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“El timbre del teléfono me despierta pasada la una de la madrugada. Una llamada telefónica en plena noche siempre resulta violenta. Es como si alguien intentase destruir el mundo valiéndose de una brutal pieza metálica. Como miembro del género humano, tengo la obligación de acallarlo. Así que me levanto de la cama, voy a la salita de estar y descuelgo el auricular.
Una voz grave de hombre me da un aviso: una mujer ha desaparecido para siempre de este mundo. La voz pertenece al marido de la mujer. Por lo menos así se presentó. Y me dijo algo: «Mi mujer se suicidó el miércoles de la semana pasada y, en cualquier caso, pensé que debía comunicárselo>>; eso me dijo. En cualquier caso. Su tono me pareció desprovisto de todo sentimiento. Daba la impresión de que dictara un texto para un telegrama. Apenas había silencios entre palabra y palabra. Un aviso puro y duro. La verdad sin ornamentos. Punto.
¿Qué respondí yo? Debí de decirle algo, pero no recuerdo qué. De todas formas, se hizo un silencio. Un silencio como si cada uno nos asomásemos a un extremo de un hondo agujero abierto en el medio de una carretera. Luego él colgó, sin más ni más, sin haber añadido nada. Como si suavemente depositase una frágil obra de arte en el suelo. Y yo me quedé allí plantado, con el teléfono en la mano, absurdamente. En camiseta blanca y bóxers azules.”
Hombres sin mujeres / Haruki Murakami — Tusquets editores
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