PATRIMONIO, URBANISMO Y MEDIO AMBIENTE DEL AULA A LA RED

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PERSPECTIVA MEDIOAMBIENTAL SOBRE LA IMPLANTACIÓN DE AUTOBUSES ELÉCTRICOS EN REDES DE TRANSPORTE PÚBLICO URBANO

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Rodrigo Espejo de Vena

En los últimos años las políticas destinadas a la sostenibilidad del entorno urbano han cobrado una elevada importancia, ya que las ciudades tienen y deben ejercer un gran protagonismo en la lucha contra el cambio climático. La sociedad demanda un uso eficiente de la energía y los recursos a través del desarrollo de un nuevo modelo de movilidad sostenible. En este contexto los autobuses eléctricos juegan un importante papel.

La primera utilización de trolebuses eléctricos en una red de transporte público urbano se remonta a 1901 en Dresde (Alemania), mientras que los autobuses con electricidad almacenada a bordo mediante baterías de diversa índole tienen su auge ya en el nuevo milenio en los países más desarrollados, debido a su mayor coste económico. 

Resulta evidente que los autobuses eléctricos no pueden resolver por sí solos los problemas de contaminación, congestión y deterioro ambiental de las ciudades, pero aportan un importante grano de arena. A la ausencia de emisiones contaminantes debemos añadir que no necesitan una infraestructura propia y exclusiva para ellos, lo que les aporta una gran flexibilidad en la operación y un menor impacto visual. Además, generan una menor cantidad de ruido y proporcionan un espacio interior mejor distribuido, ya que el motor de propulsión eléctrica es más pequeño que los motores diésel, permitiendo una mejor optimización del espacio disponible para los viajeros. Quizá estas características lleven a los autobuses eléctricos a competir directamente con los tranvías, particularmente cuando el desarrollo de la tecnología posibilite una mayor autonomía y un menor coste de implantación. Con este propósito se están llevando a cabo pruebas de recarga rápida de baterías en las diferentes paradas, mientras suben y bajan los pasajeros.

Foto 1. Sistema de recarga rápida de autobús eléctrico mediante una estructura fija a la que el autobús se conecta mediante un brazo mecánico (pantógrafo), que posibilita la transmisión de electricidad. Fuente: visionautomotriz.com

Tal y como se ha mencionado con anterioridad la reducción de emisiones contaminantes gracias a la implantación de esta tipología de autobuses es probablemente el primer beneficio medioambiental que se puede advertir. Pero en este sentido no se puede pasar por alto que se debe analizar la procedencia de la electricidad utilizada por el vehículo. Si ésta proviene de una fuente no renovable, en realidad lo que se está consiguiendo es trasladar la emisión de gases contaminantes a otras zonas, pero no se está haciendo un cambio real del modelo energético.

Otro problema medioambiental y socioeconómico generado por esta tipología de vehículos tiene relación con la fabricación de las baterías, uno de los grandes hándicaps de la movilidad eléctrica. En particular en dos vertientes: por un lado, por el hecho de que las baterías están compuestas por metales pesados altamente contaminantes y de difícil obtención, y por otro porque su fabricación en sí genera emisiones de gases contaminantes y de efecto invernadero a la atmósfera.

Tomando como referencia las baterías de coches eléctricos, un informe elaborado por el Instituto Sueco de Investigación Medioambiental cifra entre 15 y 20 toneladas de dióxido de carbono las emisiones de una batería de 100KWh antes de ser puesta en marcha. Para poner este dato en perspectiva se puede comparar con las 19 toneladas de CO2 que cada ciudadano australiano medio emite anualmente a la atmósfera. Lógicamente estas inversiones iniciales se van compensando a lo largo de la vida útil de las baterías, pero de nuevo se debe tener en cuenta la procedencia de la electricidad utilizada por el vehículo.

En el contexto urbano otro contaminante ambiental destacable es el ruido. Es uno de los impactos más notorios del transporte en general y sobre él existe una normativa específica en nuestro país desde el año 2003. En ella se establecen evaluaciones de la exposición de diferentes zonas al ruido e implora a las ciudades a tomar las medidas correctoras que se estimen oportunas y que redunden en una mejora de la calidad de vida de sus habitantes.

La implantación de autobuses eléctricos en las redes de transporte público urbano en nuestro país ha experimentado un enorme crecimiento en los últimos años, al igual que en el resto de Europa. En España, numerosas ciudades se están “poniendo las pilas” a la hora de renovar su flota de autobuses. Por ejemplo, la Empresa Municipal de Transportes de Madrid (EMT) dispondrá en 2020 de un total de 93 vehículos 100% eléctricos y Barcelona quiere superar el centenar. Por su parte Pamplona ya dispone de una línea entera operada con este tipo de autobuses y tenemos muchos más ejemplos a lo ancho y largo de la geografía española: Irún, Bilbao, Valladolid, etc.

Foto 2. Autobús 100% eléctrico modelo i2e de Irizar, adquirido por la EMT de Madrid.  El fabricante español es líder del sector de la fabricación de autobuses y de la electro-movilidad para las ciudades. Fuente: página web de Irizar

Todas estas intervenciones tienen algo en común: reducir las emisiones contaminantes en las áreas urbanas. No debemos olvidar que un viaje en autobús urbano contamina 20 veces menos que un viaje en vehículo privado. Pero son medidas claramente insuficientes, y muchas veces realizadas en términos muy amplios que no se concretizan en puntos reales de intención o en planes completos de acción política.

En general puede decirse que vamos por buen camino, pero también es cierto que falta mucho por recorrer. Es seguro que la movilidad eléctrica en todas sus formas tendrá un gran protagonismo en el actual proceso de descarbonización del transporte. Pero las políticas públicas no deben incidir únicamente en la sustitución de vehículos, sino también deben potenciar el cambio modal hacia los transportes colectivos.

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