A la sazón de los cambios vividos en estas últimas semanas, las organizaciones y empresas, la sociedad en su conjunto se está auto-observando. Está evaluando qué tiene, qué tuvo, qué quiere conservar y qué quiere que cambie. Hemos dado por hecho paradigmas de bienestar educativos, de salud y, por qué no, tecnológicos, que ahora estamos sometiendo al estrés de la incertidumbre. Si hemos tenido alguna oportunidad para reflexionar sobre nosotros y lo que nos rodea, éste está siendo el momento idóneo. En estas líneas compartiré, un poco por necesidad propia y en parte por petición de terceros, una visión simplificada sobre una cuestión que me es muy cercana por actividad y propósito de vida: el papel de la tecnología en la sociedad.
Pertenezco a una generación desigual, que representa las diferentes velocidades de asimilación tecnológica. Yo soy de los que crecieron con ATARI y las máquinas recreativas. Entre nosotros están los pioneros de la visión e inteligencia artificial, la computación cuántica y los impulsores de la red de internet, y quienes a duras penas pueden gestionar la actualización de su propio móvil. Yo tuve la suerte de tener un padre “de letras”, humanista, que me puso con 9 años el primer ordenador encima de mi mesa, sabiendo que el futuro venía aliñado con una mezcla equilibrada entre teclas y estilográfica. Con ellos, con amigos de mi generación y de otras, en estos días, por dedicarme a lo que me dedico, mantengo conversaciones en las que escucho declamaciones, afirmaciones y peticiones del siguiente tipo:
-“Mi empresa, mi organización no está preparada para retos como el que vivimos. Necesitamos un cambio, necesitamos digitalizarla.”- Durante estos días de confinamiento, esta afirmación planea permanente en las conversaciones que mantengo con muchos amigos, familiares y colegas. “¡No estamos preparados, decimos que somos una empresa digital, del futuro y no es cierto!”- me dicen. Normalmente estas expresiones frustración, están acompañadas con otras afirmaciones cómo -“No me dan los medios para poder hacer mi trabajo”, -“No me han formado para trabajar así”- “No tengo ni teléfono de empresa, ¿pretenden que tenga un ordenador , medios informáticos para hacer mi trabajo en remoto?”–
Si en la conversación estoy con compañeros que tienen responsabilidad de gestión organizativa o empresarial, el planteamiento suele ser diferente. Ellos suelen poner de manifiesto tanto el reto que supone para las personas de la organización la adaptación brusca a un contexto de teletrabajo forzado, y a la vez hacen afirmaciones de tipo organizativo como -” Mi dirección no sabe hacia dónde vamos”-, – “Mis jefes no saben diferenciar entre qué es la nube y el disco duro de su ordenador y están tomando decisiones sobre digitalización. Cierto es que a miíme cuesta también diferenciar entre ambas cosas, pero no tengo la responsabilidad de decidir hacia dónde tiene que ir la compañía”-, o -“Esto se veía venir y seguimos como hace 20 años”-, -“Los Directores Generales y de Departamento no disponen ni de su propia firma digital para firmar documentos, ¿cómo pretenden que coordine a mi equipo en remoto”-, “Los del departamento de IT (los de informática para el común de los mortales) no han previsto esto”-
En otros casos, estos gestores sienten que han hecho las tareas, y sienten también que disponen de herramientas informáticas, en sus empresas, y los comentarios están dirigidos hacia las competencias y la actitud del personal de la empresa, y son del tipo: -“Pues no lo entiendo, les dijimos que habíamos comprado el software tal o cual. Nadie se ha interesado en formarse…”-, “No pretenderán que le demos un ordenador a todo el mundo para que se lo lleve a casa y pagarles una conexión a internet”-, – “Tienen las herramientas, si no las utilizan es porque no quieren”-, – “Hay falta compromiso y responsabilidad”-. Algunos de ellos apelan a las diferentes velocidades de una organización, a la diversidad generacional, a las competencias digitales de los individuos y a su autolimitación hacia el aprendizaje -“En la actualidad, si tienes más de 55 años, estás fuera del mercado, ya no puedes coger el tren de lo digital”-, -“Yo ya llego tarde, menos mal que me jubilo pronto”- o -“Esto es de jóvenes”-
Desde mi perspectiva, lo más interesante de estas conversaciones es entender sus necesidades, por ello cuando durante nuestras conversaciones o vídeo conferencias, se ponía de manifiesto la necesidad de una evolución de las organizaciones, aprovechaba para preguntar -“¿Qué es una organización digital para ti? ¿Qué tendrías que observar para saber que estás viviendo una la transformación digital de tu organización? “- Las contestaciones han sido de lo más variopinto, pero casi todas ellas, tras un silencio y una mirada al techo que denotaba una profunda reflexión, se contestaban a sí mismos con una afirmación y/o con una pregunta.
La afirmación, por simplificarla, era -”..pues haciendo lo que hago en mi empresa u organización pero con el ordenador, más rápido, de un modo más automático, que me lleve menos tiempo, teniendo la información disponible desde cualquier sitio y permitiéndome trabajar desde donde quiera, en remoto.”-. Digitalizar es para muchos, por resumir, pasar procesos, las tareas, que ya hacemos en papel a un formato electrónico; es decir hacer los que hacemos pero con medios informáticos.
En algunos casos la pregunta la volteaban a la gallega, me la devolvían -“¿Qué es para ti, Fali, la transformación digital de las organizaciones y empresas?”- Contestar esta pregunta es un reto. Ser preciso en un par de folios más. Trataré de explicar de una manera sencilla algo poliédrico, particular de cada organización, de cada actividad, con muchos matices que manosear en una conversación dilatada o un taller. Mi respuesta, la que comparto con vosotros, es una destilación de muchos intentos fallidos de explicar mi visión simplificada.
Empecemos por el principio. Una aseveración: No existe transformación, existe evolución y adaptación. Comencemos por ahí, pues todo proceso tiene un punto de partida y va hacia algún lado, pero no cambia abruptamente de dirección. Llevamos digitalizando más de 30 años nuestra realidad cotidiana. Procesadores de texto, móviles, internet en casa, descargas con Emule y Torrent, nuevo modelo de gestión de los derechos intelectuales y de autor, conectividad en cualquier sitio, mensajería instantánea, prensa digital, plataformas de cine y música online, DNI-e, vídeo conferencias, ordenadores portátiles, tabletas digitales, fibra, 4G, banca y administración electrónica, firma digital, realidad aumentada, inteligencia artificial, en breve 5G y una infinidad de tecnologías más que no caben exponer aquí. Pero la pregunta es ¿cómo hemos afrontado esta digitalización? ¿Hemos integrado esa tecnología con un propósito y una estrategia social, organizacional o personal?, ¿o simplemente se ha ido integrando tal y como ha ido llegando, pues nos era útil en algún sentido como individuos o como organizaciones?
El incremento de conocimiento generado y su nivel de disponibilidad hace que la tecnología y la producción del conocimiento estén sometidos a la sombra de la obsolescencia permanente. Esto que digo, escuece, pues todos aquellos que nos dedicamos al ámbito de la innovación tecnológica sabemos que lo verdaderamente difícil no es innovar, sino que esa innovación sea útil, de valor, que se den las condiciones de contorno para que se use, y que llegue al máximo número de personas posible generando valor para todas las partes. Lo que pensamos, ya está pensado o lo están pensando muchos a la vez. Lo que diseñamos se está diseñando o se mejora en meses por terceros. Esta tensión de la caducidad de la novedad ya es vigente, incluso, en el ámbito de las humanidades, aquellas a las que siempre creímos ajenas a los devenires de la tecnología. Todo se acelera, y la sociedad está saliendo de su zona de confort, como en otros periodos históricos. En breve hablaremos de analfabetismo digital, o de clases digitales, o de enseñanzas tradicionales como retos de desigualdad.
Cuando reflexionamos sobre esto, nos damos cuenta de que en gran medida no contamos en las organizaciones con una estrategia explícita digital, sino con un conjunto de reacciones naturales a la necesidad, a la competitividad, al sentido común de avance tecnológico, buscando un elemento que nos distinga y nos destaque, o simplemente la equiparación entre capacidades y servicios que ofrecen mis iguales, mis competidores o colaboradores. En definitiva, falta una cultura de la innovación digital en las organizaciones que permita planificar el desarrollo tecnológico desatado, veloz, en plena curva de desarrollo exponencial, y ponerlo al servicio de una visión organizacional. Con estos mimbres hacemos estos cestos, con esta tecnología que aparece mejoramos la eficiencia o la competitividad de nuestras empresas. Pero la realidad es que la mayor parte de las empresas que sí están invirtiendo en digitalizar o desean hacerlo, lo que están proponiendo desde sus direcciones generales es informatizar sus procesos de negocio actuales, las tareas, su manera de interactuar con la realidad que ya conocen y operan. Esto no es una transformación organizacional digital.
¿Cómo se lidera, desde mi perspectiva, una transformación digital y social, de una empresa u organización?
(1) Creando cultura del cambio, de adaptación en los equipos y las personas, desarrollar e implantar en nuestras organizaciones herramientas de co-creación y valentía para diseñar futuro. Disponemos de mucha tecnología para ello, pero el reto es ponerla al servicio de la cooperación, del co-desarrollo. En definitiva, facilitar espacios de consilencia, término que revivió Edward Wilson, y que nos define la voluntad de unir los conocimientos y la información de distintas disciplinas para crear un marco unificado de entendimiento. Este es el primer paso de la digitalización organizacional, poner al servicio de sus miembros herramientas que satisfagan la creación de una cultura del cambio, de la evolución.
(2) Saber hacia dónde queremos ir como organización. No tenemos que saber exactamente dónde ni por dónde, pero con la información que contamos en cada momento, debemos de tener mecanismos de toma de decisiones en tiempo, casi real. –“Yo lo sabía“- me decían muchos estos días hablando del COVID y de la toma de decisiones a nivel mundial, -¿Cómo ellos no?”- afirmaban. Por ello es necesario desarrollar o implantar las herramientas informáticas, tecnológicas, necesarias para contestar preguntas que todavía no se han formulado. Podemos y debemos saber hacia dónde queremos ir, pero no sabemos si iremos allí finalmente. Necesitamos un plan, pero necesitamos tanto, o más, herramientas y mecanismos de gobernanza que faciliten la evolución de nuestros propósitos, que permitan la innovación social, la adaptación con confort, de un modo sostenible, en un entorno cambiante.
(3) Disponer de indicadores que simplifiquen una realidad compleja, llena de matices, que nos digan si vamos hacia donde elegimos ir para así corregir el rumbo si es pertinente, si cambian las condiciones de contorno. Indicadores que se alimenten de una realidad cambiante. Estamos en la era del dato, de la medida, de la trazabilidad, de la sensorización. Por ello, nos encontramos con el reto de simplificar la realidad en indicadores, en información asequible para hacerla comprensible por todos los implicados, por la gobernanza, pero también por los protagonistas, por la sociedad en su conjunto.
Todo lo anterior se puede resumir en a) saber hacia dónde queremos ir, b) dotarnos de herramientas para un camino incierto y c) saber si vamos hacia donde elegimos ir o hacia un nuevo destino que se adapte a un contexto que ha cambiado. Ser una organización líquida, con capacidad de adaptación, mediante el apoyo de tecnología que permita asimilar y simplificar una realidad compleja.
No sé si habrás navegado, pero quizás podrás imaginar un velero, uno pequeño. Imaginad cómo el capitán de ese barco, que va a puerto desde alta mar, lleva el timón. Créeme si te digo que ese timonel siente el viento en la cara, mira el barómetro de soslayo, la velocidad del viento, observa el oleaje, su dirección, la altura de sus olas, la cadencia de su llegada. Observa posiblemente los catavientos de las velas, cómo el aire se embolsa en ellas, la tensión de los cabos, el balanceo del timón en sus manos, la deriva del barco llevado por la corriente. Ese capitán que observa integra toda esa información, la combina con la observación de la costa, de sus cartas y así, casi de un modo inconsciente, corrige el rumbo a cada paso de ola, adaptando su rumbo a las condiciones de contorno.
Una estrategia de transformación digital tiene como objetivo hacer algo parecido a lo que hace este capitán de velero. Lo esencial es definir tu puerto, elegir tu propósito, saber hacia dónde vamos y para qué, sabiendo el valor que buscamos en el viaje. Para lograrlo necesitamos de la observación de la realidad, la medida objetiva y sistemática de variables claves de negocio, sociales, ambientales, de sostenibilidad. Es ahí donde la corrección del timón es el resultado de dar valor a esta información adquirida y tratada mediante herramientas de autoaprendizaje, sistemas de inteligencia artificial, que pueden darnos una conciencia operacional de nuestra organización. Estas herramientas tecnológicas nos dicen si nuestros indicadores elegidos nos validan el rumbo, nos permiten saber si nuestro equipo, organización o sociedad se dirige hacia donde hemos elegido. Se trata pues de sistemas tecnológicos que permiten facilitar la adaptación de las estrategias casi en tiempo real, modificando el modo en el que tomamos decisiones mediante la integración de lo ya conocido, lo que está sucediendo y de nuevas realidades que aportan nuevas variables.
Muchos de los que participamos de esta visión, sabemos que esta transformación digital organizacional y social ha llegado, y que su impacto será de un calado que no sabemos dimensionar aún. Sabemos que a las actividades que nos dedicaremos muchos de nosotros en 20 años no tienen no tienen nombre aún. Muchas de ellas evolucionarán tanto que quedarán desdibujadas respecto a lo que fueron o lo que son en la actualidad. La pregunta para mí es ¿estamos preparados a nivel emocional? ¿Tenemos las competencias personales y sociales necesarias como individuos u organizaciones para fluir con el cambio tecnológico y digital? Pues mi experiencia es que no. Recientemente, fui invitado a dar una conferencia en la que hablaba sobre la digitalización del sector portuario, sobre la gestión de riesgos y sobre los retos de formación de la ingeniería. En ella percibí por igual manera ilusión y un enorme sufrimiento frente al reto de transformación digital. Un oyente visualizando este escenario, de transformación, me apeló a que terminara la ponencia. Su profesión, su actividad, no iba a cambiar, aseguraba.
Por ello, para lograr este objetivo de transformación tecnológica y digital de las organizaciones, el individuo y los sistemas humanos, son la clave. Para lograr implantar una cultura de la innovación, de la evolución, y una adaptación sostenible, es necesario hacer protagonista al individuo, a sus emociones, a sus rutinas de pensamiento, a su conducta. La motivación y el liderazgo son claves para el desarrollo intrapersonal e interpersonal. Por ello, si hablamos de transformación digital organizacional, hablamos del desarrollo del ser humano, de su conciencia y su bienestar emocional. Hablamos de que el propósito de esta transformación digital esté sustentado en el binomio tecnología-persona. Cuando hablamos de evolución y transformación hablamos de la necesidad de dotar a las personas que constituyen las organizaciones de herramientas para relacionarse consigo mismos y con el entorno que les rodea, de un modo eficiente. Este es el mayor reto de transformación, este es el primer paso para una evolución digital sostenible de una organización.