Otro sitio adonde fui un par de veces a pasar el rato cuando vivía en el hotel es el sendero de la barranca de Tucker. Me pillaba más lejos, tenía que caminar unos 20 minutos para llegar hasta allí. Lo que empieza siendo un arroyuelo que te saltas a la pata coja, en el Gatlin Park (una pradera con columpios para niños y una cancha de baloncesto) termina siendo un río de cuatro o cinco metros de ancho unas cuantas millas más adelante.
Hay un caminito (el “trail” del título) que sigue el curso del río y va cruzando calles y barrios por el medio de Conway. Al igual que el otro parque, lo sorprendente es lo limpio y lo poco ocupado que está.
En el agua, además de los peces y tortugas habituales, vi el último día una culebra preciosa nadando y más emocionante, el aterrizaje de una garza que cayó del cielo a pocos metros de mí y se puso a pescar supongo que la merienda.
También vi aquí mis primeros cardenales, unos de los pájaros más representativos de diferentes estados de USA (como antiguo coleccionista de sellos, doy fe que aparece en muchos). Por desgracia, se me escaparon para la foto. También fui testigo del intento frustrado de un halcón de cazar una paloma en vuelo. Cerca de casa vive otro halcón y espero verlo en acción más veces. Es un espectáculo, porque cuando aparece todos los pájaros del barrio se ponen a alborotar para avisar del peligro e incluso le siguen de cerca para tenerlo controlado.
Otra de las gracias del caminito (pensado para caminar, pasear o montar en bici) es que tiene un par de puestos para intercambio de libros. Lo descubrí cuando el primer día vi a una pareja que bajaba sospechosamente de un coche con un par de cestas y las vaciaban en una especie de comederos para pájaros. De allí cogí otro día me una biografía de San Agustín para pasar el rato.
Volviendo del parque me cayó mi primer chaparrón encima y tuve que refugiarme en un supermercado de gasolinera durante media hora hasta que pasó. A los locales eso no les ocurre porque siempre tienen el coche a mano.