Un tubo Geissler es un recipiente de vidrio, básicamente una ampolla en forma alargada cilíndrica, sellado herméticamente por ambos extremos y en el que se ha hecho un enorme vacío, por lo que también se llaman tubos de vacío. En cada extremo del tubo se conecta un electrodo de modo que pueda aplicarse en aquél una diferencia de potencial eléctrico elevada. Si dentro del tubo hay un gas enrarecido (a presión muy baja), por ejemplo, neón, argón, o vapor de mercurio, o un líquido conductor o un metal ionizable, los electrones que salen del cátodo hacia el ánodo a modo de corriente atraviesan el medio y lo ioniza, separando las cargas positivas de los electrones de dicho medio; cuando los electrones del medio vuelven a desexcitarse, emiten luz por fluorescencia a modo de descarga eléctrica en el interior del tubo, siendo esta luz, como un resplandor, de diferente color según sea el tipo de medio excitado (por ejemplo, violeta para el nitrógeno, rosa para el hidrógeno, amarillo para el helio, azul para el mercurio, amarillo anaranjado para el sodio, etc.). Si la luz emitida se observa luego a través de un espectroscopio de prisma o a través de una red de difracción, se pueden separar las distintas componentes o líneas que componen el espectro de emisión conjunto de la sustancia.
Los primeros tubos de descarga de este tipo fueron diseñados por el físico alemán, y experto soplador de vidrio, Heinrich Geissler (1815-1879) en 1850, tras mejorar la eficiencia de las bombas que producían el vacío en los tubos, y con el apoyo de la idea de su amigo, el físico alemán Julius Plücker y su, por entonces, alumno Johann W. Hittorf de conectar una diferencia de potencial eléctrica intensa a dichos tubos. Y muy pronto, los efectos observados en los tubos de descarga a baja presión propiciaron los descubrimientos de los rayos X, por el físico alemán W. C. Roentgen en 1895, y del electrón (antes considerado un “rayo catódico”) por el físico británico J. J. Thomson en 1897. Con el paso del tiempo, estos tubos de vacío tendrían una importancia trascendental en campos tan diversos como la medicina, en el estudio de la radiactividad, en la electrónica, en los primeros los tubos de televisión y en los sistemas de iluminación mediante tubos fluorescentes.
La tensión eléctrica necesaria para que se produzca la descarga en estos tubos es de varios miles de voltios (típicamente unos 5000 V), conseguibles hoy fácilmente con una moderna fuente de tensión, si bien, ya en 1851, se lograban gracias al carrete o bobina de inducción diseñada por el físico alemán Heinrich Daniel Ruhmkorff (1803–1877), un transformador que elevaba la tensión utilizando la inducción electromagnética entre dos bobinas.
El conjunto de la exposición consta de seis tubos de vidrio, cada uno de 25 cm de longitud y con ligeras variaciones o protuberancias bulbosas de su forma cilíndrica principal (con fines meramente estéticos), y contienen diferentes sustancias (polvo amarillo, polvo rosa, líquido rosa anaranjado, etc.) para que la luz emitida por ellos sea de diferentes y atractivos colores. El conjunto de tubos viene alojado en una caja de cartón negra cuyo interior está acolchado mediante fibras de lana que protejan al vidrio. Este equipo pertenecía al Laboratorio de Física de la Escuela y, probablemente, fue adquirido hacia 1960, si bien pudo haber sido fabricado antes incluso de 1950. En este sentido, en el Laboratorio Eléctrico Sánchez, creado en 1913 en Piedrabuena (Ciudad Real) por el ingeniero e inventor manchego Mónico Sánchez Moreno (1880-1961), se construyeron muchos de estos tubos entre 1930 y 1950, además de prestigiosos equipos portátiles de rayos X.
Catalogación, documentación, texto y fotografía: Prof. A. Vitores (2021)
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