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Ahora que sabemos que el sector educativo puede cambiar, comencemos la revolución en nuestras aulas…

Nuestro actual modelo del sector educativo nace con la sociedad industrial y llevamos más de 300 años sin un cambio significativo en nuestro modelo.

Sin  embargo, a nuestro alrededor todos los sectores han cambiado, y continúan haciéndolo, como respuesta a la aparición de nuevas tecnologías, hábitos y tendencias.

En el contexto educativo lo más parecido que tenemos a ese cambio continuo exterior son las leyes educativas, puesto que prácticamente cada nuevo gobierno las cambia.

Sin embargo, el día a día del profesorado, sobre todo el que transcurre en las aulas, no cambia.

Parece que somos inmunes a cualquier cambio exterior, ya sea por nuevas leyes, tecnologías o hábitos.

Prácticamente estábamos resignados a pensar que nuestro modelo educativo era continuista hasta que, de repente, en 3 días, sin formación previa, sin planificación y sin incrementar el presupuesto, se produjo un gran cambio en el sector educativo.

Todo lo que se hacía presencial de repente pasó a ser online. El origen de ese cambio drástico fue la aparición de la maldita pandemia Covid-19.

El profesorado se ha dado cuenta que puede cambiar la modalidad de formación rápidamente, aunque evidentemente con luces y sombras, sobrecargando muchas veces el esfuerzo del profesorado y despistando al alumnado, sobre todo en los exámenes.

Partiendo de la hipótesis de que el profesorado sabemos cambiar, que lo hacemos rápidamente y sin que se pierda eficacia en los resultados.

¿Por qué no comenzar un cambio más profundo? Un cambio que no solo afecte a la modalidad de impartición de las clases, sino a todo el modelo del sector educativo.

Es evidente que el cambio se ha producido de la mano del profesorado, no de las leyes y ni tan siquiera de los gestores educativos. Por tanto, es el propio profesorado el que debe realizar transformaciones más profundas y duraderas.

¿Cómo?

No parece tan complicado, lo único que se exige es una visión común de los problemas particulares y una comunicación fluida para compartir y aplicar los cambios que se sabe que producen mejoras.

Y todo ello comienza en el aula y no es necesario conocer las últimas tendencias, ni las tecnologías, ni tan siquiera los últimos métodos de innovación educativa.

Para comenzar hace falta conocer solamente dos cosas:
  • El objetivo del cambio en su aula.
  • Indicadores para medir el impacto del cambio.

Si lo hacemos de esta forma, pronto nos daremos cuenta de que los objetivos que cada profesor o profesora tiene en su aula, son muy similares al resto del profesorado y que los indicadores para medir ese cambio también serán bastante comunes. De esta forma, estaremos consiguiendo la primera premisa “tener una visión común de los problemas particulares”.

La segunda premisa “compartir para divulgar y aplicar” requiere expresar la experiencia realizada en el aula de forma distinta a la actual (ponencias en congresos científicos y artículos en revistas científicas).

La divulgación debemos llevarla a cabo pensando en el resto del profesorado; es decir, identificando todos aquellos aspectos que les serán necesarios para poder aplicar nuestra experiencia.