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¿Ha cambiado el concepto de teletrabajo con la pandemia?

por Ana Moreno Romero (CLyT)

Ya hace lustros que se analiza el teletrabajo como un cambio natural en la sociedad en red. Fue definido por primera vez por Jack Nilles en 1976 como “cualquier forma de sustitución de desplazamientos relacionados con la actividad laboral por tecnologías de la información (telecomunicaciones y ordenadores)”.

En 1994 lo experimenté por primera vez como teletrabajadora en IBM. Durante estos casi 30 años una combinación de perspectiva organizativa y experiencia personal me han acompañado. Soy una devota convencida del teletrabajo como forma de innovación organizativa y como forma de mejorar la satisfacción de los y las profesionales. En los inicios, para poder poner en marcha programas de teletrabajo, los dos pilares eran que los puestos fueran elegibles (trabajadores del conocimiento) y contar con una plataforma tecnológica adecuada (auténtico cuello de botella hasta la primera década del siglo).  A su vez, los análisis organizativos decían que para que esa implantación fuera exitosa era necesario: tener los objetivos del puesto claros, contar con mecanismos de coordinación adecuados con el equipo y con la organización, y tener una cultura de confianza (Casado, Moreno, et al., 2004).

Figura 1. Los fundamentos para el éxito del teletrabajo 

Desde el CLyT, organizamos, en octubre de 2020, un webminar titulado “Teletrabajo y transformación organizativa Teal[1], y con la perspectiva de seis meses de pandemia, empezábamos a intuir que algunas cosas estaban cambiando. En aquellos momentos todo era excepcional, y los millones de personas que estaban teletrabajando, con un esfuerzo heroico por su parte y por parte de sus organizaciones (especialmente los departamentos de TI y de RRHH), conformábamos un gigantesco experimento organizativo.

Decía en ese webminar: “El teletrabajo estaba siendo un instrumento para la innovación dentro de las organizaciones antes de la pandemia, y ahora está también jugando un papel muy importante después de la pandemia (pensábamos en aquel momento que estaba cercano el final). Es importante que diferenciemos qué era el teletrabajo antes de marzo del 2020, y qué es lo que está pasando en estos meses tan singulares y complejos que estamos viviendo todos”. Desde el blog del Centro de Liderazgo y Tecnología de la UPM, queremos abordar de nuevo esta reflexión, año y medio después.

Las experiencias de teletrabajo o las nuevas acepciones emergentes, como trabajo remoto o trabajo híbrido, son muy variadas. Antes de la pandemia el teletrabajo era minoritario e, incluso, estaba en retroceso. Durante las etapas más difíciles de la pandemia, todas más organizaciones que pudieron lanzaron programas de teletrabajo, y la Administración Pública impulsó nueva legislación, con la pretensión de aportar protección a los trabajadores y guías claras a las empresas.  La vuelta a las oficinas está siendo diferente en cada organización, eso sí, raramente se vuelve a la posición pre-pandemia. La relación con el teletrabajo ha cambiado profundamente. Sin embargo, los fundamentos organizativos y de competencias profesionales para tener una base sólida desde la que funcionar con trabajo en red, son los mismos que se definieron hace tres lustros. En la próxima entrada del blog los recordaremos con el artículo “Los cimientos del buen teletrabajo no cambian”.

Sí hay muchas cosas que están cambiando derivadas del aumento de personas en remoto, la procedimentación de la vida online, y de la generalización de nuevas plataformas colaborativas. Este gran experimento organizativo que estamos viviendo, nos permite ver prácticas inquietantes, en las que las personas no tienen contacto humano y están conectadas a plataformas que marcan cada instante del ritmo de sus tareas, lo que he venido en llamar “Las galeras del siglo XXI”, concepto en el que profundizaré en el tercer artículo.

También encontramos entornos en los que se está consolidando un movimiento hacia las organizaciones ágiles y humanistas, donde el teletrabajo se integra desde la confianza, desde equipos armónicos, y con un acompañamiento para el centramiento y confort emocional de los teletrabajadores. Es lo que desde el CLyT denominamos “El teletrabajo humanista”, y en el cuarto artículo profundizaremos en esas buenas prácticas que encontramos.

Referencias bibliográficas.

Casado, Moreno, et al., 2004, Trabajar y vivir la red, Telefónica I+D. https://anamorenoromero.net/documentos/Trabajar%20y%20vivir%20la%20red.pdf

Nilles, J., 1976, Telecommunication-Transportation Tradeoff: Options for Tomorrow. Createspace Independent Pub.


[1] https://www.youtube.com/watch?v=oelFkL7BJBI


* Este artículo sobre teletrabajo es el primero de una serie de cuatro, que profundizan a partir del artículo “Una mirada panorámica a tres décadas de teletrabajo” publicado en la revista OHR en octubre de 2021.

La motivación consciente organizacional.

Rafael Molina Sánchez. Diciembre. 2020

Nuestro cerebro tolera mal la falta de certezas. El campo de la neurología nos ha constatado en estos últimos años lo que los filósofos nos aseguraban desde la Grecia clásica: está programado para validar lo que ya sabe, o cree que sabe. De ahí surge una de las principales dificultades de la adaptación y el cambio, pues nos importan poco los hechos y la información que nos rodea. Aunque no somos conscientes, esta actitud tiene un fin muy útil: ser eficientes. 

Esto supone una paradoja, pues si adaptarse es eficiente y no adaptarse también lo es, nos encontramos en medio de una lucha interna inconsciente. Es aquí donde nace la amenaza, el riesgo de entrar en conflicto permanentemente con nosotros mismos y con nuestro entorno. -¿Cómo puedo ser eficiente: haciendo las cosas como ya sé o            explorando nuevos modos de hacerlas?- Partamos de que ambas suponen un enorme esfuerzo. En la elección consciente de usar “viejos trucos” o aprender nuevos se halla el camino al menor esfuerzo. Piloto automático versus modo manual; este es el dilema. La clave reside en saber si lo que ya sabemos es útil en el contexto en donde lo necesitamos aplicar.

“En la elección consciente de usar viejos trucos o aprender nuevos se halla el camino al menor esfuerzo”

Si trasladamos de escala esta paradoja, a una organización, podemos simplificar el problema en tres niveles: el individuo, los equipos de trabajo y la organización. Todos ellos tienen una serie de denominadores comunes, entre los que cabe destacar si 1) saben qué necesitan o no, 2) si se conocen a sí mismos o no y 3) si se sienten implicados en conocer y comprender la realidad que les rodea, o no. 

Atendiendo a que se trata de una simplificación superlativa, podemos destilar algunos los elementos claves del dilema. Si nos observamos con atención, y nos damos la oportunidad, podemos llegar a saber qué necesitamos conscientemente. Si ampliamos esta conducta a quienes nos rodean, a nuestro equipo y nuestra organización, tenemos la mayor parte del camino recorrido para fomentar un entorno motivador, una organización motivada. 

La motivación tiene la función de desequilibrar la balanza hacia la acción, pues crea la expectativa de ganar más con el movimiento que con la inacción. Nos invita a adaptarnos, a explorar como niños, a innovar, a utilizar nuestra experiencia y habilidades en entornos nuevos. Nos invita a estar motivados. 

¿Pero cómo se motiva a una organización? Mi experiencia me dice que una organización sana lo hace alentando tres pilares básicos: la conciencia, la responsabilidad y la libertad individual y colectiva. ¿Es esto suficiente? No, pero completamente necesario. ¿Qué otro elemento completa y da sentido a lo demás? El propósito, saber para qué, con qué fin, la dirección en la que deseamos ir.  Es decir, la combinación ideal es conciencia, libertad y responsabilidad más saber hacia dónde nos dirigimos. 

”La combinación ideal para estar motivados es fomentar la conciencia, libertad y responsabilidad de personas y equipos, más saber hacia dónde nos dirigimos como organización”

Aquí nos volvemos a ver obligados a diferenciar al individuo del grupo, y de la organización. El propósito de cada cual es único, es variable en el tiempo, evoluciona, tiene muchos matices. Por ello, para ser capaces de trabajar en equipo es necesario, desde la consciencia, revisar nuestros deseos y anhelos permanentemente, conocer qué expectativas tenemos y si están alineadas con aquello que hacemos y necesitamos. 

“La motivación tiene la función de desequilibrar la balanza hacia la acción”

Una organización, como tal, es un ente vivo. Podemos creer que está dirigida por un firme timón, por una férrea dirección, pero esta premisa es falsa. La cultura de la organización condiciona hacia dónde se dirige, y éste sentido se altera con la acción de sus miembros. Nunca estará ajena al mar en el que se desenvuelve ni a la tripulación que la habita. Por ello, el principal recurso para la motivación es saber el puerto de destino, el propósito de la actividad y los valores en los que desea que se desarrolle ésta.

Llegados a este punto es donde confluyen los caminos del individuo y la organización. Retomando los tres pilares básicos de la organización -conciencia, libertad y responsabilidad- podemos construir un espacio que se fundamente en construir un propósito común, explícito, que atienda las necesidades de los forman parte del reto, que alimente la motivación de los individuos y los equipos y que permita a la tripulación remar en una dirección común. 

Puede que leyendo estas líneas te haya surgido el pensamiento, la idea, de que -“Mi organización no me ha dicho nunca cual es su propósito. No sabe motivarme. Creo que no tiene un propósito o no lo sabe compartir”- Si es así, quizás es el momento de preguntarte ¿Tienes claro tú el tuyo y estarías dispuesto a compartirlo con tus compañeros y organización? ¿Estarías dispuesto explorarlo? ¿Crees que puedes ayudar a tu organización a definirlo haciéndolo compatible con tu propósito? Te animo a hacerlo, pues percibirás quizás que el poder de la motivación de tu organización y de tu equipo está en ti, no sólo en el entorno que crees que te limita.

Nota Bibliográfica y profesional del autor.
-Rafael Molina Sánchez, Fali, es Docente, investigador, coach de equipos y curioso. Ha centrado su actividad técnica en la gestión de riesgos en contexto marítimo, portuario y costero mediante el desarrollo de nuevas técnicas de medida, predicción basadas en inteligencia artificial, y herramientas para el apoyo a la decisiones. Observador del mar, en la actualidad está impulsando el desarrollo sostenible desde la transformación de las persona, los equipos y las organizaciones mediante el impulso de las competencias blandas en el contexto universitario.