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La contaminación digital

En este tiempo de confinamiento, como consecuencia de la expansión del COVID-19, estamos constantemente recibiendo imágenes, memes, vídeos, cadenas de mensajes y noticias de todo tipo acerca de su origen, expansión, comportamiento, evolución y posibles consecuencias, entre otras.

De estas últimas, una de las más sonadas ha sido la drástica reducción de niveles de contaminación en algunas ciudades, a raíz de la drástica parada de actividad económica. Hemos podido comprobar que es así, gracias a instrumentos como el sensor TROPOMI, el cual se encuentra instalado en el satélite Sentinel-5 de la ESA (European Space Agency), o el instrumento OMI, instalado en el satélite Aura de la NASA (National Aeronautics and Space Administration). Estos dispositivos calculan la densidad troposférica media de NO2 la cual, como ya hemos mencionado, se ha desplomado en las últimas semanas debido a la disminución del tráfico, la producción industrial y la demanda energética.

Evolución emisiones de dióxido de nitrógeno en España durante la primera semana del Estado de Alarma. Fuente: Elena Sánchez-García, UPV-CTF Sentinel-5P

Este drástico cambio, sin embargo, no significa que podamos bajar la guardia y creer que el problema medioambiental está solucionado, como si por arte de magia la contaminación hubiera desaparecido para siempre. En primer lugar, esto ha ocurrido como consecuencia de un parón que nos hemos visto obligados a realizar, y por tanto, este “efecto positivo” probablemente se desvanezca en cuanto el liberalismo económico vuelva a azotar al planeta con su sistema de consumo.

En segundo lugar, estamos llevando a cabo otras acciones, de las cuales no somos conscientes, que perjudican gravemente al planeta. Esta acción o, mejor dicho, estilo de vida al que estoy haciendo alusión es el uso desenfrenado de internet. La distribución y el flujo constante de imágenes, vídeos, noticias o cualquier otro sistema de datos (más aún, estos días con todo el tema pandémico y la necesidad de matar el tiempo libre que tanto parece incomodarnos) que estamos enviando a través de nuestros teléfonos, ordenadores y dispositivos digitales es uno de los principales sistemas que contaminan nuestro planeta. ¿Por qué? Las redes de comunicación, los dispositivos físicos, su fabricación y los servidores que procesan los millones de datos que se transfieren a través de todo el mundo necesitan una cantidad inmensa de energía y refrigeración para su funcionamiento.

Cada minuto se envían en el mundo 187 millones de correos electrónicos, 38 millones de mensajes de WhatsApp, 18 millones de mensajes en IMessage, se realizan 3,7 millones de búsquedas en Google, 1,1 millones de swipes en Tinder, se ven 4,3 millones de vídeos en YouTube, 266.000 horas de Netflix,… Y todo esto, como ya hemos dicho en 60 segundos. Si tenemos en cuenta que cada mensaje de correo electrónico genera entre 0,3 y 50 g de CO2 (dependiendo de sus características), cada búsqueda que realizamos en internet genera entre 1 y 10 g de CO2, etc. Podemos hacernos una idea de la inesperada huella de carbono que todo ello ocasiona. En 2018, la nube demandó un consumo de entre el 6% y el 10% de la energía mundial y se prevé que para el 2030 sea del 21% de la misma.

Servidor de datos conectado 24/7/365

Con todo esto no quiero decir que debamos dejar de utilizar las redes sociales, el correo electrónico o los servicios streaming, porque inevitablemente forman parte de nuestra sociedad, de nuestro modo de relacionarnos y de comunicarnos, pero sí podemos adoptar una posición crítica. Pensar dos veces antes de enviar cualquier cosa, asegurarse de que lo que leemos tiene sentido y no son bulos, son algunas de las prácticas que podemos adoptar para reducir el impacto de la nube, entre otras; reducir el peso de los mensajes que enviamos por correo, borrar correos que no tienen utilidad, cancelar la suscripción en plataformas en desuso, no compartir cadenas de mensajes en las que se nos augura un futuro fatídico en caso de no reenviarlo,…

En síntesis, hacer un pequeño acto de reflexión, pero sobre todo y lo más importante, adquirir conciencia de esta problemática que, además, crece exponencialmente año tras año.                       

Autora del post: Amalia Santesteban Azanza

Estudiante del Grado en Ingeniería en Tecnologías Ambientales de la UPM Asignatura: Ecología industrial – Profesor: Jorge Rodríguez Chueca

La contaminación digital por Innova-ambiental está licenciado bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.

César García Aranda

Administrador del blog / Profesor en la UPM / Twitter: @cg_aranda

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