YOLANDA AMBROSIO
Los trabajadores forestales, que cuidan y mantienen los montes, son los enfermeros del monte y deberían tener el mismo reconocimiento.
Érase una vez un motoserrista de una zona con gran tradición forestal que comenzó a trabajar en este sector desde muy joven, le gustaba el monte, le gustaba su trabajo. Pensaba y creía que lo que hacía lo hacía bien, y que mucha gente ni puede, ni se atreve, ni vale para trabajar en esto. Eso sí, ya hace diez años, cuando empezó a trabajar en el sector, la vecina, el amigo, el hijo del su primo, muchos… por no decir, casi todos, le decían que mataba árboles.
En 2014, tras continuar trabajando y cuidando el monte, él, que iba todos los días a trabajar, con el frío, la nieve o incluso la lluvia, y que estaba una media de nueve horas en el monte, seguía teniendo que soportar que los que solo pasan por el monte un ratito algún fin de semana le dijeran lo de siempre.
Debido al elevado riesgo que suponía su trabajo quiso hacerse un seguro de vida, por aquello de no dejar a la familia en su caso en situación muy precaria. Las aseguradoras le cobraban un prima tremenda “no hay estadísticas de accidentes” le decían, por lo que tuvo que descartar esta idea y continuar velando por su integridad, como siempre.
Un día el motoserrista decidió gastar sus ahorros, hipotecar su casa y su garaje (quiso hipotecar su tierras pero el banco no tuvo ningún interés en ellas) y se compró una procesadora. ¿Por dónde se coge esto? Es lo primero que pensó.
Y cuando ya estaba en una cabina climatizada, con música en el trabajo y con menos riesgos para su vida van y declaran parque nacional la zona donde trabajaba y él, no perdón su mujer, va y se divorcia.