —saber cómo hacerlas funcionar—. La revolución industrial fue el resultado de la sinergia entre ambos, facilitada por la existencia de una clase de técnicos, ingenieros y empresarios capaces de traducir la teoría en práctica.

Pero todo esto solo fue posible dentro de una sociedad abierta, donde los innovadores podían actuar con autonomía y los errores no se castigaban con represión. En ese sentido, Mokyr ve la revolución científica y la burguesa como dos caras de una misma moneda: ambas liberaron la mente y la acción humana. Sin libertad intelectual, concluye, no hay progreso duradero.

“A society that has ceased to concern itself with the progress of the past will soon lose belief in its capacity to progress in the future”

Joel Mokyr

Aghion y Howitt: la economía de la destrucción creativa

Los economistas Philippe Aghion y Peter Howitt llevaron al terreno formal lo que Schumpeter había intuido hace un siglo: el crecimiento económico no es un proceso acumulativo, sino una sucesión de innovaciones que destruyen lo viejo para dar paso a lo nuevo.

En su modelo de destrucción creativa, cada avance tecnológico impulsa la productividad, pero también deja obsoletas industrias y ocupaciones. El progreso, por tanto, genera ganadores y perdedores. Y precisamente ahí aparece el problema político: los perdedores del cambio tienden a organizarse para frenarlo, presionando por regulaciones, subsidios o privilegios que protejan lo establecido.

Aghion y Howitt sostienen que, para que la innovación sea sostenible, las sociedades necesitan un equilibrio entre dinamismo y protección: permitir la disrupción, pero ofrecer redes de seguridad que amortigüen sus costes. De ese modo, los desplazados por el cambio no se convierten en enemigos del progreso.

Su posición se sitúa entre dos polos: lejos del “Estado emprendedor” que promueve Mariana Mazzucato, pero también distante del laissez-faire absoluto. Defienden un Estado que no dirija la innovación, sino que la sostenga indirectamente al garantizar estabilidad, competencia y movilidad.

“My dream capitalism is a capitalism that would be as innovative as America’s and as inclusive as the Danish system. And I think it’s possible”

Philippe Aghion

“New technologies are brought in by disruptive outsiders who are interested in shaking up the status quo. But if they succeed in doing that, they become the status quo. And they are very resistant to people who want to do that instead of them”

Peter Howitt

Un Nobel en continuidad (y contraste) con el de 2024

El premio de 2024, otorgado a Acemoglu y Robinson, destacó el papel de las instituciones inclusivas para generar prosperidad. En ese sentido, el Nobel de 2025 mantiene una línea de continuidad: el progreso económico depende del marco institucional y cultural en que se desarrolla.

Sin embargo, introduce un matiz importante. Mientras Acemoglu y Robinson explicaban por qué unas naciones prosperan y otras no, Mokyr, Aghion y Howitt explican cómo se produce el progreso una vez existen condiciones institucionales adecuadas. El foco pasa del diseño institucional a la dinámica interna del cambio tecnológico y cultural.

En cierto modo, el Comité ha querido subrayar que sin innovación las instituciones inclusivas se estancan, pero sin instituciones libres la innovación se apaga. Es una forma de recordar que la libertad no solo protege los derechos, sino que alimenta la creatividad que los sostiene.

Las objeciones desde la Escuela Austriaca

Desde la óptica de la Escuela Austriaca de Economía, algunos economistas, como el profesor Miguel Ángel Alonso Neira, han planteado matices relevantes al entusiasmo general.
En primer lugar, señalan que la innovación no ocurre en un vacío: necesita propiedad privada, estabilidad jurídica y cooperación voluntaria. Sin esos pilares, el riesgo se distorsiona y el espíritu emprendedor se debilita.

En segundo lugar, advierten del excesivo formalismo matemático de los modelos de Aghion y Howitt, que corren el riesgo de abstraerse de la acción humana concreta. Para los austríacos, el conocimiento relevante es disperso, subjetivo y no puede agregarse en ecuaciones sin perder su esencia.

Y, por último, subrayan la falta de atención al crédito y a los ciclos económicos: los grandes booms tecnológicos, si se financian artificialmente con expansión monetaria, pueden degenerar en crisis.

Estas objeciones no buscan restar mérito al Nobel, sino recordar que el progreso genuino no se planifica ni se modeliza por decreto, sino que surge del libre descubrimiento empresarial en un entorno institucional sano.

Conclusión: el progreso como equilibrio frágil

El Nobel de 2025 celebra la capacidad humana para innovar, pero también recuerda que cada avance implica destrucción y conflicto. La historia del crecimiento económico no es una línea ascendente, sino una serie de rupturas y adaptaciones que exigen sociedades abiertas, resilientes y dispuestas a tolerar el cambio.

Mokyr, Aghion y Howitt ofrecen así una lección profundamente actual: el progreso no es automático ni gratuito, sino un equilibrio frágil entre libertad, conocimiento y cohesión social.

En una época marcada por la automatización, la inteligencia artificial y las tensiones entre innovación y protección, su mensaje resuena con fuerza:

“El futuro no se planifica: se descubre, se debate y, a veces, se construye sobre las ruinas del pasado.”

La máquina del dinero y el mito de la inflación inevitable – la visión de Friedman


«La inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario». Esta es quizá la frase más citada de Milton Friedman, y condensa la tesis central del capítulo noveno de Libertad de elegir. Para los Friedman, la inflación no es un resultado inevitable del crecimiento económico, ni una fatalidad ligada a los mercados, ni una consecuencia de la avaricia de los empresarios o los sindicatos: es, sin rodeos, responsabilidad de los gobiernos y de los bancos centrales que permiten —y a menudo fomentan— un aumento descontrolado de la cantidad de dinero en circulación.

Alcoholismo e inflación: la lógica de la adicción

Una de las analogías más célebres de Friedman aparece en este capítulo:

La inflación es como el alcoholismo. Al principio hay un buen rato, luego vienen los problemas.

Milton Friedman

La frase no es solo retórica brillante, sino una herramienta pedagógica. La expansión monetaria excesiva —es decir, imprimir dinero sin respaldo real— produce al comienzo una sensación de prosperidad: el consumo aumenta, las inversiones se multiplican, el empleo sube. Pero todo esto es ilusorio, porque no responde a una creación real de riqueza, sino a un espejismo monetario.

Cuando los precios empiezan a subir, se intenta contener la inflación con controles, regulaciones o culpando a factores externos. Pero el problema persiste y se agrava. Como en el caso del alcohólico, la única forma de curar la inflación es deteniendo la causa profunda: el exceso de dinero. Y aquí llega otra de las frases memorables del capítulo: “La cura para la inflación no es agradable ni indolora, pero es eficaz: hay que dejar de emitir dinero”.

Tres lecciones de historia: la teoría cuantitativa del dinero en acción

El capítulo está lleno de ejemplos históricos que ilustran la teoría cuantitativa del dinero: una idea clásica que relaciona directamente la cantidad de dinero en circulación con el nivel de precios. Según esta teoría, si la cantidad de dinero crece más rápido que la producción de bienes y servicios, los precios subirán. No se trata de una conjetura, sino de un patrón verificable en distintas épocas y lugares.

1. El tabaco como dinero en las colonias americanas

En el siglo XVII, en las colonias del sur de lo que hoy es Estados Unidos —específicamente en Virginia y no en Louisiana, como a veces se cree— el tabaco se utilizaba como medio de cambio. Era aceptado para pagar deudas, impuestos y transacciones comerciales. Se trataba, en definitiva, de un “dinero mercancía”. En ese contexto, cuando las cosechas eran abundantes y el tabaco se producía en exceso, su “valor monetario” disminuía. Los precios de los bienes medidos en tabaco subían. Cuando las autoridades coloniales intentaron limitar la cantidad de tabaco que podía usarse como pago, o bien cuando las cosechas eran malas y escaseaba el producto, los precios bajaban.

Este caso, tan alejado de los billetes y los bancos centrales modernos, confirma la validez universal de la teoría cuantitativa del dinero: cuando la “oferta monetaria” (en este caso, el tabaco) aumenta en relación con la producción real, los precios tienden a subir.

2. La Confederación y la guerra civil

Durante la Guerra de Secesión (1861–1865), los Estados del Sur (la Confederación) financiaron el esfuerzo bélico imprimiendo papel moneda sin respaldo. La inflación fue descontrolada. Lo más revelador es que, en un momento determinado, cuando las tropas enemigas ocuparon parte del territorio y destruyeron las imprentas, la inflación se detuvo bruscamente. Los precios dejaron de subir, no por un cambio en la estructura económica, ni por una caída súbita de la demanda, sino simplemente porque ya no se podía imprimir más dinero. Cuando los confederados consiguieron reanudar la impresión en otra localidad, la inflación regresó con toda su fuerza.

Para los Friedman, este episodio es una prueba irrefutable: allí donde se detiene el crecimiento de la masa monetaria, también se detiene la inflación.

3. Japón tras la Segunda Guerra Mundial

El caso de Japón tras su derrota en 1945 también es instructivo. El país sufrió una inflación devastadora. La causa: el gobierno nipón había recurrido a la emisión monetaria masiva para sostener el esfuerzo bélico y, luego, para sobrevivir a la destrucción de la posguerra. Al principio, ni siquiera las autoridades aliadas que ocupaban el país fueron capaces de frenar la inflación, porque el gasto estatal seguía siendo financiado con dinero recién impreso.

La estabilización monetaria llegó tarde, y solo después de profundas reformas estructurales. Pero cuando finalmente se controló la cantidad de dinero, la inflación cedió. Este ejemplo demuestra que la inflación puede perdurar incluso en ausencia de guerra, si no se ataca su raíz: el crecimiento desmedido de la oferta monetaria.

La tentación del atajo: controles de precios y salarios

Ante la inflación, muchos gobiernos recurren a atajos. Uno de los más habituales —y también de los más dañinos— son los controles de precios y salarios. La lógica superficial parece impecable: si los precios suben demasiado, basta con prohibir que suban. Pero esta solución es puramente cosmética. Lo que realmente ocurre es que se ocultan las señales del mercado, se generan escaseces, se fomenta el mercado negro y se penaliza a los productores. En lugar de resolver el problema, se lo disfraza.

Los Friedman insisten en que ningún control de precios ha conseguido jamás detener una inflación de origen monetario. Solo cuando se controla la cantidad de dinero en circulación, la inflación puede detenerse de manera duradera.

El ejemplo alemán: Ludwig Erhard y el fin de los controles

El capítulo concluye con uno de los ejemplos favoritos de los Friedman: la reforma económica de Alemania Occidental tras la Segunda Guerra Mundial, liderada por Ludwig Erhard. En 1948, en plena ocupación aliada, la economía alemana estaba estrangulada por la escasez, el racionamiento y una red asfixiante de controles de precios. La inflación era contenida artificialmente, pero el país apenas producía y el mercado negro dominaba la vida cotidiana.

Erhard, entonces director de economía del gobierno militar, tomó una decisión audaz: eliminó de un plumazo casi todos los controles de precios y liberalizó los mercados. Lo hizo, además, sin el consentimiento explícito de los ocupantes. El resultado fue espectacular. En pocas semanas, las estanterías volvieron a llenarse, la producción se reactivó y el mercado negro desapareció.

Para los Friedman, este episodio confirma una verdad fundamental: “cuando se libera al mercado y se permite que los precios reflejen la realidad económica, la producción y la prosperidad florecen”. La estabilidad monetaria que siguió a esa reforma fue clave para el llamado “milagro alemán”.

Conclusión: responsabilidad y disciplina

La lección del capítulo es clara. La inflación no es un castigo divino ni una consecuencia inevitable del progreso. Es una decisión humana, una política. Y como tal, puede evitarse. Pero para ello es necesario que los gobiernos renuncien a la tentación de financiar sus gastos mediante la máquina de imprimir billetes. La disciplina monetaria, aunque impopular y dolorosa a corto plazo, es la única vía segura hacia la estabilidad y el crecimiento sostenido.

Los Friedman no niegan que la transición pueda ser dura. Como con el alcohólico, dejar de beber tiene efectos desagradables. Pero si se persiste, los beneficios son duraderos. No hay soluciones mágicas ni atajos eficaces. Solo el respeto a las reglas básicas del dinero y el mercado puede evitar que la inflación erosione la libertad de elegir.

La inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario: es un fenómeno monetario que ocurre cuando el Estado gasta de más y recurre a la emisión para cubrir el déficit fiscal.

Javier Milei


Javier Milei, economista y presidente de Argentina, retoma la célebre frase de Milton Friedman —«la inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario»— y la completa con una precisión adicional: es un fenómeno monetario que ocurre cuando el Estado gasta de más y recurre a la emisión para cubrir el déficit fiscal. De este modo, Milei no solo reafirma que la inflación se origina en el exceso de dinero en circulación, sino que señala directamente la causa política detrás de ese exceso: el descontrol del gasto público. En su visión, la maquinita de imprimir billetes no se enciende por accidente, sino como consecuencia de un Estado que vive por encima de sus posibilidades y traslada el coste a los ciudadanos mediante el impuesto inflacionario. Así, completa y actualiza la advertencia de Friedman con un diagnóstico fiscal que apunta al corazón del problema.

Ciencia Explicada: Winter is coming I – Jugando con fuego: cómo la manipulación monetaria nos ha llevado al borde del abismo

En los artículos Ciencia Explicada incluimos resúmenes de los artículos científicos publicados por los miembros del Grupo de Innovación Educativa Economía para Ingenieros /oikonomos/. En este artículo se resumen las contribuciones del artículo:

Morales-Alonso, G. (2024). Winter is Coming: A Tale of Two Futures – Entrepreneurial State
or Creative Destruction? Innovation Economics Frontiers, 27(2), 86-97.
doi.org/10.36923/ief.v2712.256

Este es el primer apartado de la serie, el segundo se publicará próximamente.

El 15 de agosto de 1971, el presidente Richard Nixon anunció al mundo que Estados Unidos suspendía la convertibilidad del dólar en oro. Ese día, conocido como el Nixon Shock, marcó un antes y un después en la historia económica moderna: el patrón oro quedaba definitivamente atrás y comenzaba una nueva era, que el economista Philipp Bagus ha bautizado como la Era de la Inflación. Desde entonces, los gobiernos y los bancos centrales han tenido libertad absoluta para emitir dinero sin el respaldo de un bien tangible, lo que ha abierto la puerta a una creciente manipulación del sistema monetario.

Durante décadas, las consecuencias de este cambio estructural se han ido acumulando de forma silenciosa. Pero en los últimos años, especialmente tras la crisis del COVID-19, el problema ha estallado a la vista de todos: una inflación descontrolada, un endeudamiento público masivo y una economía mundial que se tambalea. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Y más importante aún: ¿hay salida?

El regreso de la inflación: cuando el dinero se vuelve humo

En verano de 2024, cuando se redacta el artículo que resumimos aquí, los principales bancos centrales del mundo llevan más de dos años tratando de frenar la inflación con medidas de endurecimiento monetario sin precedentes recientes. La Reserva Federal, por ejemplo, subió los tipos de interés en junio de 2022 en 75 puntos básicos, la mayor subida desde 1994. El objetivo era claro: lograr un “aterrizaje suave” que controlara los precios sin provocar una recesión.

En los mercados, el optimismo ha regresado. El S&P 500, que cayó un 20% en 2022, recuperó terreno con subidas superiores al 24% en 2023 y un 12% adicional hasta mediados de 2024. Pero debajo de esta apariencia de estabilidad se esconde una pregunta inquietante: ¿y si los culpables de esta inflación fueran precisamente quienes ahora intentan combatirla?

Las raíces del problema: imprimir dinero como solución universal

Aunque la inflación tiene múltiples causas —desde cuellos de botella en las cadenas de suministro hasta políticas fiscales expansivas o la transición energética—, conviene aplicar el principio de Pareto y centrarse en los factores que explican la mayor parte del fenómeno. En este sentido, conviene recuperar la famosa sentencia del Premio Nobel Milton Friedman: “La inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario”.

No es una idea nueva. Ya en 1556, el teólogo y economista navarro Martín de Azpilcueta observó cómo la llegada masiva de oro y plata desde América hacía subir los precios de los bienes en España. Lo mismo ocurre hoy: si aumenta la cantidad de dinero en circulación más rápido que la producción de bienes y servicios, los precios inevitablemente suben.

Para entender este proceso, es útil observar los principales agregados monetarios que utiliza la Reserva Federal:

  • Base Monetaria (Monetary Base): incluye el dinero físico (billetes y monedas) más las reservas que los bancos comerciales mantienen en el banco central. Es la base sobre la que se construye todo el sistema monetario.
  • M2: es un agregado más amplio que incluye la base monetaria más los depósitos a corto plazo, las cuentas de ahorro y otros instrumentos financieros líquidos.

Desde la crisis financiera de 2008, ambos agregados han crecido a un ritmo vertiginoso. La base monetaria, que en 2008 rondaba el billón de dólares, supera los 6 billones en 2024. Y el M2 ha pasado de 7,5 billones a más de 20,7 billones en ese mismo periodo. En otras palabras, el 80% de los dólares existentes hoy se han creado en los últimos 15 años.

Expansión monetaria del dólar americano (Morales-Alonso, 2024).

Los triángulos de la expansión monetaria

Este fenómeno se puede representar gráficamente mediante dos “triángulos de expansión monetaria”, que ilustran el ritmo creciente al que se ha creado dinero:

  1. El primer triángulo cubre el periodo entre 2008 y 2013, en el que la base monetaria creció 3 billones de dólares.
  2. El segundo, aún más empinado, corresponde al periodo 2020-2022, durante el cual se inyectaron otros 2,5 billones en apenas dos años, como respuesta a los confinamientos y los planes de estímulo por la pandemia.
Triángulos de expansión monetaria (Morales-Alonso, 2024).

Estas cifras no son simples datos técnicos. Tienen consecuencias reales: distorsionan los precios, incentivan el endeudamiento irresponsable, crean burbujas en los mercados de activos (como la vivienda o la bolsa) y erosionan el poder adquisitivo de los ciudadanos. En última instancia, generan una ilusión de prosperidad que es insostenible.

Podemos preguntarnos, ¿cómo han cambiado las cosas desde el 2024? Como se puede ver en la siguiente figura, la base monetaria se ha estabilizado desde 2024, debido a la preocupación de la Reserva Federal por el control de la inflación.

Base monetaria 2008-2025 (Federal Reserve, 2025).

El espejo roto de los bancos centrales

Ante el repunte inflacionario de 2021-2022, los bancos centrales han reaccionado con un endurecimiento monetario que recuerda al aplicado por Paul Volcker en los años 80. Sin embargo, existe una diferencia fundamental: entonces se partía de un sistema mucho más sólido. Hoy, en cambio, la economía mundial está montada sobre una montaña de deuda pública y privada que necesita tipos bajos para no derrumbarse.

Por eso, muchos economistas advierten que estamos atrapados en una especie de callejón sin salida: subir tipos puede controlar la inflación, pero amenaza con provocar una recesión o una crisis de deuda; mantenerlos bajos alimenta nuevas burbujas y castiga el ahorro.

El propio sistema monetario se ha convertido en una trampa que dificulta cualquier salida ordenada. Como decía Friedrich Hayek, los errores del pasado imponen los límites del presente.

¿Y ahora qué?

La tesis de este artículo es clara: la inflación que hoy sufrimos es, en buena parte, el resultado directo de las políticas monetarias aplicadas en las últimas décadas. La expansión descontrolada del dinero ha erosionado la estabilidad del sistema, y ahora los mismos actores que lo causaron intentan contener sus efectos sin afrontar las causas.

Pero esto es solo una parte del problema. Una crisis monetaria de gran escala requiere no solo malas decisiones desde los bancos centrales, sino también una fiscalidad irresponsable, algo que abordaremos en la segunda parte de este análisis.

De momento, conviene recuperar una idea esencial: la estabilidad del dinero no es solo un asunto técnico, sino también moral y político. El dinero sano no solo preserva el valor de nuestros ahorros; también limita el poder del Estado, al obligarlo a financiarse de forma transparente, mediante impuestos visibles y aprobados democráticamente, y no a través de la inflación oculta.

Conclusión: volver a un dinero sano es volver a la libertad

El dinero sano —el que no puede ser manipulado a voluntad por gobiernos o bancos centrales— es uno de los pilares de la civilización occidental. Permite la cooperación entre personas con fines distintos, facilita el ahorro, el cálculo económico y el emprendimiento. Y sobre todo, protege al ciudadano frente a los excesos del poder político.

El camino hacia una nueva estabilidad exige repensar desde la raíz el sistema monetario actual. Eso implica reconocer los errores, reducir drásticamente la creación artificial de dinero y recuperar principios fundamentales como la responsabilidad fiscal, la transparencia y el respeto a la propiedad privada. Solo así podremos evitar una crisis de proporciones históricas y construir una economía más sólida y libre.

El trabajador frente al Estado: una lectura libertaria de Friedman hoy

En el capítulo 8 de Libertad de elegir, Milton y Rose Friedman dedican su atención al trabajador. Pero no lo hacen desde la óptica habitual de quienes reclaman más protección estatal o derechos colectivos. Por el contrario, defienden que lo que realmente empodera al trabajador no son las leyes bienintencionadas ni los decretos del gobierno, sino la libertad individual y el dinamismo del mercado. Es una tesis que, décadas después, sigue siendo provocadora y profundamente vigente.

La promesa de la libertad individual

Los Friedman parten de una convicción esencial: el trabajo es una manifestación de la libertad personal. La posibilidad de elegir dónde trabajar, qué aprender, con quién asociarse y qué riesgos asumir es parte de lo que nos hace seres libres y responsables. En una economía abierta, los trabajadores no están atrapados en estructuras fijas, sino que pueden moverse, adaptarse y prosperar.

Frente a esto, muchas políticas públicas bienintencionadas han ido limitando esa libertad. Bajo la excusa de proteger al trabajador, el Estado ha terminado imponiendo normas que en la práctica lo excluyen o lo infantilizan. Esta contradicción es central en el análisis de los Friedman.

El salario mínimo: una trampa para los más débiles

Uno de los ejemplos más claros es el del salario mínimo. A primera vista, establecer un sueldo mínimo obligatorio parece una medida solidaria. ¿Quién podría oponerse a que los trabajadores ganen más? Pero como tantas veces sucede en economía, las consecuencias no intencionadas superan a las buenas intenciones.

Friedman lo explica con claridad: imponer un salario mínimo por encima del nivel que ciertos empleadores están dispuestos a pagar no elimina la pobreza, sino que elimina empleos. Y no cualquier empleo, sino precisamente aquellos que podrían ocupar los trabajadores con menos cualificación, los más jóvenes, los inmigrantes o quienes dan sus primeros pasos en el mercado laboral.

Lo que hace el salario mínimo es expulsar del sistema a quienes más necesitan una oportunidad. En vez de ganar experiencia, establecer relaciones laborales y progresar poco a poco, se les impide trabajar directamente. Así, una política diseñada para protegerlos acaba condenándolos al paro estructural o a la economía sumergida.

Desde esta perspectiva, la verdadera justicia social no consiste en fijar precios desde un despacho, sino en permitir que el mercado genere oportunidades reales para todos. No se trata de resignarse a que algunos ganen poco, sino de abrir caminos para que puedan mejorar. Como bien decían los Friedman, “el salario mínimo es una ley que dice: si no tienes la productividad suficiente, no tienes derecho a trabajar”.

Licencias profesionales: ¿garantía de calidad o barrera gremial?

Otro de los aspectos más discutidos del capítulo es la crítica a las licencias profesionales. En muchos países, incluido España, ciertas actividades están reservadas exclusivamente a quienes poseen un título oficial o están colegiados. Se dice que esto protege al consumidor, pero ¿es siempre así?

Los Friedman cuestionan esta lógica. En muchos casos, estas licencias no responden a una necesidad real de seguridad o calidad, sino a la presión de los grupos profesionales organizados para limitar la competencia. Es decir, no están pensadas para proteger al consumidor, sino para proteger al productor.

Impedir que alguien ejerza como arquitecto, economista o terapeuta por no tener una licencia específica es una forma de cerrar el mercado y excluir a potenciales innovadores. Los efectos son conocidos: servicios más caros, menor diversidad de enfoques y un freno al dinamismo social.

Una solución liberal: libertad de elección y certificación voluntaria

Ahora bien, no se trata de rechazar toda forma de control o estándar profesional. Desde una perspectiva liberal, la clave está en la opcionalidad. ¿Por qué no permitir que existan certificaciones privadas y que el cliente elija si quiere contratar a alguien certificado o no? ¿Por qué obligar a todos a pagar por licencias estatales cuando podrían convivir múltiples sistemas de garantía?

La propuesta es sencilla: el que quiera una licencia, que la obtenga voluntariamente, como señal de calidad frente al mercado. Pero no se debe impedir que quien no la tenga, pero cuente con la confianza de sus clientes, pueda ejercer también.

Así, en lugar de un sistema cerrado y coercitivo, tendríamos un entorno de libertad informada, donde los estándares se ganan su prestigio por méritos, no por decreto. Esto estimularía la innovación, la competencia y la verdadera responsabilidad profesional.

Reservas de actividad: una forma moderna de extractivismo institucional

Aunque Friedman no utilizaba estos términos, su crítica a las licencias profesionales puede leerse hoy a la luz del marco teórico de Acemoglu, Robinson y Johnson, autores de referencia en economía institucional. Para ellos, el desarrollo económico depende en gran medida del tipo de instituciones que rigen una sociedad: inclusivas, que abren oportunidades a todos, o extractivas, que concentran el poder y limitan la competencia para beneficiar a unos pocos.

Las reservas de actividad que blindan ciertos sectores profesionales son un caso claro de institución extractiva. No permiten competir en igualdad de condiciones, sino que preservan privilegios de casta bajo la apariencia de estándares técnicos. Y como toda institución extractiva, acaban empobreciendo al conjunto de la sociedad, aunque beneficien temporalmente a un grupo reducido.

Friedman lo intuía claramente cuando denunciaba que muchos colegios profesionales actuaban como gremios medievales disfrazados de organismos técnicos. El lenguaje cambia, pero la lógica es la misma: limitar quién puede trabajar, con qué condiciones y a qué precio.

Un mensaje que sigue vigente

En tiempos donde se vuelve a hablar de controles de precios, de reforzar las licencias estatales o de subir el salario mínimo como solución mágica, conviene recuperar el mensaje de los Friedman: no hay libertad económica sin libertad laboral, y no hay progreso para el trabajador sin un mercado abierto, competitivo y libre de coerciones estatales innecesarias.

Proteger al trabajador no significa decirle lo que puede o no puede hacer. Significa darle poder para decidir, para elegir, para probar, para aprender y para crecer. Y ese poder, en última instancia, sólo se garantiza en un entorno de libertad.


Friedman frente a la hiperregulación: ¿quién protege realmente al consumidor?

1. La tesis de Friedman sobre la regulación

En el capítulo 7 de Libertad de Elegir, titulado “¿Quién protege al consumidor?”, Milton y Rose Friedman plantean una tesis provocadora: la regulación estatal, lejos de proteger al consumidor, a menudo lo perjudica, frenando la innovación, elevando los costes y restringiendo la libertad de elección. En su lugar, los Friedman proponen un sistema basado en la competencia, la transparencia y la responsabilidad individual.

El punto de partida es simple pero poderoso: cuando el Estado asume la tarea de proteger al consumidor, lo hace sustituyendo su juicio por el de burócratas, que no enfrentan ni los incentivos ni las consecuencias de sus decisiones. Peor aún, al concentrar poder regulador, se abre la puerta a la captura del regulador por intereses privados, generando una ilusión de protección que beneficia a unos pocos y perjudica al resto.

Los Friedman no defienden la ausencia de reglas, sino la existencia de reglas generales que garanticen la información veraz y el cumplimiento de contratos, pero sin caer en el paternalismo ni en el intervencionismo detallista.

Friedman y la regulación

2. ¿Qué pasa con los “free riders” cercanos al poder?

Uno de los argumentos habituales a favor de la regulación es que hay empresas que, sin supervisión, podrían aprovecharse de los consumidores. Pero Friedman advierte que el verdadero problema surge cuando esos aprovechados no actúan en el mercado, sino en los pasillos del poder.

Cuando el Estado se convierte en el árbitro de qué productos se pueden vender, cómo deben producirse o qué licencias son necesarias, crea incentivos para que ciertos grupos empresariales busquen capturar al regulador, obteniendo favores, subvenciones, barreras de entrada o información privilegiada. Es el fenómeno conocido como rent-seeking o “búsqueda de rentas”, que convierte al empresario innovador en empresario político.

En este contexto, los “free riders” ya no son pequeños oportunistas del mercado, sino grandes corporaciones con acceso al poder, que utilizan la regulación para bloquear la competencia, manipular precios o garantizarse beneficios a costa del consumidor.

La solución que proponen los Friedman no es más regulación, sino menos poder discrecional en manos del Estado. En un entorno de libertad económica, las empresas compiten por ofrecer mejores productos al mejor precio, no por influir en las reglas del juego. Así, el consumidor se convierte en el verdadero árbitro, no el burócrata ni el político de turno.


3. ¿Cómo se protege al consumidor en un mercado sin exceso de regulación?

Una de las preguntas clave que plantea el capítulo es: ¿cómo garantizar la seguridad o la calidad de los productos sin una maraña de normas? Los Friedman responden con una combinación de libertad, transparencia y responsabilidad legal.

Por ejemplo, en el caso de las medicinas, critican con fuerza el papel de la FDA en Estados Unidos. Aunque reconocen la necesidad de ciertas garantías básicas, denuncian que los procesos largos y costosos para aprobar medicamentos retrasan tratamientos que podrían salvar vidas. Además, estas exigencias favorecen a grandes farmacéuticas con recursos suficientes para navegar la burocracia, mientras marginan a pequeños innovadores.

Friedman sugiere un modelo donde las agencias como la FDA puedan certificar productos, pero sin prohibir su venta. Así, médicos y pacientes podrían elegir, con información clara, y asumir los riesgos de manera consciente. La competencia entre certificadoras privadas, los seguros, los tribunales y la reputación actuarían como mecanismos de control más eficaces que la regulación centralizada.

Algo similar ocurre en otros ámbitos, como la seguridad vial o la alimentación: si los consumidores tienen acceso a información fiable y pueden elegir entre opciones, las empresas tienen incentivos a ofrecer calidad y seguridad, so pena de perder clientes o ser demandadas por daños.

Marzo de 2025 – Diego Sánchez de la Cruz frente al Parlamento de los Diputados con la legislación aprobada en tan solo dos meses.

4. La lucha contra la hiperregulación: de Madrid a Buenos Aires

En la actualidad, el debate sobre la hiperregulación está más vivo que nunca. Dos ejemplos recientes lo ilustran con claridad: la Comunidad de Madrid y el gobierno de Javier Milei en Argentina.

En Madrid, el equipo del Director General de Economía Juan Manuel López Zafra ha promovido iniciativas para reducir trabas burocráticas y simplificar normativas, bajo la idea de que menos regulación significa más dinamismo, más empleo y más competencia. De hecho, está en preparación una Ley contra la Hiperregulación, que se presentará en la Asamblea de Madrid en los próximos meses. Desde la liberalización de horarios comerciales hasta la reducción de licencias, el gobierno de la Comunidad de Madrid lleva apostando por una agenda de libertad económica que, aunque criticada por sectores intervencionistas, ha tenido resultados económicos notables.

En Argentina, Milei ha llevado esta lógica al extremo con su “motosierra” regulatoria. Su enfoque, directamente inspirado por las ideas de Friedman y Hayek, busca desmantelar el entramado de privilegios, licencias, controles de precios y regulaciones que asfixian al sector productivo argentino. Aunque enfrenta enormes resistencias, su mensaje cala en una ciudadanía harta de un Estado ineficaz que regula mucho y soluciona poco.

Ambos casos comparten una premisa: el exceso de regulación no protege al ciudadano, sino que lo empobrece y lo hace dependiente del poder político. Friedman, sin duda, aplaudiría estos intentos por devolver protagonismo al mercado y a la libertad individual.


5. ¿Y si el Estado decide protegernos de nosotros mismos? Del airbag al coche autónomo

Una cuestión más profunda que plantea el capítulo es: ¿debe el Estado protegernos incluso de nuestras propias decisiones? Friedman responde con un claro no.

Un ejemplo clásico es el del airbag obligatorio. Aunque su intención es aumentar la seguridad, Friedman sostiene que obligar a todos a pagar por ese dispositivo elimina la libertad de elección. Si el airbag solo protege al conductor, ¿por qué imponerlo por ley? ¿No bastaría con que se informe al comprador de su existencia y eficacia, y que decida si quiere asumir el coste?

El problema de fondo es que, si se acepta el principio de que el Estado puede protegerte de ti mismo, no hay límite a lo que puede regular: podría prohibirse el alcohol, las comidas grasas, el alpinismo o incluso conducir por cuenta propia.

Este debate se actualiza hoy con la conducción autónoma. ¿Debe el Estado obligarnos a usar solo coches autónomos si estos son más seguros? Desde la lógica friedmaniana, la respuesta sería no: lo correcto es permitir su desarrollo y competencia, pero no imponerlos ni prohibir la conducción humana, salvo que haya externalidades claras sobre terceros.

En todo caso, el rol del Estado sería el de establecer reglas claras de responsabilidad en caso de accidentes, y garantizar la veracidad de la información. El resto debe dejarse al juicio de los individuos y a la evolución del mercado.


Conclusión

El capítulo 7 de Libertad de Elegir no solo es una crítica lúcida a la regulación excesiva; es una defensa firme de la libertad como mejor garantía de protección al consumidor. Friedman nos invita a desconfiar del paternalismo estatal, a identificar los intereses ocultos tras la regulación, y a confiar más en los mecanismos descentralizados del mercado.

En un mundo donde la hiperregulación amenaza con sofocar la innovación y la responsabilidad individual, la voz de Friedman resuena con más fuerza que nunca. Desde Madrid hasta Buenos Aires, la batalla por la libertad económica sigue vigente. La pregunta sigue siendo la misma: ¿quién protege realmente al consumidor?

Premio Juan de Mariana 2025 – Juan Ramón Rallo Julián

El Premio que concede el Instituto Juan de Mariana a una trayectoria profesional en defensa de los valores de la libertad ha recaído en 2025 en el economista Juan Ramón Rallo Julián.

Natural de Benicarló (1984), Rallo es un destacado divulgador en el ámbito de la economía. Con más de 800.000 suscriptores en YouTube, es además autor de destacados libros como “Una revolución liberal para España” (2014), “Los 10 principios básicos del orden liberal” (2019) o “Anti-Marx” (2022).

Juan Ramón Rallo, Premio Juan de Mariana 2025.

La entrega se produjo en el tradicional salón del Casino de Madrid el pasado 30 de mayo. Una vez más, con gran éxito de organización por parte del Instituto, vendiéndose todas las entradas. Se contó con la presencia de algunos de los ganadores anteriores, como Federico Jiménez Losantos, Carlos Rodríguez Braun y Jesús Huerta de Soto, además de poder verse a buena parte del liberalismo de habla castellana.

La presentación del Premio corrió a cargo de Manuel Llamas, el director del Instituto, que resaltó que se cumplen 20 años de trayectoria de la institución en los que Juan Ramón Rallo ha estado siempre unido desde su fundación. Gabriel Calzada se encargó del primer encomio, destacando la larga trayectoria de Rallo en el liberalismo, estando vinculado al movimiento libertario desde que tenía 17 años, cuando ya sorprendía a sus interlocutores con su capacidad de trabajo y habilidad para poner los problemas del presente bajo la óptica de las teorías económicas clásicas. El premio lo entregó Carlos Rodríguez Braun, quien bromeó sobre que su más importante contribución a la economía es haber escrito dos libros con Rallo.

En su discurso de recepción del premio, Rallo hizo una alocución sobre la importancia de la filosofía moral. Con ello, parece querer ahondar en su separación de los postulados de Escuela Austriaca de Economía, estudios que siguió bajo la dirección de Huerta de Soto, y de los que parece estar distanciándose. Así, optó por un discurso más cercano al liberalismo clásico, huyendo de toda discusión de ámbito monetario. Comenzó su discurso resaltando cómo, posicionamientos morales que han sido aceptados en distintos lugares y momentos de la historia resultarían incomprensibles hoy. Esto le lleva a concluir que una sociedad libre debe estar compuesta por personas que tengan la capacidad de respetar los posicionamientos morales de los demás. Esa es, precisamente la definición de liberalismo a la que suele acudir Rallo, “la capacidad de respetar los proyectos de vida de los demás”. Se trata de “una propuesta de mínimos” en la que existe escepticismo sobre la posibilidad de definir un “código moral común”, en su lugar considera que los códigos morales son heterogéneos y competitivos entre sí. Para Rallo “cada persona importa” y por tanto “cada persona debe ser respetada”.

Tras sentar estas bases teóricas, exhortó a los presentes a ser conscientes de que cada generación toma la antorcha de la libertad de la generación anterior. Pero siendo conscientes de que también tiene la responsabilidad de seguir avivando las llamas para iluminar sus propias problemáticas, para conseguirlo: “el avance y consolidación de los principios liberales depende de desafiar a los principios opuestos” pues se trata del único modelo que “solo puede vencer convenciendo”. Es decir, hay que particularizar las propuestas del liberalismo a los problemas de su tiempo. De esta forma, no se trata de ganar el presente, sino de ganar el futuro.

El premiado durante su discurso de recepción del Premio.