Corría el s. VII a. de C. cuando en la isla griega de Lesbos nació una niña destinada a la inmortalidad. Aquella damita recibió el nombre de Safo y, bendecida por las musas, llegaría a convertirse en una de las grandes figuras de la lírica de la antigüedad.
Para muchos Safo es, simple y llanamente, la poetisa del amor entre mujeres. Para mí es algo más: la ferviente devota de Afrodita que cantó a la sensualidad y al deseo, a la melancolía y las flores. Especialmente a la rosa, símbolo de la diosa a la que veneró.
‘Yacerás muerta, y de ti no quedará ningún recuerdo en los tiempos a venir, pues no tienes tu parte de las rosas de Pieria. Vagarás desapercibida por la mansión de Hades, entre las sombras de los muertos’.
‘ . . . cantan tu noche de boda y la de la novia de cuerpo de violeta’.
‘Como la manzana dulce que enrojece en lo alto de una rama, en lo alto más alto, y se la dejan los cosechadores; o no, no se la dejan, Es que no pueden alcanzarla’. ‘Como el Jacinto que en el monte los pastores aplastan con los pies, y la flor púrpura en el suelo . . . ’.
‘Safo y Erinna en un jardín en Mytilene’ (Simeon Solomon, 1864). Fuente: Tate.
Bibliografía
Todos los poemas incluidos en esta entrada han sido tomados de:
Safo (2017). No creo poder tocar el cielo con las manos. Poesía portátil. Penguin Random House. Barcelona.